Intento abrir mis ojos pero no puedo.
Escucho voces desconocidas a mí alrededor.
—Está deshidratada, le pondremos una vía intravenosa y quiero un análisis de sangre completo.
Siento unos pinchazos en mi brazo.
Hago un esfuerzo por abrir los ojos, pero mi cuerpo no responde.
Vuelvo a sentir ese frío y esa oscuridad que me rodean y me rindo.
Escucho nuevamente voces en la habitación. Mis ojos se abren esta vez, pero la fuerte luz me obliga a cerrarlos.
Parpadeo un par de veces, para acostumbrarme a la claridad. Volteo en busca de las personas que hablan, son papá y el doctor.
Cierro nuevamente los ojos para escuchar lo que dicen.
—…su peso es muy bajo, sus valores de sangre muestran una gran anemia, hasta su corazón ha sufrido taquicardia… de a poco estamos logrando que la hidratación sea normal… todo en su cuerpo ha colapsado…
—¿Qué diagnostico tiene?
—Por lo que me han contado, el cuadro puede tener como base una gran depresión y angustia. Usted comprende esto mejor que yo—explicó el doctor, que imagino es alguien conocido de papá—, son demasiadas presiones para alguien tan joven…
—Sí lo sé… ¿Qué debemos hacer?
—Deberá ser un trabajo conjunto, su cuerpo debe recuperar peso y normalizar los valores, pero necesitamos trabajar en su mente y emociones, que por ahora parecen ser las que están dominando…
—¿Por qué no despierta?
—Anoche le pusimos unos calmantes y eso la ayudó a descansar bien toda la noche, ya debería despertar en cualquier momento… lo principal es que esté tranquila y rodeada de personas queridas… amigos, familia…
—¿Cuánto deberá permanecer internada?
—Un par de días… veremos su evolución.
—Gracias, doctor.
Escucho la puerta que se cierra y siento los pasos de papá llegar hasta mi lado. Apoya su mano en mi frente.
Imagino su rostro preocupado, la angustia y dolor que he causado y me siento aún peor.
—Mi Solcito—susurra despacio—, perdóname, hija…
«No tengo nada que perdonarte, tú eres quien debe perdonarme».
La puerta se abre nuevamente y escucho a papá alejarse de la cama.
—¿Qué haces aquí?
—Vinimos lo más rápido posible—es la voz del tío Gino, su acento italiano lo podría reconocer en cualquier lugar—. Cuando Mariel habló con Paloma anoche, decidimos viajar de inmediato. Ellas están en el bar del hospital con Noah… ¿Cómo estás?
Al principio la respuesta es un silencio, pero luego papá comienza a llorar, y mi corazón se aprieta en mi pecho.
—Amigo, está bien… desahógate…—dice el tío abrazando a papá.
—Soy un mal padre… esto es mi culpa…
—No digas eso.
—¿Por qué no me di cuenta? No pude ayudar a mi propia hija… no vi las señales, no me di cuenta de los síntomas… hasta Noah me advirtió que ella no estaba bien…
—A todos nos puede pasar…
—¡¡Soy psicólogo, Gino!! Y mi hija está con un cuadro de anorexia nerviosa por depresión…—suelta otra vez un sollozo y quiero gritarle que no es su culpa—. He ayudado a tantos pacientes en cuadros como este… y no pude ayudar a mi propia hija…
—Ven, salgamos un rato, tomemos un café.
—No quiero dejarla sola.
—Le diré a Noah que suba… es el horario de visitas.
«"Anorexia nerviosa por depresión"¿El pecado y la tristeza pueden producir todas estas cosas en el cuerpo?».
Me siento débil y dolorida.
Los escucho salir y aprovecho para abrir los ojos y mirar el cuarto donde me encuentro. Unos rayos de sol entran por la ventana, y estimo que debe ser casi medio día.
«¿Cuánto ha pasado desde que me desmayé?».
Lo último que recuerdo es… el velorio de Gael.
