Atrapado a varios metros bajo tierra, en un páramo rodeado de cristales místicos; Drake Wolf Réquiem yace sin salida, y en desventaja frente a un abismal fiel a una doctrina, que aboga por una libertad a cuestas de un genocidio.
Un error, una sola duda, un mero movimiento en falso sería fatal. Los ojos de flamas esmeraldas se clavan en el brazo mecánico, de piezas abiertas y del que destila vapores negruzcos corroídos por corrientes eléctricas.
Si el cañón vuelve a activarse va a significar una muerte inminente; una oscuridad muy conocida por Drake, quien ha enfrentado a la muerte múltiples veces contra enemigos que lo superaban. En todas esas ocasiones ha salido a duras penas, por sostenerse firmemente a una vida que ha significado una lucha constante.
Las entrañas húmedas de la surreal caverna, le recuerdan al guerrero a una cripta muy parecida en la que perdió a Connor, cuando este cayó al vacío y nada pudo hacer para salvarlo.
Aquella noche Drake cargó tristeza, frustración, odio y deseos de venganzas al igual que vivir. En esa cruzada, algo murió en el alma del joven y lo trajo de regreso en la forma de esa armadura carmesí que se ha vuelto una maldición como bendición. Morir una vez, para renacer más fuerte que nunca y ser apegado a la vida como nunca antes.
—Dignas últimas palabras, provenientes de un insecto arrogante. El derrotar a Frenyr te hizo sobreestimar tus capacidades. El tiempo del hombre se ha acabado, pronto volveremos a caminar en este mundo en total libertad, y nos saciaremos de la carne de cada uno de ustedes, imbéciles. —relincha la descomunal criatura, en una carcajada gutural ante el desafío del guardián. En burla ataja de forma retorica—: ¿tienes alguna idea de lo que te enfrentas?
—A un vil pedazo de mierda que pretende ser más rudo de lo que es. —Los fulgores esmeraldas incrementan su resplandor, en un porte determinado y en sus manos materializa una guadaña, de hoja apuntando al cuello de la descomunal criatura.
Réquiem toma la iniciativa, al ejecutar un corte curvo directo a las patas delanteras del corcel. La hoja solo rasga el aire ya que Alpiel se aparta al flanco derecho, y entonces el corcel gira su cuerpo, para ejecutar una patada barrida con sus patas traseras.
En una combinación de sus habilidades como guerrero, y trabajador de una finca al tratar con caballos; Drake ve venir el golpe del casco bloqueándolo con la guadaña, sin embargo, el golpe lo catapulta del suelo y laja el cuerpo hacia atrás.
Aun abrumado por el impacto, la mandíbula del guardián se aprieta con ganas, y aun en el aire alza el arma por encima de su cabeza, dejándola caer en picada clavando la hoja en la tierra dejándose un camino de tierra desagarrada de un par de metros.
El retroceso es frenado, tal cual una cuña que lo amarra a este mundo y el guardián vuelve alzar la hoja en posición de guardia. Tras reincorporarse, Drake se da cuenta de que el centauro le viene siguiendo.
El ciclope arroja un doble gancho derecho directo a la cabeza, el cual es esquivado por Drake, al rodar en el piso hacia la izquierda; vuelve a levantarse dando un tajo largo, el cual es bloqueado por el brazo mecánico del abismal, cuyo contra ataque es girar su cuerpo en una patada. Tal acción lleva a Drake a saltar en el aire para esquivar la vapuleada y alarga la trayectoria entre ambos.
—¡He pasado años ocultándome de los Templarios, en una deplorable forma humana! ¡¿Tienes idea de lo que siente no ser tú mismo?! Todo por la inquisición de mierda de unos cerdos. —El demonio arroja una lluvia de puñetazos, uno tras otros esquivados por el guerreo carmesí, quien retrocede ágilmente atento a cada golpe—. ¡Tener que mezclarme con esos animales a los que sirves, que son solo ganado para nosotros! ¡Es lo mismo que ser un muerto en vida!
Alpiel se para de manos dejando caer sus cascos sobre su oponente, el cual salta de forma evasiva por el flanco izquierdo. Debido a su experiencia, Drake conoce que debe tener cuidado con las patas del caballo.
«¿Cómo diablos venzo a este sujeto antes de que enfríe su arma? si ni siquiera puedo acercarme sin que me pegue una patada», se pregunta el guerrero rojo atosigado por los nervios.
De repente la visión de Drake se dispara al preparar la gigantesca guadaña, acoplando el coraje y una idea surge en su mente al visualizar el brazo humeante de Alpiel.
