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Chapter 8 - Cap. 8

Sintió que la mujer se había levantado de su cama y su instinto le hizo inmediatamente levantar el hocico y fijarse hacia dónde se dirigía. Se apoyó en sus cuatro patas y se dio cuenta que ella estaba caminando hacia el baño. ¿Si sabía que era un baño? Por supuesto que sí, en su anterior hogar había tres baños y siempre le esperaba a su niña frente a la puerta del que se encontraba en la planta baja. Extrañaba su vida pasada, extrañaba a su niña más que nada en el mundo, a veces juraba que podía escuchar como lloraba por la noche al pensar en él. 

Había pasado unas ocho lunas fuera de casa. Lo último que recuerda de su anterior familia fue subirse a la vagoneta creyendo que iban a emprender un viaje, cuando se dio cuenta que la niña no se encontraba con ellos. No le gustaba la mujer ni el hombre que se encontraban en los asientos de adelante, siempre trataban mal a su niña y cada que buscaba defenderla recibía patadas, golpes, o tenía que esquivar algún objeto volador que iba en su dirección. Ambos eran más grandes que su niña, pero podía notar que aún eran muy jóvenes para saber cómo cuidarla y muy inmaduros para formar una familia. 

Era un perro casi anciano, tenía diez años, los últimos dos los pasó con la niña y sus jóvenes padres. Los otros ocho los pasó con una anciana que siempre le daba su comida con pedazos de fruta y en la hora del té le apartaba una rodaja de pan. Su vida era perfecta, dentro el contexto de "perfecto" que un perro puede formar en su cabeza. Una noche sintió un dolor en su espalda, y un frío en sus pequeñas patitas que le perturbó por varios minutos. Empezó a ladrar sin razón alguna y su ama le pidió que se callara, sin embargo, él no cesaba de ladrar. Finalmente, la mujer le permitió subir a su cama con ella, así pasarían la noche juntos. 

Por la mañana, cuando los primeros rayos de sol chocaron con el lomo del perro, este despertó y se dirigió al rostro de su ama. Su dueña olía distinto, acercó su hocico a su oreja y pudo sentir un frío proveniente de ella, similar al que sentía en sus patas la noche anterior. Le lamió la mejilla y aún así no reaccionaba. Dentro su diminuta pequeña conciencia perruna no quería aceptar la situación, pero su frágil corazón se destrozó en varios pedazos y sintió la urgencia de aullar. Con lágrimas en sus ojos, levantó la cabeza y empezó a aullar. Su ama había muerto.

Hizo todo el ruido que pudo, hasta que un muchacho entró en la casa, lo dejó afuera en el patio y no le permitió entrar de nuevo. Por el olor del chico, sabía que era el hijo de su ama, pero había algo que no cuadraba completamente. La anciana, quien en vida se llamaba Elsa, olía a lavanda, té y ropa recién sacada de la lavadora, mientras que el muchacho, por encima del aroma que le indicó su parentesco con Elsa, olía desagradable. El perro no lo sabía, pero el muchacho olía a cigarro, alcohol y marihuana. 

Se quedó toda la mañana frente a la puerta, podía sentir y olfatear como movían el cuerpo de su dueña. El dolor una vez más invadió su pequeño cuerpo y se puso a aullar. Después de unos minutos sin parar, el chico abrió la puerta y le propinó una patada en el cuello que lo empujó varios metros atrás. Su cuerpo estaba adolorido, y aunque deseaba con todo su espíritu aullar por su dueña, no lo hizo. Se dirigió avergonzado y asustado a una esquina del patio, se enroscó sobre sí y esperó. Cuánto hubiera deseado ver a su dueña una vez más. 

