Tras atravesar la imponente puerta de Qartal, Elemor y Zeowyn se encontraron inmersos en el bullicio y la vida vibrante de la ciudad. Calles empedradas y concurridas, repletas de comerciantes, artesanos y transeúntes de todas las razas y nacionalidades, daban vida a un escenario lleno de colores y sonidos. Numerosos puestos de comida, que deleitaban los sentidos con sus exquisitos olores, captaban la atención de todo el que se hayase próximo. Los abarrotados puestos de madera, ofrecían cualquier producto imaginable, desde las más lujosas telas, de cálidos y extravagantes colores, a majestuosos muebles de maderas altamente escasas.
A medida que avanzaban por el concurrido pasillo que formaban las tiendas, los tenderos intentaban captar mediante gritos y muestras de sus productos a la multitud de viajeros. Uno de ellos, de pelo blanco y poblada barba del mismo color, agarró inesperadamente el brazo de Zeowyn, y la detuvo para tratar de venderle alguno de sus productos. Elemor colocó su mano sobre el hombro del comerciante, y este, al notar la firmeza de esta, retiró inmediatamente su brazo del de Zeowyn.
—Mis disculpas, señor. No pretendía ofenderos —dijo con una sonrisa tranquilizadora—.
Zeowyn, con serenidad, observó los enseres del tendero. Flores de todos los tamaños y colores se hallaban extendidas a lo largo de una larga alfombra de terciopelo rojo. Su mirada se posó en una pequeña, de un color azul tan intenso como el mismísimo océano conformada por cuatro hojas redondeadas y un capullo central de color ligeramente más claro. Cuanto más la miraba, más le evocaba la sensación de estar próxima al mar. Pronto se dio cuenta de que aquella peculiar flor parecía moverse. Sus pétalos se ondulaban perezosamente de una manera muy poco natural, como si fueran un líquido apunto de desbordarse en cualquier momento, y luego volviera a su posición original.
—Veo que la Faraxya Cerulis ha llamado tu atención —dijo el hombre, al tiempo que se acercaba para cogerla. Al tocarla, el pensamiento de Zeowyn tomó más fuerza. Parecía inconsistente.
El mercader la levantó con sumo cuidado y la ofreció galantemente a la joven elfa. Con la proximidad, la flor pareció relajarse, pues sus pétalos bajaron suavemente a una posición más natural.
—Tómala muchacha, parece que encajáis a la perfección —añadió.
La inocente mirada de la chica se reflejaba en aquel profundo tono azulado. Parecía como si ambos se estuviesen mirando, valorándose mutuamente.
—Me gustaría hacerme con ella, pero no tengo más que un par de Doreis, y estoy segura de que esta flor debe valer más que eso.
Elemor observaba con recelo la escena, pues aunque tampoco tenía dinero en aquel momento, notaba algo peculiar en aquella flor. Cierta esencia de Aor aguardaba dentro de ella, ocultándose, a la espera de salir en cualquier momento.
—¿Qué esconden estas flores? —preguntó Elemor.
—Deje que ella misma lo descubra —respondió con otra sonrisa, con clara picaresca esta vez—, por el módico precio de dos Qalar.
—¿Dos Qalar? —exclamó asustada la elfa—. ¿Acaso crees que tenemos tanto dinero?
El perspicaz anciano acarició el extremo de su barba con los dedos de su mano izquierda, al mismo tiempo que señalaba al cinto de Elemor con su mano desocupada.
—Quizá podamos llegar a un acuerdo —añadió, con su mirada dirigida al cristal azul que cargaba el paladín; el núcleo de gólem que arrancó con sus propias manos.
Elemor quedó pensativo. No quería deshacerse del núcleo, pues sabía que sería un preciado objeto de estudio, o incluso de colección. Sin embargo, su opinión cambió cuando sin previo aviso, la flor, que aún estaba en la mano de Zeowyn, comenzó a perder sus hojas convirtiéndose estas en pequeñas gotas de agua que se escurrían entre sus dedos. En unos segundos ya solo quedaba el capullo, y duró poco, pues este también acabó por deshacerse, y de su interior surgió un pequeño objeto ovoide del mismo, si no más intenso azul. Era un minúsculo huevo, de escaso peso, y de consistencia similar a la planta que lo albergaba.
—Parece que te ha elegido —dijo el vendedor. Aunque no me resulta extraño. La Faraxya es peculiar: escoge con criterio propio a su compañero. Así pues, siéntete orgullosa, pues solo los corazones más puros son considerados aptos para liberar su interior.
Zeowyn no tenía ni idea de a qué se refería. De repente aquella extraña flor se había convertido en un huevo gelatinoso que albergaba algo desconocido para ella.
Elemor, por el contrario, no se mostró asombrado, y con la debida deliberación, ofreció al mercader su núcleo a cambio del misterioso huevo.
—No os arrepentiréis amigos míos —añadió con júbilo.
Elemor asintió con la cabeza, e indicó a los guardias, que aguardaban pacientemente junto a ellos, que encabezaran de nuevo el camino hacia las dependencias del Gobernante.
Tras despedirse Zeowyn del mercader, retomó el camino detrás de ambos guardias, pero entonces, el anciano se acercó sigilosamente a un lateral de Elemor, y con un disimulado susurro, le advirtió:
—Por su expresión impasiva veo que está familiarizado con estas criaturas, sin embargo, debo avisarle; la Faraxya atrae a su portador poder y gloria, sin embargo, con más facilidad aún trae consigo el peligro —su rostro ensombrecido aportaba severidad a la conversación—. Cuide de su acompañante, oscuros acontecimientos acechan.
