—¡Vamos señores! No se detengan, tenemos que terminar en los próximos meses, antes de que finalice el año.
La voz de Janeth resonaba en el campo, cual capataz. Aquellos que no eran usuarios de tetra energía se dedicaban al campo, ganadería y construcción, al ser un pueblo relativamente pequeño con una alta entrada de mercancías como pago en especie por los tratamientos medico milagrosos de los rasta-monjes, la cantidad de trabajo real disminuye en comparación con los pueblos vecinos.
A su vez eso hizo que los pobladores se hicieran muy sedentarios. En tres días de trabajo moderado, sus vidas se convirtieron en una pesadilla extenuante que sirvió para aumentar las cosechas y reunir materiales de construcción, eso hizo que en muy poco tiempo la población empiece a mostrar signos de fatiga.
—Siento que exageras un poco, nadie está acostumbrado a este nivel de trabajo…
—¡Tú guarda silencio!
A Pepe no le quedo de otra que cerrar la boca y voltear a otro lado. La mirada molesta de Janeth era capaz de matar a una persona, llevaba días sin dormir, coger o beber. La decisión de poner a trabajar a su pueblo para aumentar las reservas de comida y reparar las naves de batalla arrumbadas bajo tierra, no fue una decisión fácil. Hacerlo implicaba que ella estaba preocupada de perder. Ella podía aceptar esa verdad, sin embargo, su personalidad no le dejaba vivir si debía mostrar un lado débil a los demás.
Vivir en un conflicto por su personalidad era lo normal, Pepe lo sabía bien, mejor que nadie en el mundo. Así que guardo silencio y decidió quedarse en ciudad Rastafarí hasta tener un entendimiento de la situación con los guardianes.
—Ya mandé a traer más jinetes de cóndor, para que nos ayuden a transportar las naves a un lugar despejado donde se puedan reparar.
Comentó Pepe mientras montaba a Plata, su cóndor titán personal. La gigantesca criatura parecía sacada de un cuento de fantasía, al igual que los Koatl y los narvales arcoíris, eran criaturas que podían canalizar de manera natural la tetra energía, sobrevivientes de los años previos a la última Era de hielo. Escondidos bajo un velo dimensional para evitar mezclarse en el mundo de los humanos después de la última visita de Kukulcán a la tierra.
La gente miraba con entusiasmo a Pepe, era considerado un héroe de leyenda, a diferencia de los demás que vivían de manera pública en sus propias ciudades y uno podía convivir con ellos. Pepe era considerado un maestro del combate aéreo, muy amable y sabio, pero difícil de conocer en persona. En un mundo que ya había perdido la capacidad de volar de manera abierta para toda persona, ser un jinete de cóndor era un sueño casi imposible.
Había que subir a la cordillera de los andes y buscar entre las montañas el refugio de Pepe. Esa era la única prueba, debías hacerlo solo y sin ayuda, para demostrar tus convicciones. Sonaba relativamente sencillo, lo que mucha gente no entendía es que solo la Ciudad de Machu Pichu poseía la infraestructura para sobrevivir en la cordillera. Poco después de las guerras mundiales, la base de las montañas se llenó de materiales radioactivos dañando la fauna y enrareciendo el aire durante décadas, de forma que la gente que vivió en las inmediaciones fuera desplazada o bien subiera a la cima y jamás bajara de nuevo. Así mismo, las placas tectónicas sufrieron daños a causa de los masivos bombardeos, de forma que los temblores aumentaron considerablemente.
Aunque han paso un par de siglos los mitos entorno a la cordillera han permanecido vigentes, de forma que mucha gente prefiere evitarla, solo aquellos comerciantes valientes que suben a Machu Pichu por medio de las plataformas magnéticas pueden constatar que aún hay gente viviendo en el lugar. De ahí las leyendas del jinete de cóndor.
