"Naciste como guerrero, actúa como tal" fue una frase motivacional que el padre gustaba decirle a Drake en sus tiempos de niñez, cuando este se sentía agotado por el trabajo o se le dificultaba aprender alguna actividad.
En aquellos días el padre y el hijo vivían solos en una acogedora finca de 190 hectáreas llamada "Los potros salvajes" en la que ejercían el oficio de la ganadería, ubicada en la ciudad de Arnold en el país de Trisary.
En esa casa se aplicaba extrema disciplina, basada en el trabajo duro. Drake definía a su padre como un hombre frio, casi lo podía comparar a una piedra o incluso a un tempano de hielo sólido normalmente y podía ser una vorágine de fuego por algún arrebato repentino de cólera. Aun así, Clayton jamás fue demasiado lejos durante la crianza de su hijo, la cual no estuvo llena de demasiado amor.
En días contemporáneos, cuando Drake llegaba a ver a padres con un trato cariñoso hacia a sus hijos, sentía cierta sensación fantasmal en sus entrañas. Tal evento era desconocido para sus recuerdos de infancia. Sumado el hecho de no tener madre, hizo al chico de ojos rojos necesitado de afecto.
Clayton no era muy afectuoso, apenas y abrazaba a su hijo. Lo más cercano a sentir afecto por parte de su padre, eran las historias de héroes que relataba de vez en cuando en los días más tiernos de juventud.
Entre los cuentos que Drake recordaba con sumo cariño, eran las vivencias de valientes guerreros a lomos de poderosos dragones, venidos de los tiempos de la edad heroica; como las aventuras de Máximo Trisary y su dragona Fafnir o las legendarias Titanomquias en las que clanes compuestos de dragones, gigantes y celestiales se batían en batalla por la dominación de las razas inferiores, mucho antes de la edad de los cuatro credos.
Los dragones se volvieron de las criaturas favoritas para el chico, llenándolo de ilusiones de vivir grandes aventuras en el futuro como un héroe que luche por la justicia.
En esos relatos el muro de frialdad de Clayton se volvía endeble, apenas una pequeña grieta que no fue suficiente, nada podía llegar a reavivar por completo el corazón del padre. Algo faltaba en esa familia que mortificó profundamente al niño.
No había ninguna información de la matriarca de la familia Réquiem. No guardaban ningún recuerdo de ella, ni siquiera fotografías. Era como si esa mujer nunca hubiese existido.
Drake nunca conoció a su progenitora, poco o nada sabía de ella, lo que causaba en él un profundo vacío en su corazón que anhelaba desesperadamente el ser llenado.
Cuando el pequeño de ojos rojos imploraba conocer, algo sobre la madre que jamás conoció; Clayton negaba con la cabeza, dándose la vuelta y sin mediar palabra seguía con sus asuntos. Esa acción era una advertencia, si Drake llegaba a insistir se iba a llevar una muy severa reprimenda.
La pequeña familia discutía mucho cuando el niño alcanzó la pubertad, lo que sacaba de quicio al padre por esa actitud rebelde presentada en esos tiempos. Eran como perros y gatos; esas disputas se volvieron frecuentes, al punto que ambos las consideraron normales. A pesar de todo, incluso cuando no lo dijeran directamente, se querían mucho; únicamente se tenían el uno al otro. Había un vínculo muy fuerte, aunque casi invisible debido a esa muralla de frialdad del padre hacia su hijo.
Desde que Drake tuvo uso de razón, escuchaba murmullos y rumores acerca de él. Lo catalogaban como un bastardo legitimado. Clayton era un hombre muy promiscuo, se le conocieron muchísimas amantes como hijos no comprobados. Acostumbraba ir a burdeles, o acortejaba a cualquier mujer que pareciese atractiva durante algún viaje.
Drake llegó a imaginar que tal vez alguna de esas doncellas del prostíbulo local, podía ser su madre. Esa idea se esfumó al averiguar tiempo después, que su padre se mudó a Arnold con un bebé en brazos, por lo que su progenitora no era de ese lugar. Nadie en el pueblo sabía quién era su progenitora.
