Un total de tres días pasaron hasta que su salud obtuvo una mejoría notoria. Durante ese tiempo Elemor estuvo ayudando a los lugareños con sus múltiples tareas: aró las tierras, sembró los campos y ayudó a elaborar los panes y tortas cuyo grano producían los molinos. También colaboró en la reconstrucción del edificio destruido días antes, y de otro más que fue impactado posteriormente por el mismo motivo.
Tres días atrás, Walder, tras el inminente desastre, invitó a Elemor a una charla privada en sus dependencias. Fue allí donde el paladín entendió por fin lo ocurrido, aun cuando los demás no tenían ni idea de lo que se trataba. Al parecer los repentinos ataques llevaban repitiéndose unos cinco días, aunque era raro que colisionaran contra la aldea, pues más bien las grandes rocas solían caer por las cercanías y alrededores, es decir, no pareciera que tuvieran como objetivo Descenso Rocoso. Los habitantes no entendían nada, pero Elemor lo captó de inmediato, y decidió que, en cuanto tuviera las fuerzas suficientes para partir, se encargaría personalmente de solucionar el problema. Y así fue. A la mañana del tercer día, el paladín, armado únicamente con una espada de acero parcialmente oxidada y ropajes de campesino, puso rumbo a la gran montaña de la que procedían las misteriosas rocas.
Una vez hubo llegado al pie de la montaña, contempló detenidamente la escena: Unos deteriorados carteles de madera indicaban mediante flechas las posibles direcciones a tomar. Hacia el norte, y a una considerable distancia, la ciudad de Qartal. Hacia el este, por donde Elemor había llegado, la ciudad enana de Normundur. Por último, hacia el oeste, apuntando a la imponente montaña, el letrero indicaba la entrada a las famosas Minas de Cobanita, material muy preciado por los ingenieros por su versátil utilidad en la creación de maquinaria. Tras avanzar por un sendero improvisado de tierra, el guerrero pronto se encontró con la entrada a las minas. Un laberinto de túneles oscuros era lo único que podía vislumbrarse desde ella. El suelo estaba lleno de enseres de minería, dispuestos de manera desordenada a lo largo de la estancia. Pareciera que hubieran sido depositados allí de total imprevisto. Elemor alargó la mano y agarró de la pared un farol de aceite que se hallaba próximo. Tras encenderlo, algo llamó ferozmente su atención: una sombra. Acto seguido se volteó rápidamente, lo que provocó que algo se ocultara de manera apresurada tras unas cajas de madera llenas de explosivos. Entonces, el paladín lo sintió. Fue exactamente la misma sensación que cuando se encontraron por primera vez en Descenso Rocoso, la percepción de una de un aura poderosa en un recipiente que pasaba totalmente desapercibido: una elfa paria.
—Tú... ¿Qué haces aquí? —preguntó con enfado Elemor.
Tras unos segundos, de detrás de las cajas asomaron unas puntiagudas orejas semiocultas en un liso cabello dorado.
—Esto... puedo explicarlo. —respondió con congojo la elfa.
Seguido de su respuesta, se incorporó y se sacudió de la ropa el polvo que había acumulado en su sigilosa persecución al paladín.
—Sinceramente, pensé que podía ser de ayuda. Verte partir en estas condiciones, solo y sin armas —dijo mientras dirigía su mirada a la espada deteriorada—, no me pareció la mejor idea. Además, ya he estado aquí antes, seguro que puedo guiarte a encontrar lo que buscas.
El primer pensamiento de Elemor fue el de rechazar su ayuda y posteriormente enviarla de vuelta a Descenso Rocoso, pero tras pensarlo detenidamente, concluyó que su apoyo podría ser realmente de utilidad.
—Está bien, pero debes saber algo, lo que nos espera allí arriba será capaz de acabar con nuestras vidas muy fácilmente, ¿seguro que estás dispuesta a seguir adelante?
La cara de la chica se ensombreció al instante, sin embargo, ello no interfirió en su determinación.
