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Chapter 9 - Tras las nubes

Mis cosas estaban empacadas. Sin embargo, me encontraba delante de un clóset cerrado. Saqué la llave, para abrirlo, dentro inundaban los trofeos y medallas de oro. Cerré los ojos, inhalando profundamente. Puede que no sea buena idea llevarlo conmigo. Por último, me agaché a mirar dentro de los cajones, también sellados. En el primero estaban mis álbumes escolares, las fotografías con mis amigos, entre otros recuerdos. En el segundo todas las cosas de Julen, desde sus regalos, y las millones de imágenes junto a él, era el cajón más lleno. Y en el de más abajo, las pocas memorias de Leo, desde rosas disecadas, hasta su carta. Cerré abruptamente todo. Mis manos temblaban, no podía contra ese pasado.

—¿Ya tienes todo?— Kenny me sorprendió en el suelo, observando el clóset. —¿Elián?— Se acercó. —¿Qué hay ahí?—

—Mi pasado...— Suspiré. —Nunca sé cómo sentirme al abrir este clóset, suelo amargarme mucho— Me levanté. —Por eso lo dejaré aquí— Tomé mis tres maletas.

—¿Te ayudo?—

—No es necesario— Bajé con las tres maletas a los hombros. Kenny las metió en la cajuela. —Voy a extrañar el jardín, y mi saco de boxeo—.

—Podemos comprar uno, la terraza de nuestro nuevo departamento es amplia— Arrancó el motor.

—Aún no puedo creer que padre aceptara. Fue extraño cuando me preguntó si yo quería irme, como si le interesara mis sentimientos—

—Eres su hijo, puede que si le importe—

—Solo le interesa mantenerme controlado, no pueden perder a un omega, con la escasez que hay de nosotros... Además mi padre sabe muy bien lo que hicieron mis hermanos y jamás hizo nada...— Debatí.

Apoyé mi cabeza contra la ventana, y cerré los ojos por unos segundos...

—¡Tú no volverás a entrenar nunca más!— Mi padre me quitó la medalla del cuello, arrojandola al suelo. —¿Sabes cuál es tu lugar?—

—¡Tengo el derecho de decidir que hacer con mi vida!— Él me pegó una cachetada, que me botó al suelo.

—Un omega no tiene derecho a decir una cosa como esa...— Su escencia me hizo retroceder a rastras. —Deja de comportarte como un niño... Desde que naciste, lo único para lo que eres es para resguardar el apellido Rosset, con tus hijos— Me miró furioso. —Así que deja tus jueguitos. ¡Un omega no puede dedicarse al deporte, y mucho menos pelear!— Me tomó del mentón. —¿O es que acaso quieres terminar como tu madre? ¡Bien, ya que es tu vida, terminala como lo hizo ese fracasado!— Derribó las cosas de su escritorio, entre ellas la fotografía de mi madre.

—Puedes arruinar mi vida, puedes derribar mis sueños, pero jamás vuelvas a hablar así de mi madre... ¡Porque por mucho que lo niegues, seguirá vivo en mí!— Grité, antes de salir corriendo por la puerta.

—¡Joven amo, está lloviendo!— Salí de mi casa. ¿De qué servía hablar de los que ya no están? Mi madre fue un tonto al haberse enamorado. Mi mamá, era un buen hombre, fue quién me crió, cuando ni siquiera tú me querías, padre irresponsable.

Ahora había perdido mis sueños, fueron pisoteados sin piedad... Me recargué en la esquina de un parque que quedaba cerca de mi escuela. El cielo no pararía de lanzar su lluvia.

Divisé a las personas que pasaban, y de entre ellas, un pequeño cuerpo me llamó la atención.

Observé ese rostro a la distancia, culminandome, hasta quedar cara a cara.

Vigilante, y seguidor de todas mis melancolías. Aunque fuera un despreciable omega, podía ver que a Leo no le importaba que fuera un desastre, el creía en mí, y más que todo, me amaba.

Me protegió del agua, sin decir ni una palabra. Le sonreí triste y le dije. —Una vez más destrozaron mis esperanzas, y mis sueños... Ya ni sentido tiene anhelar algo. Estoy cansado de las personas, de vivir, de respirar... ¡Dime, Leo...! ¿¡Qué esperanza tengo...!?— Se desplegó el paraguas carmesí y bruscamente me agarró, se alzó y alcanzó mis labios.