Al cumplir los once años, después de un largo día de trabajo en el campo; Clayton volvió a casa acompañado por dos damas muy hermosas de pechos prominentes, y caderas anchas que llevaban vestimentas reveladoras, las delataba como acreedoras del oficio más antiguo de la historia. Esas señoritas saludaron a Drake jovialmente, abordándolo de mimos con jalones de cachetes entre inocentes halagos, tratándolo tal cual fuese un cachorro.
«Tal vez alguna de ellas podría ser mi madre», pensaba Drake, influenciado por su mente infantil de ese entonces.
La llegada de mujeres a la casa, era una señal conocida del niño para salir a jugar afuera o encerrarse en su cuarto. Vivian en una casa de dos pisos, con un corral, y un granero en sus laterales, y estaba rodeada por un amplio campo verde de potreros habitados tanto por becerros como caballos.
La propiedad era digna de pertenecer a alguien de la nobleza, venida de una pensión otorgada a Clayton, por sus servicios como guardián durante muchos años, en especial por su participación en la rebelión de los príncipes. A raíz de este conflicto confinó al pistolero a usar un bastón; perdió la pierna, y fue remplazada por una prótesis mecánica y a tomar medicamentos a causa de una lesión en la espalda.
Todo un héroe de guerra, uno que acostumbraba en su tiempo libre a sentarse en su silla mecedora al ras del porche de la casa bajo el pórtico, hundido en sus pensamientos en faz depresiva, de ventanas del alma color café oscuro, carente de cualquier brillo. La mirada de un hombre que solo esperaba a la muerte.
A pesar de vivir juntos, Drake siempre pensó que realmente nunca pudo saber todo sobre su padre, era como si una barrera invisible los separase.
El pistolero fue un guardián, y por los tatuajes rúnicos a lo largo de la piel curtida en cicatrices lo mostraba como un usuario de magia.
Para mala fortuna del niño, no heredó las habilidades mágicas o el talento con las de armas de fuego del padre. Tal cosa llenaba de complejos al niño, viéndose como un producto defectuoso por no ser lo que su progenitor esperaba que fuese.
Después de que las señoritas se fuesen; Drake en su inocencia, se acercó a hurtadillas a la sala. Clayton estaba sentado en un sillón, a medio vestir y en la diestra sujetaba la botella vacía de cerveza.
Se consideraba a Drake una fotocopia exacta de Clayton en sus años de juventud. Lo poco en que podían diferenciarse físicamente era la descuidada apariencia del hombre, al haberse dejado una larga y espesa barba que cubría la cara.
Sobre cualquier desemejanza entre los dos Réquiems, eran los ojos. Mientras el padre poseía una mirada avellana oscura carente de brillo, como dos vorágines negras, las ventanas del alma del hijo eran de un carmesí profundo y espeso, capaz de recordar al intenso brillo de la sangre fresca plasmada en una mirada apasionada llena de coraje.
Al percatarse de la presencia de su hijo, no dudó en tomarlo del brazo y subirlo a su regazo, para después atraparlo entre sus brazos en un asfixiante abrazo.
—Hijito, no sabes cuánto te amo... —Esas palabras fueron raras en Clayton.
De lo que llegaba a recordar el niño, esta fue la primera y única vez en escuchar un "te amo" por parte de su padre. Su corazón dio un vuelco al escucharlas, emocionándose como nunca antes lo había hecho y no dudo en corresponder ese abrazo, pegando el rostro enrojecido en el pecho de Clayton. No importaba el fuerte olor a alcohol.
Drake presionó la cara contra la camisa, ocultando las ganas de llorar de la emoción, casi se vio tentado en corresponder, sin embargo, su padre habló antes.
—Aunque muchas veces soy malo contigo, es porque quiero que seas un hombre de bien. — Su tono de voz era adormilado, apenas entendible; el olor de su aliento era embriagante, casi podría jurar que estaba a poco de vomitar—. Cuando seas mayor te enseñare los placeres de la vida.
Era más que obvio que estaba ebrio, y como expresaba el dicho: los ebrios siempre dicen la verdad. Una idea surgió en Drake, como una estrella ardiente alzándose en el firmamento; era una oportunidad única en la vida, la cual probablemente jamás podría repetirse.
—Viejo... cuéntame de mi madre, por favor... —dudó al principio. Temió recibir esa misma fría respuesta. Ser devuelto a ese abismo de duda e ignorancia.