—Por supuesto, no daré la vuelta ahora —sentenció al tiempo que avanzaba y se ponía a la altura de Elemor.
La pareja continuó avanzando a través de los túneles, ahora más fácilmente gracias a la ayuda de la elfa y el candil, y así pronto llegaron al final del recorrido. Un marco de madera resquebrajada hacía la función de entrada ante lo que parecía un abismo, ornamentado con un cartel improvisado del mismo material que anunciaba peligro. Elemor dio un paso hacia la inmensa oscuridad y apoyó la puntera de uno de sus pies en el borde que lo separaba de la sima. Acercó la lámpara. La tímida luz titilante no alcanzaba a iluminar el fondo de aquel precipicio.
—Aquí está el interruptor —la voz de la chica resonó a lo largo del pasillo y atrajo la atención de Elemor.
En efecto, había encontrado el interruptor de lo que aparentemente era un ascensor y, sin previo aviso, lo accionó. De repente, una serie de sonidos metálicos inundaron los oídos de la pareja. De las paredes laterales a la estructura del ascensor salió una fina capa de polvo al mismo tiempo que varios engranajes postrados en ellas, y que habían pasado desapercibidos hasta ahora, se ponían en funcionamiento. Poco a poco más sonidos se fueron uniendo a la sintonía y el ambiente acabó cargado de un sinfín de ruidos ensordecedores. En unos minutos, el ascensor ya se hallaba delante de ellos. Con paso firme ambos se adentraron en el pequeño habitáculo, creando durante un momento una perceptible sensación de incomodidad al verse obligados a pegarse el uno al otro para caber en él. Una vez dentro, Elemor accionó esta vez una palanca cuya leyenda indicaba "Arriba", y enseguida los mecanismos volvieron a funcionar y comenzaron a elevarlos por encima del oscuro precipicio. La tensión que se palpaba en el ambiente hizo que ninguno de los dos entablara conversación durante el trayecto, por lo cuál Elemor tuvo tiempo de observar con detenimiento el ascensor. Justo debajo de las palancas interruptoras, una ostentosa placa de metal rezaba el nombre "Hermanos Tzok", y el paladín interpretó que sería el apellido de los ingenieros del mecanismo.
Cuando hubieron ascendido una altura considerable, Elemor reunió el valor necesario para dirigirse a la elfa, y comenzó por lo primordial:
—Estaba pensando —hizo una pausa mientras le dedicaba una mirada recelosa—, en que ni siquiera sé cómo te llamas.
La chica, que se encontraba absorta en sus pensamientos, alzó la vista un par de palmos, ya que Elemor le sobrepasaba en altura considerablemente. Por un momento le pareció que sus mejillas se ruborizaban levemente, pero no le dio mayor importancia. Tras un fugaz silencio, carraspeó sutilmente y contestó:
—Mi nombre es Zeowyn, aunque desconozco cuál es el motivo de tu repentina curiosidad —dijo al tiempo que bajaba tímidamente la mirada al suelo.
—Lo cierto es que lo pasé por alto días atrás, pues mi cabeza ha sido poco distinta a una nube gris de tormenta recientemente, te pido disculpas —el paladín hizo una pequeña pausa—. Así que, ¿de dónde vienes, Zeowyn?
—Como habrás deducido por mi apariencia —dijo mientras tocaba en el acto una de sus puntiagudas orejas—, soy una elfa. El único conocimiento que tengo sobre mi naturaleza es el que Walder me ha proporcionado a lo largo de los años que llevo con él en Descenso Rocoso.
—Intuyo entonces que eres huérfana —respondió con voz piadosa Elemor.
—Intuyes bien. De hecho, nunca conocí a mis padres biológicos, aunque estoy eternamente agradecida a Walder por ocuparse de una carga como yo.
