Chereads / Densetsu ni narou: Seoul Nights / Chapter 2 - 25 de septiembre de 2022. Parte I.

Chapter 2 - 25 de septiembre de 2022. Parte I.

Amaba el Sol matutino. Tan brillante. Tan amarillo.

Su calor me reconfortaba y me llenaba de vida. Aunque, quizás, brillaba demasiado para realmente apreciar el paisaje.

* Qué mañana tan espléndida. *

El puro aire del camino llenaba y limpiaba mis pulmones y me hacía sentir vivo de nuevo. Me sentía ligero y descansado, listo para buscar mi siguiente aventura.

La suave brisa me susurraba al oído junto al tímido coro de las hojas de los árboles y los pájaros que habitaban por el lugar. Parecían golondrinas, pero con mi poca visibilidad no podía saberlo.

Todo esta escena acompañada por el ritmo energético, metálico y acompasado de mis hombreras, que chocaban el peto de mi armadura cada paso que daba.

Un, dos, tres, cuatro, un, dos, tres, cuatro, un, dos. Marcaba el tempo de mis pasos.

*Estoy en un sendero. El crujir de la grava es inconfundible. ¿Cómo he llegado hasta aquí? *

Poco a poco fui recuperando la visión y pude apreciar realmente el majestuoso lugar en el que me encontraba.

* Qué buen día, no hace nada de frío. Ojalá poder vivir así siempre. Sin prisas. *

Pacíficas praderas e infinitos caminos se encontraban frente a mí, y al supuesto final del camino, en el lejano horizonte, podía observar unas desafiantes montañas, expectantes por un aventurero capaz de desafiarlas.

Montañas clamorosas de un alma libre capaz de poner de rodillas a las temibles fuerzas de la naturaleza y mover estas mismas tan solo con su honesta voluntad.

La hierba bailaba al unísono al paso del viento y apenas un par de tímidas nubes ocupaban el cielo azul.

* No puedo evitar sonreír. *

Al fin tenía un camino infinito que recorrer. Sin prisas.

Sin prisas, acompañado por mi armadura, mi capa, y una ligera y cómoda espada envainada en mi cintura.

Tras un rato de paseo, detuve mi marcha y me puse a darle vueltas a la situación.

* ¿Hacia dónde estoy yendo? ¿Hacia esas montañas? *

Empecé a dudar de mis propias acciones.

*¿Por qué? ¿Qué hay allí? Hmm, ¿podré alcanzarlas? Parecen muy lejanas. *

Muchas ideas como esas pasaban por mi cabeza. Pronto entendí que no entendía nada.

Pero en el fondo eso me motivaba. La incertidumbre del viaje era verdaderamente emocionante. Di por hecho que eso era parte de vivir aventuras. "Nunca sabes qué puede pasar, ni qué te puedes encontrar". Eso era lo bonito de las aventuras: ver algo por primera vez, descubrir un nuevo olor, conocer nuevas costumbres, sentir la adrenalina...

Sonreí y seguí caminando.

- Libertad. Al fin. Me pregunto dónde estoy. -

Al fin podía alcanzar la libertad que tanto había ansiado. El mundo era mío para recorrerlo y nadie podía detenerme ya.

Pasé un rato caminando por este lugar, por este sendero que parecía no terminar.

Ahora el viento era un poco mayor, y eso me permitía escuchar el ondear de mi blanca capa a mi espalda. Esta cubría mi cuello y hombros, justo por encima del peto de la armadura.

- No hay nadie más. Ni rastro de la civilización. -

Estaba completamente solo. Mi única limitación era el desgaste de mis botas.

- Espera, algo no va bien... -

Me asusté. Una extraña ansiedad apareció de golpe y tomó el control de mis emociones.

Poco a poco me iba agobiando más y más. Mis pulsaciones subían sin parar y sentía que me estaba quedando sin aire.

No tardé mucho en comenzar a marearme y a sentir fuertes náuseas.

*¡¿Qué está pasando?!*

Empecé a ahogarme en mi propio pánico. Todo parecía estar fuera de control para mí.

Trataba de buscar una explicación lógica a lo que estaba pasando, pero no la encontraba. Mi idílico sueño se había convertido en la peor de las pesadillas en cuestión de segundos.

- Aire... No hay. -

Mi cuerpo calló como una losa sobre mis rodillas, las cuales frágiles como el cristal buscaron segundos después el apoyo de mis brazos en el suelo. Mientras tanto el mareo y las náuseas seguían acentuándose.

Dudé si caí al suelo fruto del cansancio o debido a la pérdida de equilibrio causada por los fuertes mareos.

Traté de recuperar el control. Hice toda la fuerza que pude, pero mi cara acabó probando la grava.

Sentía como si alguien estuviera pisando mi cuello con la suela de su zapato. Como si el universo tratara de inmovilizarme.

- ¡Vamos! Tengo que hacer algo. -

Comprimí los dientes y todos los músculos de la cara.

Traté de superar la presión con todos y cada uno de mis músculos. Quería reincorporarme pero mi cuerpo pesaba demasiado.

Luché hasta quedarme sin oxígeno. Pronto me vi obligado a desistir y respirar.

- ¡Aguanta! –

Grité con mis últimas fuerzas, apretando al máximo mis puños. El conductor me miró a través del retrovisor interior. Debió ser una escena insólita para él.

- ¿Huh? –

Al abrir los ojos regresé al fin a la realidad: Estaba sentado al lado de la ventana en un autobús. Quinta o sexta fila, justo a la mitad.

Mis pulsaciones no se habían normalizado todavía y yo seguía respirando nervioso.

* Creía que me iba a ahogar. Qué mal. *

Traté de sentarme bien en mi asiento de plástico y comencé a respirar hondo. Un frío sudor brotaba de mi frente. Intenté secarlo con mi camiseta.

* ... Parece que todo ha sido un mal sueño. El segundo de esta semana. *

Mientras me recomponía, eché un vistazo a mi alrededor y posteriormente a mí mismo para asegurarme de que todo estaba en orden.

- Menos mal que no hay nadie más viajando en bus a estas horas. Hubiera sido muy vergonzoso que alguien me hubiese visto así: teniendo pesadillas en pleno transporte público. –

Me dije a mí mismo mientras me frotaba los ojos en busca de legañas.

* No es bueno trasnochar tan a menudo. Luego uno acaba echándose una mala siesta en cualquier lugar. Supongo que de ahí viene todo este dolor de cabeza. *

Saqué mi móvil para ver la hora que era.

* Vamos bien de tiempo. *

"7:43" Marcaba la pantalla.

Aun me quedaba un rato para llegar, no esperaba llegar antes de las ocho.

Ya un poco más calmado, decidí acomodarme en mi asiento y mirar tranquilamente por la ventana para así apreciar el paisaje.

El autobús fluía de curva en curva por una carretera montañosa.

A un lado tenía la montaña y al otro unas preciosas vistas al mar. El Sol aparecía tímidamente por el mar y las pocas nubes que había se tintaban de colores anaranjados y morados debido a esto.

Yo me dediqué durante el resto del camino a apreciar por la ventana del autobús el amanecer. La luz coloreaba el cielo y se reflejaba en el agua para crear un bonito reflejo.

- Buenos días, Mar Mediterráneo. -

Una escena majestuosa para empezar el día.

Yo llevaba encima ropa cómoda. Un conjunto sencillo: Una camiseta de deporte azul, unos pantalones cortos negros con detalles blancos y unas horteras zapatillas amarillas. Las típicas que uno se compra para hacer "running".

- Me da un poco de pereza tener que entrenar a estas horas, pero así tendré el resto del día libre. -

Tras un rato observando por la ventana, el sutil sonido de la campana del autobús me notificó que la próxima parada estaba cerca.

- Ya llegamos. Más vale que me vaya despertando o no podré entrenar en condiciones. –

Murmuré mientras me frotaba los ojos de nuevo. Acto seguido, bostecé.

- Venga, es hora de entrenar. Si no espabilo, no aguantaré ni dos kilómetros a un buen ritmo. –

Me dije a mí mismo mientras me desperezaba y estiraba los brazos y hombros.

Unos instantes después el autobús se detuvo en un bonito mirador con vistas al mar prácticamente en uno de los puntos más altos de la montaña en la que me encontraba.

Yo salté de mi asiento antes de llegar. Para cuando el vehículo se detuvo y abrió sus puertas yo ya estaba listo para bajar en frente de las puertas de cristal.

- Bien chaval, ya hemos llegado. –

Me dijo el conductor mientras presionaba el botón para que se abriesen las puertas.

- Sí, muchas gracias por traerme, una vez más. Hehe. –

Conocía a ese conductor desde hace ya muchos años, es normal que en las pequeñas ciudades todo el mundo se conozca.

- Gracias a ti, hombre. Esta es una ruta fija, hubiese venido aunque el autobús estuviese completamente vacío. –

Simplemente le sonreí.

- Ah, y procura tener cuidado con las bajadas y las piedras, que es peligroso. ¿Vale? No quiero tener que mandar una ambulancia a buscarte porque te hayas roto el tobillo o algo así. Y mucho menos pedir un helicóptero hahaha. –

- No se preocupe. Me sé de memoria todas las piedras del camino. –

Fanfarroneé.

- Los más confiados siempre resultan ser los primeros en caerse. -

– Bueno, hehe, está bien, tendré cuidado, se lo prometo. –

- Así me gusta. -

- En fin, que pase un buen día señor, no le entretengo más. –

Me despedí justo antes de bajarme del bus.

- Igualmente, y recuerda esforzarte. –

-Sí. –

Le dije ya saliendo por las puertas del autobús. Este cerró sus puertas y prosiguió con su ruta.