Clayton eructó al principio, todavía atontado por la pequeña fiesta. La actitud extrañamente cariñosa volvió a tornarse en esa dura y fría roca carente de emociones, la cual se había vuelto una marca permanente en rostro del hombre.
—Cuando seas mayor, hijo.
Drake se sintió decepcionado al principio, de nuevo se hundió en ese foso negruzco de incertidumbre hasta que una pequeña luz de esperanza se encendió. No hubo un frio silencio o una reprimenda, esta vez hubo una respuesta; una señal de que hay algo más dentro de la dura roca de hielo que lo separaba de Clayton. El niño no se iba a rendir tan fácilmente, después de haber llegado tan de lejos.
—Pe-pero... pero tan si quiera dime algo sobre ella. ¿Aún vive? ¿Quién era o cual era su nombre? ¿En qué me parezco a ella? —De nuevo vaciló al hablar. Se dejó llevar por la emoción y bombardeó a su padre de muchas preguntas, en las que poco pudo pensar.
—En los ojos, tienes sus ojos —habló en voz trémula, en añoranza de algo que lo había dejado para siempre—. Cada vez que te veo... siento que ella está cerca. Los dos se parecen tanto; tienes mi físico... pero Dios te dio el corazón de tu madre. —Puso la mano en el hombro de su hijo al decir estas palabras, causando que los ojos carmesíes se pusieran anegados, conmovido por esas palabras.
—¿Cómo era ella? —siguió preguntando en un hilo de voz.
—Era una mujer testaruda y competitiva. —continuó—, tenía una ternura que ninguna persona en este mundo sería capaz de igualar. Cada vez que sonreía... no importaba lo triste o enfurecido que estuviese... siempre ella... podía hacerme sonreír.
"Era", esa palabra le dijo todo. El corazón se rompió en mil pedazos, al descubrir que nunca podría conocer a su madre y las lágrimas no se hicieron esperar.
—¿Cuál era su nombre? —Drake hace la última pregunta sin reparos. Por lo menos, deseaba darle un nombre a la mujer que visualiza en sus sueños.
Antes de quedar profundamente dormido; Clayton susurró un único y claro nombre, el cual ha ocultado por muchos años, en el fondo de su corazón.
—Claire... su nombre era Claire... ella te amaba mucho... más que cualquier cosa en este mundo... —tras confesar, el pistolero se dejó caer en los brazos de Morfeo.
Fue lo último que supo de su madre, y fue suficiente para ese entonces. Se conformaba y llenaba de gozo el saber que su madre lo amó. Tener ese nombre fue el mejor regalo que pudo darle su padre. Claire, prostituta o no, sería un nombre que el futuro guardián llevaría tatuado con fuego en la memoria por siempre.
...
Una pequeña mano machucada de laceraciones rojizas perteneciente a una jovencita, entrelazó los dedos en las fortificadas rejas de metal, coronadas en espirales de alambres de púas. En los límites de la fortaleza, llamada la Balsa: La academia de entrenamientos de aspirantes a guardianes, ubicada en la ciudad de piedras negras, en Trisary.
Vestía el viejo uniforme de los estudiantes, cubierto de tierra. Era una chiquilla de una edad que rondaba entre los trece y catorce años. Los largos cabellos negros se derramaban sobre la cara hasta bajar a la clavícula. El flequillo cubría parte del rostro, abriéndose sobre la nariz, justo a mitad de la cara repleta por rojizos barros, esparcidos en la pálida piel. Una abertura entre los mechones negros, permitía la visibilidad de la azul ventana del alma, de brillo apagado; la personificación de aquel que espera la muerte. Un cadáver en vida.
La chica se apoyaba en el metal de la reja, como si quisiera que su cuerpo se volviese líquido y atravesar los alambres. Huir de ese infierno evitándose mirar atrás a cada segundo; una idea descabellada y poco real.
Le darían caza implacable, trayéndola de regreso jalándola de los cabellos como si ella fuese algún animal, a la espera de un castigo. Dentro de lo que cabe el riesgo inminente, no tiene la voluntad de huir; después de todo, no quedaba lugar al cual volver.
