Siento que nunca acabará este frío invierno.
Al regresar a casa del hospital, los recuerdos de las últimas semanas me golpean con fuerza.
Aquel terrible accidente, la muerte de mis amigos… la muerte de Gael. Los engaños y mentiras a mis padres…
¿Cómo voy a seguir adelante con todos esos recuerdos?
La presencia de Noah y el tío Alex animan mi día.
Todos hacen un esfuerzo para hablar de cosas positivas, de contar chistes y hermosos recuerdos, pero en mi interior siento que a todos nos costará superar esta situación.
Papá y el tío relatan anécdotas de su infancia en el barco Logos. Sus travesuras y escondites preferidos.
—Me encantaría poder ir al barco algún día—afirma Noah—, mis padres tienen recuerdos tan lindos de su año de servicio allí, predicando en cada puerto y país al que llegaban y siempre me cuentan cómo aquella experiencia fortaleció su relación con Dios.
—Sería maravilloso, Noah—exclama mamá—. Podrías ser el sucesor de tus padres como cocinero del barco. Los tripulantes amarán tu pan de nuez.
Papá y el tío sonríen.
—No creo que la cocina me atraiga demasiado—responde Noah con sinceridad—; quiero poder predicar a las personas… quiero tener la oportunidad de hablarles del amor de Dios y explicarles sobre la salvación en Jesucristo.
—Bueno, serías un buen candidato para la obra de teatro o el grupo de evangelismo en el camino del hijo pródigo—explicó papá.
—¿Cuántos idiomas hablas? —preguntó Alex.
—Italiano, español y sigo aprendiendo inglés, he avanzado bastante en este último año.
—Serás un excelente candidato… y te encantará vivir en el Logos—agrega el tío.
—Siempre pensé que odiabas el barco—afirma Bruno luego de las palabras pronunciadas por mi tío.
Es verdad. Las pocas veces que compartimos con él, sus relatos eran siempre negativos, hablaba del Logos como una prisión, donde era un esclavo más.
—No podría odiar mi hogar—responde con firmeza—. Allí viví los años más felices de mi vida, en ese barco crecí, fui a la escuela, festejé muchos cumpleaños, conocí a maravillosas personas… no podría odiarlo.
—¿Por qué te marchaste entonces? —insiste mi hermano menor.
—¡Bruno! —le regaña papá, por ser imprudente en su pregunta.
—Está bien, Cris, déjalo. Tiene razón… y la verdad es que… no sé… impulsos y arrebatos de la juventud… terquedad… necedad… por tonto, en definitiva.
Mamá y papá cruzan miradas.
Es la primera vez que Alex habla de esta manera.
—¿Has pensado en regresar? —se atreve a preguntarle papá.
El tío permaneció en silencio, como dudando su respuesta.
—Lo he pensado en estos días.
—Alex, eso es muy bueno, creo que serías muy útil—afirma mamá—. Dios te ha dado tantos talentos, conoces tanto el manejo del barco, la sala de máquinas, los protocolos, las tareas… aplicarías para cualquier puesto, y serías de mucha bendición.
—Ya veremos��� —responde encogiéndose de hombros.
Una enorme sonrisa se dibuja en el rostro de papá. Se ve tan feliz. En medio de todo este caos en el que los había metido, Dios le estaba regalando este hermoso reencuentro con su hermano.
Era como un pequeño rayo de luz en medio de una negra tormenta.
Así me sentía yo, como una negra tormenta.
Había arruinado la felicidad de todos con mis mentiras, con mis engaños y los había arrastrado a un tiempo de tormentas.
—Estoy cansada—susurré hacía donde estaba mamá—. ¿Puedo ir a acostarme?
—Sí, hija, te acompañaré a tu cuarto.
—Puedo sola, mamá—interrumpí—, no te preocupes.
Me levanté de mi silla y subí las escaleras. Tenía ganas de llorar.
No podía arrancar de mi pecho ese sentimiento de culpa, de dolor.
Me tiré sobre la cama abrazando con fuerza mi almohada. Deseé dormir y no volver a despertar.
«Dios, ayúdame, sana este dolor en mi corazón».