Tras salir del vehículo anduve hasta asomarme por el mirador frente a mí y observar el amanecer por el mar. Ya me había calmado bastante después de esa siesta de pésima calidad, aunque sentía que me faltaba un poco de azúcar.

- Quizás debería haber desayunado algo. –

Es cierto que apenas había desayunado, pero yo ya estaba acostumbrado a eso, así que simplemente no me preocupé por ello.

Me pegué suavemente en la cara para terminar de despertarme. Suspiré.

- Lo sigo manteniendo: No debería haberme dormido en el bus. Ese tipo de siestas sólo te hacen encontrarte peor. –

Tras esto, miré una última vez al mar y llené al máximo mis pulmones de ese aire limpio y fresco característico de la costa por las mañanas. Acto seguido, expiré soltando hasta la última partícula de aire de mis pulmones.

Entonces me sentí por fin listo para comenzar el entrenamiento.

Me giré hacia la montaña, la carretera se interponía entre ambos. Crucé el asfalto tras asegurarme de que ningún coche iba a pasar, me adentré unos metros en la maleza y alcé la vista motivado.

Frente a mí se hallaban las ruinas de un castillo medieval: Típico de la zona, con robustos muros de piedra erosionados por los cañonazos de sus enemigos y los restos de lo que en su día serían las torres.

- El castillo del duque Ricardo. -

La palabra "castillo" le quedaba un poco grande en realidad. Este "castillo" apenas consistía en unas pocas estructuras y muros de piedra a medio derruir. No eran más que ruinas que habían conseguido resistir al maltrato de la naturaleza y del propio ser humano.

Me adentré en la montaña evitando pisar todas las plantas que podía y avancé hasta justo en frente del castillo. Lo miré brevemente mientras lo rodeaba.

La vegetación y el paisaje eran los propios de la zona: La costa mediterránea. No había apenas ningún árbol, solamente algún que otro pino. La mayoría de la vegetación consistía en plantas de romero, tomillo y coscoja, y estas eran gentilmente acompañada por los alegres pajarillos que despertaban al ver la luz del Sol aparecer.

Al otro lado del castillo estaba, oculto de la carretera, un sendero que recorría la cresta del monte.

Me encantaba venir a correr aquí ya que siempre iba acompañado por el mar y la naturaleza, y además es bastante más divertido que correr por una superficie llana.

Antes de empezar mi larga carrera, procuré estirar y calentar correctamente para evitar problemas después.

Estiré los hombros, la espalda, las lumbares...

En uno de esos movimientos, agaché la cabeza para estirar los gemelos, mi vista se volvió negra y perdí el equilibrio por unos instantes. Suficiente para provocar que cayera contra el duro suelo de la montaña.

- Vaya... -

Por suerte no pasó nada grave, simplemente me hice una herida en el brazo debido a que me golpeé contra una piedra. La herida era más dramática de lo que en realidad era. Pese a no dolerme apenas, de mi brazo comenzó a brotar bastante sangre. Esta llegó a recorrer desde mi codo hasta la punta de mis dedos.

* Debo tener más cuidado, la falta de desayuno me está afectando. *

Me quedé en el suelo unos instantes para asegurarme de recuperar el equilibrio y de que mi brazo estaba bien.

- Parece que sí que tengo bajo el nivel de azúcar, no me hubiera venido mal comer algo. –

Dije desde el suelo.

Tras eso me levanté y continué con el mismo ánimo que hasta ahora, como si nada de eso hubiera ocurrido.

Terminé de calentar estirando un poco más los músculos de las piernas. Saqué mi móvil del bolsillo del pantalón, lo puse en el típico brazalete que se usa cuando sales a correr y comencé mi carrera por el hermoso sendero.

Iba saltando de forma ligera entre la grava y las piedras. A ritmo constante, disfrutando del frescor matutino.

Una genuina sonrisa iluminaba mi cara. Me encantaba este lugar.

Pasé un buen rato desplazándome ágilmente por el lugar. Nueve kilómetros y medio llenos de eslálones de piedras para sortear, imponentes subidas, bajadas en las que deslizarse de forma intrépida, zonas más húmedas en las que la vegetación era más abundante...

Y mi zona favorita: el camino con vistas a mi ilustre ciudad.

Lo bello de este tramo era recorrerlo mientras observabas las vistas. Desde aquí se podía ver prácticamente la ciudad en su totalidad. Era una ciudad tímida, pero bella. Esta no buscaba destacar, simplemente se conformaba con coexistir con este bonito paisaje.

Se podían observar las casas típicas de la región, las banderas de colores decorando las calles, los coches yendo y viniendo, e incluso se llegaba a ver la playa.

En ese peculiar sendero me encontraba corriendo yo, con mis ojos puestos en la ciudad de mi lado. El esfuerzo era grande, no era un camino sencillo, pero las vistas hacían que valiese la pena.

A mis doce tenía el mar; a las tres, la montaña desde donde venía; y a mis nueve tenía las bellas vistas de la ciudad, las cuales observaba yo, maravillado por la imagen que estas, junto a la brillante y amarilla luz de la mañana, me brindaban.

<>

* ¡Oops! *

En ese momento recordé por qué uno normalmente mira al frente cuando está corriendo.

Especialmente cuando vas corriendo por la montaña y quieres evitar tropezar con una piedra del camino, caer, y en el acto arrollar a otro ser humano. Me había distraído demasiado.

Maldije al destino por provocar mi caída justo cuando otra persona caminaba por el mismo lugar que yo.

- ¡Oye! –

Gritó la persona a la que arrollé. Era una voz femenina.

Ambos caímos al suelo, pero, por suerte para mí, yo me llevé la peor parte.

Rodé por la tierra un par de metros hasta que el rozamiento con la grava acabó por frenarme. Mis brazos y piernas se llenaron de pequeñas heridas. Sobre todo, mis rodillas que, al igual que mi codo antes, comenzaron a sangrar bastante.

* Un par de heridas más para la colección. *

Me dolí en el suelo. Pronto me acordé de que había otra persona involucrada en el accidente, muy a mi pesar.

El dolor de mi caída fue rápidamente remplazado por una vergüenza y culpa tremenda, así que me levanté rápidamente para atender y disculparme con mi víctima.

- La próxima vez que salgas a correr podrías ir, al menos, mirando al frente. ¿No crees? –

Dijo dolida la chica desde el suelo mientras limpiaba su boina color granate. La cual parecía, en mi humilde opinión, que iba a juego con sus ojos.

- ¡Qué mal! Esto... ¡Perdóname! –

Me levanté del suelo aun con dolor.

- Lo siento mucho. Me distraje mirando el paisaje. De verdad, no quería... -

Dije mientras esta también se incorporaba, aún un poco dolida.

La chica se plantó, cruzó los brazos y me inspeccionó seria, sin decir ni una sola palabra durante unos segundos. Parecía que estuviese enfadada y en su cabeza maquinase la forma de castigarme por lo ocurrido.

No logré entender muy bien aquella reacción. ¿Estaba bien? ¿No? ¿Le dolía algo? ¡¿Me odiaba?!

* ¿No piensa decir nada? *

Sus intensos ojos color guinda oscuro me juzgaban. Su rostro era pálido y delicado, y tenía un largo cabello castaño, recogido en dos perfectas trenzas que parecían haber sido creadas para pertenecer a un museo. Era una chica joven.

Vestía un original conjunto típico de esta época del año: una camisa blanca, chaleco de punto oscuro y falda de tela bastante sofisticada. La guinda del pastel era el lacito que adornaba su cabello. Iba muy arreglada para ir a la montaña, en mi opinión.

No llevaba nada más. Sin bolso, sin mochila... Pensé que sólo estaba de paseo.

Tampoco pensé en nada más, no tenía tiempo para hacerlo. Mientras ella me seguía acosando con su mirada, yo trataba de arreglarlo todo completamente avergonzado.

* No puedo creer que me haya pasado esto. ¡Soy un despistado de los que ya no quedan! *

- ¿Estás muy enfadada? –

Me respondió con silencio.

*¡Encima es una chica de mi edad! Seguro que quiere quedarse con mi cara para contarle el ridículo a sus amigos. Creo que nunca en mi vida he pasado tanta vergüenza. *

La chica me miraba con mala cara, pero no decía nada.

Se estaba produciendo un silencio muy incómodo para mí, debido a mis obvios sentimientos de culpa.

- Emm. Perdona, de verdad. Sé lo que estás pensando: la próxima vez miraré hacia dónde voy. No volverá a pasar. Lo prometo. –

No encontraba la forma de formular una disculpa que ella encontrase digna.

Yo me consideraba un chico bueno y educado, me incomodaba esa actitud que tenía delante.

Llegué a sentir que lo hacía simplemente para hacerme sentir peor, y de cierta forma le estaba funcionando.

La chica suspiró.

- No me imaginaba que la persona con la que me iba a encontrar en esta montaña fuese tan, emm, ridícula... En fin, ¿qué le vamos a hacer? -

Murmuró apartando la mirada de mí.

*¿Me acaba de llamar ridículo? *

- Sabes, la próxima vez que te choques con alguien, antes de disculparte deberías preguntarle cómo está. Podrías haberme hecho mucho daño. –

- ... Supongo que tienes razón. –

- ¿Y bien? -

- ¿Estás bien? ¿Te he hecho daño? –

La chica me miró seria.

Se produjo otro silencio incómodo.

