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Chapter 7 - Cap. 7

Las paredes de color morado tenían una textura rugosa que le dejaba marcas en las manos.

Estaba descalza. El suelo era de un color azúl brillante, se sentía húmedo con cada paso.

El techo…¿Había techo? Probablemente sí, pero el lugar no estaba lo suficientemente iluminado como para notar si había algo encima de ella.

Se sentía observada…pero, ¿Cuándo no se sentía así? Sería extraño no sentirse observada, incluso sería una mala señal.

Se encontraba en un espacio cuadrado, la luz era tenue y el aire se sentía algo frío. Su cabeza estaba entumecida, como si tuviera una terrible resaca de domingo. Sus rodillas estaban debilitadas, y sentía un dolor extraño en sus huesos, como si hubieran desarrollado una artritis infernal. Era como si su cuerpo estuviera a punto de desarmarse, pero tenía el impulso de dar un paso, y luego otro.

El sonido de una gentil y suave lluvia podía ser escuchado fuera de esa habitación, sin embargo, desde el suelo parecía provenir el ruido de un tecleo incesante y desesperado, como si su vida dependiera de escribir al menos cincuenta palabras por minuto. 

Cerca de donde estaba, a su derecha, había un umbral, y sentía que debía acercarse a él. Aly estaba en una esquina de la habitación, dio unos cuantos pasos hacia el medio de la sala, para echarle un mejor vistazo a lo que estaba más allá del umbral y estar lejos de cualquier peligro. Perdió el equilibrio y cayó, pero cuando levantó la mirada se dio cuenta que tras el umbral había un sillón de cuero marrón, estaba viejo y desgastado pero se veía bastante cómodo. En él estaban tres chicas cadavéricas, parecían estar hechas de porcelana por lo finos e incluso afilados que parecían ser sus rostros. Sus peinados por el otro lado, parecían ser el triple de largo de sus caras, eran similares a esos peinados famosos de los 50s y 60s que llamaban beehives, por su parecido a una colmena de abeja. Aly recordó que incluso Amy Winehouse utilizaba un peinado similar. Le parecía un peinado hermoso que acompañaba las canciones de Amy, sin embargo, en esta escena le provocaba escalofríos, no tanto por cómo se veían las muchachas, sino porque las tres eran exactamente iguales. Todas con el mismo peinado, la misma blusa de lana que les llegaba hasta las rodillas, el mismo rostro, pero más importante, la misma expresión vacía. 

Aly creía que las chicas le estaban observando, sin embargo, al analizar mejor sus rostros se dio cuenta que no estaban viendo nada en particular, sus miradas estaban perdidas.

Se levantó con mucha dificultad, las tres muchachas no la seguían con la mirada, seguían sentadas con sus piernas inclinadas hacia la izquierda manteniendo sus tobillos cruzados. Aly se dio cuenta que llevaban unos tacones negros bastante altos, similares a los que utilizaba en su trabajo. Dio un par de pasos hacia ellas, quería preguntarles si sabían dónde estaba, si sabían quién estaba tecleando tan impetuosamente, pero tal vez más importante si en ese lugar había un techo. 

Al cruzar el umbral y estar frente al sofá se dio cuenta que el cuarto desembocaba en un pasillo que parecía ser infinito e iba de derecha a izquierda. Intentó divisar algo hacia su izquierda, como si las rodillas de las chicas le estuvieran señalando el camino. Se apoyó en el umbral, se sentía agotada. Entrecerró los ojos intentando enfocar algo, sin éxito alguno, cuando volvió la mirada hacia las chicas, estas tres se encontraban levantadas, con los brazos detrás sus espaldas y con la misma mirada vacía. 

El escenario le inquietaba profundamente, sus piernas le temblaban, así que decidió alejarse. Emprendió una carrera hacia su izquierda, por un momento se dio la vuelta esperando ver que las tres mujeres habían cambiado de posición y se encontraban más cerca, pero se equivocó, las tres seguían de pie frente al sofá, ni siquiera sus ojos estaban dirigidos hacia Aly.

