Cuando pensó que nada pasaría escuchó la puerta. Estaba sorprendida, pensó que su jornal diario había concluido. Creyó que había cumplido con todas las citas del día, sin embargo, algo de dinero no le vendría mal. Después de todo, a diferencia de la mayoría de las personas en Teltzi, ella no tenía feriados, fin de semana ni vacaciones.
Se dirigió hacia la puerta con paso lento, el sonido de la punta de sus tacones casi transparentes, que producían un reflejo casi alienígena de deliciosos tonos azules y rosados, producía un eco desolador en la habitación. Estaba preparada, ya lo había hecho antes, ella vivía de aquello. De cierta forma su ansiedad estaba poco justificada ya que ella estaba hecha para ello. Algunos lo llamaban destino inminente, ella lo consideraba de vez en cuando como una cadena vitalicia innecesaria. ¿Era eso lo que en verdad creía? A esta altura de su vida pensar era un privilegio atochado a sus instintos más primitivos.
Frente a la puerta, se acomodó el corsé de tal manera que sus pechos puedan sobresalir de la prenda. Se arregló el pelo, se lo puso detrás los hombros para que a través de las pobres luces (pero aun así embellecedoras) del pasillo de la Casa Grande sus clavículas muestren un sutil y misterioso brillo producto del maquillaje blanco que se aplica suavemente sobre la piel que cubría cada hueso. Se aseguró que sus medias largas y negras estén en su lugar correspondiente para luego abrir la puerta.
Era una mujer, de pelo corto con ligeros matices rojos, llevaba una camisa del mismo tono lo cual le pareció ciertamente curioso. No solía recibir mujeres en el trabajo, pero no sería la primera ni la última que atendía. A pesar del temor creciente debajo de la lengua y entre sus dedos, la situación no era nada más que inofensiva. La operación a diferencia de lo que varios veteranos de la ciudad pensaban, aquellos que aún jugaban fútbol en las canchas comunales de la zona convencidos de que aún se encuentran cursando bachillerato, tomaría apenas unos cuantos minutos. Lo que le tomaría más tiempo vendría después.
La mujer se limitó a mantener la mirada baja e inmediatamente se dirigió bruscamente al catre de la habitación, sacó un cigarrillo y empezó a inhalar de el. Aparentemente ella tenía cierta experiencia en ello y buscaba tomar las riendas de la situación. Eso no le importó en lo absoluto. Aly no le dirigió palabra alguna.
Aly, buscando parecer aquella inocente y delicada muchacha, volvió a acomodarse suavemente el corsé adornado con hojuelas y diamantes rojizos. Levantó la mirada y se encontró con unos ojos verdosos que nunca antes había visto. Aly sonrió sutilmente mostrando sus dientes tenuemente amarillos y se dirigió hacia la mujer en el catre. La rodeó con sus brazos y se sentó sobre sus piernas, buscaba seducirla e hipnotizarla con sus gestos, movimientos así como con su mirada. Buscaba que se sienta ligera, adormilada, como si estuviera flotando sobre el catre de una plaza con su cabecera clásica compuesta por tubos de metal dorados que formaban figuras abstractas en el centro.
La mujer siguió el juego bastante bien, retiró su rostro por un momento del jugueteo inicial y le dio otra bocanada a su cigarro. Aly se lo quito agresivamente de su boca, provocando a la mujer reposada un mínimo escozor en la garganta por lo imprevisto de aquel movimiento. Aly la miró con unos ojos pícaros y vacíos junto con una sonrisa cínica para luego darle una última bocanada al cigarro. Ella sintió el humo bajar hasta sus pulmones, sintió el sabor a canela sobre su lengua y garganta, posteriormente se acercó pesadamente a la mujer para besarla. Cuando apenas estaba a milímetros de ella puso su mano detrás del cuello de su clienta, sosteniéndolo con bastante fuerza y expulsó de vuelta el humo dentro la boca de la otra mujer, sin embargo, este era de un color rojo, con matices naranjas, morados, carmesí y rosados. El humo penetró en la boca de la mujer. Esta ya no se encontraba posada encima del catre sino que flotaba a unos ocho centímetros encima de él. Inmediatamente los ojos de la dama de cabello corto se volvieron pálidos como la leche y cayó con bastante fuerza sobre el camastro. Lo sintió como si alguien con una fuerza inminente la hubiera lanzado y aplastado.