- Pfff. Hahaha. Has caído en mi trampa. Haha. –

- ¡Huh! -

- Eres muy manipulable, ¿te das cuenta? Hahaha. –

- ¡¿Cómo?! –

- No has dudado ni un segundo, Hahahaha. -

Me sentó un poco mal el hecho de que me hiciese sentir culpable solo para reírse de mí.

- Oye, tampoco es tan gracioso. Te podría haber hecho mucho daño. –

- Hahaha, deberías haber visto tu cara esperando a que te perdonase. Hahaha. –

Me mosqueé un poco.

* No me lo puedo creer. *

- Oh, por favor, perdóname, por favor. No volverá a ocurrir. Hahaha. –

Me imitaba copiando incluso mis gestos.

- Oye, vale. Ya es suficiente. No veo la gracia en intentar disculparme. Creo que es lo normal cuando pasan estas cosas. –

- Bueno, si lo miras así. Hmm. –

La chica se replanteó la situación.

- ¿Ves? No tiene mucho sentido. –

- Hehe. Aunque tu caída fue muy graciosa... A todo esto, ¿te encuentras bien? –

No pude evitar sorprenderme con su pregunta. Su tono sonó mucho más calmado y dulce que antes. Casi parecía que lo preguntase de todo corazón.

- ¿Huh? Em. Sí, sí. Yo estoy bien. La verdad es que estoy bastante acostumbrado a caerme hehe. Casi se podría decir he desarrollado el instinto de aterrizaje de un gato. –

- ¿Un gato? –

Se extrañó ella.

– Sí, tengo una vida bastante accidentada. –

- Ya veo. Emm. ¿Seguro que estás bien? Tienes bastante sangre. –

Dijo ella tras mirarme de arriba debajo de nuevo. La sangre de mis rodillas me llegaba hasta los tobillos.

Yo me alarme un poco al mirar mi cuerpo, tenía peor pinta de lo que pensaba. En ese mismo momento descubrí heridas nuevas.

Pensé en confesarle el dolor que sentía, pero mi instinto masculino prefirió aparentar total seguridad y calma.

* La verdad es que duele bastante. Estaba tan enfocado en arreglar la situación que no me había dado cuenta. *

- No hay problema. Hehe. –

Le dije sonriente mientras limpiaba el polvo de mi ropa y me ajustaba la camiseta. Ella sonrió.

- Es un alivio. -

* En el fondo es una buena chica. Me alegro de que todo haya acabado bien. *

No sabía cómo continuar esta conversación y parecía que ella tampoco. Ambos sonreíamos sin tema de conversación al canto de los pájaros.

* ¿Qué hago? *

Buscaba una buena frase que decir mientras disimulaba mirando hacia la ciudad.

* ¿Me voy? *

De pronto me rugieron las tripas. Cierto era que no había comido nada desde anoche.

Rápidamente decidí que irme era la mejor opción.

- Bueno, ahora que nos hemos asegurado de que todo está bien, creo que voy a seguir con mi entrenamiento. Si no te importa. –

Sonreí mientras hacía un amago de marcharme.

- ¡Espera! –

La chica me agarró de la camiseta para evitar que me marchara. Creí ver cómo se sonrojaba mientras trataba de que no me fuese.

- ¿Qué pasa? –

- Esto... Emm... ¿Cómo te lo explico? Esto... –

- Venga, dime lo que quieras rápido, que aún me queda un buen rato para llegar a casa. –

Mis tripas volvieron a rugir.

- ¡No es tan fácil de decir! ... Ok. Escúchame bien. –

- Te escucho. –

- Esta noche. –

- Sí. –

- Emm, a las diez. –

- Aha. –

La chica miró rápidamente a la ciudad en busca de inspiración.

- Emm. Allá, esto... ¡En el paseo marítimo! Sí. –

- Entiendo. –

- ¡Te espero! –

- Me esperas... Espera, ¡¡qué?! –

- Digo, que te espero esta noche en el paseo marítimo de la ciudad. –

- ¡¿Me esperas?! ¡¿Como una cita?! ¡¿Esta noche?! –

Tenía la guardia baja. No me esperaba en ese momento una proposición así.

- No sé qué decir, esto es todo muy repentino ya sabes. Tú y yo apenas nos conocemos... -

- ¡¿Qué?! No, no, no. ¡¿De qué estás hablando?!, también vendrá un amigo mío. Tres, osea, seremos tres en el paseo, no es lo que tú estás pensado. Tres, esta noche. –

- Creo que me he perdido... –

- Tampoco es tan complicado. –

- ¿Se puede saber para qué quieres que vaya esta noche al paseo marítimo contigo y tu amigo? Te advierto que no estoy interesado en hacer nuevos amigos, con los míos ya tengo bastante. Además, te acabo de conocer... –

- No, no, sólo quiero que, emm, nos enseñes la zona de la playa. Sí. Mi amigo y yo estamos haciendo turismo por la zona. Y... Y nos sería de gran ayuda conocer a un local que nos pueda ayudar un poco para que no nos perdamos. –

- Hmm. –

Era cierto que, en este fin de semana concreto, la gente visitaba la ciudad para disfrutar de las festividades locales, fruto de la llegada del otoño. Así que su propuesta no me parecía del todo extraña.

* La verdad es que no me apetece mucho hacer de guía turístico esta noche. Pero ¿qué le digo? *

- ¿Nos ayudarás? –

- Hmm. ¿Sabías que hay gente que se dedica de forma profesional a enseñar sitios de la ciudad? Seguro que podéis encontrar algo a buen precio. –

- Oh, venga. ¿En serio te cuesta tanto esfuerzo? –

- Es que no me apetece. –

- No seas así. Encima, me lo debes. –

- ¿Te lo debo? –

- Sí, ¿te recuerdo quién se ha chocado conmigo por no mirar hacia dónde estaba yendo? No creas que te voy a perdonar tan fácilmente. –

* Esta chica es muy insistente. Parece que no tengo otra opción. *

- Eso es jugar sucio... Pero está bien. Iré a las diez de la noche al paseo marítimo. –

- ¡¿Enserio?! –

La chica se acercó mucho a mí. Eso me puso nervioso y me hizo retroceder medio paso.

- S-sí, sí. Enserio. –

- ¡Genial! ¡Muchas gracias! –

Dijo ilusionada mientras me abrazaba, ahí pude apreciar por primera vez su sutil perfume de flores. Concluí, por su reacción, que en el fondo sí que le hacía mucha ilusión.

* Qué chica tan extraña. Me abraza sin más, aun estando yo sudando bastante. ¿No le importará lo que le pase a su ropa? *

- Bueno, pues luego nos vemos. Y cuidado con la cabeza. –

Dijo mientras me sorprendía haciéndome una llave y proyectándome contra suelo. Fue todo muy rápido, antes de darme cuenta ya no tenía equilibrio y estaba volando de nuevo en dirección al suelo.

- ¿Qué? -

Caí con mi trasero, el cual golpeó una piedra que había a mí derecha. Me quedé en el suelo retorciéndome de dolor.

- ¡¿A qué ha venido eso?! –

Cuando alcé la mirada la chica ya no estaba. Pese al dolor, me levanté.

Miré a ambos lados del sendero, pero ya no había nadie.

* Qué forma de despedirse. Aún me duele... Bueno, será mejor que continúe con el entrenamiento o nunca llegaré a casa. *

Saqué el móvil del brazalete y programé una alarma para esta noche: "Alarma programada correctamente para las 21:30". Media hora antes para así evitar confusiones.

- En fin... -

Guardé de nuevo el móvil y retomé mi carrera.

No pasó nada más. Conseguí descender de la montaña de forma exitosa y sin sufrir ningún otro accidente. Tardé aproximadamente cuarenta minutos más.

El sudor acompañaba al polvo del suelo del sendero en mi camiseta y en mi cuello.

Una vez llegado a mi pequeña ciudad dejé de correr.

- Misión cumplida. -

Caminé por hermosas e históricas calles mientras recuperaba el aliento. Estas estaban decoradas con flores y banderas de colores. Los edificios eran de estilo barroco y modernista, al menos por el exterior.

A mi lado también había una carretera. Una especie de avenida que atravesaba prácticamente toda la ciudad de norte a sur. Más bien de sudeste a noroeste para ser más precisos.

Pasear por estas calles me llenaba de vida.

Aun estando a finales de septiembre, en esta zona del Mediterráneo las temperaturas de día eran bastante agradables y la gente aprovechaba estas últimas reminiscencias del verano para pasar el día en las terrazas o en los parques.

Mi imagen, estando herido, sucio y sudado, contrastaba bastante con el ambiente; tanto era así que algunas personas bromeaban conmigo cuando nos íbamos cruzando.

- La fiesta de anoche estuvo muy loca, ¿no? Haha. –

- ¿Estás bien? Parece que te hayas caído por un acantilado. –

- Mira cariño, parece que ese chico se acabe de pelear con un oso. –

Yo simplemente les iba dedicando una sonrisa uno a uno.

Anduve un rato por el casco antiguo de la pequeña ciudad.

En esta zona no había prácticamente edificios, más bien las casas eran individuales y con fachadas de piedra.

La calzada era de piedra también y aquí la decoración festiva hacía un mayor acto de presencia.

Al fin, llegué a una pequeña plaza en la cual se alzaba una fuente. En esta parte, los coches no podían acceder y la fuente era rodeada por terrazas y comercios llenos de clientes.

Yo iba observando todo mientras caminaba.

* Se nota que estamos en pleno festival de otoño, hay mucha gente en la calle para ser un domingo. *

Me detuve frente a una de estas casas de la plaza.

Esta no tenía nada en especial. Se mimetizaba muy bien con su entorno: Fachada de piedra, un par de ventanas en ambos pisos y una puerta de madera. En el fondo, esa descripción servía cualquier casa del barrio.

