— ¿Cuándo te enteraste? —preguntó Clara, sin apartar la mirada de la carretera.
Un silencio denso inundo el coche, envolviendo el ambiente en una tensión casi asfixiante. La falta de respuesta hizo que la inquietud de Clara se intensificara. Apretó el volante con fuerza, sus nudillos volviéndose blancos bajo la presión.
—Fue el día de la gala…
Clara sintió un nudo en el estómago al escuchar la confesión de su amiga.
—Los vistes… —murmuro con nerviosismo—. ¿Por qué no me llamas, Lili?
El aire dentro del coche se volvió más pesado, cargado de emociones contenidas. Clara sintió cómo la angustia se aferraba a su pecho, haciéndole difícil respirar. Para evitar un accidente, buscó con urgencia un sitio donde aparcar antes de que el temblor en sus manos la traicionara.
Una vez estacionadas, exhaló con fuerza, intentando calmar el torbellino de emociones que la consumían. Giro lentamente hacia Liliana, su rostro reflejando una mezcla de preocupación y tristeza.
—¿Por qué Liliana? ¿Por qué lo guardas? —la desesperación evidente en su voz—. Fue doloroso… y aun así lo ocultaste.
Su mirada se nubló con lágrimas contenidas. Apretó los labios, su respiración entrecortada por la frustración.
—Fue mi culpa… te hice ir… te hice ver eso… porque…
Las palabras se quedaron atrapadas en su garganta, quebrandose antes de poder salir por completo.
Liliana negó la cabeza y miro a su amiga, que lloraba en silencio, sus hombros temblando con cada sollozo contenido.
—Clara… no fue tu culpa. Fue algo que sucedió, la verdad tendría que salir tarde o temprano —susurró, envolviéndola en un abrazo firme, como si intentara sostenerla mientras se desmoronaba.
—Siempre haces lo mismo… ¿Por qué no gritas? ¿Por qué no lloras? ——soltó un susurro desgarrador—. Tendría que ser yo quien te consuele… y no al revés.
Su voz se apagó en medio del llanto, una mezcla de impotencia y rabia. Por qué, de alguna manera, sentí que Liliana estaba soportando un peso mucho más grande.
Liliana mantuvo el abrazo, sintiendo la angustia de Clara resonar en cada sollozo. Acaricio suavemente su espalda, buscando palabras que puedan aliviar el dolor compartido.
—Clara, estoy bien tranquila —murmuró Liliana—. Lo que ocurrió... digamos que me hizo abrir los ojos.
Clara se apartó ligeramente, secándose las lágrimas con el dorso de la mano. Su mirada buscó desesperadamente alguna grieta en la mascara de calma de su amiga, pero Liliana seguía firme, manteniendo algo que Clara no podía alcanzar.
—Me duele verte así y no saber como ayudarte… —susurro con la voz quebrada—. Por favor confía en mí. Siempre estaré aquí.
Liliana esbozo una sonrisa, una mezcla de ternura y resignación, comprendiendo la preocupación de su amiga.
—Te lo prometo.
Pero Clara frunció el ceño, negando con la cabeza.
—No, quiero que firmemos un acuerdo… siempre dices lo mismo.
Liliana arqueó una ceja, divertida por la repentina exigencia.
—No es verdad, nunca lo hago.
Clara la observa con el semblante serio, su mirada cargada de determinación. Liliana intentó sostenerle la mirada, pero no pudo evitar soltar una suave risa al ver lo concentrada que estaba su amiga, analizándola como si intentara descubrir alguna mentira oculta en sus palabras.
—¿De qué te ríe? Esto no tiene gracia —exclamo Clara con frustración, cruzándose de brazos—. Estoy hablando de algo muy serio.
Pero Liliana simplemente sonriendo, como si esa pequeña discusión le brindara un respiro en medio de toda la tensión.
Liliana mantuvo su sonrisa, observando a Clara con ternura. Sabía que detrás de esa seriedad se escondía la preocupación genuina de una amiga que solo deseaba su bienestar.
—Esta bien Clara. Hagamos ese acuerdo —dijo con suavidad—. A partir de ahora, hare lo posible, por compartirte mis sentimientos, sin reservas.
Clara la miró con intensidad, buscando algún indicio de duda en su expresión, pero encontró sinceridad en sus ojos, Asintió lentamente, sintiendo cómo la tensión en su pecho comenzaba a disiparse.
—Vamos a casa, tienes que darme muchas explicaciones. Y la noche se te va a quedar muy corta.
—De acuerdo, pero déjame conducir que no puedes hacerlo, con toda la emoción recibida.
—No estoy tan mal.
Liliana la observa detenidamente, evaluando su tono desafiante, pero también la preocupación que se asomaba en su mirada. Clara estaba más afectada de lo que quería admitir, y Liliana sabía que no podría evadir las preguntas por mucho más tiempo.
—Prometo contarte todo, no me voy a escapar.
Clara, aunque reacia a ceder el control, reconoció que Liliana tenía razón. La preocupación que había visto en su amiga le hizo sentir una mezcla de inquietud y alivio.
—De acuerdo, Lili. Pero no puedes omitir nada.
El silencio entre ellas se alargó por un momento. Liliana la observa un breve instante antes de asentir con suavidad, consciente de que la decisión que acababa de tomar las llevaría por un camino de revelaciones, no todas, pero revelaciones.
Mientras Liliana tomaba el volante, un silencio cómodo se instaló entre ambas, dejando espacio para procesar lo que había sucedido. La carretera se extendía entre ellas, iluminada solo por las luces tenues de la ciudad, creando una atmósfera agrícola.
Clara observaba el paisaje pasar sin realmente verlo. Su mente estaba centrada en las palabras que pronto intercambiarían. Sabía que la conversación sería difícil, pero también entendía era necesaria, para ambas.
Liliana, por su parte, mantenía la mirada fija en la carretera, pero sus pensamientos estaban lejos de allí. Estaba consciente de la importancia de lo que compartir. Respiro hondo, preparando su mente para abrir la caja que había intentado mantener cerrada durante la última semana.
El motor ronroneaba suavemente mientras el vehículo avanzaba por la carretera. Clara entrelazó los dedos sobre su regazo, su respiración acompañada pero tensa.
Podía sentir la energía contenida en el aire, el modo en que Liliana tomaba cada curva con precisión, como si cada movimiento del volante le ayudara a ordenar las palabras en su cabeza.
Finalmente, fue Clara quien rompió el silencio.
—¿Estás bien, cariño? —murmuró Clara, observando su perfil con cautela.
Liliana presionó ligeramente el volante, su nudillo tensándose por un instante antes de relajarse.
—No se por donde empezar —murmuró, con la mirada fija en el camio