Me parece mentira que haya muerto. Que no lo veré más.
Siento una lágrima caer por mi mejilla
Justo en ese momento la puerta se abre y el rostro de Noah se asoma por la puerta.
—Hola…—saluda al verme despierta, camina en silencio hasta quedar al lado de la cama. Toma mi mano cuidadosamente y acaricia mi mejilla secando mis lágrimas.
—¿Cómo te sientes?
«Mal, muy mal… completamente rota».
Lo miro pensando cómo expresar la mezcla terrible de emociones y sentimientos, además de los malestares físicos.
Tomo aire para reunir el valor necesario.
—No lo sé…—digo evitando mirarlo directamente a los ojos—, por momentos… siento que no soy yo…—las lágrimas comienzan a caer mientras hablo—. Me desconozco… no sé cómo llegue hasta aquí, me siento rota… no soy la misma, Noah…
—Eres mi Sol, y siempre lo vas a ser—susurra mirándome con ternura.
—No, ya no tengo brillo, ya no tengo ganas de sonreír… estoy apagada…
—Entonces… yo seré tu sol—dice con una cálida sonrisa que parece llenar toda la habitación, y aquella hermosa frase ilumina mi día gris y frío… descongela un poquito el invierno que estoy sufriendo, mi mejor amigo está aquí—. Sol… déjame ser tu brillo, tu sonrisa, quien recoja los pedazos rotos… este es mi tiempo de devolverte todo lo que hiciste por mí.
«¿Qué dices, Noah?».
Lo miro confundida, porque nunca hice nada por él, realmente no entiendo lo que me está diciendo.
—También he tenido mis días oscuros… mis tiempos de estar roto… quizás algún día podamos hablar de eso… pero… hoy es el tiempo de que yo sea quien te sostenga y acompañe en tu proceso.
—No lo merezco…—suelto con un hilo de voz.
—¿Sabes? Dios siempre nos da nuevas oportunidades, no nos desecha, no se da por vencido con nuestras vidas… no importa si lo merecemos o no, mi Sol… si estoy aquí, es porque estoy seguro de que Dios te está dando una nueva oportunidad…
«Dios no me entiende, mi vida no le importa».
—Sol, no soy nadie para juzgarte, no estoy aquí para señalar el pasado ni los errores…
«Para eso basta mi conciencia… No he dejado de reprocharme las malas decisiones, las mentiras, los engaños, el tiempo perdido…».
Noah parece leer mis pensamientos.
—Sol… estoy para ayudarte a mirar adelante… solo nos sirve lo vivido para aprender de los errores y no volver a cometerlos… pero… déjame acompañarte en este tiempo… ¿Qué dices?
«No lo merezco».
—Digo que eres demasiado bueno…
Una enfermera entra a la habitación con una bandeja con comida.
—Hola, me alegra que despertaras—agrega trayendo a mi lado la pequeña mesa con rueditas y apoyando la bandeja—. El doctor vendrá a verte en un rato, pero dejó indicado que comas, por favor, tu recuperación va a depender de que aumentes de peso…
—Yo me encargaré de que coma todo—dice Noah con una sonrisa.
—Bien, regresaré por las cosas en un rato.
Cuando sale de la pieza, Noah se acomoda para darme de comer.
—Puedo sola—le digo riendo y suelta la cuchara un poco avergonzado.
—Solo quería ayudar… ¿Te levanto un poco la cama?—asiento con mi cabeza y me propongo comer, aunque no tengo hambre.
…
Por la tarde mamá y papá se quedan un rato en la pieza conmigo.
—¿Cómo te sientes?—dice mamá sentada en el borde de la cama—. ¿Te duele algo?
—Estoy bien mamá… un poco débil y cansada… pero… bien.
—¿Quieres que te acomode la almohada?—insiste.
—En serio estoy bien… ¿Y Bruno?
—Está con la tía Paloma en casa —explica papá—, está muy preocupado… quería venir a verte...
—Me gustaría mucho verlo…
—Mañana lo traeremos… mientras tanto descansa… y come, por favor —dice papá preocupado.
—El doctor insistió en que debes aumentar por lo menos cinco kilos… Noah dice que comiste muy poco en el almuerzo…
—No tenía hambre.
—Tendrás que comer sin hambre… ir de a poco comiendo más para recuperarte —afirma mamá con seriedad.
Papá se acerca y toma mi mano.
—Es peligroso, Sol… tu anemia es grande, y estás en una etapa de desarrollo y crecimiento… si tu cuerpo no recibe los nutrientes que necesita la recuperación será más lenta��explica.
—Te han medicado con vitaminas pero es necesario que tu estómago se acostumbre a recibir el alimento necesario nuevamente…
Miro a mis padres y me doy cuenta de que están realmente preocupados. Sus rostros cansados, demacrados de noches de dormir poco o mal… todo por mi culpa. Hasta los noto distantes entre ellos. Recuerdo la pelea de la otra noche, sus reproches y me siento aún más culpable.
—Lo siento—digo y al momento las lágrimas salen sin pedir permiso—, lamento todo lo que hice...
—Shssss, hablaremos de eso en otro momento —afirma papá—, ahora debemos…
—Mamá… perdón… —quiero disculparme con ellos, necesito hacerlo.
—Todo está bien, hija, claro que te perdonamos—agrega ella abrazándome.
—Soy una mala hija… ni siquiera merezco que me perdonen…
—No digas eso, te amamos, y siempre te perdonaremos y ayudaremos en todo lo que necesites.
Busco con la mirada a papá. Sé que se siente responsable, que se culpa por lo sucedido. Aprieto con fuerzas su mano y quiero decirle tantas cosas… pero las palabras no salen… su mirada me hace sentir que fallé, que nunca seré la hija que esperaba.
Luego de asegurarse que comiera toda la cena, mamá y papá se van a casa. Regresarán temprano por la mañana.
La habitación se siente tan grande y silenciosa.
Solo hay una pequeña luz encendida.
Las enfermeras me colocaron la medicación y aunque estoy cansada y débil no me puedo dormir.
Estoy por encender el televisor para entretenerme con algo, cuando la puerta se abre lentamente y la persona menos esperada se asoma.
Mi tío Alex.
—¡Tío! ¿Qué haces aquí? No es horario de visitas—digo ante la sorpresa.
—Sabes que no me gusta respetar las reglas—responde con una pícara sonrisa y en dos zancadas está a mi lado.
—¿Quién te aviso…?
—Bruno me llamó, vine lo más pronto que pude. ¿Cómo te sientes?
—Bien…
—Volveré a preguntar y esta vez quiero la verdad, ¿C��mo te sientes? —dice mirándome con esos ojos verdes que me recuerdan a los de papá.
—Me siento… —intento decir algo y ya comienzo a llorar—pésimo… mal… terrible… fracasada… rota…
—Eso suena más sincero—agrega, y los dos reímos.
—¿Bruno te contó todo?
—Me contó bastante —afirma sin indagar demasiado.
—¿Por qué viniste?
—Bruno me lo pidió… es más, digamos que me lo exigió.
Alex acerca una silla al costado de la cama y se sienta. Estira sus piernas relajadas y se tira apoyando su espalda contra el respaldo.
—¿Qué han dicho tus padres?
—No hemos hablado del tema… están asustados, creo que se sienten culpables… papá apenas si me mira a los ojos—explico,todavía llorando.
—Cris debe estar realmente asustado… eres la luz de sus ojos… te ama demasiado… Y tu madre… seguramente tiene los ojos rojos de tanto llorar, ojeras por no dormir… sintiendo que es una mala madre, que debió darse cuenta antes…culpándose por la vida de su hija.
«El tío los conoce muy bien a ambos porque describe perfectamente lo que está sucediendo».
—No es su culpa —aseguro—, ellos son excelentes padres…
—Lo sé… ¿Sabes por qué más me llamó Bruno?