…
La mañana siguiente el tío Alex se despidi�� de todos, prometió escribirnos y mantenerse en contacto. Al parecer el reencuentro había servido para limar asperezas y fortalecer la relación entre los hermanos.
El día estaba hermoso, un clima cálido nos invitaba a salir.
—¿Cómo te sientes hoy?—preguntó Noah sentado a mi lado en un banco de la plaza cerca de casa.
—La verdad… no lo sé—respondí mirando a mi alrededor unos niños que corrían jugando a la pelota y otros que montaban sus bicicletas felices.
Añoro aquellos años donde la vida era tan sencilla, donde vivía abrazada por el verano, ajena a que había tanto dolor y decepción esperándome a la vuelta de la esquina.
—Mi padre siempre me dice, que cuando estoy triste, piense en todas las cosas buenas que tengo, en todas las bendiciones que Dios me ha dado… y entonces me siento afortunado y de mucho mejor ánimo.
Sonrío al escuchar sus palabras y puedo hasta ver al tío Gino pronunciando aquel consejo.
—Sé que estás triste, pero no puedes quedarte en el dolor, debes seguir adelante… aferrarte a todo lo bueno que Dios te ha dado y mirar hacia el futuro y los planes que Dios tiene para ti.
Siento su tibia mano posarse sobre la mía y apretarla con delicadeza.
—Pronto volverás a sonreír—dice mirándome tiernamente—; de a poco la vida volverá a ser colorida y hermosa… te aseguro que así será.
«Eso espero, porque hoy siento que la tristeza y el frío se instalaron en mi corazón para quedarse».
—Hubo un tiempo en mi niñez, que sentí tanto dolor, tanta tristeza, que prefería morir…—confiesa Noah llamando mi atención—. De verdad entiendo cómo se siente perder a alguien que amas… entiendo esa angustia en el pecho inexplicable, entiendo aun el vacío tan doloroso… y la sensación de que eso nunca acabará…
Sin darme cuenta estoy llorando. Quiero preguntarle, quiero saber más sobre su dolor y tiempo de sufrimiento, pero una parte de mi me hace guardar silencio.
«No puedo con mi propio dolor, y no estoy lista para cargar con algo de dolor ajeno».
Noah cruza su brazo por detrás de mi espalda y me abraza con fuerza.
Ese cálido abrazo hace que mi corazón se cobije del frío, que por alguna extraña razón sienta que quiero quedarme para siempre allí, a su lado.
—Todo pasará, Sol... Estoy aquí para ser tu sol en medio del dolor más oscuro. Pronto pasará… Saldrás más fuerte después de todo.
Apoyo mi cabeza en su hombro y cierro mis ojos con fuerza.
«Quiero que pase rápido. Quiero sentirme mejor».
Noah se queda en casa un par de días más. Compartimos salidas, películas, caminatas… recordamos aventuras y experiencias vividas, miramos álbumes de viejas fotografías.
Su presencia me ayuda a sentirme mejor.
Pero su tiempo en Rosario se acaba.
Debe regresar a Córdoba.
Debe seguir su vida, sus estudios y ministerio en la iglesia.
—Quisiera quedarme—dice dándome un abrazo en la plataforma de la terminal—. ¿Segura que vas a estar bien?
—Sí, estaré bien…
—Voy a extrañarte—agrega mientras se cuelga la mochila al hombro—. Espero que pronto regresen a Córdoba…
—Seguro que sí. Noah… gracias por venir y estar conmigo todos estos días, eres el mejor amigo que tengo. ¿Me escribirás?
—Seguro. Estaremos en contacto… esta vez no ignores mis mensajes…
Los dos reímos.
Minutos después me encuentro agitando mi mano al aire, mientras el colectivo se aleja llevándose a mi mejor amigo.
Los días vuelven a ser solitarios y tristes.
Bruno regresa a la escuela y sé que en cualquier momento será mi turno.
…
Con mi terapeuta, hablamos sobre mis temores y sobre que debo enfrentarlos en algún momento. Ella me alienta a confiar en Dios y su fortaleza para mi vida.