Hay alrededor de treinta metros entre el gigante y Drake; la batalla se acerca a su final, por lo que el resultado se decidirá pronto. Casi al borde de ver una derrota inminente, una epifanía le atraviesa como un rayo, lo que alguna vez le dijo su padre, cuándo lo entrenaba en el arte de las armas blancas y en las peleas cuerpo a cuerpo.
"No hay oponente o problema invencible, siempre hay un punto débil. El problema es encontrarlo, hijo. No quiero que te metas en peleas, pero si tienes que pelear... gana."
—¡Ha bailar, Alpiel! —desafía Drake en porte hierro, comparable a la furia de un espartano dirigido a la batalla.
El centauro carga como una bala, para embestir al guardián en posición defensiva. Cuando ambos combatientes están lo suficiente cerca; Alpiel pega un salto largo y pasa por encima del guerrero, quien ve como el demonio amortigua la caída con sus patas delanteras para ejecutar una doble patada trasera.
Drake se vuelve impulsándose al pisar firmemente en la tierra y arroja un corte de media luna con su guadaña. La hoja retorcida besa a los cascos, en un impacto de chirriante cantar metálico; como si un contundente martillo colisionara frente a una espada, el resultado es predecible.
El arma es expulsada lejos de los guantes del aguerrido guardián, quien es arrastrado hacia atrás varios metros, hasta chocar contra una pared que se agrieta en un potente estruendo. Victima de estar levemente aturdido, los ojos esmeraldas se abren de par en par, al ver como se acerca la dantesca criatura en otra de sus estampidas en un rugido belicoso.
A duras penas Drake logra moverse a la derecha, dejando que el gigantesco puño de Alpiel se hunda en la pared, haciéndola explotar. Por un segundo la sangre del guardián se congela, al pensar que por una fracción de segundo pudo ser ese montón de rocas desperdigadas como perdigones.
El monstruo sigue arrojando puñetazos, ahora Drake se concentra solo en esquivar los ataques moviéndose alrededor del demonio, sin embargo, no se aleja demasiado.
En los pensamientos del guerrero cae el miedo a volver a fracasar, fallar a sus seres queridos y no cumplir su mayor sueño; tiene miedo a morir. Alpiel es más fuerte, ni siquiera ha sido herido realmente. Incluso si Drake hubiese alimentado a su ente con anterioridad, no sería capaz de superarlo por métodos convencionales, una realidad que este guerrero se niega aceptar. Caer y levantarse es algo que siempre ha hecho.
Un puñetazo del demonio impacta contra el suelo, ya que Drake lo evita al rodear a su enemigo desplazándose a las patas traseras en un acto que podría ser considerado suicido, al ser las piernas traseras de un caballo, el pináculo de su fuerza.
A una trayectoria prudente, el guerrero materializa una alargada lanza que punza uno de los muslos de la criatura antes de que esta pueda reaccionar y logra interrumpir la posibilidad de un rápido contraataque. Al instante que Drake conectó la estocada, se aleja en un ágil salto lejos del rango de un demonio, el cual libera un alarido de dolor a pesar de que la hoja apenas perforó la extremidad.
El guantelete pesado de Alpiel saca de un tirón la lanza, arrojándola lejos y en ese dolor la adrenalina corre por la sangre demoniaca; lo que conlleva a rearmar las piezas del brazo mecánico, apagándose las brumas al igual que las corrientes eléctricas.
Una sensación de victoria surge en la criatura, al transformar la extremidad al enorme cañón alimentado por energía mágica del usuario. Alpiel levanta una roca del piso, arrojándola contra Drake, quien esquiva el proyectil usado como finta para que el centauro corra en dirección a una estalagmita en donde yace incrustada un cristal. La movilidad de las piernas de caballo se ve comprometida por la anterior punzada, por lo que deja atrás un camino de gotas de sangre negra.
El crepúsculo de la degollina es palpable, Drake lo sabe y sin dudarlo va en pos del demonio a toda la velocidad que puede. Si Alpiel carga el cañón, matará a su oponente en un resplandor fulminante, todo se decidirá en este último segundo.
«¡Ganaré, padre! ¡No me va a derrotar de nuevo ningún maldito demonio!», en ese rayo de pensamiento, cargado de adrenalina el guardián no realiza ningún esfuerzo por huir. Va de frente directo a la muerte inminente y en sus manos realiza una última construcción con el único pensamiento, de que, si no logra vencer a ese demonio, muchos de sus compañeros correrán peligro.
