Clara giró la cabeza, observándola con atención.
—Empieza por donde te haga menos daño —susurró.
Liliana soltó una risa seca, sin rastro de humor.
—Eso sería no empezar.
El comentario floto entre ellas, suspendido en el aire como una verdad dolorosa. Afuera el viento golpeaba suavemente las ventanillas, llenando el silencio con su murmullo.
Clara no insistió. Sabía que Liliana hablaría cuando estuviera lista. En su lugar, extendiendo la mano y el apoyo con suavidad sobre la de ella, que descansaba sobre la palanca de cambios. Liliana no aparto la mano, pero su agarre en el volante se tensó apenas, una señal muda de la lucha interna que estaba librando.
El silencio se mantuvo hasta que llegó a la casa de Clara. Cada paso que daban hacia la puerta pesaba distinto en el corazón de Liliana. Sabía que no toda la verdad saldría esa noche.
*****
—No, pensé que iba a llamarme después de la conversación que tuvimos —dijo la joven mientras se sentaba.
William la observaba mientras ella se acomodaba en el asiento. Su mirada intensa, parecía capaz de congelar todo a su alrededor. Había algo en su expresión que la hizo sentirse expuesta, como si pudiera ver más allá de sus palabras, más allá de su tono aparentemente despreocupado.
—Lo pensé —dijo finalmente, su voz baja pero firme.
La joven sostuvo su mirada, esperando a que continuara. Sin embargo, el pareció tomarse su tiempo, midiendo cada palabra antes de hablar.
—Pero no estaba seguro de si querías escucharme —añadió tras un breve silencio.
Ella entrecerró los ojos ligeramente, analizando sus palabras.
—¿Por qué creería usted eso?
William dejó escapar una leve sonrisa, una que no alcanzo sus ojos.
—Porque algunas conversaciones abren heridas en lugar de cerrarlas.
El peso de su declaración quedó suspendido en el aire entre ellos, denso y cargado de significado.
—¿A qué se refiere?
William deslizó un sobre marrón hasta su lado de la mesa. La joven lo observa por un momento antes de volver la mirada hacia ál. Su expresión era impenetrable, pero en sus ojos había algo que le erizo la piel.
Sabiendo que no obtendría respuestas hasta enfrentarse a lo que contenía, recogió el sobre y lo abrió.
Sus dedos temblaron ligeramente al deslizar los documentos fuera del sobre. Su respiración se volvió irregular al ver los documentos. Pero lo que más la inquieto du la última página.
Un nudo se forma en su estómago. Levanto la vista con el corazón latiéndole en la garganta, encontrándose con la mirada impenetrable de William.
—¿Lo crees? —preguntó, intentando que su voz no delatara el temblor en su interior.
Él entrelazo los dedos sobre la mesa, su postura inmutable, como si ya hubiera tomado una decisión.
—Odio, que me engañen, y más cuando juegan con mis sentimientos, Sra. Martínez.
La joven tragó en seco, sintiendo el peso de sus palabras clavarse en su pecho.
—Todo es falso… jamás le engañaría —susurró, con la voz apenas firme.
William la observa en silencio, con la paciencia de un hombre que sabe que la verdad, tarde o temprano, se impondrá. Su mirada no reflejaba ira, sino algo peor: una clama calculadora, como si esperara que ella misma procesara la gravedad de la situación.
La joven sostuvo el documento con fuerza, como si eso pudiera anclarla a la realidad. Sus ojos repasaron nuevamente la última página, buscando desesperadamente una falla, una inconsistencia, algo que pudiera probar que todo aquello era un error. Pero no la había.
El aire en la habitación parecía haberse vuelto más denso, casi asfixiante.
—Yo no… —comenzó a decir, pero se interrumpió al notar como William ladeaba ligeramente la cabeza, expectante.
Él no le creía.
—Sra. Martínez —dijo con su voz baja y controlada—, me gusta pensar que la información que recibo es verídica.
La joven sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Una risa nerviosa rompió el silencio en el que permanecía atrapada.
—Cree usted que seria capaz de ponerme una soga al cuello, al contarle algo falso? —dijo con tono cargado de nerviosismo—. Todo lo que ocurrió entonces fue real.
William no respondió de inmediato. Su mirada continúa fija en ella, analizando cada, matiz de su expresión, cada inflexión en su voz. La joven sintió el peso de su escrutinio, como si el estuviera buscando alguna grieta en su defensa, alguna señal que mentía.
Finalmente, el se inclina ligeramente hacia adelante, apoyando los codos sobre la mesa.
—Entonces me dice ¿estás que alguien quiere hacerme creer lo contrario? —preguntó con un tono aún controlado, pero afilado como una navaja.
La joven trago en seco.
—No sé quién… ni por qué —admitió—, pero esto… —señalo los documentos con la mano temblorosa— no es la verdad. Créeme todo lo que paso esa noche, es como se la conté.
Un silencio cargado se instala entre ellos. William dejó escapar un suspiro lento, medido.
—El problema, Sra. Martínez, es que la verdad y la percepción rara vez son lo mismo —murmuro, tamborileando los dedos sobre la mesa—. Y cuando la duda se instala, suele ser difícil erradicarla.
El corazón de la joven se aceleró, un nudo atenazando su garganta.
—Por favor… créame, no le estoy engañando —susurró, su voz apenas un aliento desesperado.
William la observa por un largo instante antes de esbozar una sonrisa fría, carente de toda calidez.
—Quiero que abandone el país en tres días.
El peso de sus palabras cayó sobre ella como una perdida.
—Esta usted cometiendo un grave error —grito, el miedo latiéndole en su voz—. ¿No le parece extraño el no encontrar absolutamente nada sobre la muerte de Rebeca?
Algo en sus palabras hizo que William se detuviera, sus ojos estrechándose apenas. Ivonne aprovechó el momento, sintiendo que era su única oportunidad.
—Todo en ese informe es prácticamente perfecto… demasiado perfecto. Un accidente de auto, ni una sola persona en los alrededores… ¿pero cómo es posible que los servicios de emergencia lleguen tan rápido a un lugar tan aislado?