Esa mañana mi vida pasó de ser una pesadilla interminable a una calma sin sabor. Ese hombre era raro, su rostro dada la impresión de nunca haber sonreído, de alguna forma podía saber que era mayor, pero su físico era impresionante, no muy abultado como los adictos al gimnasio, pero igual daba la apariencia de haber entrenado mucho.
Estaba semidesnudo y no se veía que tuviera una pizca de pudor. Su rostro se mantenía duro, casi como estatua, podía sentir como emanaba odio solo con respirar, casi podía ver un brillo alrededor suyo, como un aura maligna.
Aun así, habló con seriedad y una voz grave muy cálida, casi como un profesor respetable, me cuesta creer que antes sonó tan vulgar...
¿De qué pervertida hablaba? No lo sé. Era un hombre extraño.
Me preguntó por la noche de ayer, y le dije la verdad; al llegar se desnudó, se aventó al sofá de la sala y señalo con un dedo la habitación del fondo, dijo que me cambiará la ropa mojada por algo del closet y que podía comer cualquier cosa de la cocina.
Claro, apenas y se le entendía por lo ebrio que se encontraba. Pensé que al final sí me tomaría por la fuerza, pero eso nunca pasó, empezó a roncar como si tuviera atravesado un motor en la garganta y ya no se movió en toda la noche.
Tomé su ropa mojada, que había regado por todas partes y le puse una sábana que encontré en el cuarto.
Aunque la habitación era cómoda, no me sentía bien y estaba muy ansiosa así que apenas pude dormir. Me levanté temprano y vine a la cocina mientras seguía durmiendo.
Así fue como terminamos en está incómoda situación.
Lloré y le conté todo, no tenía otra opción, había aceptado mi destino cuando escapé, cualquier cosa sonaba bien mientras no estuviera en ese lugar que tanto odié. Sabía que podía terminar mucho peor, pero estaba desesperada, quería huir.
Soñaba con una familia feliz donde todos los días pudiera abrazar a mis padres; unos que si me quisieran.
Que nunca me abandonaran, unos que pudieran ser de confianza.
Alguien que me amara.
Quería todo aquello que todos tenían menos yo, un poco de cariño.
Tal vez ese día nunca llegaría. Acepté que mi cuerpo atraía a los hombres que buscaban solo saciar su lujuria, no importaba si era mi tío, mis compañeros de la escuela o mis profesores; cualquiera se intentaba aprovechar de mí, no podía pelear, mi voz era reprimida, yo siempre fui tímida, solo podía hacerme bolita y llorar.
Acepte usar mi cuerpo como último recurso y tal vez conseguir ser feliz, aunque fuera dentro de una ilusión del deseo carnal. Tal vez con el tiempo le agarraría gusto.
Esos eran mis únicos pensamientos.
Pero ahora no sé qué hacer, él dijo que no necesitaba usar mi cuerpo, pero igual me podía quedar. La única condición era dejar de pensar en pagar con sexo.
Sentí un alivio al escuchar eso, pero después me dio terror, nadie es tan bueno como para hacer eso, mi tío solía decir que gastaba mucho en mí y por eso debía cobrarse en especie. Decía que es la ley de la vida, debes dar para recibir.
Este hombre... ¿Qué necesita de mí?
Solo me dio indicaciones de donde lavar mi ropa, me dijo que podía usar el cuarto al fondo para acomodarme y que podía comer cualquier cosa de la cocina.
Dio tres reglas:
1.- Nada de invitados sin autorización.
2.- No maltratar los libros en la casa, ni las plantas del jardín.
3.- Avisar si se acaba el café.
Después de eso se cambió de ropa y empezó hacer varias llamadas, se metió en un pequeño estudio que está a un lado de la sala y escuchaba como tecleaba rápidamente en una computadora, revisaba papeles, imprimía más papeles, volvía hacer llamadas...
Así se la pasó algunas horas y después se levantó de golpe, se puso una chamarra desgastada y salió sin despedirse, casi como si hubiera olvidado mi existencia.
Yo me quedé sola en esa casa, se sentía una soledad abrumadora en cada rincón. ¿Será que él vive así todos los días?
No lo sé... Pero... ¿Por qué me tiene aquí sin hacer nada? ¿Qué gana él?
Me da miedo terminar en una bolsa en el fondo de una barranca, tal vez no fue buena idea huir de casa, pero tampoco tenía un hogar donde estar, mi tía ya estaba a punto de correrme por supuestamente haber seducido a mi tío y ser la causante de que él se fuera.
No ya no tengo a donde ir, podría vivir en las calles, o quedarme aquí.