Tras pronunciar sus palabras, la expresión de Zeowyn comenzó a ensombrecerse poco a poco, al mismo tiempo que su aura se volvía mucho más pesada. Elemor lo captó de inmediato. Esa extraña sensación que le había acompañado con anterioridad en el pueblo volvía a estar presente, y sin duda provenía de la chica. Con cautela, el paladín posó con delicadeza su mano derecha sobre uno de los hombros de Zeowyn.
—Al fin y al cabo, no todas las familias comparten la misma sangre. Al igual que tú, yo tampoco conocí a mis padres, sin embargo, a diferencia de ti nunca tuve nadie que ejerciera la figura parental como el alcalde lo ha hecho contigo. Por ello, creo que debes considerarte muy afortunada y no adentrarte en las penurias del pasado.
Aparentemente las palabras de Elemor hicieron efecto y su rostro cambió a una apariencia más optimista. Sin embargo, no hubo respuesta de su parte, pues la conversación se vio interrumpida inminentemente por un violento zarandeo de las paredes que envolvían el ascensor. Unos metros más arriba, una segunda sacudida de la misma magnitud que esta vez se sintió más cercana, provocó que el ascensor parase su trayectoria. En ese momento, imponentes colisiones contra la superficie que se hallaba sobre sus cabezas continuaban agitando el habitáculo con agresividad. Esta vez Elemor pudo averiguar su proveniencia, pues comenzaban a ser distinguibles los pasos de algo enorme que se encontraba por encima de ellos, y que había sido alertado probablemente por los ruidosos mecanismos del elevador. De pronto la estancia quedó en absoluto silencio. El rostro de Zeowyn mostraba una expresión de total terror, el cual le impidió articular palabra alguna. Elemor, por su parte, aguardaba pacientemente en posición de guardia. Los segundos siguientes se hicieron eternos para ambos, pero entonces, justo después de la pequeña pausa, una enorme roca lanzada a una velocidad trepidante impactó contra la pared donde el ascensor debió de haber finalizado su recorrido. Como efecto de ello, los fragmentos de roca que resultaron del choque cayeron sobre la pareja como una lluvia de afiladas y peligrosas piedras que ponían en jaque sus vidas. Inmediatamente Elemor se valanzó sobre Zeowyn y con su cuerpo la cubrió casi en su totalidad, haciendo que solo sufriera leves y superficiales cortes y contusiones. El paladín, por su parte, recibió buena parte de los impactos, sin embargo, la robustez y resistencia otorgadas por su condición mellaron drásticamente las consecuencias.
Cuando el inesperado evento hubo terminado, Elemor se irguió y se aseguró de que Zeowyn se encontraba en buenas condiciones. Tras realizar las comprobaciones oportunas, el guerrero consideró que la opción más viable era descansar por unos instantes, puesto que ambos se encontraban exhaustos por los acontecimientos recientes. Sin embargo, el descanso fue efímero. Una segunda gran roca volvió a chocar contra la pared instantes después, y esta vez, ocasionó serias injurias en el armazón del elevador, el cuál se desprendió y comenzó una caída libre en picado hacia el oscuro abismo. El factor sorpresa pilló a ambos aventureros desprevenidos, pero el instinto de supervivencia de Elemor, que ya se había curtido durante años en situaciones límite, permitió que durante el descenso consiguiera agarrar uno de los brazos de la elfa y se sujetara a un saliente con ayuda de su otra mano. Cuando todo parecía perdido, sacó sus fuerzas más profundas y se armó con el coraje necesario para dificultosamente cargar a Zeowyn en su espalda y trepar a lo largo del acantilado.
Durante su trayecto varias rocas continuaron zarandeando el túnel y precipitándose sobre ellos, pero, ya fuera por azar, determinación o destino, el paladín consiguió llegar a la luminosa salida que conducía al exterior de la mina. Una vez arriba, la verdadera preocupación no hizo más que comenzar, pues encontraron frente a ellos al causante, o más bien los causantes, de su vertiginoso trayecto: tres enormes moles de piedra que se movían pesadamente y peleaban entre ellas, lanzándose piedras y usando sus extremidades rocosas que ejercían de brazos con los que golpearse unas a otras.