—¡Tú no tienes que pensar cosas tan complicadas...!— Se revolvió el pelo buscando que decir. —Eh... ¡Tú si no tienes un motivos...! Entonces... Entonces— Tartamudeó poniéndose rojo. —¡Yo seré tu motivo! Un día te haré mi esposa, y no tendrás que pensar en esa clase de tonterías... ¡Podrás hacer lo que quieras... Y... Y!— Le costaba explicarse. —No tendrás que ver a nadie... Obvio que a mí sí, pero no te molestaré... Y ¡Ahhg! ¡Déjame hacerte feliz, Eli!— Me quedé procesando su declaración.

—¡Ahaja!— Estallé en risas. —¿Te dije que eres muy joven para mí?— Levanté el paraguas. —Tendrás que aprender a cuidar de tí mismo antes— Le arreglé el gorro del polerón. —Mirate, sere yo un desastre, pero tú ni siquiera puedes atarte bien los zapatos. Eres muy descuidado— Me agaché a atarle las zapatillas. —¿Qué pasaría si te caes?— Él se avergonzó, y acaricié su pelo. —Ya aprenderás— Sonreí.

—¿Eli, estoy muy lejos de ser tu ideal?—

—No creo que mi ideal sea importante, no deberías cambiar por alguien más—

—Aveces es necesario... Al menos, dime, por favor, cómo sería la persona de la que te enamores— Suplicó.

—Mhm... Supongo que alguien callado, tranquilo, ordenado, atento, buen cocinero, romántico, pulcro, elegante, ¡Tiene que ser apuesto! ¡Y más alto!— El niño sintió como apuñalada mis palabras. —¡Ahaja! ¿Ves? Por eso digo... De todo modos es imposible que encuentre alguien acto a todo lo que dije.—

—¡Lo haré, me convertiré en tu ideal!—

—Imposible... En primer lugar, eres un desordenado, tus notas son un asco, y eres bajito, a pesar de tener como 13 años... Y en cuanto a lo demás... Ni siquiera sabes hacer la limpieza. ¿Cierto?—

—¡Yo lo haré, me convertiré en el hombre que tú deseas!—

—Leo, que terco... Lo que me refiero, es que no tienes que cambiar por mí, si vas a hacerlo hazlo por tí. Además, las personas deberían cambiar juntas— Expliqué.

—Aveces, solo uno de los dos necesita cambiar—

Puede que tuviera razón, o tal vez no, el mundo varía tanto, que no tengo como asegurarlo, solo tenía la idea que dejó mi madre sobre mí. Yo no cambiaría solo por enamorarme de alguien, y creo que del mismo modo la otra persona no debe hacerlo. Tiene que amarte por lo que eres, conservarte... Tal vez son las palabras de un cobarde. Porque lo soy, le temía al amor, a pesar de que lo ansiaba, y a toda costa mi integridad estaba primero, cuando... ¿Había alguna en primer lugar?

Alejé a Leo... ¿Por qué...?

Los rayos se estrellaban en las nubes, seguramente Leo se encuentre escondido en alguna parte, probablemente escapó de casa nuevamente, teníamos eso en común.

—¿Leo?— Lo encontré bajo un juego de la plaza. Se engullió del miedo, así que lo abracé. —Son solo truenos— Daba saltitos cada vez se oían en el cielo. —Escucha mi voz, estoy contigo, no pasará nada— Lo observé. —Ya estás algo grande para asustarte de esta cosas. ¿No crees?—Traté de sonreír.

Entonces, cuando me vió, algo dentro de ambos despertó. La misma calidez intensa que tenía la primera vez que lo vi aumentó. Aflorando como un diente de león siendo soplado, se esparcieron por todo mi cuerpo el miedo que sentía Leo. Y también su deseo, automáticamente había entrado en celo con verle los ojos.

Me alejé lo más rápido posible, cuando él me atajó, pillandome con la guardia baja, me lanzó contra el suelo y sus dientes fueron directos hasta mi cuello.

—¡Argh!— Agudicé. Lo empujé lejos, dándome cuenta de la situación entré en pánico y salí huyendo.

—¡Eli! ¡ELIÁN!— Corrí, hasta la mansión, hasta encerrarme en mi cuarto.

¿Qué me pasó? Y más importante... ¿Qué me hizo? Inmediatamente me vi la mordedura en el espejo. Me alivié al ver que sus caninos alphas todavía no habían crecido del todo, lo que significaba que la marca desaparecería con el tiempo.

Al siguiente día recibí las últimas palabras de Leo escritas en una carta. Y nunca más lo volví a ver.