Las voces de los que ella llamaba como "grises" susurraban en su mente cada vez que cerraba los ojos; podía verlos, veía como la abandonaban en esa escuela, y daban la espalda en oídos sordos al llanto desconsolado de la muchachita. Las imágenes de los días felices en un cálido hogar se volvían difusas.
Toda una mentira despreciable, una cruel ilusión de que alguna vez fue amada por sus familiares. La mano temblaba, fortificándose el agarre en los alambres, enrojeciéndose la piel por la presión, hasta derramar hilos de sangre manifestándose en carne viva esa frustración.
Los padres eran médicos que se ausentaban de casa, a tal grado que la chica no podía recordar sus rostros y ni siquiera pudo ver sus cuerpos, tras ser quemados debido a una prematura muerte a causa de ser contagiados por la peste, durante un brote en el campo de refugiados a donde eran enviados en las zonas de guerra, donde dominaba El libre pensamiento.
Como si fuese una bofetada del destino, el hermano mayor que se había enlistado en el ejército en la guerra de los cuatro credos, años atrás, fue reportado como desaparecido en acción.
Los últimos familiares vivos tomaron y gastaron la herencia, mientras que a la niña la abandonaron a un orfanato, que por azares del destino fue seleccionada a ella junto a otros huérfanos para un programa especial, el cual consistía en enviarlos a las lejanas tierras de Trisary, con la excusa de que era un gran honor y por su bien debía responder al llamado, mejor dicho, no mostrar resistencia al mismo.
Se suponía que era por amnistía entre las naciones: entregar a Trisary algunos niños huérfanos, por el apoyo en la subyugación de monstruos. Un tipo de bono adherido a ese intercambio de recursos que ambas naciones se tenían, respetándose el código de neutralidad de los guardianes en cuanto a la guerra santa.
Ella no entendía el hecho de ser reclutada en la armada mercenaria de un país extranjero, era por su propio bien estar.
El pensamiento de buscar una cuerda, en algún lugar del almacén y luego escoger el árbol que mejor la ajuste, no se veía como una idea lejana. Era normal que los niños murieran en este lugar.
Nadie pensaría o quisiera a una niña, que fue desechada por sus propios familiares. Para esa aspirante no quedaba otra cosa que la propia soledad.
Unos pasos acercándose a sus espaldas, sacaron a la chica de ese mundo de pesar por unos segundos. Inclinó levemente la cabeza por encima del hombro y encaró otro aspirante de rostro enrojecido bañado en sudor; jadeante por la pérdida de aire. Corrió incesantemente desde la fortaleza negra, deteniéndose en los límites de la reja, con el mero objetivo de encontrarla a ella.
El chico era de cabello negro azabache, rostro de piel tostada carcomido por cicatrices, tapándole el ojo izquierdo por un parche; el ojo derecho se apreciaba el iris carmesí y vestía el mismo uniforme mugriento. La jovencita bajó la cabeza indiferente, abriéndose las azules ventadas del alma, despertándole de la soñolencia.
Entre las manos sucias de tierra del chico, se hallaba entre los dedos una flor azul denominada como hortensia. Ese tipo de planta crecía en la parte sur de la fortaleza, en los jardines que de vez en cuando los niños se les ponía a cultivar los alimentos destinados a consumir.
—¡Enséñame, por favor! ¡Quiero ser tan fuerte como tú! —dijo el niño, subiéndosele los colores a la cara. Estiró el tembloroso brazo, ofreciendo el presente. Desvió la mirada avergonzado, evitándose el contacto visual directo. El ojo rojo se dilataba, en espera de una respuesta.
La chica pestañeó en proceso de asimilar el suceso. ¿Ella fuerte? No se lo podía creer, si le dieran la elección de pensar en alguna persona fuerte, le vendría a la mente su propio hermano o el legendario Munraimund.
Ella ha tenido desempeño destacable en varias actividades, a comparación de otros aspirantes. Consideraba que apenas ha sobrevivido a las pruebas, y no ha enfrentado todavía al ritual de los cristales. Un insignificante error, la enviaría a la enfermería o a un ataúd. Todo el tiempo lo ha hecho no por que disfrute ser la mejor, era porque ha llegado a pensar que, si resalta un poco, su hermano vendría por ella. Vaya anhelo infantil.
La aspirante recordaba a ese niño. Es de los que se queda en los últimos lugares en las carreras, o el de mayor numero de derrotas en los combates cuerpo a cuerpo.