– Hogar dulce hogar. Esto... –

*No tengo llaves. *

Llamé al timbre de la casa.

<< Ding, dong>>

Tras no recibir ninguna respuesta, volví a llamar.

<< Ding, dong>>

* Qué extraño. Debería haber alguien en casa. *

Esperé unos segundos, pero nadie respondía.

Tras eso, timbré por tercera vez.

<>

Automáticamente la puerta se abrió con violencia.

- Qué impaciente eres. Te he oído a la primera, por más veces que llames no voy a abrirte antes. –

Era una voz familiar.

- Buenos días, yo también me alegro de verte, Leon. –

Le dije mientras entraba en casa.

- Buenos días. -

Leon me recibió con un choque de puños y cerró la puerta una vez que ya había entrado. Yo fui directo al baño para lavarme las manos, la cara y mi brazo, el cual aún estaba ensangrentado.

- Asher, ¿te has vuelto a caer? Deberías ir con más cuidado. -

- Ya lo sé. -

- ¿Seguro que no prefieres correr por la ciudad? Hay bastante más seguridad. –

- Será más seguro, pero también más aburrido. –

Respondí mientras salía del baño y me dirigía a la cocina a por algo de comer.

Una vez allí abrí la nevera y comencé a buscar mi almuerzo.

- ¿De verdad vale tanto la pena? El noventa y cinco por ciento de la gente normal que sale a correr, corre por la ciudad, estoy seguro. No puede ser tan aburrida entonces. -

- Sabes, si no hay buenas vistas y algún que otro obstáculo, el camino es demasiado aburrido. –

Dije mientras sacaba un yogurt, cerraba la puerta de la nevera y me ponía a buscar una cuchara.

- Ya lo sé, siempre dices lo mismo. –

- Entonces, ¿por qué sigues preguntando? –

- No voy a entrar en tu juego. No sé cuántas horas llevas tú despierto, pero para mí todavía es pronto para discutir. –

Dijo Leon desperezándose. Vestía ropa de deporte y una cinta que sostenía su rubio cabello.

- Si lo que quieres es tener buenas vistas, puedes ir a la playa a correr. A papá le gusta mucho ir a esa zona a pasear. –

Continuó Leon mientras yo me comía el yogurt.

- Hmm, hablando de eso, ¿dónde están mamá y papá? ¿Un domingo por la mañana? Los supermercados están cerrados. –

- Ah, es verdad, tenía que avisarte. Papá y mamá han salido a ayudar a los vecinos a preparar las cosas para la fiesta de mañana. –

- ¡Ostras es verdad! ¡Mañana no hay clase! –

Mañana se celebraba la llegada oficial del otoño en el pueblo. Era normal que la gente se reuniese con sus vecinos para comer y bailar.

- Exacto. Por cierto, mañana habrá un desfile con orquesta en la avenida de las palmeras. Si te apetece, puedes venir conmigo y con Hugo, Alfonso y Sara, incluso puede que venga tu amiguita también, hehe. Hemos quedado todos juntos y nos gustaría que vinieras. –

- Gracias, pero creo que voy a pasar. –

- Repito: tu amiguita. –

- Te he oído a la primera, pero no me apetece. –

- Asher. –

- Leon, no. -

Mi rostro cambió, no me gustaba que mi propio hermano me insistiese tanto.

- ¿Seguro? Nos lo pasaremos bien. –

- Ya te lo he dicho. Sabes perfectamente que odio madrugar. –

- ¿Qué? Eso ya lo sé, espera un momento, ¡pero si hoy mismo has madrugado! –

- Exactamente, no pienso madrugar dos días seguidos. Es más, por una vez puedo dormir hasta tarde un lunes. Uno no puede desperdiciar una oportunidad así. –

- Tan terco como siempre. Así nunca encontrarás novia. –

- ¡¿Huh?! ¡¿Y a ti qué te importa?! -

- Hahaha. Bueno, voy a volver a la azotea. Estaba a punto de empezar a entrenar justo cuando te ha dado por acribillar el timbre. –

Leon hizo un amago de irse. En ese instante caí en algo importante.

* ¿Se referirá a eso? *

- Oye Leon, ¿sigues aprendiendo a manejar espadas? –

Pregunté justo antes de que mi hermano subiese las escaleras.

- Sí, es muy guay. ¿Quieres subir? –

Dijo asomando la cabeza por la puerta de la cocina.

*Acaso. *

- ¿Tienes dos espadas? –

- Claro. Decidí comprar dos por si algún día te apetecía ser útil para variar. –

* Es una buena oportunidad para aprender algo nuevo. *

Asentí con la cabeza sonriendo. Pese a que nunca me había molestado en aprender a usar la espada, eso no significaba que no me resultase un mundo extremadamente interesante.

- Bueno, pues te espero arriba. Sube cuando puedas. -

Tras acceder a la propuesta de mi hermano, me acabé el yogurt y subí a paso ligero las escaleras de mi casa hasta llegar a la azotea donde Leon me esperaba.

* Qué calor hace hoy. *

- ¡Asher! -

Conforme llegué arriba, mi hermano me tiró una de las espadas de madera.

– ¡Cógela! –

Eso hice yo, de una forma muy poco elegante.

- Vale, ya estoy listo. -

- Bien, ¿Tienes alguna idea de cómo se usa esta cosa? –

Me preguntó Leon mientras yo inspeccionaba curioso el objeto.

- No mucho. Hmm, a ver, sé que no se usa como en las películas, hehe. –

- Eso ya es algo. –

- ¿Y tú? Ya hará más de un mes que comenzaste a practicar. -

- Mira, yo aún soy muy novato y tampoco se demasiado, pero lo principal que tienes que saber son las líneas de ataque tuyas y de tu rival. –

Dijo Leon poniéndose en guardia.

- Ser capaz de leer los posibles ataques de tu oponente es muy importante. Sabiendo las líneas de ataque de tu rival puedes anticiparte a sus movimientos y planear un buen contraataque. –

Mientras explicaba, Leon iba lanzando cortes al aire para ejemplificar.

- Entiendo. –

- Por ejemplo: mira la forma en la que sujeto la espada. –

Sujetaba la espada en el lado derecho de su cuerpo con una guardia básica y estable. Como si se estuviese preparando para atacar.

- Parecerá una tontería, pero dime, ¿por qué lado atacaré? –

- Hmm. –

Observé la postura de mi hermano detenidamente.

* Está girado bastante para un lado, la cadera incluida... La respuesta parece obvia, pero no termino de fiarme. La vida me ha enseñado que uno nunca puede fiarse de su hermano. ¿Y si trata de golpearme cuando no me lo espero? Espera, ¿y si quiere hacerme creer eso y en el fondo es una pregunta muy simple de verdad? Yo quedaría como un idiota. Hmm, quizás está pensando que yo estoy pensando en lo que él está pensando y entonces está pensando una forma de hacer lo que yo no esté pensando. Esto es una trampa, ¡estoy seguro! Un hermano, trata siempre, por naturaleza, de molestar a su hermano. ¡Uno nunca puede fiarse de su hermano! Estos son capaces de pensar en cómo hacerte pensar que pienses que ellos piensan en lo que tú mismo estás pensando y así hacerte pensar lo que quieren que creas que estás pensando porque ellos lo están pensando. Es todo pura maldad. *

- ¿Y bien? Tampoco hace falta que me hagas una disertación filosófica de diez páginas. –

* ¡Tengo que decir algo! Sea como sea, estoy perdido de cualquier forma. Lo mejor será precipitarse y responder lo obvio, luego retrocederé para que no me golpee por estar con la guardia baja. *

- ¿Hola? -

- ¡Por la derecha! ¡Viene por la derecha! –

Tras responder, no dudé ni un segundo en retroceder un paso y cubrirme con la espada de madera de cualquier ataque sorpresa.

- ¿Se puede saber qué haces? –

- N-nada, nada. –

- ... Bueno, es correcto. Como has podido observar, para lanzar un corte, primero debes prepararlo. Ahí es cuando puedes ver la ventaja en el rival, la defensa es muy importante en la esgrima. –

Dijo mientras se posicionaba la espada por encima de la cabeza y lanzaba un corte totalmente vertical.

- Tienes razón. –

- Claro que sí. Bien, ahora pasemos a la importancia de los bloqueos y de la posición de los pies. –

- ¡Vale! -

Leon pasó un rato explicándome todos los conceptos y movimientos básicos para usar una espada larga.

Tras eso, dedicamos ambos un rato a practicar la técnica de los diferentes golpes, así como la coordinación de los pies. Era más denso de lo que pensaba, pero todo muy interesante.

El Sol se desplazaba lentamente por el cielo.

Hacía ya cuarenta y cinco minutos que Leon y yo comenzamos a practicar. Llegados a este punto yo ya estaba bastante cansado. Sudaba y me movía torpemente.

Al principio no fui consciente de ello, pero el cansancio acumulado de esta mañana empezaba a hacer mella en mi cuerpo y sentía que me estaba quedando sin fuerzas.

Mi vista empezó a fallar por momentos, pensé que era fruto de la falta de alimento.

*Esto es más intenso de lo que pensaba... ¿No hace mucho calor hoy? *

Pensé mirando al cielo.

* Un yogurt no es suficiente comida, debería haber comido algo más, especialmente un día como hoy, en el que no me encuentro muy bien. Definitivamente, hace demasiado calor. *

Apoyé mis manos en mis rodillas. El sudor caía desde mi nariz y mi barbilla.

Paré un momento para recomponerme del mareo y recuperar el aliento.