Todo ápice de esperanza muere en el toque de la mano metálica, sobre el cristal y en un subidón de poder; la energía entra por las venas del ser abisal que victorioso apunta al cañón justo a la cara de un guerrero, a una distancia de poco menos de cinco metros.
—¡Se acabó, asesino de dioses! ¡¡He ganado!! —El cañón se enciende en un creciente fulgor azul rodeado de un espiral de ascuas del mismo color.
—¡¡En eso estamos de acuerdo, hijo de perra!!
De entre los guanteletes rojos surge una esfera, tal cual una bala de cañón y en un lanzamiento olímpico, Drake arroja la bola justo en la boca del arma luminiscente, tapándola. Tras ser realizado esa acción, el guerrero no frena el ritmo y pasa de largo al anonadado demonio, cuyo destino ha sido sellado por encender una cuenta regresiva imposible de detener.
—Caíste... —exclama Drake en una ladina sonrisa, burlándose por última vez de su enemigo
En una sobrecarga a raíz de la obstrucción, en una fracción de segundo el fusil se hincha tal cual un globo al tiempo que agujeros se abren alrededor de la extremidad, y deja escapar ráfagas de energía centellante. Finalmente, todo culmina en una explosión ensordecedora, manifestada en un orbe blanco que devora al demonio que apenas alcanza a gritar en pura desesperación, pero su voz es tragada con él en ese vacío de luces de muerte.
Por otra parte, Drake se aleja todo lo que puede, hasta visualizar una construcción de roca, a la cual salta y se pone a cubierto, como si fuese una trinchera, y el resplandor pasa por encima de su cabeza.
Las manos enguantadas tapan los oídos, y los ojos esmeraldas son cerrados ante el inmenso estruendo de todo ese caos, que hace temblar toda la caverna. La derrota de Alpiel se siente hasta en la superficie, por los efímeros terremotos.
Todo se ha acabado, el silencio se recobra en las entrañas del colosal. Espesas capas de humo cubren el terreno, en el que caen pedazos de escombros al suelo. Zumbido blanco atraviesa los tímpanos de Drake, quien al alzarse no puede hacer otra cosa que toser a la espera que su visión se aclare para ver el resultado de su plan.
Al disiparse la bruma negruzca, se divisa un cráter humeante donde fue el estallido; a varios metros lejos del mismo, sobre un montículo de tierra derruida yace tirado el enorme cuerpo destrozado perteneciente al centauro, en una posición retorcida e imposible, inclusive para su anormal fisionomía; tal cual una marioneta rota, carente de cuerdas.
Desde el cañón hasta el hombro se han reducido a cenizas, la mitad del torso se ha llenado de enrojecidas quemaduras sangrantes y en el costado hay un agujero, del que se desparraman montañas de tripas de las que corre marejadas de sangre negra. Las patas delanteras están rotas, asomándose los huesos. Todo el casco ha sido completamente destruido, quedando solo un rostro quemado, y lacerado, de mandíbula dislocada de la que cuelga la lengua entre los dientes rotos.
La mayor fortaleza del demonio, todas sus estrategias y aumentos de poder fueron usados en su contra, arrojándolo a la perdición. Drake fue testigo de cómo Alpiel pudo atrapar muchos objetos arrojadizos a lo largo de la guerra; tal suceso era a causa de que eran lanzados desde una alargada trayectoria, por lo que el acolito podía protegerse.
Lo que llevó al abismal a la derrota, fue su exceso de confianza al creer que ya había ganado, sumado el hecho de que la distancia a la que el guerrero carmesí arrojó la bola era muy corta, no había manera de que pudiera reaccionar.
Una vez que los sentidos se estabilizan, el jadeante guardián abre los ojos al máximo todavía incrédulo por la hazaña realizada por sus propias manos. Ha superado el miedo, y derrotado al gigante, en pleno uso de todas sus habilidades.
—No fuiste el único que puede apostar un todo o nada. La diferencia es que yo lo hago mejor, imbécil —sentencia el guerrero cansado, con los ojos entre cerrados.
La sensación de victoria se esfuma de golpe, por un repentino dolor punzante y agudo en las tripas del guardián, haciéndolo caer de rodillas. Ese dolor es familiar, no fue provocado por alguna herida de la pelea, esto va mucho más allá. Una sensación primitiva, una hambruna como ninguna otra que haya albergado en el pasado.
—N-no... —niega con la voz entrecorta, articular palabra es comparable a sentir un cuchillo cortándole la garganta—. No aho-ahora...