La chica nunca se imaginó hablando con ese aspirante, después de todo no ha encontrado amigos desde que llegó a la academia, en realidad no esperaba hacerlo. Los trataban como maquinas, armas que han de afilar y como en toda forja, se desechaban los productos fallidos. Quedaba en ellos seguir adelante en no convertirse en espadas defectuosas, en plena ignición de alcanzar el temple.
—Por favor... no quiero seguir como un maldito inútil —rugió en voz trémula. Desahogó las frustraciones delante de esa muñeca rota, en lágrimas de pura rabia—. Te he visto. Eres imbatible en todo lo que te han puesto... no tengo mucho que ofrecerte... más que mi propia persona. Ayúdame, ¡Haré lo que sea por convertirme en guardián! —exclamó en fuerte determinación. En ese ojo carmesí, se personificaba aquel que no tiene nada que perder.
Esperanza. Ese último factor olvidado por el propio espectro emocional de la chica, resurgió en una pequeña luz titilante. Alguien pensó en ella, una persona quien parecía necesitarla como ella lo necesitaba. Los dos niños anhelaban alguien que los levantara, un hombro en donde apoyarse en el recorrido de este infierno.
—¿Cuál es tu nombre? —Preguntó la chica en voz calmada. Una pequeña sonrisa se dibujó en los labios. Tomó el presente delicadamente, esperándose no asustar a ese compañero.
—M-m-mi nombre es D-Drake Wolf Réquiem, se-señorita...estoy a sus órdenes.
La lengua se enredaba en la presentación entre tartamudeos; frente a la que consideraba la mejor aspirante de la clase. Ese actuar torpe provocaba una risita armoniosa a la chica. Se detuvo por un segundo, preguntándose cuando fue la última vez que se puso a reír.
Ella acortó la distancia en un paso largo. Posicionándose frente a frente a pocos centímetros el uno del otro, con las manos atrás de la cadera. El espacio personal del niño fue perpetrado; lo observaba inquisitiva. Los colores en el rostro de Drake se intensificaron
Era la viva imagen del nerviosismo y la inexperiencia en socializar. La chica puso la mano pesada sobre la cabeza, provocando una reacción de aversión por ese acto.
—¡Auch! —Se quejó el aprendiz. Alicia no perdió el recobrado ánimo, se aseguraba de que no sea una alucinación.
—Mi nombre es Alicia Wilson, desde ahora y siempre... —Se presentó levantándose la vitalidad en un nuevo amanecer en su vida—. Harás todo lo que yo te diga y no nos separaremos nunca.
—L-lo juro... —Drake asintió cabizbajo.
Alicia se complació en ser correspondida, y entonces desvió la mirada, enfocándose en el lugar causante del destino que los esperaba. Un cerro de roca es estrangulado por una titánica serpiente esculpida en piedra negra, protegida por la alta muralla impenetrable. Esa era la imagen dada al observar por primera vez la fortaleza. En el cerro, se ha construido la estructura de roca negra. Fue perforada y excavada, en pasajes mineros.
Torres de vigilancia se levantaron alrededor del cerro, conectadas entre sí por puentes; edificaciones construidas artificialmente, enredan el cerro rocoso, dándose la interpretación de ser una serpiente de escamas negras.
Cráneos yacían clavados en picas, adornando los bordes de la muralla; símbolos de la implacable fuerza del clan que dominaba esas tierras. Estas cabezas pertenecieron a los guerreros fieles a la nobleza, ejecutados por la mano segadora del director de la Balsa, durante la rebelión de los príncipes. Uno de los guardianes más poderosos del país.
En sus torres ondeaban dos banderas, la que plasmaban la espada rota y a su lado la del símbolo de los del clan Bluodclaw, la cual albergaba el blasón del rostro de un bufón macabro, de rostro cadavérico en el que se dibujaba una sonrisa antinatural de prominente dentadura expuesta y compuesta de colmillos monstruosos y ojos amarillos.
El descanso terminó y los dos niños regresaron a la clase de exploración, en los bosques de la academia.
Años después, Alice se enteró que su hermano seguía vivo. Alexander Wilson estuvo como prisionero en el imperio, por bastante tiempo hasta que fue rescatado y al enterarse del paradero de su hermana, quiso ir a buscarla. Tal determinación fue interrumpida por los tiempos de guerra y los deberes de cada uno. Cuando los dos hermanos restablecieron comunicación, ninguno de los dos podía reconocerse.
...
Era un día muy soleado en la Balsa. El golpe de calor era capaz de cocer la piel y cada vello del cuerpo, al poco rato de salir al exterior como si fuese una estufa, capaz de poner de malas o marear a cualquiera.
Alrededor de una veintena de niños corrían alrededor del patio de forma extenuante, sin importar que el intenso sol de mediodía los estuviese sofocando lentamente. Han realizado varias vueltas ininterrumpidas, al borde de que sentían como sus piernas se quebraban, los músculos se desgarraban y las lenguas se marchitaban en intensa sed.
La tentación de dejarse caer en la arena, y perder el conocimiento, se sentía palpable en cada tierno rostro enrojecido de los infantes jadeantes. Los pulmones ardían cuales calderas hirvientes, cercano a explotar si se seguía esa carrera; un sufrir mucho mejor que la condena que se esperaba si alguno llegaba a desfallecer.
Lo que debía ser una carrera, se trataba de una huida desesperada. Los infantes eran perseguidos por un instructor en cuyas manos sostiene un garrote de madera, con la intención de golpear sin piedad a cualquiera que caiga. La vida en los barracones albergaba una lucha constante por sobrevivir.
En ese lugar se diferenciaban los fuertes, que pasarían a volverse en un defensor de los reinos civilizados. Era común que algunos murieran durante las pruebas, debían eliminarse a los débiles. Se trataba de una inexpugnable ley espartana, la cual dominaba en los entrenamientos dentro de las barracas.
Nadie iba a extrañar a esos niños huérfanos. Bebés abandonados a las puertas de ese monasterio, niños dejados por sus padres o la misma guerra arrebató todo ellos o tal vez "un niño destino".
La típica historia: un infierno que no dejó rastros de civilización en un poblado, un niño que lo ha perdido todo y un encuentro destino. "Niños destinos" de esa manera llamaban a aquellos niños huérfanos que los guardianes llegaban a recoger, reclutándolos como posibles aspirantes.
En Trisary se tiene la creencia de que, si un guardián traía a un niño de un contrato, es porque sus destinos estarán vinculados para siempre. Una tradición inquebrantable relataba que ese cazador se volvería el padrino de ese niño destinado.
No importaba el sexo, el origen era irrelevante, un guardián podía surgir del seno de cualquier parte de Terra. Una personificación de la neutralidad delante los credos, convertidos como la espada y escudo de los reinos dominantes.
En el grupo de aspirantes había un niño que destacaba, recién llegado desde hace unas pocas semanas desde las islas Luna en el norte del continente, traído por el director de la Balsa y lo adjudicaron como su "niño destino", abandonándolo en las barracas como cualquier otro de los pupilos, sin ninguna posibilidad de trato especial, pero con dos únicas condiciones: el niño debía asearse por separado y si se atrevían a quitarle la máscara, los involucrados recibirían azotes por un látigo de siete colas en público.
Esas extrañas reglas despertaban la curiosidad de instructores como alumnos, ninguna fue saciada por verse eclipsadas, ante el miedo que generaba el director de la academia. En cuchicheos, y susurros se pensaban teorías que traban de un rostro mutilado por torturas, o tal vez alguna especie de enfermedad degenerativa.
El enigmático niño llamado Lance Fudo, llevaba una máscara negra, que cubría por completo el rostro y unos guantes del mismo color. La prenda era tradicional entre los miembros del eclipse, delatándolo como uno de esos niños en entrenamiento de esa orden de asesinos de peor reputación, que tuvo la fortuna casi imposible de haber logrado desertar sin haber sido ultimado o que el lavado de cerebro realizado a sus miembros en un entrenamiento psicológico, lo orillara a quitarse la vida por cualquier misión que haya fallado a su corta edad.
No hubo detalles o menciones de la razón por la que escapó, o como el director lo tomó bajo su tutela; nadie podía decir nada. Lo único que se sabía es que ese niño era un león rodeado de pequeños gatitos, por las extremas habilidades adquiridas en los monasterios de asesinos oscuros. El poco tiempo que Lance estuvo ahí, lo aprovechó de la mejor manera y que únicamente se había llevado una pertenencia.
