Después de un par de segundos de la desaparición de la dama, el hombre gordo y de espesa barba se presentó en la habitación.
--Olvidó ponerte el vendaje, por lo que me pidió a mí que lo hiciera --Trató de sonar confiable, pero parecía que en esa expresión ocultaba más de lo que podía decir--. Esa chiquilla estaba obsesionada por salvarte --Se acercó, sentándose donde anteriormente se había sentado su hija--, gastó gran parte de sus ahorros en elixires y ungüentos de esos herbolarios, trató tus heridas cada día, limpió tu cuerpo, bajó tu fiebre por las noches, sostuvo tu mano cuando gemías de dolor --Su mirada se tornó seria--. Así que por favor, si puedes entenderme, vete cuanto antes, ella no va a ser el consuelo de un soldado herido.
Se le dificultaba entender las expresiones humanas, aun cuando él lo era, ya que en su vida las había observado, pero por el tono, comprendía que poseían un mensaje profundo. El hombre suspiró al no encontrar reacción en su rostro más que la absoluta confusión, admitiendo que, o era muy buen mentiroso, o en verdad no sabía su idioma. Comenzó a colocarle el vendaje, teniendo que levantar en ocasiones su cuerpo, cosa que provocó una extraña sensación en el joven. Su estómago rugió, pero no le hizo mucho caso, había pasado por muchas situaciones donde le era imposible comer durante días por falta de insumos, obteniendo una alta resistencia mental hacia el hambre, de hecho en el laberinto fue bastante común que muriera por inanición.
El padre de la dama lo miró, sonriendo de manera apenada, si no fuera porque había escuchado el claro rugido de estómago, hubiera olvidado que el individuo acostado también era una persona y, como tal necesitaba comer.
--Debes estar hambriento --Sonrió de manera amable--, ven, vamos, acompáñame al comedor. --Estiró su mano.
El joven miró la extremidad del hombre gordo, no entendiendo lo que debía de hacer.
--Ven --Acercó aún más su mano, tomándole del brazo y, con cuidado hizo por levantarlo--, vamos.
Al entender la acción, él también hizo por levantarse, colocándose de pie al final. Ambos comenzaron a caminar, saliendo de la pequeña habitación y entrando a un estrecho y corto pasillo, doblaron a la izquierda, llegando inmediatamente a una pequeña sala, decorada con muebles sencillos de madera y, una mesa del mismo material con cinco sillas en el contorno.
--Eres bastante alto, debo admitirlo. --Dijo, observando hacia arriba, donde se encontraba el rostro del joven.
La diferencia era de una cabeza, en términos fáciles, el joven media cerca del 1.87 metros y, el hombre gordo 1.73, una diferencia clara.
--¿Dónde estoy? --Preguntó con curiosidad, había visto muebles similares en su estadía en el laberinto, con la diferencia del material y la dimensiones de los mismos.
--Siéntate donde gustes. --Malinterpretó el hombre.
Se quedó de pie, estático, observando sus alrededores, respiró hondo, escuchando tenuemente una presencia en las cercanías, que por supuesto no era el hombre gordo, le hizo una señal para que estuviera alerta, una que por supuesto no entendió, con pasos felinos comenzó a caminar. El padre de la dama tuvo un mal presentimiento con su actitud, por lo que inmediatamente lo siguió. Justo en el momento en que se disponía a abrir la puerta de madera, una mano rápida sujetó su hombro, había estado tan concentrado en la nueva presencia que se olvidó por completo de lo demás, algo que nunca le había sucedido en el laberinto, o al menos no lo recordaba. Volteó de inmediato, tratando de responder de manera hostil, sin embargo, el movimiento exagerado le provocó un fuerte dolor abdominal, siendo interrumpido antes de siquiera comenzar. Quién había sujetado su hombro no había sido otro que el padre de la dama.
--No puedes salir. --Dijo con un tono y rostro serio.
Le miró, por alguna razón había comprendido sus palabras, o al menos el significado, no teniendo más remedio que asentir y volver al comedor. El hombre suspiró aliviado.
A los pocos segundos una dama de cabello largo, lacio y de ojos rasgados apareció en la pequeña sala, el joven la miró, inspeccionando su cuerpo sin ninguna doble intención, solo quería cerciorarse que no tenía un arma que pudiera ocupar en su contra, talvez era porque se parecía a aquella sonriente chica que lo había tratado con gentileza la razón por la que no actuó con hostilidad, sin embargo, la interpretación de la dama fue algo distinta, ya que, la gélida mirada, acompañada de esa imponente figura, provocaba en ella una sensación de asfixia. Sus manos temblaron, junto con los cuencos de madera que sostenía en sus manos.
--¡Detente! --Gritó el hombre al darse cuenta de la situación, podía parecer extraño, pero hasta él sintió un ligero miedo al observar su mirada.
El joven recuperó la compostura, pero no bajó la guardia, por fin había salido de ese infernal lugar y, no tenía pensado volver y, menos por una tontería de ser asesinado por bajar la guardia.
--¡¿Pero qué haces?! --Dijo con un tono enojado, mirando con seriedad al joven--. Mi vida, perdóname, enseguida te ayudo --Rápidamente se acercó a la dama, ayudándole con los cuencos--. Ven --Apuntó con su mano a la silla--, siéntate y come, no quiero que Nina se enoje conmigo porque no te alimenté.
--Huele bien ¿Qué es ese líquido? --Preguntó, acercándose, pero no sentándose.
--Come, no seas tímido.
--Iré a despertar a los niños y, a por mi plato. --Dijo la dama, retirándose con calma del comedor.
Su estómago volvió a rugir, sintiéndose atraído por ese magnífico olor. Al no poder soportar más la tentación, acercó su mano al cuenco, tocando con sus dedos el líquido, pero para su sorpresa, el contenido dentro del recipiente estaba caliente, por lo que rápidamente quitó su dedo, observando con curiosidad el interior del cuenco. El hombre se extrañó una vez más por su anormal comportamiento, pero al pensar que talvez se trataba de una tradición del lugar de donde provenía, la sensación de extrañeza se evaporó como agua en el desierto. Tomó la cuchara de madera al lado del cuenco y comenzó a comer, pero antes de cada sorbo, sopló el contenido, evitando así quemarse la boca. Por otro lado, el joven continuaba viendo el caliente caldo y, al ver qué el hombre gordo comenzaba a disfrutar del mismo, las ganas de probar incrementaron. Levantó el cuenco y se lo llevó a la boca.
--Espera --Dejó de comer al ver la acción del joven--, estás loco, te vas a quemar.
Sintió su lengua arder, al igual que su garganta, pero la linda satisfacción del gran sabor le hizo olvidar por completo la acalorada sensación.
--Quiero más. --Extendió el recipiente.
El hombre lo observó, no sabía cómo actuar, ya habían sido muchas las cosas anormales que había hecho, al principio sentía que era por la desconfianza, después creyó que actuaba así por la cultura en la que había crecido, pero ahora estaba claro que, el joven había perdido por completo la cordura.