* Últimamente me mareo bastante, pero nunca tanto como hoy. *

- Necesito parar un segundo. -

- ¿Va todo bien, hermano? Te veo un poco pálido. –

- Huh, sí, sí. –

- ¿Seguro? -

- Bueno, tengo un poco de hambre, la verdad. –

Leon sospechaba que algo no estaba bien.

- ¿Has desayunado esta mañana? –

- No, hehehe. –

- Eso podría explicarlo. –

- Bueno, no le des mucha importancia. –

Dije mientras sonreía de forma poco creíble.

–Puedes dejar de entrenar ya si quieres. Come algo, dúchate y cúrate esas heridas anda. No te recomiendo que te fuerces a ti mismo por esta tontería. Mejor descansa. –

- No es ninguna tontería, si quieres puedo ayudarte a... -

<>

No pude terminar la frase antes de que Leon me golpeara con su espada de madera en la pierna.

– Ouch. ¡Eso duele! Oye, ¿a qué ha venido eso? –

- No necesito que me ayudes más. Lo que quiero ahora es que descanses, como ya te he dicho. Si no me haces caso te volveré a dar, pero esta vez en la frente. –

Me amenazó mientras mantenía una guardia agresiva con su espada.

* ¿Quién se cree para ordenarle a su hermano mayor? *

- ¿Ah sí? ¡A ver si es verdad! –

Traté de golpear a mi hermano con mi espada con un ataque sorpresa.

Leon me vio venir y me esquivó. Tan sólo le hizo falta bloquear mi espada y desplazarse un paso hacia la izquierda.

Tras esquivarme, se preparó para contragolpear, pero no lo hizo.

Su expresión de confianza rápidamente desapareció cuando vio sangre salpicar el piso de la terraza.

- ¿Huh? –

Tras pasar por al lado de Leon, me detuve y vi caer también esa misma sangre.

Estaba en ese momento de espaldas a él.

* ¿Sangre? No estoy muy seguro. Si pudiese verla un poco más de cerca... *

Mi visión era bastante borrosa y un hormigueo me dificultaba sentir las piernas.

- ¿Asher? –

- Oye Leon. –

Se me cayó torpemente la espada al suelo. Esta sonó bastante al chocar la madera contra el suelo.

*Oops. *

– Aquí hay sangre. ¿Sabes de dónde ha salido? –

Me giré hacia mi hermano mientras le hacía esa pregunta.

* Creo que no me encuentro muy bien. *

De mi nariz goteaba sangre, mucha sangre.

No me di cuenta de ello hasta que vi el rostro de preocupación de mi hermano y por casualidad pasé mi mano por mi nariz, la cual se quedó manchada de ese mismo tinte.

- ¡Mierda! ¿Es mía toda esa sangre? -

- ¡Asher! –

Escuchaba a león desde la lejanía.

* ¿Cuándo me he alejado tanto de mi hermano? *

Acto seguido dejé de sentir las piernas y comencé a tambalearme.

* Qué extraño. Hace nada sí que sabía distinguir entre arriba y abajo. *

- ¿Leon? -

Al final caí al suelo.

O quizás Leon me cogió antes. No lo tenía muy claro.

Lo último que vi fue a éste correr hacia mí.

Todo se volvió negro, nunca había experimentado nada igual.

El mundo se apagó, o quizás yo me apagué, dependía un poco de la perspectiva.

Para mí no pasó ni un segundo. Aun así, muchas cosas pasaron por mi cabeza.

Pensé de nuevo en esos paisajes que tanto me gustaban.

Quería ver de nuevo esas montañas de mi sueño.

Esta vez no pudo ser. No pude soñar con caminar por esos senderos. Las ganas de aventuras se iban disipando a cambio de frustración, cansancio y pesadez.

Tras perder el conocimiento, no supe cuánto rato después, abrí los ojos en un hospital.

Todo daba vueltas. Más que en una camilla, sentía que estaba en un péquelo bote que saltaba de ola en ola en medio del mar.

*¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy? Esta no es mi habitación. *

Traté de moverme un poco.

*Me duele demasiado la cabeza. *

La luz entraba por la ventana, me di cuenta de que aún era de día.

* Por el tipo de maquinaria, estoy en un hospital. *

- ¿Y esto? –

Dije mirándome una tirita en el brazo.

- Parece que me han pinchado con una aguja. Odio las agujas. ¿Qué hora es? *

Aburrido y confundido, recorrí con la mirada todos y cada uno de los rincones de la habitación en busca de un reloj, pero no tuve suerte.

Mi mirada encontró reposo en la ventana, me resultaba atractivo a la vista ver a las cortinas ondear junto a la luz del Sol. Escuchar algún que otro pajarillo.

- ¿Hace cuánto que estoy aquí? -

El sonido de la puerta abrirse me devolvió a la realidad.

- ¿Cómo te encuentras? Asher Percedal. –

Un doctor joven que entraba en la habitación con una carpeta y guantes en ambas manos.

– Parece que sufriste un fuerte mareo. Sabes, tu madre se ha llevado un susto de muerte. –

- ¿Me mareé? –

- Sí, eso parece. Poco a poco deberías ir encontrándote mejor. No te preocupes. –

Me sonrió el doctor.

- Nunca había sentido un mareo igual la verdad. –

- ¿En serio? –

- Nunca. ¿Puede uno sufrir un mareo así solamente por no comer? –

- Hasta donde sabemos de ti, gracias a tu historial médico, no hay antecedentes que sugieran que sufras anemia ni nada parecido. Así que, respecto a tu pregunta, la respuesta es que sí. –

- Mejor, supongo. –

* No me gusta esta sensación. Cuando me encuentro mal me siento vulnerable e inseguro. *

- Dicho esto, durante tu tiempo dormido, hemos decidido, con el consentimiento de tu madre, hacerte una analítica de sangre para buscar un motivo más claro. –

Dijo señalando a mi brazo.

-Así que eso era el pinchazo. -

- Efectivamente. Los resultados deberían estar en breves. Si ya te encuentras mejor, podemos llamar a tu madre y reunirnos los tres en mi despacho. ¿Cómo lo ves? –

- ¿Mi madre está aquí? –

- Sí, está esperando fuera. –

Yo asentí conforme a la propuesta del doctor.

Haría cualquier cosa para salir de una habitación de hospital.

Me atreví a incorporarme por fin, e ignorando la pesadez de mi cuerpo, salí de la cama y me senté en un lado de esta.

- Tenía razón, poco a poco me encuentro mejor. –

- Me alegra que un poco de descanso le haya sentado bien. –

Hacía gestos con los brazos para ir recuperando la movilidad.

- Una pregunta, doctor. –

- Dígame. –

- La verdad es que últimamente he tenido bastantes problemas parecidos. Digamos que me he mareado bastante estos últimos días. ¿Es eso preocupante? –

El doctor se detuvo unos segundos para pensar. Aprovechó la pregunta para apoyarse en la pared.

Tenía un porte joven y atlético, estaba seguro de que en su tiempo libre el doctor practicaría algún deporte.

- Hmm, no lo sé. tendremos que esperar a ver los resultados para saberlo. –

Sonrió.

- Usted no parece preocupado. –

- Haha, por favor Asher, no me hables de usted, que me siento viejo... Anda, no pongas esa cara solamente por sufrir un par de mareos. ¿Tienes idea de cuántos jóvenes han pasado por este hospital con el mismo problema? –

- No, no lo sé. –

- A ver, en este hospital, con un problema parecido, mínimo, hemos tratado decenas de pacientes. Se podría decir que somos unos expertos en la materia. –

- Eso es bueno. –

Me sentí levemente aliviado por las palabras del doctor. Era un hombre bastante carismático.

* El doctor parece un hombre confiable. *

No pude evitar dejar escapar una pequeña sonrisa fruto de mi optimismo.

- Bueno, ¿qué? ¿Vamos afuera a saludar a tu madre? –

- Huh, sí, claro. Esto... -

Contesté mientras buscaba algo que usar de calzado.

- Mira un poco más abajo. Antes había más gente en la habitación así que he escondido tus zapatillas un poco. –

- Ah, ya las veo. –

Me estiré para alcanzarlas mientras el doctor me miraba.

- Perdóname, ¿necesitas que te ayude? –

-No, ya las tengo. Gracias igualmente. –

* Menos mal que ya me encuentro mejor. *

El doctor esperó a que me atase los cordones de las zapatillas antes de salir de la habitación.

- Bonito color para unas zapatillas. –

- Sí, sí, hehe. -

El itinerario consistía en reunirnos en el pasillo con mi madre e ir a ver juntos los resultados de las pruebas médicas.

Salimos y me encontré con mi madre, la cual no pudo ocultar su aprecio hacia su hijo y me abrazó con fuerza cuando me vio.

El doctor sonreía de forma simpática ante aquella escena familiar, hasta que otra enfermera apareció y le susurró algo al oído.

La enfermera apareció corriendo y fue directa a susurrarle algo al doctor. Rápidamente, la preocupación en su rostro contagió al del doctor.

Estaba hablando aliviado con mi madre cuando vi cambiar la actitud del doctor.

* ¿Estará todo bien? *

Su cara era mucho más seria que antes.

Le pidió a la enfermera que se calmara y que él mismo se ocuparía. La chica se marchó y el doctor se acercó a nosotros.

- Acompáñenme a mi despacho, si son tan amables. –

* Algo no va bien. *

Podía sentir los nervios en la actitud del doctor. No me atrevía a preguntarle, simplemente le seguí junto a mi madre.

Avanzamos por el pasillo del hospital y giramos la esquina. No tardamos mucho en llegar al despacho.