Aly no podía mantener un paso recto, chocaba de una pared a otra, como la pelotita de ese antiguo juego de Atari. Su vista empezó a nublarse, el pasillo se distorsionaba ante sus ojos, era como estar bajo los efectos de alguna de las drogas que consumen sus compañeras. 

El lugar estaba oscuro, y Aly podía sentir como unas delgadas gotas de lluvia empezaron a caer sobre su rostro. Con cada paso la lluvia se intensificó y su vista se empañaba aún más. Ella no podía ver que era lo que estaba enfrente, así que chocó con una anciana que llevaba un paraguas de color negro, a Aly le parecía que era uno de esos que utilizan en los funerales. 

Aly por un momento pensó que el golpe había embestido a la anciana y que ella había caído al suelo, sin embargo, fue Aly la que cayó y la señora se encontraba aún de pie bajo la lluvia, como la estatua de alguna diosa del Mediterránero

-Deberías abrigarte querida - dijo con una ligera sonrisa - No te ahogues dentro un pequeño charco de agua. 

Aly se levantó y siguió su camino. De repente el suelo perdió su dureza, convirtiéndose gradualmente en una clase de masa gelatinosa. Sus pies se hundieron rápidamente, y luego su cuerpo se sumergió en el suelo. Con cada segundo que pasaba sentía como se quedaba más aprisionada y el suelo le apretaba el cuerpo con más fuerza. Únicamente su cuello sobresalía sobre del suelo y su respiración se entrecortaba. El suelo empezó a solidificarse y cada bocanada de aire que tomaba requería un gran esfuerzo humano, hasta el punto de sentir que no podía respirar en lo absoluto. 

La lluvia cesó, Aly no podía moverse para nada, el tecleo continuaba. De repente, el sonido de unos violonchelos emergió desde el techo, tocando las tonadas de Für Elise, escritas por Beethoven. La música le dio cierta tranquilidad y paz a toda la escena, en contraste, el corazón de Aly iba a mil latidos por hora. Desde su cabeza, ligeros hilos de sudor empezaron a caer detrás sus orejas. La falta de oxígeno en su cerebro le causó fuertes mareos que le provocaron náuseas. Intentó gritar, pero de su boca no pudo salir sonido alguno.

Escuchó un crujido, como si alguien estuviera masticando cereal y en pocos segundos Aly sintió como unas manos le agarraban los tobillos dentro del suelo. Al mismo tiempo, unas garras le empezaron a rasgar la espalda. Aly no podía moverse, no podía luchar. Lo que sea que le haya estado sujetando los tobillos lo hacía con más fuerza. Podria ser el suelo lo que le está provocando tal tortura, pero Aly sabía que algo estaba viviendo ahí dentro. 

Todo se puso oscuro, Aly pensó que finalmente se había desmayado, pero luego la luz había vuelto, más intensa que nunca. Y vio cómo a lo largo del pasillo delante ella no había tres sino miles de aquellas chicas con las que se encontró a un inicio, todas alineadas en fila y con la mirada dirigida directamente a la cabeza de Aly por encima del piso. De sus voluminosos peinados, emergió el zumbido de unas abejas y aquel sonido opacó completamente a la música, incluso al tecleo de un inicio.

Aly finalmente pudo notarlo, si había un techo encima de ella...uno de petróleo, solamente que no podía percibir su olor. 

Aly fue tragada por el suelo y todo se puso oscuro, hasta que finalmente pudo abrir sus ojos. Eran cerca de las cuatro de la tarde, seguía en su habitación del Primmadonna y tenía al perro a sus pies, todavía durmiendo. Aly creía que después de tal pesadilla se levantaría con un grito, pero fue completamente lo contrario, simplemente abrió sus ojos y volvió a la realidad. 

Su boca estaba seca, todo lo sucedido la noche anterior...todo el daño, todas las heridas habían desaparecido, excepto las de su cabeza. Las heridas de su cabeza no podían cicatrizar, eran el escondite preferido de sus demonios. 

Por  la ventana entraban unos rayos de luz cálidos que le daban una apariencia romántica a su habitación, tal belleza le ponía nerviosa. Se levantó y se dirigió al baño, bebió un poco del agua del grifo y decidió darse una ducha. Por la noche tenía que trabajar.