A la mañana siguiente nuestra protagonista se levantó excepcionalmente temprano, aún no asomaba el sol y las estrellas todavía brillaban sobre el firmamento. Ideealaria, a pesar de no estar acostumbrada a despertarse a esta hora, trató con todas sus fuerzas levantarse del lugar en el que dormía, el cual, en ese momento, le parecía lo más cómodo y calentito del mundo. Incluso, batallando contra el sueño y la comodidad, podía escuchar a la cama decir que no se levantara y siguiera durmiendo.
Como un zombi, y por primera vez por su cuenta, se dirigió al lugar donde tenía guardada su ropa. Estuvo una, dos, tres horas y quizá poco más que eso intentando ponerse la ropa.
Vestirse sin ayuda para un niño que está recién aprendiendo del mundo es difícil y complicado, pero para ella era el doble o el triple de dificultoso, pues, a pesar de su edad y recuerdos, era la primera vez que se colocaba las capas de ropa que los aristócratas tenían.
Las mangas largas, los lazos, el corsé, todo le pareció extremadamente complejo. Tanto así, que se confundió de lugar y casi queda atrapada colocando la cabeza en donde deberían de ir los brazos y llevaba el corsé por encima de la ropa.
Una vez terminó de vestirse y estuvo completamente satisfecha con su trabajo, decidió que también intentaría peinarse por su cuenta, pero al mirar por la enorme ventana y ver que el sol ya se estaba asomando, pensó: "¿Cuánto tiempo he tardado en esto?". Miró el reloj que se encontraba en la pared, faltaban tan solo dos horas para que comenzaran las clases. Para cualquiera eso estaría bien, pero para Ideealaria eso sería impensable. Entre tener un peinado decente, comer, y luego transportarse, demorarían como mínimo una hora, incluso con ayuda de sus asistentes.
Tomando el tiempo que se tardó en vestirse, cuando a sus sirvientas le tomaba unos pocos minutos ¿Cuánto más se tardará en peinar el cabello tan ondulado que tenía? Sin más opción, tomó la campana con la que acostumbraba llamar a las mucamas e hizo un movimiento ligero con la mano, haciéndola sonar. Dos mujeres bastantes profesionales y una niña aparecieron de inmediato.
Sin preguntar o mostrar expresión alguna, se acercaron rápidamente y terminaron de arreglar a su señora. Ideealaria pensaba que no era necesario, pero luego se dio cuenta que sí. El chaleco que llevaba en la espalda estaba doblado. Su faja, mal estirada y apretada, incluso parecía que tuviera unos cuantos kilos de más por los rollitos que se asomaban en su figura. Los moños de las cintas estaban mal puestos y las calcetas, que fueron lo primero que se puso, estaban colocadas erróneamente por estar media dormida. Ideealaria estaba agradecida de haber llamado a las profesionales, ya que, si hubiera salido así, pasaría una gran vergüenza.
Una vez peinada, Ideealaria decidió que necesitaba aprender esto, pero sabía que no podría hacerlo sola.
—Está bien. ¿Cómo puedo ser tan inútil por mi cuenta? A pesar de que tengo memorias de mi pasada, me son por poco inútiles. Solo tengo recuerdo de los juegos, mangas y animes que solía ver, pero de mi vida común hay muy poco. —Suspiró en sus adentros—. Tampoco creo que pueda aprender rápido yo sola, tomando en cuenta las horas que me tomó y aún así quedé mal arreglada, me sería imposible. Además, tomará gran parte de mi tiempo de estudio y necesito obtener buenas notas. Tengo que averiguar dónde es un buen lugar para vivir y cómo llegar, debo aprender a defenderme con magia y quiero experimentar con esta, también debo informarme sobre en dónde vender mis joyas y conseguir alguien que me enseñe el cocinar y a limpiar. —Enumeró en su mente todas las cosas que la preocupaban—. No quiero vivir en la inmundicia. ¿Qué haré?
Entonces miró a sus sirvientas y se fijó en la recién llegada. Era prácticamente una niña, tendría unos 12 años, contextura delgada, con el cabello castaño atado en 2 trenzas y pecas en la cara. Se veía bastante simple e ingenua. Su trabajo constaba en ser una ayudante de mucama. Doblaba la ropa para ahorrar tiempo a las otras sirvientas y pasaba los utensilios que comúnmente utiliza su señora a la mucama mayor, aprendiendo así la profesión.