—Tienes que aferrarte a Dios. "Cuando más débil, más fuerte soy, porque Su poder se perfecciona en mi debilidad" —parafraseó aquel pasaje—; el apóstol Pablo entendía que cuando tenemos el control de nuestras vidas y nos creemos fuertes, es cuando más débiles somos, porque Dios no puede actuar en nuestras vidas controladas por la soberbia y el orgullo, pero cuando somos débiles, cuando reconocemos que no podemos, que somos frágiles, entonces, Dios toma el control y puede obrar en nuestras vidas.
—Pues soy mi versión más débil—respondí—; no puedo… no puedo seguir adelante… siento que…—las lágrimas me impiden seguir hablando.
—Está bien llorar, está bien reconocer nuestra debilidad, pero te falta el paso siguiente—me explica—: si no reconoces que Dios sí puede, que Dios tiene todo el poder y el control, y descansasen él, te quedaras en la debilidad, en el dolor y desesperación.
—No sé cómo hacerlo…
—Necesitas pasar tiempo leyendo la Biblia, orando… es algo personal con Dios, no puedo hacerlo por ti, ni puedo darte una receta mágica—explica—solo te consejo que comiences por los Salmos, el Rey David se sintió tantas veces deprimido, angustiado, con dolor en el alma… puedes a través de sus escritos ver la forma en que buscó y dependió de Dios…
La miró aún con lágrimas en los ojos. Siento un nudo en la garganta que me impide hablar.
—Sol, no eres la única que ha sufrido, muchas personas han pasado por pruebas y dolores hasta quizás mayores que los tuyos, mucha gente ha perdido seres queridos, muchos han defraudado a otros y lo han podido superar con la ayuda de Dios… estoy segura que saldrás adelante.
Antes de terminar la sesión, me da la tarea de leer un Salmo por día y anotar en un cuaderno las frases de David con las que me siento identificada.
Al salir del consultorio, mamá me esperaba sentada en un cómodo sillón leyendo una revista.
—Terminamos—le digo.
—¿Le preguntaste si ya puedes regresar al colegio?
Había olvidado aquel detalle, quizás a propósito, quizás sin querer.
—No.
—¿Qué pasa, Sol? En algún momento debes regresar a clases o perderás el año…
«Sí, lo sé. Pero no me siento preparada.»
¿C��mo voy a caminar por esos pasillos sin llorar? ¿Podré entrar en la cantina nuevamente sin Gael a mi lado? ¿Podré mirar la cancha de fútbol sin recordar a Valeria y Dana?
No.
No estoy lista.
…
Un mes ha pasado desde el accidente.
De a poco la vida va tomando una nueva forma. No soy la de antes de venir a Rosario, tampoco soy la chica rebelde que se puso de novia a escondidas y mintió a sus padres, no soy la herida muchacha internada en el hospital…
¿Quién soy entonces?
No lo sé.
De a poco me voy sacando el frío y poniendo en movimiento. Porque sé que no puedo permanecer para siempre en el dolor, y debo seguir adelante.
La lectura de los Salmos me ayuda a aferrarme a Dios cada día y clamar a él para que me sostenga, me sane, me levante.
Puedo identificarme con David cuando dice: "Lloro en mi cama por las noches… mi alma se derrama en tu presencia…"
Entiendo el dolor de una manera diferente.
Mi mirada hacia las personas también ha cambiado.
Mientras camino y observo a quienes me rodean, me pregunto: ¿En qué estación estarán viviendo? ¿Será su vida un triste otoño? ¿Vivirán en una cálida primavera? ¿Estarán transitando un frío invierno como yo?
Sea cual sea su situación, me siento más sensible y cercana a aquellos que me rodean. Esta experiencia me abrió los ojos a la realidad de que la vida no es un camino de rosas y pompones de azúcar… los caminos son ásperos y duros, hay luchas y pruebas, subidas y bajadas…
Los mensajes y llamadas de Noah animan mis días y me desafían a estar mejor, siento que me entiende y apoya a pesar de la distancia.
Me llama casi todos los días y pasamos largos ratos conversando.
También el tío Alex me ha hecho algunas llamadas para saber cómo estoy y ha hablado con papá en otras oportunidades, su vida ha dado un cambio muy grande en estos últimos meses y nos contó que está asistiendo a una iglesia.