Las voces vuelven a resonar en el interior de la mente, susurrando todas a la vez, frases inentendibles en diferentes idiomas. Un enjambre zumbando en el interior de la cabeza de Drake, convirtiéndole en un panal viviente.
«No nos negaras la comida de nuevo, ¡Tienes que cumplir con el contrato!». Una voz se impone, una versión distorsionada de la del guardián, capaz de desprender una malicia cínica y reclama de nueva cuenta lo que tanto se ha tratado inútilmente de detener. Algo completamente inevitable.
—Ju-juré... no... perder el control... como aquella vez... —Drake es terco, soportando la intensa hambre. Se abraza así mismo, como si tratare de llenar de alguna manera el vacío estomago de una maldición enfurecida.
«Has escapado de esto muchas veces... no te va a tener consideración esta vez. ¡He aguatando tus estupideces por tiempo! ¡Es tiempo de que un verdadero hombre tome el control! Ya viste lo que nos hizo los pendejos de Alpiel y Frenyr, por poco nos mata. Ni se diga lo que nos puede hacer los Nephilims si no estás listo».
—¿Quién eres tú? —pregunta en un hilo de voz, al borde de perder la conciencia por el dolor paralizante. Todo el cuerpo le tiembla, casi está a punto de caer en un ataque de convulsiones.
«Adivina...», desafía.
—Ere-eres la armadura...
«No seas estúpido, la armadura es una entidad que se volvió parte de nosotros, no tiene el mismo razonamiento o comprensión de cómo funciona nuestra mente. Nos otorga un enorme poder, a cambio de una pequeña compensación».
—¡Que te cojan el oído, bastardo! No me has dicho quién eres —dice Drake sudando a mares, ardiéndole el corazón al pegar la frente en la tierra.
La respiración se acelera, casi se siente como una caldera ardiente a punto de explotar. Levanta levemente la mirada y ahí ve una imagen de no creer; una versión bestial de sí mismo se para enfrente con una forma retorcida.
Un gigante rojo con pinchos sobre saliendo de los hombros y rodillas; enormes garras en manos y pies. Los cuernos eran mucho más gruesos y segmentados, los ojos se rasgan en una mirada sombría de flamas amarillentas. El casco se abre en una prominente boca, repleta de colmillos rojizos. El monstruo parece medir dos metros, emanando un aura esmeralda que vocifera hambre.
«Yo soy tú, tú eres yo... somos parte de un único ser, soy la parte de ti que quiere venganza contra los que nos arrebataron todo. Tengo las pelotas suficientes como para ir por la cabeza de Amón y Scarlett, lo que a ti te falta».
La criatura es una personificación de los deseos reprimidos de Drake, manifestándose en una entidad grotesca, una disolución de su mente quebrada, desmoronándose lentamente. El abatido guerrero aprieta los puños con toda su existencia en juego, pensando que, si se pierde por un segundo, sería tragado por esa maligna existencia.
—La venganza nunca lleva a nada bueno... —Apoyándose en sus puños, lucha con todas sus fuerzas, contra la aplastante fuerza de la hambruna—. El camino de la venganza me alejaría de todo y de todos ¿Qué pasaría una vez que lo haga? ¡Nada! No vale la pena ¡Es mi vida! ¡¡Se lo prometí a papá!!
«¡Esos bastardos están ahí a fuera! todo por que fuiste un mocoso ingenuo que codiciaba algo que no podía poseer ¡si no lo haces tú, lo haré yo! Le estas faltando a la memoria de todos. Bien que pudiste vengar a Naomi y a Connor, pero no a papá y a esa pobre gente inocente ¡Eres un maldito cobarde que no quiere tomar la responsabilidad de sus pecados!», el duplicado reclama furibundo, rasgando una fibra sensible en el guardián.
—¡¡Cállate!! ¡¡No te dejaré hacerlo!! —Esos errores continúan persiguiéndole, quemándole el alma en una flama infernal. Contiene el aliento, rasgando la tierra con las garras.
«Esta cosa nos consumirá a la larga de no hacerlo. No pienso morir así... si desapareces por mí esta mejor tomaré el control y me ocuparé de ellos».
Drake se queda en silencio, las palabras se amortiguan por el hambre o quizás por las pesadas palabras de la bestia, cuyas exigencias furibundas pasan a cambiarse en una malicia de un demonio tentador, sacando esos deseos oscuros.
