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Chapter 3 - CAPÍTULO 3

— ¿Vas a ir lo mismo con esta lluvia? — dijo Sonia

— Amor, de verdad quisiera quedarme, pero debo abrir la iglesia— respondió Gustavo— Hemos anunciado a mucha gente que los horarios de consejería pastoral son estos, ¿y si alguien va y está cerrado?

— ¿Quieres mi opinión?— y sin esperar respuesta continuó diciendo— Nadie irá esta noche, con el frío y la lluvia, la calle está desierta, la gente se queda en su casa con un clima como el de hoy.

— Sonia, siento que tengo que ir— dijo cambiando el tono de su voz— No puedo explicarte que es, pero mientras estaba orando en el escritorio, sentí que esta noche tengo que estar ahí.

Sonia suspiró profundamente— Está bien, si Dios te está llamando, no puedo interponerme a eso.

— Gracias por entenderme… vuelvo en una hora

Las calles estaban inundadas, el limpia parabrisas del auto apenas si servía para correr la gran cantidad de agua que caía. Y el frio se sentía muy intenso.

Por un momento Gustavo pensó en dar la vuelta y regresar, quizás Sonia tenía razón.

La cuadra de la iglesia estaba sin luz. Lo único que faltaba!. En medio de la oscuridad los faros del auto enfocaron la puerta de entrada, y le pareció ver algo en el suelo. Pensó en un animal, quizás un perro buscando reparo de la tormenta, pero al mirar con más detenimiento distinguió a una persona.

Bajó rápidamente del coche y corrió en medio de la lluvia. Tomó el cuerpo del muchacho y lo volteó para ver su rostro.

De inmediato reconoció al joven que la noche anterior había conversado con en él, en aquel mismo lugar.

— Muchacho!! Despierta!!— Le gritó.

Revisó su cuerpo buscando alguna herida de bala, un golpe. El cuerpo del joven estaba helado. Le llamó varias veces y palmeó su rostro pero como no reaccionaba volvió al auto y abrió la puerta trasera, luego cargó al muchacho y lo acostó en el asiento.

— Debo llevarlo a un hospital o morirá.

En medio de la tormenta, Gustavo condujo lo más rápido posible hasta el hospital de Urgencias. Subió el auto hasta la entrada de las ambulancias y entró corriendo:

— Ayúdenme! Tengo un joven muy grave en mi auto!

Pronto dos enfermeros corrieron tras él y sacaron a Ezequiel del auto. Otro corrió con una camilla y entraron por un pasillo.

La puerta se cerró detrás de ellos y Gustavo no pudo ingresar allí.

En la sala de espera Gustavo caminaba sin saber que hacer solo oraba y oraba:

— Señor, dale una oportunidad a ese muchacho, si se recupera, ayúdame a hablarle de Ti

Una hora después, la puerta se abrió y una enfermera salió y se dirigió directo a él.

— ¿Es usted padre del muchacho? ¿O Familiar?

— No — respondió

— Pero… ¿le conoce?

— Solo sé que se llama Ezequiel… ¿Cómo se encuentra?

— Logramos estabilizarlo pero está muy débil— explicó la enfermera — tiene un grado de desnutrición severo y un principio de neumonía, pero con unos antibióticos, días de reposo y una buena alimentación pronto se recuperará.

— ¿Y cuántos días va a estar internado?

— En unas horas puede llevárselo, aquí no hay lugar, y su cuadro está estable. Si usted no lo lleva, tendré que llamar a la policía y puede ser que intervenga un juzgado de menores… ya hemos tenido otros casos como este… chicos de la calle… jóvenes delincuentes…en fin, usted decida qué hacer, si firma los papeles como tutor responsable, puede llevarse al muchacho en una hora- concluyó la enfermera.

Gustavo debía tomar una decisión. Sabía que si lo dejaba en el hospital las cosas no terminarían bien para este chico, pero ¿llevarlo a su casa?, ¿Qué diría Sonia? ¿Y sus hijas? Exponerlas a este joven desconocido, que seguramente era o había sido un delincuente…

La enfermera seguía parada a su lado aguardando una respuesta.

— Señor— oró silenciosamente— ¿Qué debo hacer?... ¿Qué harías tu en mi lugar?... —Inmediatamente se le vino a la mente la parábola del Buen Samaritano, él podía pasar de largo como el Sacerdote o el Levita o realmente ser un buen samaritano y darle a este chico una oportunidad de una vida diferente. Recordó las palabras de Jesús: Ve y has tú lo mismo.

— Señor… voy a dar un paso de fe… si llevo a este chico a casa… que realmente puedas cumplir tu propósito en su vida… y que esto no afecte a mi familia…

— Disculpe— insistió la enfermera— ¿va a firmar el compromiso de alta como responsable del menor?

Gustavo dudo por un segundo y luego respondió:

— Si, ¿donde debo firmar?

Sonia preparaba la cena mientras de fondo sonaba una suave música. Terminó de poner el mantel y los platos. Miró el reloj, ya eran casi las diez de la noche, Gustavo nunca demoraba tanto, ya empezaba a preocuparse cuando el teléfono sonó estridentemente.