Flavia y Vanesa resultaron ser unas buenas amigas. Me visitaron en casa cuando salí del hospital y cuando regresé a la iglesia se acercaron para acompañarme. Me contaron que todo el grupo estuvo orando por mí.
Comencé a tenerle aprecio a aquella pequeña iglesia de Rosario. Hasta los mensajes del pastor me parecieron atractivos y desafiantes.
Las reuniones de jóvenes se volvieron unas de mis salidas favoritas y me desafié a cambiar mi actitud ante ese grupo de chicos y darles una oportunidad. Todo resultó mejor de lo que esperaba. Dios estaba obrando en mi corazón y de a poco comenzaban algunos cambios.
El dolor cada tanto regresaba.
Las pesadillas me atacaban de noche, con recuerdos de Gael… y aquel terrible accidente. Lo extraño. Extraño a Gael Serrano.
Nunca había visitado un cementerio para llevar flores a nadie, pero sentí la necesidad de ir a la tumba de mis amigos, de despedirme de ellos una vez más.
«Es parte del duelo, según mi terapeuta. Un cierre de etapa para afrontar un nuevo comienzo».
…
Mañana debo regresar a la escuela.
Un nudo se instala en mi garganta.
Vicky, Anto y Jaz ya comenzaron y me animaron a asistir.
Hasta Leila y Nair me llamaron para saber cómo estaba.
Sabía que sería otro momento doloroso, pero debía enfrentarlo, debía retomar la escuela.
Dormí muy mal esa noche.
Las imágenes de Gael, Dana y Valeria me atormentaron como en tantas otras noches. Me desperté antes que sonara el despertador.
Al bajar a desayunar con mi uniforme puesto, me pareció regresar dos meses en el tiempo, cuando todo estaba bien.
—Buen día, cariño—me dijo mamá—, ¿cómo te sientes?
—Bien.
—¿Quieres que te acompañe?
—Estaré bien, mamá… Bruno prometió acompañarme, y las chicas me esperarán en la puerta…
Papá bajó las escaleras con Bruno y los cuatro juntos desayunamos.
—Si te sientes mal—agregó papá—, nos llamas y te buscamos.
—Gracias… estaré bien.
Antes de salir camino a la escuela, papá oró por mí, para que Dios me diera las fuerzas necesarias en este comienzo.
Nos despedimos en la puerta y con Bruno caminamos aquellas seis cuadras hasta la escuela.
Noviembre acaba de comenzar. Amanece más temprano y los días están más soleados y templados.
Caminamos en silencio.
Imagino que Bruno está preocupado por mí. Todos lo están.
Al llegar a la puerta, las chicas me sonríen y abrazan. Están felices de verme nuevamente.
Jazmín se sostenía sobre unas muletas y avanzaba con dificultad, me alegré tanto de verla. Al abrazarnos, unas lágrimas se escaparon de nuestros ojos. Ella podría haber aprovechado su condición de salud para faltar más tiempo, pero había decidido retomar las clases antes que yo. Era su último año de secundaria y no quería perderse las cosas emocionantes que viviría con sus compañeros de curso.
Entramos por el largo pasillo.
Mientras caminábamos, recordé mi primer día de clases, el choque con Gael en aquel pasillo, las miradas extrañas de todos… Hoy las cosas habían cambiado. Ya nada volvería a ser como antes.
Mis compañeros me recibieron con alegría, hasta las chicas me saludaron y se mostraron comprensivas.
Pasé la mayor parte de la clase mirando la silla vacía de Cristal.
Ella no había regresado. Según dijeron Leila y Nair, no volvería a la escuela. Tampoco había querido verlas, ni recibir ninguna visita.
Regresar fue doloroso y triste, pero pensé que me desmayaría en medio del patio, que lloraría sin consuelo en cada esquina y con cada recuerdo… pero no fue así. Dios me sostuvo, me ayudó y pude pasar aquel primer día y aquella primera semana con éxito.
…
Para fines de octubre, el libro de papá había sido publicado.
La editorial realizó una pequeña ceremonia en donde se hizo oficial el lanzamiento a librerías en todo el país.
Esta noticia marcaba el comienzo del fin, de nuestra estadía en Rosario. Ya no había más razones para permanecer allí, y podíamos regresar a nuestro hogar en Córdoba.
