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Chapter 2 - CAPÍTULO 2

— Y Rata… ¿cómo te fue?— preguntó un muchacho que estaba tirado en el piso del callejón

—No muy bien— respondió— apenas si me darán $100 pesos por el celular y la mochila no creo que sea de mucho valor.

El ladrón abrió el cierre de la mochila y dejó cae al suelo todos los útiles de Keila y entre esas cosas cayó el diario.

— Nada que valga la pena— dijo el muchacho moviendo con el pie los cuadernos— Bueno, dame el celular y la mochila, con eso saldarás tu última deuda.

Y recogiendo la mochila vacía, tomo el celular y se fue.

El joven ladrón revolvió las carpetas, buscando aunque sea algo de dinero, pero no tuvo éxito. Miró un pequeño libro de color azul que había quedado bajo las hojas: era un Nuevo Testamento. Lo tomo y lo guardó en su bolsillo. Luego miro el diario, y se sintió curiosamente atraído a leerlo.

— ¿Qué cosas escriben las chicas en un cuaderno como este? —se preguntó así mismo— debo averiguarlo.

Con el pie pateó las carpetas a un rincón del callejón para que no quedaran a la vista, y luego salió caminando de allí como si nada.

Paró en un Kiosco viejo de una esquina.

—Don Carlos!!, fíeme una cerveza— grito apoyándose en el mostrador.

—Dele!, es un favor a cambio de tantos otros que le he hecho…

—Es la ÚLTIMA vez Rata… ¿me escuchaste bien? , es la última —dijo resignado mientras sacaba una lata de cerveza helada — Muchacho— le dijo sin soltar la lata— ¿Hasta cuándo vas a seguir con esta vida? … Sé que no debes haber tenido una niñez sencilla… pero la gente no tiene la culpa… No puedes andar por la vida robando… Puedo ver que no eres como los demás, si solo consiguieras un empleo y te alejaras de esos vagos y matones!

—No hay salida para mi Don Carlos… no la hay— tomó la cerveza del puño de aquel hombre y se dirigió a la salida—

— Búscala muchacho, quizás algún día… quizás encuentres la salida…

Salió meneando la cabeza. —Es fácil decirlo… busca la salida… pero no parece tan sencillo hallarla.

Al llegar a la plaza, se sentó a leer el diario. Al principio le parecieron ridiculeces. Hojeo las primeras hojas de aquí para allá, comenzó a leer un párrafo, luego otro y ya no pudo dejar de leerlo.

La persona que escribía tenía una forma de pensar y de ver la vida completamente diferente. En cada hoja mencionaba a Dios, alguien completamente irreal para él.

Pero no era solo eso, había algo que lo irritaba demasiado: la muchacha era realmente feliz.

Soñaba con ayudar a las personas, con viajar a lugares inhóspitos y ayudar a los pobres.

—¿Qué clase de chica escribe estas cosas?— se preguntaba.

También hablaba de que nunca había tenido novio y que esperaba encontrar a esa persona especial que Dios tenía para ella.

—¿A caso vive en un cuento de Hadas? Nadie le dijo a esta chica que el amor ideal no existe!—

Ya hasta sentía un poco de bronca por los pensamientos tan idealistas y soñadores.

Fue entonces cuando al dar vuelta una página encontró un papel suelto. No parecía pertenecer al diario. Decía:

¿Quieres cambiar tu vida? Solo Cristo puede hacerlo. Domingo 20 horas en Martínez 2035 Iglesia Evangélica.

Siguió con el diario y uno de los últimos escritos decía:

"hoy sentí que Dios utilizaba mi vida de una manera especial, aunque mi aporte fue pequeño, se que estas tarjetas pueden ayudar a que muchas personas lleguen a conocer a Jesús, y cambiar sus vidas para siempre… ser parte de esto y que Dios pueda utilizar mi vida me llena de gozo y alegría".

¿A caso sería verdad? ¿Alguien podría cambiar la vida de las personas? No lo creía posible.

En su corta vida, había conocido a mucha gente, en general, mala gente, y ninguna de estas personas había cambiado. Seguían igual de malas que siempre. Y él, varias veces había intentado cambiar, despegarse de los malos amigos, pero no había podido.

Las palabras de Don Carlos también le venían a la mente, "Busca la salida"…

— ¡Esta chica no sabe nada de la vida! — se dijo así mismo.