Eso fue lo que pensé

Abrí los ojos desparramando lágrimas, me senté cómodamente, y pensé sobre el sueño que había tenido... Había olvidado la mayoría de las cosas sobre Leo, como si mi propia mente hubiera tenido un shock mental y simplemente quisiera borrarlo, pero él no había desaparecido, permanecía ahí en los rincones más distantes.

—Despertaste— Abrió la puerta del auto. —¿Elián? ¿Soñaste algo malo? Tal vez debí haberte despertado— Lo miré sorprendido.

—Leo...— Es que no tenía dudas. Kenny era Leo, sin embargo la mayor parte de la personalidad del Leo que conocí había desaparecido. ¿Quiere decir que no es Leo? Además, su primer nombre es Kenny, no Leo... ¿Entonces, cómo? ¿Por qué es tan familiar y a la vez tan diferente? Tengo que llegar al fondo de esto.

Nuestro departamento tenía el espacio suficiente para ambos. Y la cocina era lo más excepcional de todo el sitio. —Me preocupé de que la terraza fuera amplia, y la cocina— Mostró. —Puedes elegir tu habitación—

—No me importa donde dormir, pero...— Miré las habitaciones idénticas. —Probablemente pase mucho tiempo dentro, así que me quedo con esta— Señalé la que parecía más grande, aunque tal vez no haya una diferencia. —Kenny... ¿Tú tienes hermanos?—

—No. ¿Por qué?—

—¿Primos parecidos a tí?— Él se encorvó a mi altura.

—¿Hay algo que te preocupe?— Retrocedí hasta chocar la pared. La cara de Kenny es mala para mi corazón.

—¡No te acerques tanto, loco! ¿Quieres matarme del susto?— Respiré. —Ten compasión de mí— Él me miró sin comprender. Justo a tiempo mi celular sonó. —¿Aló?—

—¡Eli, llevo un rato intentando contactarte!—

—¿Sieg, sucedió algo?—

—¿¡Qué si sucedió algo!?— Alejé el teléfono de mi oreja. —¡Fred lleva un buen rato alcoholizandose en mi bar! Tienes que hacer algo, en serio—

—Voy en camino— Corté la llamada. —Surgió algo, así que tengo que irme—

—¿A dónde vas?—

—Al bar de la familia Gilga—

—¿Te llevo?—

-Supongo que necesitaré una mano- Pensando en que Fred le cambia la personalidad cuando se emborracha.

Llegamos, y entramos por la puerta trasera. Estaban saliendo unas cuantas stripped y detuvieron a Kenny.

—Miren~—

—¡Shu~!— Las eché. —Son un poco molestas, ten cuidado que son capaces de quitarte la billetera sin que te des cuenta— Advertí.

—¡Por fin!— Me llamó Sieg, desde la barra. Fred estaba tirado sobre él. —Arruinó totalmente mi camisa— Se asqueó, por lo que me senté del otro lado, para que no molestara al pelirrojo.

—Fred, hey, Fred— Palpé su cara. Abrió los ojos desconcertado.

—¡Eli!— Me abrazó. —¡Mi bebé, precioso!— Estrujó su mejilla contra la mía.

—¿Cuánto tomó?— Pregunté. —Este no es mi Fred. ¿¡Qué hiciste con mi Fred!?— Le grité al ebrio.

—¿Pero, que dices, lindo?— Su aliento apestaba a cerveza, ginebra, entre un montón de tragos que no diferencio, porque usualmente no bebo. —¡Ya que estás aquí, no te dejaré ir!— Me apretó.

—Auxilio...— Kenny lo apartó de mí.

—¡Oh, si es el alpha de entre los alphas!— Lo apuntó. —¿Viniste a llevarte a Eli, pues no puedes?— El moreno lo tiró al hombro.

—Vamos, Elián, lo llevaremos a casa—

—Eh... Sí...— Contesté asombrado.

—¿Oye, qué crees que haces?— Deliraba. —No voy a dejarte ganar— Le di un pequeño golpe.

—Ya duérmete— Cayó inconsciente.

Lo llevamos hasta su departamento. —¿Por qué lo ayudas? Creía que odiabas a Fred—

—No es una mala persona, y es preciado para tí— Lo tiró sobre su cama sin cuidado.

—¿Qué ganarías con eso?—

—Para conquistar a alguien, comienza ganándote a sus más cercanos— Nos miramos por unos segundos. Es imposible que este chico tan calmado e inteligente sea Leo ¿O no...?