La casa está llena de soledad, aunque es bonita. Hay un hombre con apariencia de villano, aunque no parece tan malo si le prestas atención.
Sin nada que hacer, decidí limpiar, pero en realidad la casa estaba limpia y ordenada, pero no quería sentirme tan inútil. Sentí que debía hacer algo para ganarme al menos el derecho a estar realmente aquí.
Él regreso por la tarde con algunas bolsas con comida y ropa.
—Olvidé preguntar tu talla así que solo calculé al tanteo, dime si algo te queda, y si no mañana lo cambio.
Me hubiera gustado que preguntara mi opinión, pero ese gesto me hizo sentir feliz, no logro recordar cuando alguien regaló algo de forma tan espontanea.
Él estaba sonrojado cuando me dio la ropa, sus gestos seguían siendo duros, pero era bonito ver como tenía las mejillas rojas, haciendo de cuenta que no pasaba nada.
De esa manera y con una rutina simple pasó un mes, él se levantaba muy temprano a entrenar en el enorme jardín que tiene la casa, se baña, y se pone a trabajar en su estudio, después de un rato me pregunta si quiero algo de la calle, le contesto que no y se despide.
Casi no me habla, incluso evita de forma constante el contacto conmigo, aunque de vez en cuando hemos cenamos juntos en silencio.
En la casa hay una televisión en la sala, pero nunca he visto que la prenda, incluso me dijo que me la podía llevar a mi cuarto, pero no quise seguir pareciendo un parásito. Creo que esa es la única forma en que me ve, aunque no lo diga, quiero creer que es distinto.
Me siento vacía, hay mucha calma.
¿Esto es lo que quería?
No lo sé, pero es mejor que sufrir de abusos y golpes...
Después de unos días noté que la expresión de su rostro estaba menos tensa, incluso hablaba más conmigo, aunque seguía siendo distante, como si yo no fuera más que un objeto más en la casa.
Mi pecho dolía cada vez que veía su indiferencia. ¿Qué gana con tenerme aquí?
De vez en cuando llega en las tardes me trae cosas, ya sea de higiene personal o ropa, siempre se sonroja, pero sus gestos seguían siendo duros como roca tallada.
Su respuesta era siempre la misma "Checa que te queda, si no te gusta o no es de tu talla, dime y mañana lo cambio", después de eso se queda en silencio.
No lo entiendo.
Dos meses pasaron rápido, me acostumbre al ritmo de vida, el entrena, se baña, trabaja y se va. Por mi parte limpio la casa, riego las plantas y últimamente me he puesto a leer, es curioso lo que descubrí, al principio no lo notaba; aunque no parecen haber muchos muebles, en realidad todos son discretos y están llenos de libros de todas las formas y tamaños, incluso hay un estante en la cocina con libros de biología y plantas medicinales.
Todo es raro aquí. Él es raro.
Encontré muchas novelas románticas, enciclopedias viejísimas, libros en otros idiomas, y hasta cuentos infantiles. Al menos me mantengo entretenida.
En las últimas semanas empezamos a cenar juntos sin excepción, a veces me preguntaba sobre mis planes a futuro, pero le decía que no sabía todavía, el asentía y seguía comiendo.
Me da miedo que me corra por ser una inútil, me terminé de acostumbrar a dormir sin miedo, a tener un techo sin gritos o reclamos, a estar en completa paz... No me quiero ir, pero no soy de provecho para él.
¿Es estúpido no? Tenía miedo de quedarme, y ahora no me quiero ir.
¿Para qué le soy útil a este hombre?
Todo era tan tranquilo que nunca le pregunté su nombre, anoche lo hice y sonrió por primera vez.
—Te tardaste mucho para pedir eso, se supone que me llamo X$%&/()".... pero abandone ese nombre hace mucho, ese es el nombre de alguien débil, alguien a quien odio mucho, alguien que no tenía voluntad de vivir... Hoy en día todos me llaman Balam, así me solía decir un viejo amigo... Significa jaguar en maya. Sí, me gusta más ese nombre.
Esa fue la primera vez que hablo conmigo usando tantas palabras, incluso sonaba un poco animado, pero es extraño.
¿Débil? he visto su fuerza, incluso cuando entrena, él no tiene nada de débil, su presencia destila peligro... o bueno así es como yo lo veo.
—Supongo que te aburres aquí, ¿Te parece bien si mañana salimos a tomar un paseo? —
Su voz era suave con cada palabra, aunque seguía sonando grave, sus gestos eran piedra tallados en una piel roja llena de vergüenza.