Los segundos posteriores a soltarse transcurrieron como una eternidad en la mente de paladín. No había espacio para el temor en el corazón de Elemor, no aún. El tiempo jugaba en su contra pero su convicción en la idea que ejecutaba seguía firme y le otorgaba un valor abrumador.
Los brazos de los gólems estaban cada vez más y más cerca. Casi podía decirse que sentía el aire provocado con su movimiento cada vez que estos avanzaban centímetro a centímetro. Seguían avanzando. Aún le faltaba una distancia prudencial para caer al suelo, pero sin duda el impacto de las extremidades lo recibiría antes. Ya casi rozaban su objetivo. Una distancia infinitesimal separaba en aquel instante el cuerpo rígido por la tensión del guerrero y las frías palmas rocosas de los monstruos. Y entonces, sucedió lo planeado: Zeowyn se incorporó velozmente y sus ojos volvieron a adoptar aquel brillo dorado tan intenso. Lo volvió a hacer, esta vez sin el estridente grito. Ambos colosos quedaron inmóviles al momento.
La primera parte del plan había funcionado: condicionar a Zeowyn a que usara la misteriosa habilidad de nuevo poniendo en riesgo de muerte su vida, pues por algún motivo que desconocía, parecía ser esa la fuente de su poder. Sin embargo la maniobra no estaba completa, aún faltaba lo más importante: eliminar las dos amenazas.
Elemor dirigió una fugaz mirada a la elfa y observó cómo de sus fosas nasales empezaba a caer un delgado hilo de sangre negra que acababa en forma de gotas en la tierra. No tenía mucho tiempo. Debía acabar con ellos antes de que fuera tarde, pues aquel extraño poder parecía consumir la vitalidad de Zeowyn, y no sabía qué consecuencias desencadenaría su uso en exceso. Esta vez ninguno de los dos enemigos se movió. Permanecieron enfrentados el uno al otro, manteniendo sus respectivas posiciones de asalto. Elemor pensó que pudo deberse al cansancio de Zeowyn, o a que su poder estaba apunto de agotarse, lo cual le hizo deliberar y actuar mucho más rápido. El momento decisivo había llegado, no había vuelta atrás.
Agarró una de las piernas de la criatura que hace unos instantes había intentado aplastarle y empezó a trepar de nuevo, esta vez sin la presión (al menos de momento) de ser espachurrado. Cuando hubo llegado a la altura del pecho, fijó su atención en la abertura que resplandecía con aquel color azul que vio con anterioridad en el suelo. Con facilidad su mano cabría a través de ella, pero no tuvo tiempo para nada, pues al momento sintió cómo el cuerpo que hasta hace un momento permanecía inerte, comenzaba a vibrar sutilmente, señal de que aquella magia estaba perdiendo su efecto. Introdujo la mano en aquella abertura y tocó el núcleo. Estaba muy caliente. Con toda probabilidad una persona corriente hubiera visto su mano casi calcinada, pero Elemor, gracias a sus cualidades propias de un paladín, fue capaz de manipularlo con poco más que lamentar que algunas ampollas. No tenía tiempo. El monstruo que se situaba detrás también luchaba por moverse, lo sentía por las vibraciones tras su espalda. Agarró con fuerza el cristal y tiró de él. No se movía. Tenía que aplicar una fuerza mucho más bruta para desencajarlo de aquel pecho. Soltó la mano que lo agarraba al cuerpo del gigante de piedra y la colocó también en el núcleo. Tenía que intentarlo, no había más posibilidades. Elemor inspiró aire y concentró toda su energía en sus manos. Todo su cuerpo centró su atención en un solo punto, desde su mente hasta la sangre que corría por sus venas, y un aura amarilla envolvió cálidamente su cuerpo. Disponía de mucha fuerza, podía sentirlo en cada yema de sus curtidos dedos. Unos segundos más. Poco a poco acumulaba más poder. Su aura se incrementaba, al mismo tiempo que el calor que irradiaba se hacía más notable. Ya no sentía diferencia entre la temperatura que emanaba su cuerpo y la del nucleo, y entonces, supo que era el momento. Tiró y tiró empleando hasta el último ápice de fuerza de la que disponía y ocurrió. Un bello objeto de cristal azul con forma cilíndrica fue extraído de su portador, y Elemor salió despedido al suelo en consecuencia.