En su interior no podía olvidar algunas frases del diario y tampoco podía olvidarla a ella. Esa mirada limpia y transparente, esos ojos verdes brillantes… él nunca había conocido a una chica así. Había tenido alguna novia, pero chicas falsas, hipócritas, algunas que lo habían lastimado y usado, otras a las que él lastimó. En fin las chicas para él no eran de fiar.

En cambio esta chica, KEILA. Había despertado en él una inquietud ¿habrá personas que sean realmente diferentes? ¿Sería posible que hubiera personas sinceras y transparentes como esta chica?.

Cerró el diario y lo guardó en un pequeño y viejo bolso que llevaba colgado. Metió la mano en el bolsillo y tomó el Nuevo Testamento. Corrió sus hojas de tapa a tapa. Le llamó la atención que había en algunas páginas palabras y oraciones completas marcadas con color:

Mas Dios muestra su amor para con nosotros en que siendo aun pecadores Cristo murió por nosotros. Romanos 3:23

El castigo de nuestros pecados es la muerte, pero el regalo de Dios es la Vida Eterna. Romanos 6:23

¿Qué significaban todas estas palabras? El muchacho comenzó a tener más y más inquietudes. Seguía leyendo todos los pasajes marcados y parecía querer leer más y más:

Si alguno está en Cristo, es una nueva persona, las cosas viejas pasaron, todas son hechas nuevas. 2 Cor. 5:17

Unos pasos que se acercaban le hicieron cerrar el libro y rápidamente lo guardó en su bolsillo. Nadie podía verlo leer esos libros, pensarían que es débil y falto de carácter.

— Rata! Te estuvimos buscando ¿Dónde estabas?

— Por acá, tomando una cerveza— dijo señalando la lata, que estaba llena y caliente.

— Bueno eso no importa, tenemos un trabajito para el domingo a la noche, es algo grande.

— Pitu y yo vamos a entrar a una casa y necesitamos que nos hagas campana.

— Chicos saben que lo mío es el arrebato, no me gusta este tipo de robo, es más arriesgado.

— Dale Rata, tenés que ayudarnos— insistieron los muchachos.

— Nos dieron un buen dato, es la casa de un policía, se van de vacaciones el viernes… Es solo para que hagas campana!

— Bueno pero quiero una buena paga

— Ok, tendrás de la mejor mercadería para probar mañana.

Los tres se despidieron hasta el día y la hora señalada para el asalto.

La noche estaba estrellada y calurosa. Los primeros días del otoño parecía seguir el clima de verano.

Pitu y Laucha se encaminaron hacia la entrada y con una palanca forzaron la puerta y entraron.

El Rata se quedó de lejos mirando para todos lados. Y de repente en el silencio de la noche se escuchó un disparo, luego unos gritos seguidos de otros dos disparos más. Venían del interior de la casa. Las luces se encendieron. En medio del gran alboroto Pitu salió corriendo de la casa hacia donde estaba el Rata.

—Corre!!! Está armado!!! Le dieron!! Le dieron al Laucha!!!

Los dos corrieron lo más rápido posible, una, dos cuadras y se metieron en unos terrenos desocupados que tenían yuyos muy altos y allí se quedaron en silencio.

— ¿Qué pasó? —

— La casa no estaba vacía, un chico nos descubrió y el Laucha le disparó, luego salió un hombre con un arma y comenzó a disparar…le dio… había mucha sangre…y Yo… no pude ayudarlo…

— ¿pero donde le disparó?

— No lo sé, solo corrí, y no miré hacia atrás.

Las sirenas comenzaron a escucharse, policías, ambulancia y gente que salía a ver lo sucedido.

— Tendremos que separarnos— dijo el Rata

— No me dejes…

— Si nos quedamos juntos, nos van a encontrar. Pronto comenzaran a rastrear la zona y acá estamos muy expuestos. Yo me voy primero. Espera 10 minutos y luego salí vos. — El joven se sacó su campera negra con líneas rojas y luego le dijo a su amigo— Llévate mi campera y ocúltate pronto en un lugar seguro. Mañana nos encontramos en el callejón cerca de las once

— Bueno, nos vemos allá.

El Rata caminó rápidamente… mientras lo hacía pensaba: —Tengo que esconderme… pero ¿a dónde ir?... ¿Cuál sería el lugar menos imaginado por la policía?... Metió su mano en el bolsillo para sacar un cigarrillo y ¿Qué encontró? La invitación… estaba doblada… La leyó y miró el reloj, eran las 20:35 hs. Todo mostraba que era un plan genial, estaba a solo 5 cuadras del lugar y la policía jamás buscaría dentro de una iglesia.

Muchas veces había caminado por ese barrio, pero nunca había visto esta iglesia. El frente era antiguo, solemne. Apresuró sus pasos y entró.

El coro entonaba una hermosa canción. La música inundaba el ambiente. Sus ropas desalineadas, no parecían encajar muy bien, pero necesitaba entrar allí para huir.

Se sentó en uno de los últimos bancos.

El coro terminó y era hora de la obra de los adolescentes.

No hubo palabras, eran como mimos, varios pintores, una m��sica… él no comprendía nada de lo que hacían. Pero tampoco le dio demasiada importancia, solo estaba allí para huir de la ley (humana claro, porque ignoraba que pronto la ley divina se enfrentaría a él.)

Estaba un poco distraído pensando en el Laucha y como estaría, cuando de repente lo sorprendió el final.

Aquellos cuadros sin sentido, todos juntos y en el orden correcto formaban un rostro.

No era un rostro cualquiera… Parecía que le miraba directo a los ojos. Que solo se dirigían hacia él. Y esa mirada… lo hizo sentir culpable. No solo de lo que había pasado esa noche, sino de todas las malas acciones y malas decisiones de su vida.

Luego un hombre comenzó a hablar de la cruz, de Jesús… las palabras no podía comprenderlas… Pero esa mirada… esos ojos… estaban sobre él.

Caminó hacia la puerta, pensando en irse… No se sentía cómodo allí. Cuando casi estaba saliendo una voz lo detuvo.

—Muchacho! Aun no termina la reunión, luego compartiremos unas pizzas! Sería bueno que te quedaras

— No puedo, quizás otro día.

— Soy Gustavo— dijo extendiendo la mano— ¿Cuál es tu nombre?

—Soy el Ra… mi nombre es Ezequiel— ya casi ni recordaba su nombre… hacía años que nadie le llamaba así.

—Bueno Ezequiel, si tienes alguna duda o necesitas hablar con alguien, los lunes y miércoles estoy aquí de 20 a 21hs. Con gusto charlaremos y podemos tomar un café.

—Si claro, gracias— respondió alejándose un poco— solo una pregunta: ¿Realmente usted cree que una vida puede ser cambiada?

—Por supuesto!, y puedo asegurártelo porque Cristo cambió mi vida, y si te acercas a él y te arrepientes, él también cambiará tu vida.

El joven se encogió de hombros y sin decir nada más miró hacia ambos lados de la calle y se marchó.

A lo lejos se podía escuchar las sirenas de la policía. Caminó con gran velocidad. Caminó durante varias horas, alejándose de aquella zona lo más posible.

Esa noche se refugió en un puesto de diarios abandonado. Comenzaba a nublarse, quizás iba a llover.

Allí sentado en la soledad de la noche, su estómago comenzaba a hacer ruidos, recordó que no había comido nada en todo el día, pero estaba acostumbrado, no era la primera vez que pasaba un día entero sin comer.

Palpó su bolsillo. Sacó el pequeño Libro.

No podía olvidar aquel cuadro, esa mirada de Jesús…

Desde aquel robo, nada le había salido bien. Aquella chica misteriosa, el diario, la Biblia.

— ¿Puedes cambiar esta vida?— dijo mirando el cielo— Jesús, ¿Puedes cambiar mi vida?...- sonrió con ironía— dudo que puedas… ya no hay esperanza para mi… no hay salida.

Guardó la Biblia en su bolsillo e intentó dormir aunque sea un poco antes de emprender el regreso hacia el callejón donde se encontraría con Pitu.

A la madrugada, unas gotas cayeron sobre su rostro.

Estaba lloviendo. El clima había cambiado, hacia más frío y la lluvia era fina pero constante. Ezequiel se estremeció, no tenía su campera y la remera estaba empapada.

Eran como las cinco de la mañana y quedaba un largo camino de regreso.

Se levantó. Debía encontrarse con su amigo.

Caminó y caminó.

Llegó al callejón cerca de medio día. No había nadie allí. Pensó que quizás Pitu habría llegado antes que él y se habría cansado de esperar. Se dirigió hasta un viejo galpón donde sabían juntarse con los muchachos de su edad, pero todo estaba vacío. Le resultaba muy extraño no encontrar a ninguno de los chicos de las barras por la calle.

Caminó hacia la plaza, quizás allí encontraría a alguno, pero no fue así. Parecía que se los había tragado la tierra.