"Sala 04". "Doctor Villa".

El doctor abrió la puerta con prisa, por poco no se le cayeron las llaves.

- P-por favor, siéntense. Denme un segundo. –

Dijo el doctor mientras rodeaba su escritorio y se abalanzaba sobre su teclado y ratón.

– Joder, a ver qué tenemos... -

Murmuró el doctor mientras tecleaba y clicaba sin parar.

* Hmm. Esto no es normal. El doctor parece otra persona completamente distinta. *

Tras unos instantes el doctor se detuvo de golpe. Respiró hondo y apartó la vista del monitor, pero no para mirarnos a nosotros, miraba con preocupación hacia su propia mesa.

Mi madre y yo no lográbamos comprender del todo el cambio de actitud repentino del hombre.

- Perdone, ¿Pasa algo malo? –

Preguntó mi madre. Yo no estaba muy seguro de si quería participar en esa conversación. No sabía muy bien qué era lo que ocurría con el doctor, pero tenía miedo de que tuviese algo que ver con mi problema de esta mañana.

El joven doctor apoyó la cabeza sobre sus manos y se tapó el rostro por completo.

– Lo siento. –

- ¿Doctor? –

Mi madre fue a hablar, pero yo la interrumpí.

- ¿Qué pasa doctor? ¿Ha pasado algo? –

No sabía qué estaba ocurriendo, pero quería una respuesta del doctor cuanto antes.

- El examen sanguíneo que te hemos realizado Asher Percedal... El examen. Espera. Deme un segundo, no es fácil comunicar esto. –

El doctor se puso de pie y empezó a andar por la sala.

- ¡¿Qué pasa con el examen?! –

Dijo mi madre, que estaba empezando a ponerse nerviosa.

- Señora, ¿podría dejarme un momento a solas con su hijo? –

El doctor le señaló educadamente la salida.

- Pero...-

Mi madre no insistió. Debía entender que por muy sobreprotectora que fuese, su hijo ya era mayor para hablar a solas con el doctor.

No tardó demasiado en levantarse de su silla y marcharse.

– Te espero fuera. Si tardáis mucho en salir y no me ves, estaré abajo en el comedor tomando un café. –

* Nunca en mi vida había visto a mamá mirarme de esa forma. *

- Tranquila, enseguida voy a buscarte. –

Esa mirada penetró hasta lo más profundo de mi alma, esa mirada reflejaba verdaderamente la más auténtica preocupación materna.

No me gustaba nada verla así.

Mamá cerró la puerta y se fue. Allí me quedé yo, solo junto a el doctor, el cual seguía buscando las palabras para explicarse.

Yo estaba más tranquilo de lo que, a simple vista, podía parecer. Lo que sentía en ese momento era más profundo que simple estrés, algo mucho más complejo de explicar.

- Doctor. -

Él evitaba mirarme. Parecía realmente angustiado.

- A ver... Verás... -

- Si de verdad es algo malo, será mejor que lo suelte sin más. Esta clase de esperas no me gustan nada. –

Antes de que pudiera terminar la frase, el doctor se plantó ante mí de forma seria y un poco siniestra.

- Vas a morir pronto, Asher. Más pronto de lo que te puedas imaginar. –

- ¿Morir? –

*¿En serio? *

Me quedé congelado por completo.

Un escalofrío de la magnitud de un seísmo recorrió todo mi cuerpo, sentí que incluso el aire del despacho había cambiado por completo.

- Ya. Vale. –

Algo se pudrió en mí en ese momento. Me quedé mirando a la nada.

* Pronto... Mierda. No me esperaba eso. Pero... *

- Pero doctor, ¿Cómo puede ser? Usted mismo insistió en que no había nada de lo que preocuparse. –

Comenzaba a desesperarme un poco.

- Eso era lo que pensaba, de verdad. –

- ¿Entonces? -

- Veras, has desarrollado Meosnemia, una enfermedad degenerativa terminal. –

- ¡¿Huh?! -

- Al contrario que el cáncer, el cual ataca a un órgano concreto, la Meosnemia afecta a todas las células de tu cuerpo, degenerándolas poco a poco. -

- ... -

- Esta enfermedad fue descubierta hace poco tiempo y apenas hay pacientes que la hayan contraído. Hasta donde se sabe, hoy en día no existe una forma de curarla, ni siquiera en Asia ni en los Estados Unidos cuentan con un remedio. –

Dijo el joven doctor mientras luchaba con la angustia que sentía. Incluso para un profesional, dar este tipo de noticias a sus pacientes, especialmente si son jóvenes, era duro.

Yo me limitaba a escuchar, pero apenas reaccionaba. El dilema estaba, más bien, dentro de mi cabeza.

* Una enfermedad terminal. Sin remedio. ¿De verdad voy a morirme tan pronto? ¿Qué se supone que debo hacer ahora? *

En ningún momento me pudieron los nervios, más bien sentí una fuerte decepción.

Estaba decepcionado porque sabía que me había tocado el peor de los premios. No había nada que pudiese hacer, simplemente el azar no estuvo de mi lado.

*En la guerra hay gente que muere por una bala perdida. Es injusto, pero es así. *

- Tengo una pregunta, ¿sabe cuánto tiempo me queda? –

- A ver, esta enfermedad fue descubierta hace poco, entonces el número de pacientes con esta son muy limitados y por ello los estudios también lo son. Teniendo en cuenta que este es el primer desmayo serio que sufres y comparándolo con los otros casos, yo diría que no mucho más de dos meses. Puede que menos incluso. –

Dijo eso y se sentó de nuevo en su escritorio en frente del ordenador.

- Dos meses... -

Murmuré.

*¿Ahora qué hago? Me quedan menos de sesenta días. ¿Cómo digiero yo esto ahora? *

- ¿Hay algo más que quiera hablar conmigo? Ahora mismo me gustaría volver a mi casa. –

Seguí diciendo yo.

- Bueno, estaba mirando la Base de Datos Mundial de Medicina y he visto que existe un fármaco que podría ayudarte. –

- ¡¿En serio?! –

- Se llama Letomol. Tomándolo regularmente podrías prolongar tu vida perfectamente un mes más. La contraparte sería que posiblemente te provoque malestar de forma bastante regular, sumándose al dolor que irás experimentando las próximas semanas. –

- ¿Me está diciendo que este medicamento prolongará mi vida, pero a cambio perderé calidad de vida? –

- No necesariamente. Siento ser así de pesimista, pero al menos puedes remediar el malestar del Letomol con analgésicos convencionales. -

El doctor se levantó de su silla y se asomó por la ventana.

- Para una persona normal, ingerir tantos medicamentos sería fatal para la salud. La carga química a la que se sometería maltrataría mucho sus órganos y su vida sería empeorada a largo plazo. Asher, con todo el respeto, tú ya no tienes ese largo plazo. –

- No estoy muy seguro de esto, doctor. –

- ¿Qué importa? Seguirás necesitando muchos medicamentos para aliviar el dolor que irás sintiendo conforme la enfermedad avance. –

- Ya, pero. –

- El malestar y el dolor incrementará exponencialmente con el tiempo, llegará un punto en el que este será insoportable. -

Miré unos instantes el cielo a través de la ventana, la cual estaba a unos cuatro metros de mí.

* ¿Por qué iba a querer usar ese medicamento? Creo que prefiero vivir, aunque sean cincuenta días, pero disfrutando la vida. No me gusta la idea de vivir atado a unas pastillas. *

– Muchas gracias por su recomendación, pero creo que lo voy a dejar todo como está. –

- Pero. –

- Si me permite, creo que me voy a marchar. Mi madre estará preocupada por mí. –

Me dirigí hacia la puerta.

- Espera Asher. –

Volví la mirada de nuevo una última vez. No estaba interesado en continuar esta conversación. No podía encontrarle el sentido.

– También puedes quedarte aquí en el hospital y ayudar a estudiar tu extraña enfermedad. –

Abrí la puerta dispuesto a marcharme.

- Si nos dejases hacer eso. Quizás en el futuro haya gente que pueda salvarse de esta enfermedad. -

- Me lo pensaré en casa. Mañana le llamaré si hace falta. –

El doctor escribió algo en un papel y vino corriendo tras de mí antes de que saliera.

- Toma al menos la receta del Letomol. Puede que a ti no te apetezca hacer ese sacrificio, pero también piensa en tu familia y en tus amigos. Deja al menos la puerta abierta al medicamento por si más tarde te arrepientes. –

*Mi familia... *

- Muchas gracias por todo doctor. –

Cogí la receta médica que me había preparado y le dediqué al doctor una última falsa sonrisa.

El doctor me dio un abrazo y me pidió que me cuidara.

Tras eso salí del despacho y anduve por el hospital buscando a mi madre mientras trataba de contener las lágrimas.

* ¿Por qué ha tenido que pasarme esto? *

El camino de vuelta a casa fue silencioso, decidí ocultar un rato la verdad, al menos hasta que llegase a casa. Un último viaje en coche en paz sin condicionar el resto de mi vida a esa maldita enfermedad.

Le dije a mi madre que le explicaría los resultados más tarde. Ella lo entendió y ninguno de los dos dijo ni una sola palabra el resto del viaje. Por suerte para mí, estaba la música de la radio para llenar ese vacío.

Tras un rato al fin llegamos a casa.

Estaba todo más oscuro que esta mañana, el ocaso se acercaba y el cielo se tintaba de colores cálidos.

Reuní a mis padres y les expliqué lo ocurrido.

Les expliqué que tenía Meosnemia, una enfermedad terminal que no era contagiosa pero que tampoco tenía cura.

