Los días continuaron pasando y, entre enseñanzas nocturnas con la dama Nina aprendió algunas palabras simples, como: comida, cama, mesa, silla, entre otras. También conoció al resto de la familia Wuar, junto con sus nombres. El hombre gordo y padre de Nina se llamaba: Katzian Wuar, la madre y señora de la casa: Elisa Wuar y, a sus dos hermanos pequeños, al travieso Bastian y, la inteligente Viviana.
Un día, bajó la oscuridad de la noche y el abandono de las estrellas, Nina invitó al joven a un paseo nocturno, saliendo de la casa por la puerta de atrás y disfrutando del fresco de la madrugada. Fuera del pequeño hogar observó la pequeña plantación de vegetales extraños para él, así como de un pequeño almacén de heno y comida para las pocas gallinas que poseían. Caminaron un poco más, acercándose a un gran árbol de copa ancha, sembrado en la cima de una colina.
--Sabes, eres la primera persona que traigo a este lugar después él --Masajeó la corteza del tronco con amor--, sé que no me entiendes --Sonrió falsamente-- y, es una lástima, porque por alguna razón, contigo puedo hablar libremente.
Escuchó, pero no respondió, pues no tenía idea de lo que la dama le estaba diciendo.
--... Soy una viuda joven --Sonrió con melancolía--, en un lugar lleno de costumbres estúpidas, donde me está prohibido entablar una conversación con un hombre a solas, por temor a que lo embruje entre mis faldas --Suspiró, mirando al horizonte--... aquí soy tan solo una mujer maldita.
La luna fue liberada por un solo instante de las celosas nubes, pero ahí, con el brillo lunar en la cara, el joven observó la pieza más bella de arte hecha realidad, una Diosa divina enviada de los cielos y, aunque aún poseía la incógnita sobre el origen de las personas parecidas a él, podía decir con total certeza que la dama Nina era la mujer más hermosa del mundo.
--Agachate. --Lo llevó al suelo, recostándose en la fría tierra.
--¿Qué pasa? --Preguntó luego de un ahogado gemido de dolor, por supuesto, la dama no entendió su pregunta.
--Silencio.
Con su mirada apuntó al frente, exactamente a un sendero de tierra debajo de la pequeña colina, ahí, entre palabras mal sonantes y risas, un grupo de tres soldados transitaban, vestidos con indumentarias militares ligeras, una espada envainada y un escudo de madera a sus espaldas. Uno de ellos volteó al gran árbol, por el rabillo del ojo había creído haber visto algo, sin embargo, después de unos segundos y de que sus compañeros le hablarán, perdió por completo el interés, volviendo a la charla.
--Gracias a E'la --Suspiró aliviada, luego volteó para observar al joven--. Es mejor que volvamos, muy pocas veces los soldados vienen hasta aquí, pero cuando lo hacen, repiten un par de veces el recorrido.
Sin entender nada siguió a la dama, quién hábilmente se escabulló entre las sombras y, al poco de unos minutos llegaron a salvo a la pequeña vivienda.
--Fue divertido. --Dijo ella, despidiéndose.
Asintió, quedándose de pie en el umbral de la puerta, lentamente la cerró, quedándose afuera. Después de una pequeña discusión entre Nina y su padre, se llegó a la conclusión de que el joven no podría seguir durmiendo en su habitación y, aquello fue una noticia bien recibida para el nuevo inquilino, pues odiaba el pequeño lugar, pero no por cuestiones egocéntricas, o por ser malagradecido, sino porque aborrecía los espacios pequeños en general. Así que, después de pensar por un tiempo, el padre de Nina le preparó una cama provisional hecha de paja y heno en el pequeño almacén, que por supuesto era más grande que la habitación de la dama.
--Que lugar tan pacífico. --Dijo, admirando el cielo oscuro.
Entró al pequeño almacén, se sentó en la cama, sintiendo aun dolor en su abdomen, se recostó y, al paso de los minutos, cayó dormido.