Un sable oscuro largo de Magnamis a la que llamaba como "Ronin", tal cual el sobre nombre que daban de forma despectiva a los desertores del eclipse. Era obvio que no era la denominación original de la espada, por alguna razón lo cambió.
Era callado de porte sombrío, apenas se relacionaba con sus compañeros y lo sorprendentemente Lance rechazaba la espada negra. No quería usarla en las practicas o guardarla bajo la cama.
Cuando Lance llegó a la Academia, entregó la herramienta mágica al director y dijo:
—No me la regreses hasta que me gradué... no soy digno de ella todavía.
Durante la carrera, Lance iba a la cabeza de los niños, inclusive rivalizaba con Alicia Wilson, quien corría a su lado. Se prometía que ellos dos serian de los mejores guardianes.
Finalmente, lo inevitable sucedió: uno lo de niños dio un paso el falso, que interrumpió su ritmo y cayó de cara contra la arena, en la que no pudo ponerse de pie al sentir todo el cuerpo pesado. Como una bestia al asecho, la visión del instructor se posó en el primer aspirante derrotado
Los niños lo miraron de reojo, y siguieron adelante; algunos sintieron pena e impotencia, en los que susurraron oraciones por el caído, en el que se mantenía oculto el pensamiento de "mejor él, y no yo".
El niño empezó a ser golpeado sin piedad por su perseguidor. El chico intentaba levantarse sin éxito. Cada golpe que recibía lo devolvía al suelo, y todo fue observado de reojo por Lance, quien era invadido por una serie de pensamientos encontrados.
No era la primera vez que el futuro asesino oscuro veía algo parecido, a la vez que albergaba férrea consciencia de que no será la última. Ya había pasado por varios entrenamientos brutales. En ese momento no tenía ninguna relación con sus compañeros, por lo que no debía hacer o sentir algo, únicamente podría albergar un poco de lastima. Nada más alejado de la realidad.
Lance quería ignorarlo, y seguir adelante. Después de todo solo podían sobrevivir los fuertes, los de espíritu indomable. Pero los quejidos de ese niño eran tan fuertes, cuales taladros sobre sus oídos que obligaban al enmascarado a revivir un recuerdo de su pasado, su propio pecado en los que venían los llantos de muchos otros infantes que lo persiguen en pesadillas macabras.
Angustiado, Lance se obligó a taparse los oídos con ambas manos, para no escuchar los lloriqueos, y cuando quiso volver a poner la mirada al frente, de repente el tiempo se ralentizó cuando unos cabellos negros pasaron a su lado, y los pensamientos del niño oscuro fueron cortados cuales espadas de acero Magnamis.
Alice se había dado la vuelta, y pasó al lado de Lance con tal de regresar al rescate del niño, en medio de la paliza.
Los gritos de dolor del infante fueron contrarrestados por el alarido belicoso de esa niña, al instante que saltó sobre la espalda del instructor al taclearlo por la cintura, como si fuese un toro, tomándolo por sorpresa.
En un suceso increíble, el cuerpo de un hombre adulto cayó desplomado al suelo, delante de todos los aspirantes a guardianes, entre ellos estaba el atónito Lance, quien como una respuesta biológica de un alfa que ha encontrado un igual, frenó su avance para ser testigo del desarrollo de los eventos próximos.
—¡¡Drake, tienes que defenderte!! —gritó la chica al tratar de ayudar a su compañero, quien se levantaba torpemente—, ¡No seas...!
El regaño de la niña es interrumpido, por un garrotazo propinado en su espalda y la empujó de cara contra el suelo. Furibundo por la humillación, el instructor apartó cualquier sentido de la compasión, únicamente quería cobrar venganza y olvidó por completo al otro niño, al que creía derrotado.
Cuando el instructor se preparaba para rematar a la aturdida niña, todavía recostada en el suelo; como un animal salvaje sediento de venganza, Drake se abalanzó sobre la espalda del hombre, aferrándose a la misma y en un acto digno de la furia de un vampiro, una dentelleada fue ejecutada en el hombro hasta que los dientes de leche se incrustaron en la carne, y arrancaron un pedazo sanguinolento del que se desprendían hilos de nervios, tal cual se desenredara la red de un hilar.
El agarre en el garrote se volvió endeble, y se resbaló de entre los dedos del instructor. En medio de la cólera el instructor tomó a Drake de los cabellos, y lo arrojó lejos de su él,
Drake cayó sobre su estómago, rodando en el piso y se puso de rodillas para escupir con desprecio el pedazo de carne, mientras su cara yacía manchada de tierra como de líquido vital, comparable a las venas marcadas en el único ojo carmesí visible, del que se desprendía un odio psicótico hacia el abatido instructor, el cual chillaba de dolor al tapar su herida sangrante.
El niño corroído por moretones y restos de sangre seca el rostro, alzó los puños en posición de guardia, como un boxeador. Seguía tenaz hasta el final aun jadeante.
Alice aprovechó para tomar el garrote del suelo. El peso del arma la hizo sentir osada y no dudó en propinar un golpe en la pierna del distraído agresor, obligándolo a doblar la rodilla en un ruido seco acompañado por un quejido doliente, y no pudo evitar una patada en su cara propinada por Drake.
El cuerpo del instructor fue jalado al suelo, sin embargo, alcanzó a poner las manos y se puso de pie nuevamente de un salto en alarido bestial, que alzaba sus brazos dispuestos a matar como zarpas. Tal acto hizo que los dos aspirantes retrocedieran, atentos a cualquier contraataque.
Como dos pequeños lobos de fauces amenazantes, rodearon al instructor de ojos inyectados en sangre y en su rabia se preparó para sacar un puñal que guardaba en el cinturón. No tenían oportunidad contra un colérico hombre adulto, pero a pesar de la debilidad, ese par se levantaban, aunque los vuelvan a derribar.
Inspirado por ese valor, como una ráfaga negra Lance se unió a la contienda al propinar una patada en la espalda del instructor, antes de que pudiera usar el cuchillo que fue mandado lejos y finalmente se perdió en la arena.
Enloquecidos por el maltrato constante, los tres niños atacaron en masa sobre el agresor, al punto en el que este apenas podía ponerse de pie. Patadas, garrotazos y mordidas eran ejecutados cual lluvia acida, como si una jauría de lobos lo hubiesen tomado como presa.
Los demás niños se habían detenido para observar la ejecución. Lo que eran rostros de miedo se trasformaron en expresiones de rabia y en los alaridos de la trinidad, se unieron las voces de casi una veintena de aspirantes al correr a la carga, como soldados a la batalla, uniéndose a la descarnada paliza que de apoco se volvió una ejecución. La locura se desató en el patio de juegos.
Nadie intervino, ninguno de los profesores o miembros del personal de la academia se hizo presente por orden del director. Tal resultado era esperado, después de todo ese instructor fue un criminal que presentaba ese servicio como parte de su sentencia. Un sacrificio para templar esas espadas.
Finalizada la locura temporal, los aspirantes quedaron choqueados por la escena. Como gladiadores, la veintena de victimas ahora victimarios se paraban sobre el cuerpo brutalizado del victimario convertido en víctima. Los uniformes yacían manchados de una mezcolanza de sangre, y tierra, al igual que sus temblantes puños de los que caían espesas gotas negras a la árida arena. Incluso algunos tenían el líquido vital en sus bocas, ya sea por golpes a la cara o tras ser aplicadas dentelladas, en las que arrancaron pedazos de carne mutilada, en una rabia hambrienta comparable a los impulsos bestiales de no muertos o vampiros.
Nadie podía hablar, únicamente se escuchaba la respiración entre cortada, o el llanto de algunos niños que seguían amarrados a un poco de humanidad, que de apoco los abandonaba después de ser ejecutada la primera muerte, al igual que el primer beso o la perdida de la castidad, nunca la iban a poder olvidar y esas manos manchadas de sangre, jamás serian limpiadas.
En el frenesí de intensas emociones que asolaban a los infantes, ignoraban la verdadera naturaleza de esa prueba que era monitoreada, desde la oficina principal de la academia, por medio de una esfera de cristal justo enfrente del director, en cuyo rostro se dibujada una grotesca sonrisa de satisfacción.
La bestia había despertado en esos niños. Para matar monstruos, se debían crear peores monstruos.