— Hola?

— Amor soy yo— dijo Gustavo del otro lado de la línea—

— ¿Estás bien? ¿Qué pasa?

— Es una larga historia, pero no me hagas demasiadas preguntas ahora, cuando llegue a casa te explico. Necesito que hables con tu mamá para que Keila y Flor se vayan a dormir a su casa esta noche.

— Pero son las diez de la noche!! ¿Qué pasa?

— Estoy en el hospital con un chico que encontré desmayado en la puerta de la iglesia, no tiene hogar y voy a llevarlo a casa.

Sonia se quedó en silencio. No sabía que decir, en realidad si decía lo que pensaba, era que Gustavo se había vuelto loco… ¿Un muchacho de la calle??!!

— Por favor, necesito que me apoyes en esto— continuó Gustavo — siento que Dios me está pidiendo esto y no puedo, ni quiero negarme. ¿Amor, me estás escuchando?

Sonia respiró profundamente. ¿A caso podía ella interponerse a la voluntad de Dios?

— Está bien, voy a hablar con mi madre y prepararé un catre en el escritorio…

— Gracias…tengo que ir a firmar unos papeles y en una hora más o menos llegaremos por casa. Gracias… Te Amo

— Yo también te amo, te espero, o mejor dicho los espero.

Keila y Flor sin demasiadas explicaciones terminaron aquella noche en casa de sus abuelos.

Las ambulancias llegaban a cada rato con nuevos pacientes. Era un ir y venir de enfermeros y camilleros.

Personas que lloraban por familiares enfermos o accidentados, niños que corrían de aquí para allá.

En la sala de espera del hospital Gustavo esperaba alguna noticia de Ezequiel. No dejaba de pensar si su decisión habría sido la correcta.

En medio de tantos pensamientos oraba a Dios por este joven a quien apenas conocía. ¡Cuántas cosas habrá vivido!, ¿qué clase de vida lo llevó hasta la calle?, ¿tendría familia? ¿Sabrían sus padres donde estaba?...

Pronto el doctor llamó a Gustavo para darle las indicaciones sobre los remedios que debía tomar y también llenar los papeles del alta.

Luego caminaron por un pasillo hasta la habitación.

Ezequiel estaba sentado en la cama. Le habían puesto una ropa seca en el hospital y una enfermera estaba sacándole el suero y diciéndole que podía irse a su casa cuando llegara el médico.

— Bueno jovencito! —dijo el doctor— basta de calle y a hacer reposo por unos tres días…debes alimentarte bien y tomar estos remedios o tu cuadro puede complicarse en una neumonía y eso sería muy peligroso. Las pertenencias del joven están dentro de esta bolsa— dijo dirigiéndose a Gustavo— su ropa estaba mojada por eso le dimos del ropero del hospital esta ropa. Pueden juntar sus cosas e ir a su casa.

El doctor salió junto con la enfermera y los dos quedaron solos en la habitación.

— Hola soy Gustavo, ¿me recuerdas?

Ezequiel apenas si recordaba cómo había llegado al hospital, pero pudo reconocer que este hombre era aquel del domingo en la iglesia. No contestó nada.

— Nos conocimos ayer en la iglesia y esta noche te encontré en la puerta de la iglesia desmayado, por eso estás aquí en el hospital. Ahora nos vamos a ir para que puedas comer algo y descansar— explicó Gustavo.

— Yo… no tengo a donde ir…

— No te preocupes, ya está todo arreglado, vendrás a mi casa hasta que te recuperes y luego buscaremos un lugar donde puedas vivir.

Gustavo tomó la bolsa con la ropa y las cosas que las enfermeras habían dejado de Ezequiel y luego caminó hacia la puerta.

— ¿Vamos?

Ezequiel no podía entender porque aquel hombre le estaba ayudando, pero no tenía otra alternativa, no tenía a donde ir, sus amigos estaban muertos o presos, y volver a su casa no era una opción. Además se sentía muy débil y cansado. Bajó de la cama y con pasos lentos caminó detrás de Gustavo.

Llegaron a la casa cerca de las doce de la noche. Sonia, que se había quedado despierta para esperarles, salió a su encuentro cuando escuchó el auto que entraba en la cochera.

Las puertas se abrieron y aquel joven delgado, de cabellos largos y despeinados que caían sobre su cara, bajó lentamente.

Gustavo se apuró para ayudarle.

— El es Ezequiel— le dijo a Sonia y luego dirigiéndose al joven — Ella es mi esposa Sonia

— Bienvenido a nuestra casa, pasa.

Los tres entraron y aquella cálida casa con fragancias tan frescas y olor a comida, ya impactaba el corazón de Ezequiel.

— Tengo la comida caliente, los dos deben tener hambre.

— La verdad que sí!, voy a lavarme las manos— dijo Gustavo

Ezequiel permanecía de pie tímidamente junto a la puerta

— Entra muchacho, puedes sentarte en este lugar.