Elemor asintió, agradeciendo la advertencia del anciano. Aunque ya conocía en cierta medida las implicaciones de portar una criatura tan peculiar, comprendió el aviso. No sabía exactamente qué tipo de amenazas acechaban, pero estaba decidido a proteger a Zeowyn y al misterioso ser que ahora estaba en su custodia.
Mientras caminaban hacia las dependencias del Gobernante, Elemor reflexionaba sobre el intercambio que acababa de hacer. Aunque había perdido el valioso núcleo de gólem, sabía que el destino le había llevado por ese camino por alguna razón. Sentía el poder por aparecer de la criatura que ahora descansaba en sus manos. Aunque su apariencia era frágil, presentía que sus secretos no dejarían indiferente a nadie.
La comitiva llegó al fin a las puertas del palacio real, ubicado en el centro de la poblada ciudad. Dos filas de guardias aguardaban frente a ella, formadas por unos diez guerreros de armaduras plateadas, con llamativos escudos rectangulares de color verde, de aproximadamente un metro de altura, que portaban el emblema de la ciudad: un grifo tribal expulsando fuego por la boca. Sus yelmos, brillantes e impolutos, dejaban caer hacia atrás un largo pelaje, del mismo color que los escudos, que les daba un toque intimidante, mientras que en su otra mano portaban delgadas y esbeltas lanzas de acero punzante que apuntaban hacia el cielo. A medida que avanzaban entre ellos, podían sentirse observados a través de los diminutos huecos de sus cascos. Las miradas de los guardias los escrutaban en completo silencio, esperando al acecho, para actuar si fuese necesario.
Tras pasar junto a la última pareja de guardias, quienes no portaban escudos ni lanzas, les dieron el alto, y entonces, los dos guardias que les escoltaban, se adelantaron y se dirigieron a sus iguales.
—Solicitamos audiencia con el gobernante. Con nosotros se hayan Elemor, paladín de Volaram, y su acompañante Zeowyn. Los asuntos a tratar nos son desconocidos, pero dado que el paladín se ha personado ante nosotros, entendemos su elevada importancia.
Uno de los dos guardias, de altura próxima a Elemor, analizó al guerrero con frialdad. Elemor, al percatarse, movió su antebrazo de manera que su marca fuera más visible para el guardia. Tras observarla, se hizo a un lado, y les dejó pasar. Cuando los guardias que escoltaban a la pareja hubieron avanzado, Elemor les siguió, y entonces, el guardia que les había permitido el paso, volvió a colocarse en su posición inicial, impidiendo que Zeowyn continuara su camino.
—Solo el paladín tiene permitido adentrarse en los aposentos del monarca —zanjó el guardia.
Elemor dio media vuelta, y con mano firme tocó el hombro del hombre por su espalda.
—Ella viene conmigo.
El guardia frunció el ceño y miró indiferente a Elemor. No estaba dispuesto a dejar pasar a Zeowyn, alegando que solo el paladín tenía permiso de audiencia con el gobernante. Sin embargo, Elemor no se inmutó y mantuvo su determinación.
—Si no se nos permite pasar a ambos, deberé buscar alguna otra manera menos sutil de reunirme con el rey —respondió desafiante.
Pareció considerar la situación por un momento, evaluando las palabras de Elemor y la determinación en su rostro, sin embargo, aquello no le hizo cambiar de opinión, y respondió quitándose de encima con brusquedad la mano del paladín. Acto seguido, reposicionó su brazo, y desenvainó velozmente una espada que colgaba en una funda de su cinto. Tras ello, el resto de guardias dio un paso hacia delante, y simultáneamente extendieron sus lanzas hacia el grupo de recién llegados. Los dos guardias que los acompañaban, sobresaltados por la situación, se quedaron inmóviles viendo como sus protegidos eran rodeados fieramente por sus compañeros.
Elemor se colocó con agilidad entre Zeowyn y los guardias, y espalda con espalda, ambos miraron a sus contendientes como aquel que está apunto de arrebatar la vida a alguien en plena batalla.
Los guardias permanecieron impasibles a su alrededor, esperando cualquier movimiento de los dos detenidos. Entonces, inesperadamente, una voluminosa figura ensombreció el suelo debajo de sus pies. Con el sonido de un potente batir de alas, un gran grifo, dirigido por un jinete de armadura completamente dorada de pies a cabeza, bajó despacio hasta llegar a la altura de la disputa. De un salto poco propio de alguien que porta una armadura tan aparentemente pesada, el fulgurante guerrero, de tamaño similar a Elemor, aterrizó, y con ambas manos se sacó el yelmo, dejando a la luz una larga cabellera plateada que ondeaba libremente por el viento provocado por el cercano vuelo del grifo. Con una sonrisa picaresca y desenfadada, encaró a los soldados:
—¿Desde cuándo en Qartal tratamos así a los amigos? —dijo manteniendo la sonrisa.
La expresión de Elemor cambió abruptamente al escuchar sus palabras. Y sintiendo que se había quitado un enorme peso de encima, se dirigió jovialmente al imponente guerrero.
—Ha pasado mucho tiempo, hermano.