Negué con mi cabeza, mientras secaba mis lágrimas.
—Me dijo: "Tienes que hablar con ella, no quiero que sea como tú. No quiero que termine arruinando su vida"… ¡Vaya! Mi sobrino de doce años me dice en la cara que soy un fracaso y que no quiere que su hermana siga mis pasos… eso sí que es duro…—dice mientras con ambas manos peina sus cabellos hacia atrás—. ¿Sabes? me hizo pensar… y tiene razón… no quiero que repitas mis errores.
«No puedo creer que mi hermano lo llamara, seguramente también Bruno se siente responsable por no haberme acusado con mis padres… tendré que hablar con él».
Alex continúa:
—¿Sabes, Sol? Bruno tiene razón… arruiné mi vida… tomé malas decisiones, ¡muchas malas decisiones!… y nunca tuve el valor de reconocer que me había equivocado… al contrario, seguí con mis malas decisiones… culpé a Dios porque mi familia me abandonó, me enojé con él, porque no hizo las cosas como yo quería… no valoré la nueva familia que me había dado, mis padres, Cris… Mi odio y enojo me llevó a pecar y alejarme aún más… ¿y que logré? con casi cuarenta años no he hecho nada bueno con mi vida—agrega y se pone de pie para sentarse al borde de la cama y mirarme más de cerca—. Sol… mírame… soy el ejemplo de lo que NO debes hacer… quisiera que entiendas que Dios te ama, te ama tanto y quiere lo mejor para tu vida… quizás no puedes entender sus planes y propósitos, pero la rebeldía, las mentiras, la desobediencia… solo traen como resultado una vida miserable y triste… una vida solitaria, sin felicidad… ¿quieres eso para tu vida?
—No—respondo suavemente.
—Solo hay un camino para seguir—dice mi tío Alex—, un camino del que he renegado gran parte de mi vida… y ese camino es el que Dios tiene para nosotros. Hasta que no aceptamos eso… vamos a tropezar, golpearnos, lastimarnos y muchas cosas más…—hace una pequeña pausa para tomar aire y continúa—. Desde pequeña tus padres, como los míos, te enseñaron a amar y obedecer a Dios. Cuando eres niño, ellos pueden hasta obligarte a hacerlo, pero cuando creces, obedecer a Dios y seguir su camino debe ser una decisión personal. Mi decisión, fue la contraria, enojarme y alejarme de Dios, desobedecer sus caminos… y el resultado… ya lo conoces… ¿quieres terminar así?
Vuelvo a negar con mi cabeza.
—Bien… voy a contarte algo—agrega—, muchas veces me dije que no quería esto para mi vida. Quise cambiar, quise dejar lo que hacía mal… pero no pude… ¿sabes cuál fue mi error? —vuelvo a negar—, querer hacerlo con mis fuerzas… y a mi manera… me dije a mi mismo que para acercarme a Dios, necesitaba estar mejor, necesitaba cambiar y nunca me sentía digno de presentarme ante él��
—Me he sentido así… —le confieso.
—Eso está mal—afirma—. ¿Sabes por qué pensaba así?
Niego con la cabeza.
—Porque no conocía realmente a Dios. Tenía un concepto equivocado de él. Veía a Dios como alguien lejano y hasta un poco tirano, que disponía de mi vida como de un títere… hasta llegué a creer que Dios amaba más a Cris que a mí, y por eso todas las cosas en su vida resultaban bien…
«Ahora puedo entenderlo un poco más… Quizás por esa razón se ha distanciado de mi padre todos estos años».
—Cuando llegamos a conocer a Dios realmente, entendemos que no es como nosotros… Dios es tan misericordioso, tan bueno, tan compasivo… Sus planes para nuestras vidas son perfectos, el conoce el pasado, presente y futuro… y aunque no entendamos su actuar, debemos confiar que siempre actúa para nuestro bien…
—Me cuesta tanto creer que todo esto ayude para bien —y vuelvo a llorar—, estoy tan enojada con Dios por la muerte de mis amigos… por esta enfermedad que ahora tengo… por el sufrimiento que le causé a mis padres…
—Te entiendo, Sol… estuve en el mismo lugar donde te encuentras ahora.