«Lo importante aquí es que queremos comer, la armadura te está dando ese deseo, vamos... sabes que quieres hacerlo... libéralo y dejarlo ir. Fácilmente has matado a todos tus enemigos y comes cerdos como vacas como si nada ¿Cuál es la diferencia de alimentar al ente?».
—¡Que puedo sentirlo! —vocifera encolerizado, algo en su cabeza se rompe y las lágrimas corren—. ¡Comparto cuerpo y alma con la armadura! Puedo sentir como ella se alimenta de seres aún vivos y con conciencia. Así la hambruna... el sabor de la carne, el dolor, los huesos destrozándose y la carne siendo reventada... yo... puedo perder el control de nuevo. —Las imágenes de uno de sus mayores pecados caen en su mente, como una plaga de fantasmas vengativos que lo torturan lentamente.
«¡Eres un bastardo egoísta! El ente ha hecho mucho por ti como para que le des la espalda, ¿todo por un accidente? Tienes que controlarlo, hacer tuyo este poder y acabar con esta mierda».
—Al-Alpiel está muerto... n-no... va a... —El toser del moribundo centauro le interrumpe. Sorprendentemente ese demonio apenas sigue vivo, en un estado semiconsciente.
«¿Lo ves? Inconscientemente no lo mataste, deseas que suceda esto... dime ¿No quieres impresionar a Alice? Sé cuánto la deseas... todos estos años viéndola, has fantaseado con poseerla, tocarla, acariciarla...devorarla. Una vez hecho habremos recuperado nuestro poder, ¿no quieres acabar la misión? Sabes que vendrán tipos más fuertes que el Alpiel y si queremos ganar hay que ponernos a la altura. Alguien tiene que ponerle un alto al fuego oscuro, o cientos van a morir ¿acaso no te importa? ¡Deja de ser un cobarde y responde al llamado!».
Un deseo oscuro surge dentro de Drake, una gula pecaminosa. El deseo de comer y alimentar a una entidad que no comprende. En sus adentros, piensa en dejarlo ir por esta vez, una última y no hacerlo jamás, a sabiendas que es una total mentira. Si lo hace, perderá la última luz en su alma, confirmando ese sobre nombre que le dieron esos campesinos hace mucho tiempo. Perdió la inocencia desde hace mucho tiempo, debía adaptarse a la situación.
De la espalda salen cuatro tentáculos carnosos, cubiertos de espinas negras. Sus rostros únicamente poseen una boca y dientes que se asemejan a un tiburón; sus encías son azules, dientes negros y la saliva que escurre es de color amarillo.
Las bestias se abalanzan hambrientas sobre el apenas vivo demonio, dándose un festín sangriento con su carne. Gritos ensordecedores, entonan la carnicería. Las bestias le despedazan pieza por pieza, destrozan los huesos al modelarlo y devoran insaciablemente.
Drake cierra los ojos fuertemente a la vez que se tapa los oídos, para no escuchar esa masacre; un esfuerzo inútil, el sonido es lo de menos. Toda sensación del ente al alimentarse, se transmite de forma mental a su portador, por lo que toda la experiencia queda marcada cual ardiente fierro tatuado en su alma.
Tras un tiempo que fueron una eternidad, los chillidos de Alpiel se apagan y todo queda de nuevo en silencio. Una abrazadora sensación reconfortante sube por la espina de Drake, todo su cuerpo se relaja y como si mil penalidades se apagaran en un alivio como ningún otro. La hora comer había terminado.
Los ojos esmeraldas se abren lentamente, solo para encarar a los gusanos en una empresa para lamer una vasta charca de sangre, de la que flotan restos de huesos rotos, pezuñas, y pedazos de metal entre ellos el guantelete y algunas de las herraduras mágicas. Las bestias saborean inclusive el contenido de los tuétanos, para saciar todo ápice de hambre de ese tiempo de ayunas.
Satisfechas por la comida, los gusanos se alzan para encarar a su portador en enormes sonrisas complacientes que muestran todos sus dientes ensangrentados, como si le estuvieran agradeciendo.
—Largo...
Ordena tajantemente el guardián. La mente se le ha sobre cargado de tanta basura, no ha podido terminar de asimilar lo sucedido. Aun así, ya ha aceptado la carga que lleva a cuestas, tendrá que alimentar periódicamente a su armadura como antes, o va a terminar perdiendo el control de todas maneras.
Aun si jamás podrá vivir con eso, Drake va enfrentar a ese destino y reza una oración en silencio a cualquier deidad el universo, para que le de la fuerza de voluntad para no perder el control de nuevo. No volver a lastimar a alguien inocente.
Los gusanos se enrollan para regresar al interior de la espalda del guardián, y desaparecen por completo. No dejan rastro alguno de su existencia.
Al volver a estar solo, Drake no se contiene y pega un fuerte grito, desahogando su sufrir. Posa las manos sobre su cabeza, las memorias vuelven a él, revolviéndole las tripas. La máscara del casco se abre en dos piezas, y vomito fluye de la boca del guerrero.
«¿Cómo te sientes? Gran parte de tus heridas se han curado y además ya no sentirás estos dolores... no te entiendo ¿A que le tienes miedo? Los altos mandos, Alice, Lance y Rhaizak saben la verdad y ellos te aceptan... no me digas que continua ese ferviente deseo de ser un héroe o ese sueño que tienes».
El alter ego se burla en esas últimas palabras, sabe perfectamente donde golpear a Drake, quién se limpia la cara con el antebrazo. La máscara se vuelve a cerrar junto a sus ojos en los que visualiza la imagen de una mujer fantasmal a lo lejos, cuyos brazos sostiene de manera amorosa un bebé envuelto en mantas, y a sus espaldas una casa en el campo. Por eso tiene que vivir, solo hay una manera en la que puede llegar a cumplir ese sueño.
Aquella desconocida doncella de rostro borroso, parece esperarlo de forma apacible y llena de amor. Esa visión dispara la mente del guerrero, y abre los ojos en fuerte determinación.
—¡Jodete! ¡No dejare que me manipules de nuevo! —Ve directamente a esa manifestación demoniaca, resintiendo un enorme odio—. No dejaré que me maten y no volveré a huir.
«Es un avance... ¿eso significa que iras por fin tras la cabeza de Scarlett y su gente?».
—He decidido alimentar a la armadura, no que voy a renunciar a la promesa que le hice a mi padre. Viviré para honrar su memoria, tal como se lo prometí... lejos del sendero de la venganza. —Continua firme en su determinación, volviendo a sacarle una risotada de burla al alter ego.
«Oh, pequeño Drake. Nunca podrás escapar de tu destino... hablamos cuando dejes de estar como una putita llorona».
Entre risas, la criatura se esfuma en el aire. La realidad regresa a la normalidad. Todo había estado dentro de la cabeza del guardián.
—¡Por mí puedes irte mucho a la...!
El guerrero se corta al ser sus oídos atacados por el sonido de pisadas acercándose, y sin tiempo para ocultarse, es descubierto por un grupo de cinco elfos de armaduras tecnológicas allá lo lejos en el filo de un sendero en forma de gusano, apenas oculto por las estalagmitas.
—¡Quieto! —ordena uno de los elfos al apuntar el rifle frente al guardián, en una arrebatada pregunta que no buscar quedar sin respuesta—: ¡¿Dónde está el maestro Alpiel?!
La pregunta nunca es contestada por el silente Réquiem de respiración acelerada, aun golpeado mentalmente tras saciar el hambre del ente. Uno de los elfos pega un alarido de sorpresa, al percatarse del guantelete que perteneció al centauro, yace cubierto de sangre y con parte del hueso de lo que fue alguna vez un brazo. No tardan en descifrar lo que pasó en esa caverna.
Aun si Drake no puede ver sus rostros a causa de los cascos astados, es palpable el abominable terror que consumen a cada uno de los elfos.
—¡¡Maldito monstruo!!—grita a todo pulmón uno de los elfos que parece ser el líder, cargado en una mezcolanza de odio y miedo—. ¡Liquídenlo! ¡No duden, lo tenemos atrapado!
De ese grito de espanto precede el inicio de una balacera, como el fusilamiento a un prisionero; tal título es muy alejado de la posición de Drake, quien materializa un escudo para repeler los disparos, y no duda en saltar a la acción al lanzar una cadena de su mano armada con una bola de pinchos, que conecta en la cara del elfo que ordenó el ataque.
Aquel impacto destruye la careta del casco y empuja al soldado contra una estructura rocosa, la cual explota en muchos escombros que acaban de tragarse para siempre el cuerpo. En la confusión el fuego de las balas se detiene, los soldados se llenan de desesperación por el destino fatal del dirigente, y se dan cuenta de la precaria situación en la que se encuentran; son ellos los que están atrapados.
Como una mancha de sangre caída del cielo, Drake salta sobre uno de los soldados con una mano puesta sobre la cara del mismo, y lo vapulea contra la tierra en un potente estruendo.