—Amor… —Con la voz temblorosa y un ligero rubor Janeth volteo a ver a Pepe antes de partir— Por favor ve con cuidado y vuelve pronto, te estaré esperando…
Ante la mirada atónita de todos a su alrededor, Janeth se despidió de Pepe de una forma tan poco usual que dejo sin palabras al mundo entero. Incluso en silencio del viento se hizo presente, los latidos de todo ser vivo en las inmediaciones eran apenas perceptibles. Por un instante el mundo entero se detuvo. Una muestra de cariño sincero y tímido era imposible de pensar que pudiera provenir de aquella mujer, sádica, ninfómana, grosera, sin pudor o moral de ningún tipo. En donde la mejor muestra de afecto provenía de su negro sentido del humor. Verla en ese instante tan fugaz, dando una ligera demostración de amor corrompió la mente de su pueblo.
—Claro que volveré mi morena preciosa—Con los ojos cerrados y una sonrisa nerviosa Pepe se despidió mientras Plata elevaba el vuelo de manera estrepitosa para sacar del trance a todos.
La misión era prepararse para el peor escenario de todos, tener en cuenta que con el conocimiento actual solo quedaba estar listos para huir del planeta. Por el momento el único en salir con éxito de la tierra fue Tezca usando una de las tortugas de batalla, logró durar un año en el espacio revisando la posible colonización de los demás planetas del sistema solar, y aunque logró su cometido, el proyecto de expansión humano se quedó en papel, por la falta de organización y personas dispuestas a viajar a otro planeta para volverlo habitable, cuando la misma tierra estaba en decadencia.
"Cuando logremos tener ciudades habitables en este mundo destruido estaremos preparados para ir a otro a empezar de cero"
Fue el acuerdo entre todos los héroes en su momento. Pepe decidió que había llegado la hora, si el enemigo era tan destructivo en realidad no habría un rincón en el universo donde esconderse, si solo quedaba pelear hasta la muerte entonces eso haría, pero por lo menos disfrutaría sus últimos momentos como le plazcan.
Así fueran diez años, diez días, diez horas, diez décadas, o la eternidad misma, haría lo que siempre quiso en lo profundo de su ser. Viviría para morir en el momento adecuado, sin arrepentimientos, el universo mismo era un misterio. Dedico los últimos quince años para fortalecerse mentalmente esperando que la eternidad lo absorbiera y trascendiera en algún momento, dejando la muerte de lado y alcanzando aquello que llamaron en la antigüedad "la iluminación"
Ese fue su error, Janeth lo espero todo ese tiempo, ocultándose detrás de una máscara de mujer malvada sin escrúpulos, deprimida buscando alguna manera de llamar su atención. Esos pensamientos lo atormentan cada día desde que descubrió la verdad.
Jamás volvería a ser egoísta con sus sentimientos, de nada le sirve la eternidad si nunca seria verdaderamente libre.
Habló con Janeth y decidieron ser una pareja formal, libre, sin ataduras, sin rencores, sin muros entre ellos, mostrando su verdadero ser, no aquel que desarrollaron el paso de los años para ocultar sus sentimientos el uno por el otro.
Harían lo que consideraban correcto, si pelear contra el que podría ser su último enemigo para lograr escapar y vivir libres o morir en el intento, si ese es el único camino, entonces lo tomarían.
Para logarlo debían cubrir todos los posibles escenarios, en caso de que perdieran la guerra tendrían que estar listos para partir lejos del planeta junto con algún grupo de sobrevivientes y poblar un nuevo mundo. Las naves de la era antigua tendrían que ser probadas y empezar a juntar semillas de cultivos resistentes a los climas extremos. Así como un grupo de guerreros que pudieran transmitir con el paso de los años las estrategias combate para estar siempre listos para un nuevo enemigo.
Un plan en realidad ambiguo, sin muchos detalles y hasta cierto grado improvisado. Pero en ese momento, era una esperanza a que ambos se estaban aferrando.
—¡¿Qué tanto van a estar perdiendo el tiempo?!
El grito de Janeth trajo de vuelta de sus pensamientos a todos, quienes, aterrorizados de ser posibles víctimas de su ira, retomaron sus trabajos al puro estilo de la esclavitud.
"Por favor, vuelve pronto…"
Fueron las palabras que susurró al viento, esperando que llegarán a él, quien reinaba el cielo montando las nubes como si fueran olas.
"Por ti siempre volveré, una y otra vez"
Fue la respuesta que viento trajo de vuelta, en un soplido que hizo bailar sus rastas y cascabelear sus adornos de plata y madera.