Mis padres decidieron esperar el cierre de trimestre y que termináramos de rendir nuestras materias, para luego regresar.
Ansiaba ver a Noah nuevamente. Aunque habíamos hablado cada semana por teléfono, desde que se marchó, le extrañaba y necesitaba.
También quería ver a Isabella y a mis primos y abuelos.
…
«Debo reconocer que es cierto, el tiempo alivia las heridas».
Con cada día que pasaba los recuerdos se volvían más borrosos y el corazón volvía a latir con más fuerza. No lo creí posible en las primeras semanas, donde las lágrimas me acompañaban de continuo y el dolor se hacía presente en cada paso.
«Noah tiene razón. El dolor no dura para siempre».
Hoy, más de dos meses después, me atrevo a sonreír y a sentir con ánimos de soñar y proyectar mi vida.
En este tiempo siento una gran expectativa de regresar a mi hogar en Córdoba, como si fuera el momento de dar vuelta una página y proyectar un nuevo comienzo.
Mi relación con Dios crece cada día más.
Los Salmos y Proverbios fueron aquellos primeros escalones que me ayudaron a salir del pozo profundo donde me encontraba y abrieron mis ojos a una realidad espiritual que había perdido desde mi llegada a Rosario.
Un libro recomendado por Noah me fortaleció también de maneras sorprendentes, se llama: Cuando lo que Dios hace no tiene sentido.
Allí se relataban muchas historias de personas que sufrieron experiencias difíciles, accidentes, enfermedades, perdidas de seres queridos… y cómo muchas veces no entendían el obrar de Dios y los propósitos que él tenía para sus vidas.
Mientras más lo leía una pequeña espina se había clavado en mi corazón: Debía ir a visitar a Cristal.
Por alguna razón, necesitaba hablar con ella. Quizás regalarle este libro, hablarle de que Dios tenía propósitos para ella, a pesar de haber perdido un pie. Ese fuego en mi interior no iba a dejarme tranquila.
Comencé a orar por este tema.
«Antes de regresar a Córdoba debo ir a su casa y hablarle».
…
En la escuela, comencé a hablarles de Dios a mis compañeras. Primero a Jaz y las chicas del equipo, con quienes era más cercana. Luego a cualquiera que me diera una oportunidad.
Me di cuenta que el trauma del accidente había sido muy fuerte y había sacudido sus vidas de una manera especial; todos los que iban en ese colectivo comprendieron que Dios les estaba dando una nueva oportunidad.
Víctor me escuchó con atención mientras le contaba cómo Dios me había consolado y fortalecido en este tiempo. Le hablé de su amor hacia nuestras vidas al enviar a su hijo Jesús. Estaba serio y pensativo. Agradeció mis palabras, pero no hizo preguntas ni comentarios, sigo orando por él para que reciba el perdón de Dios.
Nair y Leila al principio se burlaron, pero cuando les hablé del accidente y cómo nadie tiene la vida comprada por más joven que sea, las lágrimas brotaron de sus ojos, y escucharon mis palabras.
…
Estábamos a mediados de noviembre. Los últimos exámenes comenzaban en una semana.
Bruno y yo nos dedicamos a estudiar y terminar todas nuestras materias a tiempo. Mi única "imposible", sería historia, que rendiría previa en Córdoba el próximo año. El resto de los profesores me dio varias oportunidades de levantar los promedios con trabajos extras y exposiciones orales.
Mamá había comenzado a embalar las cosas de la casa. El camión de mudanza llegaría el 2 de diciembre para buscar los muebles más grandes y llevar la mayoría de nuestras cosas. El regreso a nuestro hogar estaba cada vez más cercano.
—¿Podrías llevarme a esta dirección? —le dije a mamá extendiendo un papel.
—Sí, claro. ¿A quién visitaras?
—Es la casa de Cristal.
—Creí que habías dicho que no quiere recibir visitas.
—Sí, lo sé, pero siento que tengo que ir. No me preguntes qué es, porque no tengo una respuesta… pero antes de marcharme de Rosario necesito ir a hablar con ella.
—Está bien.
Mamá buscó la dirección en el GPS y comenzamos el recorrido hacia la casa de Cristal.
