Chapter 2 - II

La corte se fue llenando lentamente. Los grandes cancilleres políticos, los representantes de los poblados y los gobernantes de las zonas del reino, así como algunos jueces de corte habían arribado a un paso presuroso. Cada una de las creaturas mostraba facciones distintas en sus rostros, casi como felinos, vivérridos, carpinos y otros más; pero eran distinguibles como la misma raza por sus cuernos enroscados como caracol y de colores variados. Por supuesto que de entre los guerreros más poderosos se apreciaban aquellos con facciones únicas. Un tipo de gente con cuernos también atomillados, pero sus rostros lucían facciones refinadas, bocas pequeñas, narices puntiagudas, ojos medianos o grandes, así como carentes de pelaje; además muchos de ellos poseían alas de un tipo de murciélago, incluso como de dragones.

De entre los invitados había unos dos o tres espías que buscaban rescatar al hijo del líder de la rebelión, pues no habían sido informados todavía sobre el último acontecimiento. Para su sorpresa, encontraron al Alto Príncipe frente al rey; estaba encadenado y pronto sería juzgado. ¿Qué ocurría?, ¿cómo había llegado ese joven allí?

El Máximo Canciller estaba junto a Su Majestad; portaba unas ropas elegantes y cubría su cuerpo entero. Sus ojos eran de un azul cristalino y no mostraba facciones animalescas. También tenía unas alas grises desgastadas y muy pronunciadas; así como un rostro un tanto calavérico. Del otro lado del rey se encontraba un jovencito con unas vestimentas joviales y andróginas; su rostro era exquisito, con unos ojos azules claros muy grandes e inocentes. Su cabello negro y muy largo hacía un juego hermoso con sus cuernos de color plata; ese niño era el Segundo Príncipe del reino.

—Su Majestad —de entre la conmoción se escuchó la voz del Alto General. El militar se encontraba parado junto al Alto Príncipe. Prosiguió—: he llamado a la Corte Imperial para presentar el acto de traición que el Alto Príncipe, Ishtar Astaroth, ha cometido.

De pronto, los murmullos estallaron y envolvieron a la sala en un caos de voces. Empero, se disiparon con el paso de los minutos.

—¿Otra vez? —habló con enojo el Máximo Canciller—, ¿otra vez te has metido en problemas, