Una lechuza en jaula de oro, esa es la manifestación clara de cómo es la vida de Liliana Krowler. Encerrada en una prisión de lujos, sin conocer el mundo exterior en total libertad, por causa de una maldición que la vuelve una monstruosidad a los ojos de los inhumanos. No quiere ni pensar lo que podría representar para los humanos, a pesar de que en apariencia no es una abominación, por dentro aun cuando conoce muy poco de su auténtica naturaleza, es consciente de que es algo más.
Los días de la joven se han limitado a la fortaleza donde reside o cualquier otro lugar donde la han resguardado. Se ha transportado por medio de caravanas y era escoltada por Thorken o Risha, de esta última prefiere no estar muy cerca por esa relación tensa que llevan. Ese trato levemente hostil por parte de la druidesa, es un rasgo compartido en la mayoría de miembros de la armada rebelde.
En las pocas ocasiones que Liliana ha salido al exterior es con alguno de sus padres o acolito, en ciertos lugares. Nunca ha visitado ciudades, jamás ha tocado con los pies descalzos la arena mojada de la playa invadida por las olas del agua, desconoce el sentimiento de subir un barco u aeronave.
—El mundo es demasiado oscuro y horrible para las personas que son diferentes.
Era la frase que Zagreo solía repetir a su hija antes de dormir cuando ella era pequeña. En tiempos contemporáneos, Liliana se pregunta si la guerra que se azota allá afuera es para que pueda ser libre.
Lo único que Liliana conoce del mundo exterior es por medio de los libros. Se considera a ella misma como una devoradora de libros, embelesada en la lectura de diferentes tópicos como la fantasía, historia y medicina. Las páginas fluyen en ella como agua llevándola a conocer a distintos mundos, en los que anhela pertenecer algunos para vivir aventuras junto a otras personas que no la miren como un engendro. Como una de esas princesas encerradas en torres que tocan el cielo, anhela la posibilidad de ser rescatada por algún héroe en brillante armadura.
Liliana pasa la mayoría de su tiempo en el laboratorio al ser la creación de posiciones y medicina su mayor pasión, por lo que el gusto por el teclado queda en tercer plano en comparación a sus otros dos hobbies.
El cuarto de la música consiste en una amplia cámara cuyo suelo dividido en cuadros de color blanco, y negro cual tablero de ajedrez, iluminado por unas lámparas azules cual fuego fatuo, justo alrededor de un piano oscuro frente a un pequeño balconcillo a la espera de la joven parada a pocos metros de distancia.
De una estatura baja de metro cincuenta, Liliana es de cuerpo delgado y aparenta una edad de entre los 16 y 18 años; una joven en pleno florecimiento de la transición de adolescencia y ser una mujer. Un rostro de apariencia infantil de rasgos delicados en una tez blanquecina de brillantes ojos esmeralda, que reflejan inocencia. De corto cabello color dorado pálido que le llega a la mitad de la nuca, con un flequillo recto le cubre la frente, justo sobre las cejas.
Los ropajes de la joven consisten de una camisa blanca de manga larga, bajo un chaleco negro de botones dorados. Las manos se resguardan en unos guantes hechos de un material parecido a la lana, ajustados en unos brazaletes de cuero atados con correas. Lleva una falda verde con cuadros que llega hasta las rodillas cubiertas por unas pantimedias negras y en sus pies unas botas cafés.
La rubia ha pasado toda la vida encerrada, por lo que fuera de sus estudios ha explorado pasatiempos diferentes a lo largo de los años para ultimar el tiempo. Sus padres le han insistido que aprendiera algún arte musical, sin importar cual fuese. Decidió dar su brazo a torcer y se dispuso a aprender a tocar algún instrumento musical.
Después de pensarlo mucho, la jovencita seleccionó el piano porque le parecía un instrumento interesante como refinado. Esa decisión fue una gran dicha para Mahou, al ser una amante de ese artefacto junto a la lira, por lo que no dudó en apoyarla; Liliana a regañadientes lo hizo al final, no podía decir no a sus padres, son lo único que tiene.
Para tocar el teclado se necesita mucha dedicación, lo que ha hecho que Liliana dejase de practicar en varias ocasiones para concentrarse en sus estudios de medicina, lo que realmente importa para ella. Por consecuencia logró un nivel apenas competente con el piano.
Por irónico que suene, en el cuarto de música gobierna un silencio sereno a la espera de ser llenado por la sinfonía del teclado. El gigante de pie apoyado en el hacha de guerra, vigilante como la joven acaricia las teclas del instrumento musical con recelo.
Liliana presiona unas teclas que emiten un sonido estridente, carente de gracia o ritmo en una combinación desagradable, y acaba por fulminar todas las ganas de la chica de siquiera seguir intentado.
—¿Pasa algo? —pregunta Thorken.
—No sé si realmente quisiera tocar... —admite acariciándose las manos enguantadas—, nunca ha sido lo mío esto del teclado. Me sé una sola canción y tiendo a equivocarme. Preferiría continuar trabajando en una posición energética, que podría ayudar a una persona a acelerar su rendimiento laboral o salir a recoger unas plantas de las que pueda estudiar.
—A fuerzas ni los zapatos... ¿no? Pero no puedes dedicarte a ser una sola cosa, en esta vida debemos aprender a hacer un poco de todo. —Thorken deja el hacha apoyada en la pared, acercándose al lado de la joven.
«Me preparan para un mundo al cual no me dejan conocer», piensa la chica.
—Tu madre sería muy feliz si hicieras un esfuerzo. —El hablar robótico del hombre emana un aire de convencimiento—. Por complacerla me enseñó a tocar y aunque nunca fui alguien destacable, me sirvió como terapia.
—¿Te refieres a tu enfermedad? —La pregunta asalta por sorpresa al gigante, quien no emite ninguna respuesta inmediata—. L-lo siento mucho, no era mi intención ofenderte.
—No importa... —contesta escuetamente—, a veces debemos hacer cosas que no nos gustan por gente que amamos. Puede que sea por nuestro bien o por el de los demás, en este caso estoy seguro que parte por ambos lados.
—Tocaré pero... ¿podría pedirte un favor? —pregunta de forma insegura—. ¿Puedes quitarte el casco? Creo que si tengo un público al que le pueda ver la cara, me sirve para que no cometa tantos errores. Ya conoces el dicho "imagínalos desnudos" si no es mucha molestia, claro.
—No sé si es conveniente... —desvía levemente la mirada—, no quisiera incomodarte.
—En lo absoluto... —toma la mano enguantada y ambos se miran fijamente en silencio, en ese lapso de tiempo Thorken asiente levemente con la cabeza aceptando.
Un poco más animada la chica toma asiento frente al piano, tomándose un segundo para tomar aire y poner las manos en las teclas, pero antes de comenzar lanza una mirada al caballero, quien desabrocha el seguro del yelmo para por fin retirarlo.
—Tú lo pediste...
El rostro de Thorken es como mirar un espejo roto. Es de piel extremadamente pálida, al punto de ser cadavérica, es de facciones maduras y gruesas. Su pelo es rubio con patillas blancas, al igual que una barba inmaculada. Tiene los pómulos afilados como los de un águila, ojos de color esmeralda de espesas cejas y nariz grande. En el lado derecho de rostro tiene una horrenda cicatriz como si las venas de esa parte del rostro se hubiesen hinchado, y marcado permanentemente en gruesas líneas negras que llegan al ojo.
A pesar la expresión pétrea y sombría del hombre, la chica no muestra ningún miedo en su rostro, todo lo contrario; Liliana lo ve con cariño y trata de alzar su mano para tocarlo pero debido a la diferencia de tamaño, el gigante toma su mano con delicadeza en señal de negación.
—No te dejaré ganar esta vez, da un buen espectáculo, niña.
—Haré más que eso, papá... —con una desbordante confianza, tras haber logrado que uno de sus caprichos se cumplieran—. Obtendré tus halagos y te veré sonreír.
El hombre pestañea sorprendido, pero no tarda en darse cuenta que ha caído en la trampa de la rubia y en su rostro se dibuja una leve sonrisa, una señal de la absoluta victoria de Liliana.
Por lo poco sociable del gigante, muchos de la armada rebelde han considerado más a Zagreo como la pareja principal de la reina de corazones y el padre biológico de Liliana, pero esta chica piensa que esas personas no conocen a sus padres.
—Concéntrate... pon tu mente en blanco, y deja que todo fluya —indica el caballero oscuro.
Liliana cierra los ojos, jalando aire a los pulmones y se dispone a tocar la única partidura que domina. La canción es tenue de ritmo suave como relajante, poco a poco se entrega a la sinfonía hasta que sus manos se mueven de forma automática e imagina una fantasía idílica.
Al parpadear el cuarto de música se transforma en un escenario gigantesco, con las sillas abarrotadas de personas sin rostro, y en primera fila divisa a sus padres vestidos con ropajes formales alabándola con palabras llenas de amor.
Liliana viste un oscuro vestido de gala, como el de una autentica princesa, toda una dama de alta sociedad. Ella sonríe ampliamente como sus ganas de practicar el teclado renovadas, y al estar cerca de la mitad de la partidura, una voz desconocida la asalta a sus espaldas.
—¡¡Por amor al viajero, sáquenme de aquí!! —Aquellos gritos son la absoluta desesperación de una mujer—. ¡No hice nada para merecer esto! ¡Se los suplico devuélvanme a mi bebé!
Liliana se detiene de golpe para inclinar la cabeza por encima del hombro, divisando un largo pasillo tenuemente iluminado por luces parpadeantes, hasta acabar en una pesada puerta de hierro con una ventanilla rectangular en la parte superior sellada por barrotes.
Los ojos de la chica se abren de par en par, su respiración se acelera a la vez que su corazón golpetea el pecho. Puede sentirlo, la misma sensación que la atosigó en el pantano meses atrás, la misma cosa la llama a su encuentro, pero no era posible ya que su padre la liquidó en el acto.
Esta vez Liliana trata de resistirse con todas sus fuerzas a esa atracción psíquica, piensa en cualquier otra cosa que de fuerzas o la ayude a despertar de esa fantasía que se autoimpuso. Todo esfuerzo cae en saco roto, cuando descubre para su mala suerte su cercanía de tan solo unos pocos metros entre ella y la puerta de hierro; había caminado de forma inconsciente bajo algún tipo de poder hipnótico del cual apenas pudo sobrellevar. Aquel resultado lleva a la joven a una cruenta verdad: la criatura de la ciénaga no es nada en comparación o lo que habita detrás de la celda.
Al girarse la chica descubre que el escenario se ha convertido en una pared de ladrillos, atrapándola en ese corredor de un mundo surrealista de los sueños del que se escucha el chirriante sonido de las luces florecientes, y el hedor a humedad.
A los lados del pasillo hay millones y millones de millas de sala tras sala segmentadas al azar de un laberinto que no parece tener fin. El camino fijo que Liliana puede distinguir con claridad, es el de aquella prisión, una ironía al estar ella atrapada en ese lugar desconocido.
Liliana ha perdido todo control de su fantasía y ninguno de sus padres vendrá a salvarla de ese palacio onírico gobernado por un monarca desconocido. Poco a poco la joven es invadida por la desesperación, de no poder despertar o encontrar una salida sería cuestión de tiempo para que el laberinto la induzca a la locura.
—¡¿Alguien puede escucharme?! —Vocifera el ente desconocido entre llantos provenientes del interior de la abertura en la celda cubierta en sombras tan negras como el alquitrán; nada puede verse en las penumbras de la celda. Pesadas cadenas resuenan detrás de esa puerta, la cual empieza a temblar—. ¡Por favor! ¡Quiero salir! ¡¡Si alguien puede oírme por favor se los ruego!! ¡¡Necesito salir!!
—¿Qu-quién eres? —pregunta la chica tartamudeando, movida por un deseo irrefrenable de escapar de esa extraña pesadilla, pero como si unas cadenas invisibles la retuviesen a la tierra no se puede mover.
De repente los golpes cesan, todo grito y movimiento de cadenas es extinguido como si nunca hubiese ocurrido. Los segundos pasan, cuando la joven comienza a recuperar la compostura de repente es abordada por el aroma de humedad mucho más fuerte, hasta que el frio tacto del líquido baña las suelas de sus botas.
Liliana se da cuenta que bajo la puerta, corre una marejada de agua turbia, como si del otro lado se hubiese roto un tubo que conectase a una fosa de alcantarillado. Cuando las cosas no pueden ponerse peor, la voz de la mujer vuelve a sonar y esta vez no hay la desesperación de una persona destrozada mentalmente, es más el de una calma siniestra, como la que hay antes de la tormenta.
—Niña del estigma... ¿nos ayudamos mutuamente? —Desde la mirilla de la puerta se enciende una luz cegadora envuelta en una extraña niebla teñida de un color abismal que no parece conocido en el mundo terrenal, pero fue materializado en el pandemónium cuando Alpiel sacrificó a los soldados o cuando Drake tuvo esa visión dentro de la caverna de cristales—. Si abres la puerta y te terminas de vincular a la colmena... conmigo... cumpliré tu mayor deseo... el que escondes en tu corazón... para el estigma todo es posible.
Al principio está paralizada, extremadamente petrificada como para hacer un movimiento, pero el horror da paso a la supervivencia La chica segada recupera sus fuerzas y se echa a correr tan rápido como le es posible.
Apenas pudo escuchar a sus espaldas el lamento de las cadenas al ser rotas, opacado por el estruendo de la puerta tras caer derrumbada, por la embestida de una entidad extremadamente grande como pesada, que tiene el poder de un rinoceronte y la maldad de un demonio.
Pasillo tras pasillo, en giros de esquinas y tramos de escaleras que no llevan a ninguna parte, internándola aún más en el laberinto. Liliana no sabe en qué dirección va o lo que encontrará a continuación, solo tiene el objetivo de escapar de aquello encerrado atrás de la puertas o encontrar a alguien que pueda ayudarlo.
La huida la lleva a un callejón sin salida. Cuando quiere dar media vuelta y regresar para tomar otro camino, entre jadeos se fija por encima del hombro y ve con horror como esa niebla extraña se acerca como una nube de gas viviente.
En el interior de esa luz de muerte, se divisa una silueta oscurecida en sombras, una forma monstruosa alejada del concepto humano. No la puede distinguirla con claridad por toda esa luz extraña, lo que si puede atestiguar antes de caer en posición fetal al suelo con la cara cubierta, fue la imagen de una bestia similar a un similar a una serpiente gigante y una enorme garra palmeada acercándose a ella, con una intención maliciosa.
Un grito explota en la garganta de la joven, lo que fue suficiente para devolverla al mundo real, entre las sábanas blancas de su cómoda y bien amueblada habitación, llena de estantes con peluches y libros, y una mesa de trabajo.
Mientras se sienta temblando al borde de la cama, con una mano en su frente Liliana intenta calmar sus nervios. Analiza todo lo que le rodea, no sabe si es de noche o de día, sus ropas son el camisón blanco que acostumbra a llevar para dormir, todo podría parecer normal y lo que vivió en ese mundo onírico fue otra pesadilla, una de muchas.
«No otra vez... otro lapsus », escruta la chica con las manos en la cabeza, buscando recuperar unos recuerdos desconocidos.
La cuestión que congela su sangre, es el no recordar cómo llegó a su cama o en qué momento salió del cuarto de música, una parte de su mente fue arrancada de su cabeza, todo recuerdo se vuelve un hueco oscuro y aullante.
Desde que tiene uso de razón, la joven puede estar trabajando en el laboratorio o en cualquier actividad y de repente despertar en su cama, como si todo su día fuese un sueño. Los padres han explicado que es por su maldición, es un efecto secundario del estigma que la alberga.
Aun cuando sea obediente a los designios de sus padres, nunca ha creído del todo en esa respuesta y esa curiosidad maleficia no hace otra cosa más que latir en el pecho de Liliana Krowler. Misterios y secretos se oculta detrás de una puerta de hierro, algo que no quieren que ella sepa, algo más oscuro.