Elemor comienza el viaje de vuelta a su hogar actual. No queda lejos, pero decide ir a un ritmo pausado para recuperar por completo la energía gastada en la disputa. Por el camino puede observar las amplias extensiones de fértiles tierras ornamentadas con sus respectivos cultivos, tales como centeno, avena, cebada, y otros cereales. A medida que avanza, también comienzan a verse hectáreas sin siembra; tierras en barbecho, esperando a que se regeneren y sean más fértiles en los meses venideros. Su reino no destaca más que por la agricultura. Su localización, a la orilla de un importante río, hace que el terreno sea especialmente apto para el cultivo, y unido a la enorme amplitud de campiñas de las que dispone, les convierte en una de las principales fuentes de víveres de la región.
Elemor sigue caminando por los senderos, deleitándose con los contrastes de colores que ofrece el paisaje. En la lejanía comienza a oír la fricción provocada por las ruedas de un carro que se aproxima por su espalda. A medida que se acerca, distingue que son varios, así que se voltea a comprobar de qué se trata. Es una caravana de comercio. A juzgar por los extravagantes ropajes que visten sus miembros, intuye que provienen del este. Al aproximarse, observa el escudo que portan sus estandartes; un águila tribal cuya boca expulsa fuego, sobre un fondo de color verde enebro. Esto confirma sus sospechas. Son comerciantes de Qartal, una próspera ciudad situada más allá del bosque pálido. Han recorrido un largo y duro camino para llegar hasta aquí, puesto que las rutas establecidas desde su ubicación actualmente se encuentran plagadas de bandidos y saqueadores. Pero no es de extrañar que lleguen sanos y salvos, ya que consigo traen suficientes hombres para mantener a salvo el convoy. Se pueden divisar al menos un par de decenas de soldados montados a caballo que cabalgan junto a los carros portando más estandartes y unas pálidas armaduras de color blanquecino. No tardan demasiado en llegar junto al paladín. Al observar su apariencia indistinguible, los presentes pliegan sus torsos en señal de respeto. Los paladines son reconocidos y respetados allá donde estén, sin importar si sus reinos tengan rivalidad o no. De pronto, uno de los guerreros baja de su caballo y postra su rodilla en el suelo.
—Propicios días, señor. —dijo con voz jovial el caballero—. Mi nombre es Tremold, y ellos son mis camaradas, hemos hecho un largo viaje para llegar hasta aquí, en busca de nuevas y prósperas posibles rutas de comercio. Ahora mismo nos dirigimos a Volaram, ¿quiere que le llevemos a algún lugar? —preguntó cortésmente.
—Soy Elemor, paladín que custodia con su vida estas tierras. —responde ferozmente—. Agradezco su oferta, y la acepto con gratitud, puesto que aún faltan varias horas a pie para llegar a mi destino —añade.
El caballero se levanta y le dirige una mirada simpática, al mismo tiempo que con su mano le invita a subirse a uno de los carros. Pronto emprenden la marcha y comienzan el trayecto restante. Al poco tiempo de salir, Tremold se vuelve a dirigir a él:
—Si no es mucha indiscreción, mi señor, ¿qué hace alguien como usted en ese solitario sendero, tan alejado de la urbe? —cuestiona sin malicia.
Orientando una mirada rápida hacia él, puede observar que se trata de un hombre joven, probablemente de unos 20 años. Dada su aparente juventud, resulta interesante que sea él quien comanda esta caravana de comercio, puesto que rara vez se pueden encontrar personas con cargos notables a edades tan tempranas.
—Fui encomendado por el Rey de Volaram para solucionar un conflicto en las tierras próximas. —responde Elemor de forma serena— Como se predijo, la contienda concluyó a nuestro favor.
Los ojos del chico le observan con asombro y una infantil incredulidad. Su aparente sorpresa deja entrever que muy probablemente nunca se haya visto envuelto en una batalla.
—A juzgar por la expresión en tu rostro, y tu puesto en esta caravana, intuyo que provienes de alguna familia adinerada. —reprocha mientras nos miramos fijamente—. No debes de haberte involucrado en más que enfrentamientos contra bandidos de poca monta. ¿Me equivoco? —añade.
El joven asiente con pesar. Sin embargo a los pocos segundos, su mirada vuelve a recobrar su jovialidad nata.