Instantáneamente la que hubo sido una enorme criatura peligrosa, pasó a ser una pila de rocas inertes que cayó de manera abrupta al suelo. Tras ello, el paladín se incorporó y se colocó en posición de guardia, pues no sabía cuánto tardaría su último enemigo en reaccionar y volver a la carga. Pero cual fue su sorpresa al observar que tan pronto despertó de aquel breve letargo, dedicó una mirada vacía al cuerpo sin vida de su igual, y tras girarse pesadamente emprendió la marcha en dirección contraria abandonando la escena. Elemor dudó. Su única conclusión sensata fue que aquel ser perdiera el interés por el combate al caer su compañero, y decidiera que la pareja conformada por él y la elfa no representaba emoción o dificultad alguna, ya que lo que había deducido en todo este tiempo era que tales criaturas parecían carecer de suficiente habilidad de raciocinio, y más bien se guiaban de manera primitiva. Sea como fuere, los problemas habían cesado por el momento, y sin más demora corrió hacia Zeowyn, la cual aguardaba de rodillas, con aspecto devastado y ojos cerrados.
—¡Zeowyn! —gritó Elemor al tiempo que corría en su dirección—. ¡Aguanta un poco más!
Las palabras fueron en vano puesto que la joven elfa ya no lo escuchaba. En su estado era incapaz de recibir información alguna del exterior, y su cuerpo combatía fieramente para mantenerse con vida contra el brutal impacto que había tenido en ella aquel misterioso poder. Su piel era cada vez más pálida, pareciendo que la sangre no circulara ya por sus venas.
—¡Despierta, tienes que despertar! —deploraba amargamente Elemor.
Sin tiempo que perder procedió a ejecutar la opción más viable que tenía a su disposición: su bendición de paladín.
El guerrero, que también tenía considerablemente mermadas sus fuerzas tras emplearlas en arrancar el corazón de su enemigo, concentró de nuevo la energía de su cuerpo, esta vez en la mano izquierda, la cual comenzó a brillar poco a poco con un tenue brillo dorado. Poco a poco ese brillo comenzó a hacer acto de presencia, y pronto la escena que rodeaba al paladín estaba tintada del resplandor de oro. Cuando sintió que todo el poder estaba reunido en aquel punto, rompió de forma desconsiderada su prenda superior, dejando sus senos al intemperie, y colocó la palma de su mano sobre el pecho de Zeowyn. Al entrar en contacto con la piel la energía se hizo más presente y el fulgor dorado se apoderó de todo lo que les rodeaba. Elemor mantenía su mano firme mientras la corriente de poder sanador atravesaba el cuerpo de la elfa y recobraba su vitalidad. El flujo de energía no cesaba, pero ella seguía sin despertar. Elemor temía que fuese demasiado tarde, pues aquel poder suyo podía sanar las más profundas heridas pero no salvar a su destinatario de la muerte, pues al fin y al cabo la muerte era un destino inevitable para todo ser viviente. Aun así, no perdió la esperanza. Usaría hasta el último eco de fuerza para intentar reanimar a su compañera de viaje.
Al fin, tras unos intensos minutos que se hicieron eternos en la mente del guerrero, los ojos de Zeowyn se abrieron abruptamente y de su boca salió un sonoro suspiro de éxtasis. Prácticamente acababa de volver a la vida, el poder de Elemor acababa de arrebatarla de las garras de la muerte. Lentamente se incorporó y permaneció sentada hasta recuperar el aliento. Miró a su alrededor desconcertada y únicamente pudo observar cómo el paladín se hallaba arrodillado ante ella con la mano aún en su torso.
Inmediatamente su expresión que escasos instantes antes era de cansancio y derrota absoluta, adoptó un tono rojizo y decidió acompañarla de un agudo grito sin precedentes al mismo tiempo que apartaba la mano de Elemor de su pecho.
—¿Pero qué demonios crees que haces? —le espetó ruborizada.
—Me alegro de que estés bien —respondió Elemor con seriedad, aunque no muy al fondo de su corazón, pudo discernir un sentimiento semejante a la felicidad.