Adam miró sorprendido el mercado de los pisos medios; la última vez que el niño vino a comprarse la túnica blanca había venido en el horario pico, ahora era muy temprano y el mercado tenía otro aspecto.
Por todos lados podían verse personas con túnicas negras moviendo cajas de un lugar a otro; este era un horario para los trabajadores del mercado más que para los clientes que venían a comprar. Pero por suerte para Adam las tiendas seguían abiertas al público, aunque era algo molesto ser atendido mientras depositaban la nueva mercadería.
En cuanto a la apariencia del mercado: como todo en los pisos medios, lo que más predominaba era la madera. Los pasillos de madera no tenían puertas en las paredes para entrar a las tiendas, sino que había pinturas en su lugar y cada pintura era una tienda. Si uno sumergía la mano en la pintura: podía meterse a la tienda representada en la pintura en cuestión.
Por lo cual, el famoso mercado de los pisos medios era un gran complejo de pasillos de madera llenos de pinturas. Para Adam era muy pintoresco ver como los trabajadores se sumergían constantemente en las pinturas, la parte más interesante era ver cómo los trabajadores eran succionados por las mismas; parecían que los trabajadores chocaban contra las pinturas con sus cajas y desaparecían en el aire por arte de magia.
Las tiendas más habituales de este mercado eran las tiendas de libros, para cada género literario había una tienda de libros específica dedicada a comerciar ese tipo de libros. Pero también había tiendas de curiosidades, comestibles, juguetes y muebles.
Las segundas tiendas más usuales de ver en el mercado eran las de ropa: como había dicho la vieja estantería: los bibliotecarios se preocupaban más por su atuendo que por las caras de los demás; aunque todos vestían las mismas túnicas.
En el mercado había varias tiendas dedicadas a vender túnicas y una sola tienda dedicada exclusivamente a modificar las túnicas. Luego había una única tienda dedicada a hacer anteojos y varias tiendas para hacer zapatos.
También había tiendas de atuendos no tan tradicionales entre los bibliotecarios modernos como las tiendas dedicadas a hacer sombreros y bastones, incluso había tiendas que únicamente hacían aretes y anillos. Aunque estas tiendas no eran tan frecuentadas y Adam no entendía cómo eran que lograban seguir funcionando sin clientes.
Adam se dirigía a una tienda de zapatos para encontrarse con un zapatero que lo ayude a encontrar unos zapatos de alta calidad, es decir, unos zapatos que estén a la altura de un estudiante del piso medio y no generen sospechas. Tras pasar por varias pinturas coloridas que se movían con la gente trabajando dentro, Adam pudo encontrar la tienda que buscaba.
Colocando la mano en la pintura, Adam sintió cosquillas y se metió dentro de la pintura.
Adam apareció dentro de la tienda y escuchó el ruido de una campanita que funcionaba como timbre: indicando la llegada de un nuevo cliente a la tienda de zapatos.
La tienda parecía estar vacía, por lo que Adam se adentró para ver si veía a alguien más adentro. Las paredes del interior de la tienda estaban rodeadas por cajas de zapatos y había un cómodo sillón con un banquillo para pies en el medio de la tienda.
Finalmente, alguien se acercó para atenderlo. Era una mujer algo gorda, pero con cara amigable, no parecía muy vieja, pero definitivamente no era joven, vestía túnicas negras y llevaba un par de gafas muy bonitas en el rostro.
—Parece que estás en una emergencia para venir a esta hora, jovencito— Dijo la señora con una voz bastante relajante— Bienvenido a la zapatería Doña Camila, yo soy Camila, su zapatera de confianza. ¿Cómo puedo servirlo, jovencito?
—Mi papá me dijo que necesito un par de zapatos nuevos— contestó Adam algo nervioso—Estos se me rompieron mientras jugaba.
—Tu papá… Ya veo…— Dijo Camila algo aturdida, pero con una sonrisa— Qué tal si te pones cómodo en el sillón y te mido los pies. Solo durará unos minutos de seguro llegas bien a la escuela.