Tuve que decirles a mis propios padres que mis días estaban contados.

Sus rostros eran de puro terror. Aunque, desgraciadamente, no esperaba otra cosa.

Nunca en mi vida tuve que afrontar algo tan duro.

Era difícil tener que comunicarles que pronto iba a morir; que la suerte ya había sido echada y que el destino ya venía a por mí.

Pero eventualmente la deprimente reunión acabó.

Perdí la cuenta de las horas que habían pasado desde entonces.

No sabía si una, dos, ¿cuatro?

Quizás más; o quizás menos.

Simplemente, no me importó.

- ¿Qué más da la hora que sea? –

Me respondí a mí mismo, tumbado en mi cama.

Mi habitación estaba a oscuras y la puerta cerrada. Apenas la alumbraban las farolas sin ninguna clase de gusto. Me limitaba a descansar boca arriba y a reflexionar.

* Este es sin duda el peor día de mi vida. No puedo sacar de mi cabeza mi desgraciado futuro, y mucho menos puedo olvidarme de las caras de tristeza de mis padres... Esto no pinta nada bien. *

Aun podía escuchar a mi madre llorar desde su habitación.

Mi padre había fracasado en su intento de consolarla y había por simplemente dejar que se desahogara.

- Mamá lleva llorando toda la tarde. Esta casa se ha se ha vuelto muy deprimente... Y todo por mi culpa... –

Cerré los ojos y traté de descansar un poco la mente.

* Vaya desastre... *

Traté de meditar, quería dormir un poco. Así pensé que huiría por unos instantes de esa realidad que me perseguía.

Pero seguía escuchando el llanto de mi madre.

- No van a ser tiempos fáciles para ella. Ni para Papá o Leon. ¿Qué he hecho para merecerme esto? ¡Yo quería vivir! –

Apenas puede terminar la frase debido al nudo en la garganta que sentía.

Estaba frustrado y triste. Las emociones empezaron a tomar el control de mí y una lágrima se paseó por el lado de mi mejilla.

– Yo quería vivir una vida emocionante... Yo quería conocer nuevos lugares y vivir grandes aventuras. ¡Joder! A este mundo no le basta con ser extremadamente aburrido y sobrio. Ya lo decía esa frase: Hemos nacido demasiado tarde para explorar el mundo y demasiado pronto para explorar las estrellas. ¿No conforme con eso también tiene que quitarme el derecho a vivir? Siempre quise vivir una aventura como las de antes... Pero ahora, ¿qué más da? ¡Mierda! –

Golpeé el almohadón enrabiado. Más bien, frustrado.

- ¿Aún esperan que vuelva a clase? ¿Qué haga como si nada de esto existiese? ¿Qué pasase tres meses medicándome para alargar un poco más la agonía? –

El sonido de alguien llamando a mi puerta me interrumpió. Yo me sequé las lágrimas lo más rápido que pude.

- ¿Sí? –

La puerta se abrió.

- Hey, ¿puedo pasar un momento? –

La voz de Leon sonaba por la pequeña obertura de la puerta.

– P-pasa si quieres. –

Dije escondiendo un poco mi rabia y tristeza.

- ¿Cómo estás? –

Leon entró en mi habitación y con él un poco de luz del pasillo.

Esta vez vestía como de costumbre, con ropa oscura, una cadena colgando del pantalón y su preciada chupa de cuero. Sin duda, yo y mi hermano éramos dos personas de gustos completamente diferentes.

- ¿Físicamente? Estoy bien. ¿Anímicamente? Bueno, decepcionado. Si es que se puede describir así la vida. –

- Supongo que sí que se puede... -

- ... -

- Esto, en realidad, no estoy aquí para hablar de eso. –

- ¿Vas a algún lado? –

El tono de esta conversación no me animaba nada. Seguíamos afectados por la situación, aunque no quisiésemos. Se notaba que había algo en el ambiente que forzaba el ritmo y las palabras usadas en aquel momento.

- Eso mismo era de lo que quería hablarte. –

- Cuéntame, ¿dónde vas a ir? –

- Voy a salir con Hugo y el resto a pasar la noche en un pub cerca del centro. Ya sabes, con motivo del festival de otoño. Podrías venir con nosotros y pasar un buen rato. Te vendrá bien desconectar un rato. –

- No gracias. –

- También viene Elisa... -

- Estoy bien aquí. Hoy no me apetece salir. –

- Si te pasas todo el día encerrado no cambiarás nada. –

- No puedo cambiar nada. -

- Oye Asher, mira, nadie sabe aún lo de tu enfermedad, al menos podrás relacionarte con gente de forma normal. Además, hace mucho tiempo que no sales con nosotros, y somos tus amigos.

- Leon. –

- Escúchame, siempre te vas a pasear o a entrenar solo, pero que sepas que también hay gente fuera de tu casa que lamentará y llorará tu situación tanto como nosotros. Hay más gente ahí fuera que te aprecia. –

* Qué insistente. Ahora no estoy de humor para ir a ningún lado. *

- Puedes decirle a quien tú quieras que voy a morir pronto. No me importa que se corra la voz. –

- ¡No digas eso más! ¡Ni en broma! Una cosa es saber lo que te espera y otra cosa es querer que tú mismo me lo recuerdes cada vez que se me olvida. Yo también lo estoy pasando horriblemente mal. –

* En el fondo tiene razón, no lo niego. Pero mi cuerpo se niega a moverse. *

Era cierto que tenía mis amistades un poco descuidadas y que sin duda él también lo estaba pasando mal, ni siquiera le culpaba por querer evadirse un poco y querer pensar en otras cosas.

El problema era que mi egoísmo ni me dejaba verlo.

- Perdóname Leon, tienes razón, siendo tan negativo no os hago ningún favor. –

- Aun así, más o menos respeto cómo te sientes, por eso no voy a insistirte más. –

- Siento lo que está pasando, no os merecéis algo así. -

- No te culpes, hombre. Entonces, ¿no vas a venir? –

Leon me dio un par de palmadas de ánimo en la espalda.

- No. –

- No pasa nada. –

Leon se preparó para salir.

– Por cierto, también me ha preguntado papá si te apetece cenar algo. Le he dicho que ahora te consultaría. –

- No gracias. Dile, por favor, que estoy bien. No tengo hambre. –

Apoyé de nuevo la cabeza en el almohadón y miré hacia el techo.

- Deberías ir a decírselo tú mismo, pero está bien. Hoy se lo diré yo. –

Leon se fue y amagó con cerrar la puerta.

La volvió a abrir y habló sin ni siquiera mirarme.

– Asher, aun no estás muerto. Aun te queda más de un mes para dar guerra. Parece mentira que tenga que ser yo el que te diga a ti esto. –

Sin dejarme responder, Leon cerró la puerta y se fue.

– Supongo tienes razón. –

Murmuré. Pero no hice nada.

Pasé mucho rato dándole vueltas a la situación, a oscuras, en mi habitación.

A nivel racional, cualquier persona en mi situación saldría de la habitación, comería algo y se sentaría a pensar un plan: un plan que le permitiera darle la vuelta a la situación, llenarse de optimismo y buscar una forma de hacerlo todo de la mejor forma posible. El problema era que mi cerebro y mi corazón estaban en discordancia. No tenía forma de salir de esa espiral de ideas y emociones.

Para una persona que amaba vivir tanto como yo, todo esto había sido un golpe muy duro.

"Vas a morir pronto, Asher."

Las palabras de ese joven doctor aún resonaban en mi cabeza y servían para arrugar un poco más mi ánimo.

* Siempre quise vivir aventuras. Para mí, esta forma de acabar es todo un insulto a mi filosofía de vida. Este final era coger todos mis sueños, arrugarlos, y quemarlos junto a la felicidad de toda la gente a la que le importo. *

Pasó otro rato, volví a perder la cuenta de nuevo.

Treinta minutos, cuarenta, ¿cincuenta?

No lo sabía. No me importaba.

Creo que estaba medio dormido en ese momento.

De pronto, una suave melodía comenzó a sonar.

Una música suave sonaba en algún rincón de la habitación. Era muy familiar.

Al principio no fue más que un mero susurro, pero poco a poco iba cogiendo más volumen.

- Esa música. –

Salí de la cama corriendo y rebusqué entre un motón de ropa en una esquina de mi cuarto.

Justo en la dirección de la melodía.

Allí encontré mi teléfono que sonaba sin parar.

Leí lo que ponía de cuclillas.

Era una alarma programada para las "21: 30".

La apagué.

- Hmm. La chica de esta mañana. Me había olvidado por completo. –

Me levanté, encendí la luz y miré por toda mi habitación. Me quedé un rato pensando en qué hacer.

* ¿Qué hago? ¿Por qué debería ir? *

- ... -

Tras pasar unos segundos quieto en el sitio, me dirigí a mi armario y saqué de dentro una camiseta limpia, una sudadera negra y un pantalón vaquero.

Me cambié a toda velocidad.

- Realmente no le debo nada a esa chica. No siento ningunas ganas de ir, por mucho que fuese la forma de compensarla por lo ocurrido esta mañana. Ahora mismo tengo asuntos más importantes, como asumir una enfermedad terminal. ¿En serio voy a ir? –

Me cambié la camiseta y me puse encima la sudadera negra.

- Pero lo prometí... Bueno. Iré a la playa. Solo como muestra de educación. Y así de paso me da un poco el aire. –

Cuando acabé de vestirme me puse a buscar mis zapatillas por toda la habitación.

Las encontré y me senté en la cama para atarme los cordones.

Eran unas zapatillas de deporte rojas con algunos detalles negros. Mis zapatillas favoritas, las cuales siempre reservaba para las ocasiones especiales, como por ejemplo mi cumpleaños.