—¿Qué debo hacer?
—Dios quiere que vayamos a él, tal y como estamos, rotos, fracasados, heridos, hasta sin fe… pero lo más importante es que vayamos arrepentidos. La peor decisión que puedes tomar en este momento es alejarte de Dios, enojarte con él… Sol… ¿Estás arrepentida de las malas decisiones que tomaste hasta ahora?
Las lágrimas caen con más fuerza.
—Claro que estoy arrepentida, si pudiera volver el tiempo atrás…
—¿Se lo has dicho a Dios?—agrega encogiéndose de hombros—. Es decir, ¿le has dicho a Dios que de corazón te arrepientes y lo necesitas?
—No…—confieso avergonzada.
«Dios y yo no estamos en un buen momento».
—Guauu, Bruno tenía razón… nos parecemos demasiado—agrega, y los dos volvemos a sonreír, aun en medio de las lágrimas—. Cuando estuve en esa situación mi decisión fue alejarme, enojarme con Dios, seguir mi propio camino… y ya conoces el resultado… Sol, hoy estás justo en ese momento decisivo… Dios tiene sus brazos abiertos esperándote para abrazarte, perdonarte y consolarte… Puedes correr a sus brazos, o puedes… ser tan necia como tu tío y tropezar y equivocarte una y otra vez… ¿Es lo que quieres?
—No.
«Mi tío tiene razón, no quiero vivir así».
Al escucharlo también siento pena por él, porque su vida ha sido triste, solitaria, amarga… por sus propias decisiones.
—Solo hay un camino a seguir—concluye tomando una de mis manos—. Busca a Dios, corre hacia sus brazos abiertos... Deja tu orgullo, tu soberbia de lado y reconoce que necesitas con urgencia de Dios. Necesitas su perdón, su sanidad… Necesitas de las nuevas oportunidades que él da…No estás sola, princesa… Tienes mucha gente a tu alrededor que va a ayudarte, sostenerte y acompañarte en el proceso… tus padres te aman, tu hermano… tienes amigos… Aún eres joven, muy joven, con una larga vida por delante… con miles de oportunidades…
Los dos hacemos silencio por unos segundos.
Agradezco a Dios por esta visita inesperada, porque necesitaba escuchar estas palabras y que fuera él quien las diga, le da más valor.
—Bueno… ya debo irme o tendré problemas con la enfermera—agrega con una sonrisa.
—Gracias, tío—le digo apretando su mano que aun sostiene la mía.
—Piensa en todo lo que hablamos… No dejes que el diablo te convenza de tomar otro camino… Dios te está esperando.
—¿Puedo pedirte algo?
—Sí, lo que sea—responde rápidamente.
—¿Podrías venir a verme otro día?
Me mira sorprendido.
—Si de verdad quieres que venga…
—Me hizo mucho bien hablar contigo… siento que eres el único que entiende cómo me siento…
Se adelanta y me besa en la frente.
—Regresaré a visitarte—afirma y se pone de pie para irse—. ¿Me prometes que pensaras en todo lo que te dije?
—Sí, tío.
Cuando sale de la pieza y me quedo en silencio, las lágrimas comienzan a salir nuevamente.
«Necesito este tiempo a solas. Hay mucho que necesito hablar con Dios».
Cierro mis ojos con fuerza y junto mis manos y en la soledad de ese cuarto de hospital comienzo a clamar con fuerza:
—Dios… no te entiendo… no entiendo por qué permitiste que pasara este accidente, por qué murieron mis amigos… por qué permitiste que enfermara… estoy enojada contigo… me cuesta creer… me cuesta entender… pero no quiero seguir otro camino… Lo siento, Dios mío. Lo siento… aquí estoy, rota, fría, destruida… perdóname… perdóname por favor… y ayúdame… te necesito.