Los elfos restantes se paralizan al ver la apariencia tomada por ese ente rojo, una demoniaca parecida a la del alter ego: garras en pies, y manos dignas de una bestia asesina, una alargada cola como la de un dragón, pinchos sobresalientes en varias partes de la corza y por sobre todo una enorme boca llena de colmillos de la que se ven unas fauces carnosas. Es como si el mismo casco fuese la cabeza real de su portador.
—¡¡Debieron matarme cuando tuvieron la oportunidad!! —ruge en una voz gutural, sedienta de sangre y ebrio de rabia.
Uno a uno, los elfos caen derrotados por la fuerza de un berserker enloquecido; los cristales adornantes en las paredes se salpican de relámpagos de sangre y la tierra es forrada por montañas de tripas como de extremidades amputadas.
La masacre dura apenas unos minutos, Drake logra recuperar la conciencia justo antes de matar al último elfo que tiene sujetado del cuello, con los pies a centímetros del suelo y la espalda pegada a la pared, por lo que la armadura regresa a su forma estándar.
El interrogatorio dura poco. Ese grupo de elfos tenía la misión de recoger a Alpiel, una vez que se perdiera la señal de los cuatro ciclopes que tenían operativos. Si eso pasaba, los rebeldes supervivientes debían retirarse.
Esa información confirma para Réquiem la existencia de una nueva salida por esos lares. El conocimiento de otros dos ciclopes, deja al guardián en una profunda incertidumbre. Durante la emboscada fueron visto meramente dos. Ese miedo es consolado en el espíritu del guerrero, al conocer igualmente que la señal de esos ciclopes se ha apagado, y teoriza la posibilidad de que sus aliados acabaron con ellos.
Al no tener otra utilidad para el elfo moribundo, Drake lo ultima al romperle el cuello de un simple tirón; era la mejor piedad que podría darle a sabiendas de la clase de destino que puede esperarle a un hereje si es capturado por la inquisición.
Aun si tuviese la oportunidad, el ente carmesí ya fue satisfactoriamente saciado por lo que no tenía caso usar al elfo de sacrificio. El guardián ha aprendido a no sobre alimentar a la armadura, la enorme biomasa cocinada del demonio fue suficiente como para recargarlo completamente, a menos por un tiempo.
El pensamiento de absoluta soledad del guerrero es roto en pedazos, por un leve lamento agonizante proveniente de uno de los elfos. Iracundo en un estado casi animal, Drake se vuelve preparado y dispuesto a matar, a pesar de estar harto de tanta masacre.
Aquel instinto de luchar se calma, al ser descubierto el dueño de esa moribunda voz: uno de los elfos yace sentado en el suelo, de espaldas contra la pared recubierta de algunos cristales cubiertos por demasiada sangre, un atisbo de que no le queda mucho tiempo al soldado de armadura destrozada a tal punto que la mitad de la cara es visible, a través de las quebraduras y en ella se ve una faz petrificada, de dolencia absoluta.
El quebrado guantelete verde se alza, justo frente al guerrero de ojos llenos de lastima dirigida a ese pobre diablo, el cual parece rogar por la piedad.
Cuando Drake da el primer paso hacia su abatido enemigo, con tal de cumplir ese deseo; de repente se detiene de golpe por una abrazadora oleada de electricidad sube por la columna, ante un latente peligro al ser manifestadas las espinas en la armadura.
El ambiente se torna denso, algo no anda bien y los delirios inentendibles de ese elfo cobran forma:
—Sangre abismal... sangre... maldita... la sangre... de los elfos... la sangre...
A cada palabra que murmuraba en ese extraño código, el tenue fulgor palpitante de los cristales sube de intensidad en una tonalidad de colores cambiantes y aceitosos. Un arcoíris traído a las entrañas de la caverna.
Tal efecto explota todas las alarmas en Drake al ladear la cabeza por todos los alrededores, se siente como una rata atrapada en un laberinto, prisionero de algo que no puede entender. Nunca había escuchado que los cristales pudiesen realizar tal evento.
Como si estuviese frente a una bomba, el guerrero emprende la huida sin mirar atrás y deja atrás a ese pobre elfo, para dar su último aliento.
—Conduce a Alfinity....
La mano cae al suelo inerte sobre un de los cristales en el suelo, y de la sangre que escurre entre los dedos caen unas gotas. De ese tacto, precede el chispeante rugir de las descargas y las luces de los cristales, se materializan en un solo punto que desata un efímero flash de luz, justo cuando Drake está por llegar al túnel de gusano un repentino y efímero temblor interrumpe su ritmo, haciéndolo caer, pero se mantiene firma al apoyar las manos en la pared.
Las espinas de la armadura suben en tamaño, no obstante Drake todo cubierto de sangre y sudor. Los cristales recuperan el color azul normal como si nada hubiese pasado, cosa que no termina de tranquilizar al guerrero.
La temperatura en la caverna cae y el helar es lo suficientemente frio, para que Drake sea capaz de ver su propio aliento colándose en los respiradores del yelmo. El sonido de las pesadas cadenas materializada por el guerrero, ansiosamente a la espera de atacar de lo que sea que haya sido invocado.
La presencia de pasos a sus espaldas, confirman lo que Drake ya sabe: que no está solo en la cripta. Entonces por el rabillo del ojo, el guerrero ve algo que por poco detiene su corazón. La visión de una figura delicada y hermosa, una dama de alas negras que camina en laso elegante, y seguro de contoneadas cadenas con las alas doblas en su espalda, envuelta en un aura repleta de sombras, nubarrones espectrales que materializan esa entidad.
Las cadenas que conforman el vestido azul chirrían, en un cantar que hace dueto con los vivientes estiletes carmesí; las cuales se mueven alrededor de su amo como serpientes protectoras, que apuntan frente a ese ser de la oscuridad que por fin se detiene a unos pocos metros.
—Hola, Drake... parece que te has divertido bastante últimamente. Con algunas dificultades puedo notarlo. —Los labios pálidos de Anisha esbozan una tenue sonrisa, al tener las manos atrás de las anchas caderas, como si ocultase algo.
—Anisha... ¿Cómo esto es posible? —Drake acerca una mano para tocar el rostro de Anisha, atravesándolo como si ella fuese un fantasma; una niebla que muestra una proyección.
El confundido guerrero no puede medir palabra ante esa aparición, sus palabras parecen ahogarse en su garganta al ser su cuerpo congelado y piel se torna pálida. Algo no andaba bien, no estaba en el mundo de los sueños. Drake está seguro de que sigue despierto.
—La ecuación correcta abrió una abertura temporal, no podía dejar pasar una oportunidad como esta. —dice la dama al desplegar las alas negras, de las que desprenden algunas plumas oscuras—. Algo terrible se acerca... esto apenas es el inicio; no debes dejar que tus traumas dominen tu mente, tienes que enfrentar a tus demonios y vencer, solo de esa manera podrías estar preparado para lo que se viene.
Atrás de la joven surge una rajada entre las dimensiones, una grieta que se abre en el espacio tiempo en destellos que ciegan por un segundo al guerrero carmesí, atacado por una repentina serie de imágenes, adentrándose en su mente, mostrándole una extraña visión.
En un páramo desolado de una ciudad en ruinas de monolitos, provenientes de una civilización antiguo ahora convertido en tierras baldías. En esos parajes olvidados por cualquier deidad existente, deambula en soledad la silueta de lo que parece ser una joven envuelta en una capucha roja de pliegues ondeantes por el viento árido bajo un sol incandescente, como un desierto de metal y concreto tomado de nuevo por la naturaleza. Un mundo en ruinas o quizás un futuro posible.
La visión se corta abruptamente. Como si todo hubiese sido un largo sueño, Drake despierta boca abajo tendido en el suelo, en respiración acelerada. Al ponerse de rodillas, se percata de un hilo de sangre bajando por una de sus fosas nasales. Se siente confundido y mareado, como si hubiese estado embriagado, cosa rara en él, debido que detesta el alcohol.
Pasa la mano sobre el rostro del casco, asimilando lo sucedido. Trata de comprender con el alma caída hasta los pies, lo que acaba de ver; las imágenes que vio, fueron tan rápidas que no comprende el contexto de la historia.
—¿Qué demonios fue...?
Cuando el guerrero trata de pedir alguna explicación, la dama de alas negras había desaparecido, tal cual una alucinación o quizás el guerreo pudo haber caído dormido de alguna manera.
Aturdido por esa premonición, las cadenas y las espinas de la armadura se contraen. La batalla ha terminado, no queda nada para él en ese mundo de cristales de azul lucero palpitante.
En vista de que no habrá ninguna respuesta de momento, cansado y harto de todo, Drake opta por marcharse a través del sendero del que provinieron los elfos, sin saber que, de las herraduras dejadas en la charca roja, poseen los grabados de la dama de la discordia tal como el báculo que perteneció al brujo que Sheila mató, y ahora lo tiene Lance.