- Hoy también es un día especial, no siempre tienes la oportunidad de que se arruine tu vida de repente. -

Procuré ajustarme bien la ropa, me eché desodorante y perfume, y me hice de nuevo la coletilla del pelo.

Cogí de encima de la cama mi móvil, de la mesita de noche la cartera y metí ambas cosas en mis bolsillos. Ya estaba listo para salir.

Salí de mi habitación y apagué la luz. Mi casa estaba prácticamente toda a oscuras y tampoco se escuchaba a nadie hablar.

Solo fue cuando me acerqué a la escalera que pude ver que en el piso de abajo estaba la luz blanca de la cocina encendida. Se escuchaba el murmullo de la televisión.

Bajé las escaleras sin hacer mucho ruido y me acerqué hacia la sala iluminada. Desde fuera se podía escuchar con claridad la televisión.

* ¿Aún siguen hablando de lo mismo? *

"Hoy se cumplen quince días del posible atentado que golpeó la ciudad de Seúl el pasado sábado diez de septiembre. Por el momento ni las autoridades ni el gobierno local de la ciudad han querido pronunciarse sobre lo ocurrido con medios extranjeros. Incluso, algunos medios locales han comunicado por redes sociales de que esas imágenes muestran tan solo un accidente ocurrido aquella, sin víctimas mortales, y que por lo tanto no hay nada de lo que preocuparse. Todo esto en un intento, creemos, de calmar la expectación alrededor de lo ocurrido. La incertidumbre y el misterio aumentan. Sea como sea, les seguiremos informando de cualquier novedad al respecto."

* Ya no saben de qué hablar en la tele. Son capaces de pasarse dos semanas hablando de los mismo... *

Pese a mis dudas y mi falta de ganas de hablar de lo ocurrido, decidí asomarme a la cocina.

Allí estaba mi padre, con la mirada perdida comiendo un sándwich de jamón. Una cena bastante simple.

Al verme, mi padre apagó de golpe la televisión. No pudo evitar cambiar ligeramente el rostro de su cara y fingir una sonrisa. ¿O quizás mostraba preocupación y cansancio?

- A-Asher. ¿Cómo estás? ¿Quieres que te prepare algo de cenar, hijo mío? –

- No te preocupes, estoy bien. Ahora mismo iba a salir a dar una vuelta por la playa. –

Respondí sonriente para evitar que se preocupase.

- ¿Cómo estás tú? –

- Bien, bien. Ya sabes. Supongo que igual que tú, tratando de digerir las noticias. Hehe, pensando en qué demonios hacer. –

Su rostro cambió y volvió a mostrar tristeza.

- No te preocupes. Seguro que esto se pasa, ya encontraremos una solución. –

- Em. Sí, claro. Los Percedal no nos rendimos así como así. –

- ... -

- ... -

- ¿Y mamá? Antes la escuchaba llorar. –

- ¿Tu madre? estaba muy afectada. Creo que la noticia le ha sentado fatal. Bueno, en realidad, a todos, pero ya sabes, no es fácil para una madre tener que pasar por esto, pero ya encontraremos la manera de hacerlo. Juntos. Ahora se ha ido a dormir un poco. Será mejor que descanse un poco o si no se pondrá enferma. –

- Hmm. –

- Bueno, no te preocupes. ¿No ibas a salir? Será mejor que hagas marcha o, si no, no llegarás a tiempo. –

- ¿Estaréis bien? Si me necesitas para algo, no dudes en llamarme. –

- Em, sí, sí. Tú ten cuidado y procura prestar atención a los coches. –

Sonrió de nuevo mi padre.

Yo asentí y entré a darle un abrazo, él me achuchó con fuerza mientras trataba de contener las lágrimas. Yo también me esforcé en contenerlas.

Luego me dispuse a salir.

– Tú tampoco te vayas a dormir muy tarde. –

- Claro. –

Me dirigí a la puerta de mi casa, la abrí y salí a la calle.

Las terrazas de la plaza de la fuente estaban repletas de gente. Locales y turistas que disfrutaban del ambiente y de la aún joven noche.

Apenas dediqué tiempo a observarlos, no tenía tiempo que perder.

Me puse la capucha, procurando no deshacer mi coletilla, y me fui.

Anduve un rato por las estrechas calles del casco antiguo de la ciudad sin prestar mucha atención a mi entorno.

Las calles de alrededor a la plaza estaban completamente vacías.

De golpe, la noche se volvió tranquila y silenciosa. Al fin podía desconectar un rato.

* Parece que todo el mundo está fuera celebrando. La mayoría de gente de la zona debe estar en la plaza de la fuente. Me alegro de que ellos sí que tengan algo que celebrar. *

Seguí caminando. El aire fresco de la noche refrigeraba mis ideas y refrescaba mi piel. Tras unos minutos, llegué a una intersección de calles.

Miré hacia la derecha.

Estaba todo desértico.

Luego miré al otro lado y seguí andando.

Caminé entre las farolas, los muros y los coches aparcados con dos ruedas encima de la acera.

* No hay ni un alma. *

- ¿Huh? -

Hasta que la hubo.

- Qué mal rollo... –

Reduje mi marcha en una de las calles más estrechas de la zona, era prácticamente un callejón.

Tragué saliva al sentirme amenazado por la figura que se encontraba ante mí. Quieta, fija, deforme, desagradable.

Un sujeto realmente terrorífico.

Piel blanca y maltratada, ropa oscura y una deforme joroba que asomaba tanto por arriba como por el lado de su cuerpo. Su mandíbula parecía estar desencajada, sus ojos eran los de un loco y, al verme bajo la luz de las farolas, dejó salir una siniestra sonrisa cuando me vio.

Me bloqueé unos segundos frente a esos dientes amarillos por el sarro.

Me miraba fijamente mientras se rascaba su maltratado cabello, y acto seguido todo su cuerpo. Cualquiera pensaría que tenía piojos o pulgas.

* No pasa nada. No me conoce. Tampoco llevo dinero... *

Yo seguí andando hacia ese sujeto.

* Además, no tengo mucho más que perder. *

Aun así, estaba tenso.

Pese a no poder huir de la muerte, el miedo se negaba a desaparecer de mí, y ese hombre me daba muchísimo miedo. Sentía que su mirada pesaba sobre mis hombros.

Sus dedos eran largos y con sus dientes hacía un extraño sonido, como si estos rechinasen por el frío. Su siniestra figura se escondía no huía de la luz. Le agradaba que la gente le viese y que le regalase cada uno su forma única de expresar el terror.

Aquel ser parecía disfrutar viendo cómo su presencia me incomodaba.

Su mirada seguía clavada en mí conforme yo me iba acercando.

Solamente me miraba fijamente mientras hacía ese extraño sonido con los dientes de su forzaba la sonrisa.

Tenía que andar en la dirección de ese ser sí o sí para llegar a mi destino. La otra y única opción era desviarme por callejones y perder diez minutos en el acto.

Aceleré el paso.

*Cuanto antes lo pase, antes dejaré de verlo. Es una ciudad segura, y estamos en pleno festival del otoño, la seguridad es alta... *

La extraña figura no movió ni un músculo más mientras me acercaba a su costado. Debido a la reducida amplitud de las calles del casco antiguo, si quería pasar, debía andar a escasos centímetros de aquel hombre.

No pude fijarme bien, pero creo que vi cómo caía su baba al suelo sin él siquiera percatarse.

Cuando pasé por su lado lo escuché susurrar algo.

- ¿Tú? No. Sí. No. Tú. Hihihi. ¿Tú? No. Sí. Sí. No. Hihihi. –

Preferí no hacerle caso y seguir por mi camino.

Un escalofrío recorrió mi espalda, creí que me estaba mirando, pero no quise girarme para comprobarlo.

Afortunadamente no me pasó nada más antes de llegar al paseo. Pude seguir y salir ileso de allí.

Todo siguió con normalidad hasta la playa.

Miré mi móvil y marcaban las "22:03" por lo que había conseguido presentarme de forma relativamente puntual.

No vi rastro de la chica.

Me senté a esperar en un banco justo al lado del cartel más grande del paseo, el cual siempre había sido el punto de reunión por excelencia de todo el mundo en este lugar.

Esperé sentado, mientras miraba a la gente pasar. Al fondo se podía ver el mar, negro como la noche. Sólo la luna se atrevía a posarse sobre sus aguas.

Dediqué unos segundos a apreciarlo mientras la suave brisa de la costa me refrescaba la cara. Un pensamiento se paseó por mi cabeza: "Ahora que el otoño iba poco a poco haciendo más acto de presencia, no me quedaban muchos días de buen clima".

* Tengo que disfrutar esta temperatura y esta brisa tan suave. Puede que no vuelva a hacer este calor hasta la primavera que viene. Osea, nunca... *

Sentí nostalgia del verano, del cual ya me había despedido, sin saberlo, para siempre.

Simple.

Pero todo eso ocurría en un segundo plano, lo verdaderamente importante ocurría frente a mí, en el mundo real. Las luces de las farolas y de los comercios iluminaban de distintos colores el suelo del paseo marítimo.

Mi cabeza no era un lugar tranquilo, así que, para mí, era mejor distraerme con lo que ocurría frente a mí.

La gente se reunía en los restaurantes o al aire libre. Todos disfrutando de sus compañías, de una refrescante tarrina de helado o simplemente, gozaban con el paisaje y del frescor de la noche.

Pronto sucumbí y me vi obligado a sonreír. Supongo que yo también fui hechizado por el ambiente despreocupado del lugar.