Un bonito barrio de casas residenciales con grandes jardines nos sorprendió. Estábamos en la calle correcta. Mamá bajó la velocidad para encontrar la numeración de la casa. Paramos frente a una gran casa de dos pisos, con un amplio jardín y grandes ventanales.
—Es esa. ¿Segura que quieres ir? No quiero que esto provoque una recaída…
—Estaré bien, mamá, quizás ni quiera recibirme… pero tenía que venir… aunque solo sea para dejarle el libro.
—Si Dios puso este sentir en tu corazón, seguramente también preparó el corazón de esta chica.
—Solo espero poder hablarle del amor de Dios.
—Te espero.
Bajé del auto tomando una fuerte bocanada de aire para inundarme de coraje antes de avanzar hasta la entrada y tocar el timbre.
Una mujer vestida de enfermera abrió la puerta.
—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarla?
—Hola soy Sol, compañera de Cristal, venía a visitarla.
—Oh…—respondió la mujer con asombro—, a ella no le gusta recibir visitas.
—Será solo un momento, quiero regalarle un libro y despedirme de ella.
—Si me permite, le preguntaré si quiere verla…
Una voz aguda se escuchó: —¡Déjala pasar, Rosita!
Era la inconfundible voz de Cristal.
La mujer abrió los ojos asombrada y con un gesto, me hizo pasar.
Del recibidor entramos a una gran sala, que en algún momento fue un hermoso living, y ahora estaba adaptado como habitación. Había una cama ortopédica y otros aparatos médicos.
En un sillón, cercano a la ventana que daba a la calle, estaba sentada Cristal. Comprendí que me había visto desde un primer momento.
Me acerqué lentamente, contemplando a esa chica sentada en el sillón. Lejos estaba de ser la rubia despampanante y avasalladora que conocí en el colegio. Estaba más delgada y demacrada, su cabello un poco despeinado, un pantalón de algodón suelto y una remera negra cubrían su cuerpo.
Su mirada no era aguda y fría como la recordaba. Hay algo diferente en ella… dolor, miedo, angustia. Se encontraba en aquella posición vulnerable, delicada.
—Hola—fue la única palabra que me salió para romper el silencio.
—¿Qué haces aquí, Pulguienta? ¿A qué has venido? —susurró suavemente.
«No has cambiado, Cristal», pensé al escucharla.
—Escuché que le dijiste a Rosa que venías a despedirte. ¿Qué pasa?
—Con mi familia regresamos a Córdoba.
—¡Vaya! Y no querías irte sin verlo con tus propios ojos, ¿verdad?—soltó con ironía—; pues bien, aquí está—agregó levantando el pantalón y dejando en descubierto su pierna mutilada—. ¿Satisfecha?
Una sensación horrible subió por mi estómago. No era impresión por verla así, no fue lástima por su dolor… fue pensar, que podría estar en su lugar, que esa podría ser mi pierna.
Estaba tan decidida a subirme a ese colectivo, estaba tan cegada, yo debía estar sentada junto a Gael ese día, yo debí recibir el impacto del choque, yo debí sufrir y perder una pierna.
Sentí un hormigueo recorriendo mi espina dorsal, mis piernas se aflojaron y creí que caería desmayada allí mismo.
«Dios mío, dame fuerzas, sostenme,» clamé en ese instante, «dame las palabras para hablarle».
—¿Te comieron la lengua los ratones? ¡No sientas pena por mí!—agregó con ironía—. No necesito tu lástima, creo que ya viste lo suficiente, puedes irte—y desvió su vista hacia la ventana.
Una parte de mí quería salir corriendo de esa casa, alejarme de sus palabras hirientes, y de todos los recuerdos que en ese momento regresaban a mi mente. Pero sabía que Dios me había llevado hasta ahí, no solo para recordarme de lo que me había librado, sino porque él amaba a Cristal.
Jesús había muerto en la cruz por ella también, Dios la conocía mejor que yo, y la amaba y quería que Cristal lo supiera.
Me acerqué al sillón y me senté en un pequeño banco forrado en tela que estaba cercano.
—¿Qué haces?—preguntó al verme—. Te dije que te fueras.
—Vine a traerte un regalo—susurré extendiendo el libro.