∆∆∆
Pasaron tres meses, poco a poco se fue acostumbrando a su nueva vida, aprendiendo nuevas palabras y, hasta logrando decir un par de oraciones, aunque todavía sus entonaciones y pronunciación estaban lejos de la perfección, si se podía comparar con algo, sería con la forma de hablar de un niño pequeño. Sus costumbres salvajes al momento de la comida fueron las más difíciles de erradicar, ya que estaban arraigadas a su naturaleza como las raíces de un árbol a la tierra.
--De día ¿Por qué salir, yo no? --Preguntó en el nuevo idioma.
Katzian volteó el cuello para observarlo.
--Para responder esa pregunta, primero debo contarte una historia --Se le quedó mirando, esperando que comprendiera sus palabras, al verlo asentir, continuó--. Hace quinientos años, está aldea era la capital de una gran civilización, avanzada y pacífica. El territorio de sus tierras no era muy extenso, pero gracias a su gran conocimiento, crearon un lugar maravilloso para el cultivo, la caza, el estudio de cualquier cosa de interés general, todo lo que puedas imaginarte y, fue esa bendición, la perdición de esa civilización --Volvió a detenerse, explicándole donde no había entendido--. El reino de Jitbar no tardó en expresar sus sentimientos avariciosos, pensando que obteniendo todo lo que crecía en estas maravillosas tierras, su reino florecería, alzándose a la cima en el escalafón de poder y, con el pretexto de que estás tierras fueron descubiertas por sus ancestros cientos de años antes, dieron inicio a la guerra "Oscura", una que duró bastante tiempo, destruyendo todo lo que quisieron conseguir y, exterminando a casi toda la población --Guardó silencio--. Salieron victoriosos y, como botín de guerra los esclavizaron, forzándolos a trabajar para ellos. Eran una raza orgullosa, por lo que no aceptaron, muchos de ellos prefirieron morir, a estar bajo el yugo de aquellos que habían asesinado a sus seres queridos, quedando solo los niños y ancianos y, unos pocos sobrevivientes. La civilización entera hubiera perecido, si no hubiera sido por el edicto real de uno de los reyes que sucedieron al trono en los años posteriores, añadiendo está tierra a su reino como una vahir (ciudad pequeña), que al transcurso de los años se convirtió en una aldea de campesinos --Respiró profundo, levantando la manga de su brazo derecho y dejando a la vista una pequeña quemadura en el centro, justo debajo del hombro--. Los hombres somos marcados, siendo obligados a cumplir un servicio de trabajo forzoso durante diez años en la capital del reino después de llegar a la edad del cambio. Así que, para responder a tu pregunta del porqué no puedes salir, sería porque inmediatamente seríamos asesinados por desobedecer las leyes reales, las cuales indican que no podemos entrenar en combate a nuestros hijos, o dar cobijo a un combatiente ajeno al reino. Esa ha sido la regla durante décadas, por miedo a que haya otro levantamiento como el de hace ochenta años, donde casi logramos nuestra independencia.
--Historia triste, pero no entender, porque no pelear aún.
--Es porque aunque lo queramos, no ganaríamos nada, ya lo hemos perdido todo --Abrió ligeramente su camisa, dejando observar una gran cicatriz profunda arriba de su pectoral izquierdo--. Yo fui uno de los niños bendecidos por la Diosa E'la, pero por miedo o para dar un ejemplo, me arrebataron aquello que me diferencia de ti y, de los otros humanos, el único vínculo que los Kat'o tienen con su antigua sangre: el cuerno de Kar.
--Yo entender, darse por vencidos, aunque si yo fuera, masacraría a todos hasta tener libertad.
Katzian sonrió, no tanto por sus extrañas oraciones, sino por sus idealistas declaraciones, pero al notar su seria mirada, comprendió que el joven sin nombre no estaba jugando.
--Yo pelear por ti, pelear por señora, por niña y niño y, pelear por dama Nina. No importar morir, si lograr obtener libertad.
Aunque sus palabras provenían de su corazón, su última oración no era completamente cierta, solo la había dicho por la seducción del momento, pues no deseaba morir si iba a sufrir nuevamente en el laberinto.
--Jajaja --Comenzó a reír--, agradezco tu intención, pero solo te estarías condenando a una muerte segura, a ti y a nosotros, así que, mejor olvida tus estúpidas ideas y recupérate, será la única forma en como podrás proteger está familia. --Se levantó de la silla, retirándose de la habitación.