Josué se sorprendió al verme.
-Señorita Arias, ¿Qué está haciendo aquí? -pregunto con amabilidad.
- ¿Dónde está Álvaro? -pregunte.
-Se fue con el señor Quintana. -respondió mientras sacaba las llaves de su maletín.
Abrí la boca sin poder creer lo que había dicho.
-Bien, entonces me voy.
Conduje a toda velocidad de vuelta a casa y al llegar toqué el timbre; de inmediato, la señora Hernández me abrió la puerta y dijo:
- ¡Ha vuelto! -me hizo un gesto para que pasara.
Al entrar, vi al hombre con el que quería hablar, estaba sentado leyendo el periódico. La señora Hernández se puso las pantuflas de casa y volvió a lo que estaba haciendo; por mi parte, me senté junto a Álvaro y esperé a que terminara de leer. Después de un rato termino y le pase un vaso con zumo de frutas que había hecho la señora Hernández.
-Álvaro, ¿ahora si podemos hablar? -pregunte.
Miro el zumo de frutas, pero no lo cogió, en cambio dijo:
-Señorita Arias, ¿en qué posición cree que esta que piensa que puede hablar conmigo?
Lo veía tan tranquilo que no sabía que estaba pasando por su cabeza; después de unos segundos me anime a decir:
-Álvaro, antes de que solicites el divorcio sigo siendo la señora Ayala.
- ¡Ja! -se burló -así que todavía eres consciente de que sigues siendo la señora Ayala.
Sabía que seguía enfadado por el escándalo, así que fingí voz de ternura y dije:
-Jamás ha pasado nada entre Nicolas y yo, los periodistas simplemente inventaron esas historias, me conoces bien y sabes que no sería capaz.
- ¿Entonces de que se trata? -dijo al tiempo que se ponía de pie -Samara, ¿crees que tienes el derecho de hacer lo que te dé la gana solo porque estas embarazada?
Sus comentarios eran realmente molestos, aunque Nicolas y yo éramos inocentes de toda culpa, se estaba comportando de esta manera porque estaba furioso conmigo, me sentí atacada, así que también levanté la voz.
- ¿Qué yo hago lo que me da la gana? ¿y que hay de ti y Rebeca? ¿ya has olvidado lo que habéis hecho para hacerme daño? -como no contesto, agregue -Si ella no hubiera sufrido un aborto yo ni siquiera estaría aquí, ella seria tu mujer y no yo. -Álvaro me miraba con rabia, pero después de unas cuantas peleas con él, ya le había perdido el miedo; antes de que pudiera decir algo más, empecé a llorar. - ¿Por qué me miras así? ¿no es la verdad? Ahora soy tu mujer, pero ¿por eso merezco que me trates así? ¿Solo porque te quiero? ¿debería seguir esperándote en esta casa vacía?
Mientras yo no podía parar de sollozar, él se acercó a mí.
- ¿Estas enfadada? -dijo al tiempo que extendía la mano para secarme las lágrimas, pero me aparte.
- ¿Por qué no puedo sentirme así? Álvaro, alguien planeo ese rumor con antelación, lo sabias bien pero aun así cambiaste la contraseña de casa y me bloqueaste. -estaba observando su expresión con mucho cuidado y una vez que su cara se suavizo, agregue: - ¿Con esto me estas echando de la familia Ayala? ¿Por qué según tú, he sido infiel? Me imagino que no te importara que me case con otro y que tu hijo crezca llamando padre a otro hombre, ¿verdad?
Ahora su expresión era sombría.
-No te atrevas.
Me mordí el labio e insistí.
- ¡Tu no me estas dejando otra opción! Pero esta bien, siempre y cuando no te arrepientas de lo que tu mismo has decidido. -dicho esto, me giré y me fui a la salida de casa, había hecho todo lo que estaba en mi alcance y aun así se negaba a ceder y yo no iba a obligarlo. De repente, me cogió de la muñeca y dijo:
- ¿No deberías cenar antes de irte? -ya no sonaba enfadado.
Poco después la señora Hernández también agrego:
-La cena ya está lista.
Álvaro me llevo con el hasta el comedor y acomodo mis cubiertos, después, también empezó a comer. Los Ayala tenían la costumbre de nunca hablar mientras comían; en eso, la señora Hernández me sirvió la sopa.
-Ya estás de tres meses, ¿verdad? ¿Has ido a hacer algún chequeo? No deberías estresarte tanto, le doy este consejo por su propio bien. Créame, he pasado por esto.
Asentí y di un sorbo mientras la escuchaba con atención; luego me giré hacia Álvaro y me di cuenta de que estaba disfrutando de su comida en silencio y con mucha calma. Después de cenar, la señora Hernández pregunto con preocupación:
-Sami, ¿has tenido calambres en las piernas?