Ezequiel seguía observando cada detalle, aquella cocina, con sus muebles de madera, adornos de flores, cuadros en las paredes, todo tan hermoso. Hasta el aire que se respiraba en aquella casa era diferente.

Se sentó en el lugar que Sonia le había indicado. Pronto Gustavo llegó y Sonia sirvió dos platos repletos de arroz con pollo. Ezequiel abrió los ojos, casi ni recordaba la última vez que se sentó a una mesa a comer un plato de comida caliente… Se veía tan rico… que rápidamente tomó el tenedor y comenzó a comer.

— Nosotros acostumbramos a agradecer a Dios por nuestros alimentos, si no te molesta, voy a orar y luego podremos continuar comiendo- explicó Gustavo

Ezequiel, que tenía la boca llena, asintió con la cabeza y se quedó en silencio mirando y escuchando aquellas palabras.

— Señor, gracias por cuidarnos en esta noche, gracias porque Ezequiel puede estar con nosotros, cuida su salud para que pronto se reponga, y te agradecemos por estos alimentos que siempre nos provees. Gracias Señor por tu amor hacia nosotros. En el nombre de Jesús, amén.

Todo era tan extraño, que le parecía estar en un sueño, aquella gente tan buena, una rica cena, una casa caliente y ordenada… Ezequiel todavía se sentía dolorido y débil, pero aquella comida parecía ser mágica, ya que mientras la comía se sentía cada vez mejor.

— ¿Quieres un poco más? —preguntó Sonia al ver el plato vacío

— Si gracia, está muy rico, es el mejor arroz que he probado— respondió extendiendo el plato.

— Apenas termines de comer voy a prepararte el baño para que puedas darte una ducha caliente, así después te acuestas y descansas como dijo el médico— explicó Gustavo

Ezequiel terminó de comer los dos abundantes platos que le sirvieron, quizás habría comido otro plato, pero sentía vergüenza de pedir un poco más.

Ya en la ducha, mientras el agua caliente caía sobre su cuerpo, Ezequiel comenzó a recordar los tristes sucesos del día anterior, el robo, la muerte del Laucha, la desaparición de todos los chicos del galpón, el cuerpo baleado de Pitu… Luego su caminata bajo la lluvia… el hospital… y ahora se encontraba allí, rodeado de cuidados y atenciones de personas que ni siquiera lo conocían. Y esa ducha caliente, no recordaba haberse dado una ducha tan reconfortante como esa.

Sin embargo, su cuerpo estaba cansado y débil. Él sabía que no tenía a donde ir y allí le estaban dando la protección y alimento que estaba necesitando.

Una voz le interrumpió sus pensamientos.

— Mira, aquí te dejo ropa limpia y un toallón, cuando termines estaré aquí para mostrarte donde dormirás.

—Bueno, gracias, pronto terminaré.

Cerró el grifo del agua. Se secó con una toalla esponjosa y perfumada como nunca antes lo había hecho, desenredo su largo cabello y cuando el espejo empañado comenzó a limpiarse, Ezequiel pudo ver su delgado rostro reflejado. Se sacó aquellos aros y pirsin que llevaba en varios lugares de su cara, peino su cabello para atrás, el mismo se sorprendió de verse con aquella linda ropa, peinado, de rostro limpio. Realmente se veía diferente.

Abrió la puerta del baño y se encontró con Gustavo que le estaba esperando.

— Vaya! Te vez bien Ezequiel— comentó- ven te mostraré el escritorio, Sonia te ha preparado una cama para que puedas descansar.

El joven lo siguió en silencio. Estaba más y más impactado por todo lo que le estaba sucediendo, y la hospitalidad de este matrimonio realmente lo sorprendía.

Entraron en la habitación donde Sonia estaba acomodando unas mantas sobre la cama.

— Espero que te resulte cómoda la cama, si necesitas otra frazada solo me dices y te la alcanzo.

El joven muchacho se sentó en la cama y mirando a Sonia y Gustavo les dijo:

— ¿Por qué hacen esto?... — su voz se sentía quebrada— Ustedes no me conocen, no saben la clase de persona que soy… y aun así me abren su casa, me dan comida, cama, ropa… Yo no tengo dinero para pagarles lo que hacen por mí.

— No lo hacemos por dinero— respondió Sonia.

— Ezequiel, realmente nos interesa tu vida, pero más que a nosotros, a Dios le interesa tu vida. Y lo que podamos hacer para ayudarte y ser de bendición a tu vida, lo hacemos también por amor y obediencia a Dios. Lo único que mientras estés en esta casa tienes que respetar mis reglas: Nada de alcohol, nada de drogas y ningún extraño entra a la casa.

El joven solo afirmó con la cabeza. Estaba aturdido y confundido. Todo lo que escuchaba parecía ser irreal, ¿a caso realmente Dios podría estar interesado en su vida?, ¿quedaba todavía en el mundo gente buena que buscara el bien de los demás?

— Descansa muchacho, que tu cuerpo necesita recuperar fuerzas… y mañana seguiremos charlando