Cristal me miró sorprendida y luego bajó la vista a la portada del libro.
—No me gusta leer—respondió a secas tomándolo en sus manos, giró a la contratapa y se detuvo leyendo las líneas de resumen del libro. Vi que sus ojos se enrojecían, ¿acaso estaba por llorar?
Cristal apoyó el ejemplar en una mesita a su costado y respiró retomando la compostura, imagino que no quería llorar frente a mí.
—Gracias, quizás lo lea.
—Te gustará, a mí me ayudó mucho en este tiempo a superar la muerte de Gael… de Dana… de Valeria…
Los ojos de Cristal se enrojecieron de nuevo mientras yo los nombraba.
—Mi nombre podría estar en esa lista—murmuró la rubia con tristeza—, quizás hubiera sido mejor morir ese día. —Su vista regresa a la ventana y su mano seca una lágrima de su mejilla.
—Mi nombre también podría estar en esa lista, o podría ser yo la sentada en ese sillón—afirmo también con tristeza—, pero Dios no lo quiso así…
—¿Por qué no?—pregunta Cristal regresando su mirada inundada de lágrimas—. ¿Por qué no estabas allí? ¿Por qué no te sentaste al lado de Gael como siempre… y me evitaste esta desgracia?
Mis ojos también están inundados de lágrimas.
—No lo sé—respondí—, no sé por qué Dios permitió que así ocurrieran las cosas…
Las dos nos secamos las lágrimas.
—Cristal… solo sé que Dios tiene un propósito para nosotras, por eso estamos vivas, por eso no subí a ese colectivo, y por eso no moriste allí.
Un sollozo escapa de sus labios.
—Mi madre no deja de decirme lo mismo cada día. Ella está feliz y completamente agradecida a Dios… hasta mi padre… pero yo no puedo verlo así.
—Tu mamá tiene razón, deberías estar agradecida por seguir con vida.
—No lo entiendes, ¿verdad? Ya nunca podré ser la de antes, no más polleras cortas, no más botas con tacón, no podré volver a jugar hockey…—mientras más hablaba más lloraba y yo entendía su dolor y sabía que sus palabras eran reales—. Siempre seré la chica lisiada, la pobrecita que perdió un pie…
—No tiene porqué ser así. Quizás el propósito de Dios es mostrarte que siempre te has dejado llevar por lo superficial, por las apariencias, cuando en realidad lo importante, lo que Dios mira, es nuestro interior, nuestro corazón. Solo imagino, que Dios anhela que una nueva Cristal más sensible, más amigable surja después de esta experiencia.
Cristal buscó un pañuelo en su bolsillo y secó sus mejillas y nariz.
—Dios va a ayudarte, él te dará las fuerzas que necesitas y podrás salir adelante.
—¿Por qué me dices todas estas cosas? ¿Por qué viniste a mi casa?—preguntó.
—Porque al leer ese libro, Dios me mostró que te ama, y tiene grandes planes para tu vida, pero no vas a poder cumplir esos planes sola, necesitas a Jesús en tu vida.
La mirada de Cristal bajó a su pierna. Permaneció en silencio unos minutos y luego me miró con seriedad.
—¿Mi madre te llamó? ¿Te pidió que vinieras?
—No, de verdad que no conozco a tu madre ni he hablado con ella.
Otros minutos de silencio.
—Ella me dice las mismas palabras desde que regresé a casa. Dice que Dios me necesita así, sin un pie… ¿Crees que eso sea posible?
Asiento con mi cabeza sin responder nada.
«¿La madre de Cristal es cristiana?».
Cristal me mira expectante, como si necesitara que le diga algo más. Que aclaré las cientos de preguntas que tiene en su mente.
—¿Eres cristiana? —pregunta sin rodeos.
—Sí.
—¿Desde hace mucho tiempo?
—Sí, mi familia asiste a una iglesia… yo estuve rebelde en este último tiempo… y me alejé de Dios, pero luego del accidente, todo cambió.
Otro silencio.
—Mi madre también me llevó de pequeña a la iglesia—confiesa Cristal—, al principio me gustaba y disfrutaba ir, pero crecí… comencé las primeras salidas con amigas… y dejé de acompañarla…
—¿Tu mamá…?—y antes que pudiera terminar la pregunta me explicó.