—Está en lo cierto señor. —afirma, mientras asiente con la cabeza—, vengo de una reputada familia de mercaderes de Qartal. Sin embargo, a diferencia de mis parientes, he renunciado a la cómoda vida de comerciante en la ciudad. Mi propósito —continúa el chico—, es conseguir establecer nuevas rutas de comercio con las que volver a los tiempos de mis antepasados, donde la relación entre los reinos era inmaculada y el intercambio de culturas estaba en auge continuo.
Para ser tan inexperto, las intenciones del chico eran indudablemente puras. Es cierto que antaño la mayoría de razas convivían en armonía, pero no se ha de olvidar, que varios reinos independientes y criaturas lóbregas partidarias de las artes del mal poblaban y habitaban el mismo espacio que el resto de seres. No todo era brillante en aquel pasado que los jóvenes recrean como idílico, puesto que se libraron incontables batallas contra aquellos individuos que pretendían poblar de miseria y caos Heureor. Aunque ahora ocultos y desaparecidos, muchos de esos entes prosiguen en su labor de sembrar la discordia por nuestro mundo. Incluso Elemor, que ha presenciado con sus propios ojos decenas de años de constantes conflictos y cambios, desconoce muchos de los engendros que lo pueblan. Los miembros más antiguos de la Orden Sagrada, a veces hacen mención a las llamadas criaturas primigenias, las cuales han estado presentes desde la creación de Heureor, y son abismalmente poderosas, tanto que algunas de ellas podrían desatar devastaciones que erradicasen al resto de seres vivientes.
Al oír las palabras del joven, las épocas oscuras anteriormente nombradas nublan su mente por un instante. En un intento de eludir esos pensamientos, se dirige al joven comerciante:
—Tus intenciones son nobles chico —dice mientras le dirige una mirada de aprobación—, no mucha gente es capaz de pensar en intereses más allá de los suyos propios. Alabo tu decisión y te deseo la mejor de las suertes en tu viaje, Tremold de Qartal.
Por un momento su cara se ruborizó, una muestra obvia de que no contaba con su aprobación y bendición de su viaje. Los minutos siguientes del viaje pasan en un silencio casi absoluto, únicamente interrumpido por el sonido de las últimas gotas de lluvia que aún caen de la pasada tormenta.
Los altos muros de Volaram comienzan a observarse en las proximidades. A medida que avanzan, encuentran atalayas repartidas estratégicamente a lo largo de las extensiones de tierra pertenecientes al reino, de modo que nadie entre ni salga sin ser visto. Al ver al sobresaliente guerrero, los guardianes de estas saludan y victorean su regreso triunfal, dejándolos pasar sin presentar inconvenientes. Tras unas millas más de travesía, al fin llegan a las puertas de la ciudad. Está custodiada por numerosos guardias fornidos que portan elegantes alabardas de acero fortalecido. Junto a ellos ondean banderas de color carbón con dragones plateados inscritos en ellas, el símbolo de su pueblo. Según se cuenta, en las edades más tempranas los dragones fueron criaturas ancestrales. Poderosas bestias escamadas, dotadas de alas y una larga cola, a menudo cargada con púas minuciosamente afiladas. Decenas de especies convivían a lo largo del basto mundo, de todas formas, colores, e intenciones. Se habla en los textos antiguos de su intelecto y capacidad de raciocinio, siendo consideradas criaturas de una sabiduría inigualable, muy por encima de otras razas actuales. Los dragones plateados habitaron un día la actual Volaram. Se han hallado escamas y esqueletos enormes pertenecientes a ellos, y continuamente son estudiados meticulosamente por los sabios de la ciudad, e incluso de investigadores de tierras más lejanas que acuden solo para presenciarlo con sus propios ojos.
Elemor se baja del carruaje y agradece a los miembros de la caravana por haberle traído de vuelta. Por último, se despide personalmente de Tremold.
—Te deseo suerte en tu cometido chico, espero que puedas lograr llevarlo a cabo algún día —dice en tono de despedida.
—Gracias Elemor, puede que algún día volvamos a vernos, quién sabe lo que nos deparan los hilos del destino, ¿verdad? —sentencia el joven con una sonrisa pícara.
Tras ello, el convoy continúa marchando a lo largo de la ciudad, probablemente hasta el distrito de los gremios, donde puedan comenzar con su ansiado intercambio de bienes. Mientras tanto, el paladín mira el imponente edificio que se sitúa ante él: el palacio real.