Cerca a la noche, el hambre empezaba a superar el dolor, pero no fue nadie a darle su plato con croquetas y pequeños cubitos de sandía que Elsa le servía estos últimos días. Pasó la noche con mucho frió, los huesos le dolían, pero cuando vino la mañana el calor del sol calmó su aflicción y permitió que el hambre flotara de entre todas sus necesidades. Pasaron unas pocas horas y en el patio apareció una mujer, tan joven como el hombre que vino el día anterior. Tenía el mismo raro y molesto olor que el chico anterior, en sus manos llevaba un plato de croquetas, sin fruta. No confiaba en ella. La mujer le dejó el plato cerca y se alejó sin dirigirle la palabra. Su hambre era inminente y se acercó al plato sin queja alguna, pero extrañaba mucho la sandía. 

Comió de su plato con voracidad, si hubiera sabido que era la única comida que recibiría en el día habría comido con más lentitud, así las croquetas le duraría unas cuantas horas más y si sentía hambre tendría algo que comer. Elsa siempre le daba mucha comida, pero no era eso por lo que la amaba demasiado, él amaba a su dueña por todos los momentos que pasaron juntos. Elsa nunca salía de casa sin su perro, y él nunca conoció a nadie más que ella. Elsa era su mundo. 

Al día siguiente volvió a verse con la mujer, pero esta vez llevaba comida en una mano y en el otro brazo cargaba a una pequeña niña. Al percibir el olor de la pequeña, algo en la cabeza del perro se prendió como un foco de emergencia. La niña olía igual que su dueña, él podía jurar que dentro de esa pequeña estaba Elsa. 

Ese mismo día hubo bastante movimiento dentro de la propiedad. El perro pudo escuchar como varias cosas de la casa eran desechadas y muchas más eran traídas de afuera. Cuando ya empezó a oscurecer, el chico abrió la puerta y le permitió al perro entrar. Cuando ingresó, no podía reconocer dónde estaba, sabía que era el mismo lugar en el que pasó sus últimos ocho años de vida...pero se veía tan distinto, fue como sentirse perdido en su propio hogar. 

En el piso de arriba escuchó el lloriqueo de la niña, el hombre que le dejó entrar se tapó los oídos con unos artefactos metálicos blancos y se echó en el sofá sin importarle en lo más mínimo el llanto de su hija. Con un temor dentro de su pecho, el perro se dirigió a la escalera, con la intención de ver a la niña, e intentar calmar su llanto. Apenas subió unas pocas escaleras sintió el impacto de algo pesado en su lomo. El hombre desde el sillón le había lanzado una lata llena de líquido y le gritó que se alejara. Con la cola caída y entre sus patas fue a esconderse del hombre, no quería verlo ni por un segundo, lo tenía aterrado. 

A pesar del miedo, un sentimiento paternal surgió dentro de su pequeño corazón. No podía explicárselo pero ahora su mundo era únicamente esa niña que tenía el mismo perfume que su anterior dueña, Elsa. 

Fueron dos años llenos de lesiones y dolor, sin embargo, nunca permitió que le hicieran daño a la niña. Se convirtió en su guardaespaldas y siempre buscaba estar cerca de ella. Los padres de la niña nunca le permitían estar dentro las habitaciones, así que él siempre se recostaba delante la puerta, sin embargo, en ciertas ocasiones sentía como la mujer o el hombre le pisaban el vientre o pisoteaban su cola por las noches. Así que dejó de apoyarse delante la puerta y empezó a hacerlo al lado de esta, para evitar los gritos de enojo que ambas personas le lanzaban, aquellos gritos que siempre despertaban a la pequeña. 

Esos dos años lo llevaron a ese preciso momento. Estaba en el asiento trasero de un auto viejo y oloroso, la niña no estaba con ellos y ya casi era momento de su comida, así que el perro estaba bastante preocupado por ella. Manejaron por un largo trayecto y se detuvieron en un lugar que él desconocía. El hombre salió, abrió la puerta trasera, lo agarró con fuerza por el lomo y lo lanzó por los aires. Al caer se hizo daño en una de sus patas traseras y cuando se fijó en el auto este ya había arrancado y con una gran velocidad se alejó de él. 

Por un momento lo único que sentía era como su corazón se rompía una vez más en varios pedazos mientras pensaba en la niña y cómo se la habían arrebatado. El dolor de su pata no lo sintió hasta algunos minutos después. 

Empezó a caminar en la misma dirección que vió al auto irse. A su alrededor lo único que había eran árboles pero podía oler a personas cerca, sabía que estaba cerca de alguna pequeña ciudad. Por varios días lo único que hizo fue caminar, confiando en su olfato, pero terminó desorientado y ahora caminaba sin rumbo. Cojeaba ligeramente y el dolor le mantenía despierto en las frías noches. 

Después de varias lunas, que él no supo contar, llegó a encontrarse con una carretera, y con paso lento empezó a cruzarla. Fueron unos segundos que pasaron con mucha rapidez, fue como si él hubiera perdido el conocimiento por un momento, pero lo que pasó en realidad fue que la esquina de un auto lo había golpeado y lo había lanzado hasta el otro carril. Todo estaba oscuro y ya no podía moverse, no escuchó nada más que el motor de la máquina alejarse y no percibía el olor de ninguna persona cerca. 

Sus recuerdos desde entonces estaban un poco borrosos y no comprendía muy bien qué fue lo sucedió después del golpe. Sabía que estaba sediento, hambriento y adolorido, y que una mujer lo había recogido de la calle. Sabía que esa mujer al alba le dio un líquido dulzón que no era agua pero que le gustó bastante. Sabía también que la mujer estaba exhausta y un poco asustada, el líquido con el que le había nutrido le había dotado de una salud que no gozaba desde hace años, para ese momento tenía diez años, sin embargo, en ese instante sentía como si tuviera dos años menos, como si todas las penas que pasó dentro su anterior casa bajo el mando de esas dos personas hubieran sido borrados. El líquido también lo puso un poco somnoliento, y casi al mismo tiempo que la mujer se acostó en un rincón del colchón y pudo conciliar el sueño. 

Ahora estaba despierto, y sabía que la mujer había tenido una fuerte pesadilla. También notó que ella no tenía olor alguno, por experiencia propia, él sabía que todos los humanos tenían un olor en común, excepto ella. Tampoco sabía dónde estaba, él sol le calentaba el lomo pero sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Estaba asustado del lugar, podía percibir como si algo hubiera sucedido o fuera a suceder dentro esa habitación. El lugar olía a muerte, tal como olía Elsa la última vez que la vió. Ese hecho le molestó bastante y empezó a ladrar con fuerza, tal como lo hizo la noche antes de la muerte de su ama, él se puso a ladrar a nada en específico. 

Su rescatista salió del baño con una toalla enrollada alrededor su cuerpo y el cabello mojado y le gritó que callara, pero él persistía. 

-¡Silencio Tomy! - gritó mientras se acercaba al animal. 

Efectivamente, en ese instante Tomy calló, pero no porque su temor haya desaparecido, sino por haber escuchado su nombre después de varios días de ser un simple callejero. No estaba seguro de cómo su rescatista supo de su nombre, no llevaba collar. De repente como una dulce canción dentro su cabeza se reprodujo la palabra "Aly" e inmediatamente supo que era el nombre de la muchacha frente a él. 

Tal vez por la emoción de escuchar su nombre, tal vez simplemente por todo lo que sucedió la noche anterior, Tomy no se pudo contener y se orinó encima la cama. 

-¡Mierda Tommmyyyyyyyy! - volvió a gritar Aly - ¡Perro asqueroso! ¿como puedes orinarte en mi cama?, ni siquiera tuve la oportunidad de llevarte afuera. 

Tomy se bajó de la cama inmediatamente, pero por primera vez en mucho tiempo, no tuvo miedo de los gritos de Aly, sabía que ella lo protegería, recíprocamente, él cuidaría de ella. 

En especial la cuidaría de ese lugar que olía a muerte. Como no le gustaba ese lugar. Lo tenía aterrado.