— Quizás Don Carlos sabe algo— pensó, así que dirigió sus pasos hacia el viejo almacén. Cuando cruzó la puerta, Don Carlos se quedó paralizado por un instante…

— ¡Estás vivo muchacho!! — exclamo mientras salía de atrás del mostrador y palmeaba a Ezequiel— ¿Cómo escapaste?

— No entiendo… ¿de qué est�� hablando?���

— Pero… no sabes todo lo que ha pasado? ¿Dónde has estado?

— Por ahí dando vueltas… ¿Qué pasó anoche? ¿Dónde están todos los chicos?

— Oh! ¿No lo sabes? Anoche hubo un robo aquí cerca, justo en casa de un policía, al parecer 2 de tus amigos quisieron entrar a robar y les salió bastante mal… mataron al hijo del policía… Y eso fue el detonante para que se armara una guerra campal.— explicó— Según lo que se dice, uno de los ladrones murió en casa del policía de un disparo… pero anoche varios policías armados recorrieron el barrio buscando al otro, se llevaron presos a casi todos y el otro ladrón apareció con dos disparos en el pecho en un campo hace unas horas, está internado muy grave, no creen que pueda salvarse. Llevaba una campera como la tuya… por eso pensé que serías vos… pensé que estabas muerto… Pobres muchachos… ya sabes que no debes meterte con policías, ellos resuelven las cosas a su modo, hacen su propia justicia.

El rostro de Ezequiel se puso pálido. Entre el frío, el hambre y ahora esta noticia, sentía que su cuerpo no le respondía. La vista comenzó a ponerse borrosa, casi se desploma en el suelo, pero justo Don Carlos que se dio cuenta le sostuvo.

— ¡Muchacho!, ¿estás bien?... Oye! siéntate aquí te traeré algo de tomar— y dirigiéndose a la heladera sacó una gaseosa.

— Bebe algo, estas más pálido que un cadáver—

Ezequiel estaba aturdido, sentía el eco de aquellas palabras: se llevaron a todos… podrías estar muerto…

— Rata, esta es tu oportunidad de cambiar de vida— habló aquel hombre en tono más tranquilo— tuviste suerte que no te arrestaran o peor que te mataran, parece que Dios está de tu lado, te está dando una nueva oportunidad… no la desaproveches.

Ezequiel apenas si pudo tomar un sorbo de gaseosa, sentía un nudo en la garganta, una presión en el pecho… No podía pronunciar palabra alguna. Se paró y caminó hacia la puerta.

— Si quieres quedarte por hoy… hay un lugar en el depósito— propuso Don Carlos— todavía llueve mucho y no te ves bien, pareces enfermo.

Ezequiel no dijo nada, pasó la mano por su cara, secando quizás alguna lágrima que se escabullo de sus ojos y salió del almacén.

— ¿En que terminará la vida de este muchacho?— se dijo a sí mismo el viejo hombre— quizás esta sea la última vez que le vea por aquí.

Ezequiel camino lentamente por las calles. Seguía lloviendo. Caminó por varias horas… sin rumbo… sin otro pensamiento en su mente más que la muerte de Laucha y el estado delicado de Pitu.

Llevaban juntos más de cuatro años. Se encontraron un día en una esquina limpiando vidrios y pidiendo monedas. Sus historias eran similares, padres alcohólicos, madres adictas, o padres golpeadores. En fin, mucho no hablaban de ellos, pero el solo hecho de que estaban solos y nadie les buscaba, había unido sus caminos.

Eran como sus hermanos, como aquellos que nunca había tenido.

Los momentos más lindos que podía recordar de su vida los había pasado con ellos. Y hoy ya no estaban. No tenía a nadie. No tenía donde ir. En realidad, no tenía motivos para vivir.

— ¿Porque no dejaste que me mataran?— exclamó mirando al cielo— ¿Para qué me quieres vivo? ¿Por qué dejaste que naciera?—

Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos sin poder detenerlas, ya no podía dar un paso más. Sentía el frío en sus huesos, la ropa estaba completamente mojada, y la voluntad se le había acabado. ¿A dónde iría ahora?...

Recordó la iglesia donde había estado la noche anterior, y las palabras de aquel amable hombre que antes de que se fuera le invitó a ir y hablar con él.

Eran las 6 de la tarde, la lluvia era intensa y la temperatura seguía bajando.

Rata se sentía casi sin aliento, apenas si podía dar un paso más.

Cruzó la calle y en el hall frente a una gran puerta de madera, se desmayó y quedó como muerto.