—Ella venía de una familia cristiana, creció en una iglesia… pero se casó con mi padre que es ateo, así que, crecí en un hogar dividido por las creencias religiosas… cuando dejé de ir a la iglesia, mi padre me apoyó, y me dio todas las libertades para salir y disfrutar lo que quisiera…
«Entonces Cristal conoce de Jesús desde pequeña».
Permanecí en silencio tratando de digerir toda aquella información que me parecía increíble.
—¿Te sorprende que mi madre sea cristiana?, hasta yo pude serlo si no me hubiera alejado… ¿sabes? Algo en mi interior intuía que eras distinta… especial… ¿Por qué nunca dijiste que eras cristiana?
—Vergüenza, miedo… no sé bien la razón… en ese tiempo me encontraba lejos de Dios… también quise disfrutar de la vida a mi modo, te aseguro que no resultó… solo sufrí mucho y lastimé a mi familia y amigos. Pero Dios me dio una nueva oportunidad. Estoy leyendo la Biblia cada día y conociendo más a Dios y lo que quiere de mí.
La rubia baja la mirada. Reflexiona en todas mis palabras y pregunta.
—¿Crees que Dios me dará una nueva oportunidad también?
—Estoy segura de eso. ¿Alguna vez pediste a Jesús que te perdonara y entrara en tu vida?
—De niña mamá siempre me hacía repetir esa oración todas las noches, decía que la única forma de entrar en el cielo era orando y pidiendo perdón… la hice tantas veces… seguro funcionó.
—No es tan así… Dios mira nuestro corazón, puedes haber repetido cientos de veces esta oración pero quizás nunca con un verdadero arrepentimiento y con deseos de que Dios cambie tu vida.
Cristal permanece en silencio. Sus ojos se humedecen otra vez.
—Cuando estuve en el hospital… y creí que moría… clame tanto a Dios, te aseguro que allí fui sincera—me confiesa—, no quería morir… no me sentía preparada… luego pasó lo de mi pie y ahí quise morir realmente.
—Si clamaste con fe, seguro Dios te escuchó.
Estiro mi mano y la apoyo sobre su hombro. Espero de todo corazón que la oración de Cristal haya sido sincera y sea una hija de Dios.
—Lo siento, Sol. Fui muy cruel contigo, con todos…
—Está bien, eso ya quedó atrás.
Cristal toma mi mano y veo que sus lágrimas aumentan.
—Lamento… lo de Gael… de verdad, yo lo quería… aun no puedo creerlo…—intenta decir entre sollozos.
Sin darme cuenta, también he comenzado a llorar. La muerte de Gael sigue siendo algo doloroso. Las dos permanecemos unos minutos en silencio, compartiendo nuestro dolor.
Miro por la ventana y veo a mamá sentada en el auto.
—Tengo que irme. Mi mamá está afuera esperando.
—Gracias por venir.
—De nada. Me alegra que te estés acercando a Dios. Espero que leas el libro… sé que te hará mucho bien.
—Lo leeré.
Me dirijo hacia la puerta y me cruzo con una hermosa mujer de unos cuarenta años, debe ser la madre de Cristal. Su mirada es dulce y alegre, realmente se percibe la obra del Espíritu Santo en su vida.
—Gracias por venir a verla—dice con una sonrisa—, Dios te bendiga.
—Estaré orando por Cristal, para que Dios toque su corazón.
La mujer abre sus ojos con asombro.
—Gracias—susurra al cerrar la puerta.
Me siento feliz de haber podido venir a verla.
Cerrar este capítulo de mi vida, todo lo vivido en Rosario. Siento que era necesario para poder seguir adelante y abrirme paso a una nueva oportunidad.
Sé que Dios hará grandes cosas en la vida de Cristal. Las muchas oraciones de su madre serán contestadas.
Al salir siento que me he quitado de encima una gran mochila. Mis celos, broncas y rencores para con ella se han esfumado y solo tengo buenos deseos para su vida y futuro.
«Estoy lista para dar vuelta la página, estoy lista para seguir adelante, estoy lista para regresar a Córdoba y continuar mi vida».