Convulsionando descontroladamente intentó gritar pero de su boca solo salían mugidos inentendibles. De repente un coágulo de sangre oscura salió catapultado de su boca y cayó sobre su ojo derecho sin que ella, por reacción natural, cierre aquel ojo. Aly, todavía sentada sobre el regazo de aquella mujer, se tendió sobre ella, como una anaconda amazónica que aprisiona a su presa y le susurró al oído: "Voy a jugarte como un GameBoy". La mujer empezó a regurgitar sangre que terminó sobre su rostro y sobre el cabello de Aly.
Aly empezó a besarla y a lamerle el rostro manchado con sangre, su lengua se topó con el coágulo que había encontrado su lugar de reposo encima de la pupila ahora blanca de la mujer y lo succionó como si fuera gelatina. Sus largas uñas cubiertas con un esmalte color vino rasguñaba el rostro de su víctima dejándole marcas profundas e incluso algunas heridas que ya habían empezado a sangrar. Sus manos con una agilidad felina bajaban por su cuello provocando más raspaduras e incluso cortando la tela de la camiseta que llevaba puesta.
Aun convulsionando, la mujer de mechas cortas estaba experimentando una clase de metamorfosis, su cabello empezó a caerse y las venas de su cuerpo se empezaron a teñir de azul ftalo al mismo tiempo que se dilataban. Su cavidad bucal se ennegreció hasta parecer un agujero del que saldrían ratas y arañas. Finalmente, sus ojos ahora completamente blancos se tiñeron internamente con sangre, su ritmo respiratorio iba en aumento. Su hígado por el fluido que recibía de sangre (no humana) y la presión que esta provocaba reventó, provocando una hemorragia interna que tiñó su piel.
Padecía de una hiperventilación y una taquicardia abismal que dejaría pasmado al mejor médico del país. A Aly no le importaba una mierda, solamente quería sentir el sabor de la piel humana recargada con su veneno. Deseaba saborear las minúsculas partículas dulces que los poros del rostro de la mujer expulsaban, necesitaba de ello… para poder dormir sin voces en sus sueños.
Su clienta, quienes varios en algún momento conocieron como Adriana, sufrió un derrame cerebral que le paralizó parte del rostro y algunos de sus otros músculos. Ella estaba adormecida, sin embargo sentía como su piel se estiraba y como desde sus adentros algo que no podía percibir y aún menos imaginar salía a través sus poros y terminaban en la boca de aquella criatura. Se sentía como tener millones de finas agujas pinchando desde dentro la piel creando un ciclo interminable, hasta perder cualquier sensación de su cuerpo y existencia material.
La poca conciencia que le quedaba, aquella voz interna que se mantenía latente dentro de Adriana se preguntaba desconcertadamente como ella, de entre millones de personas, le había tocado experimentar algo tan inhumano.
Últimamente, Adriana sufrió un paro cardíaco… lo que restaba de su conciencia se desvaneció en su interior, como si una ráfaga de viento se la hubiera llevado a otro sitio. Después de apenas veintiocho minutos de tortura, Aly le provocó la muerte. Aun así, enganchada al cuerpo inerte de Adriana siguió lamiendo su rostro. Luego arrancó y rasgó todas las prendas de su clienta dejándola desnuda para finalmente absorber lo que el resto de su piel había expulsado. Aly se nutría de dicha sustancia, a pesar de conocerla vagamente.
Si la iglesia alguna vez pensó en la idea de gula, lo que Aly le hacía al cuerpo de Adriana dejaba a aquel pecado capital como una niñería. Era un acto glotón, sexual, vicioso y aberrante para cualquier espectador, sin embargo, era únicamente la expresión de las necesidades básicas de Aly. Sus instintos así como su conciencia no eran de una asesina, era de alguien que deseaba recuperar su vida.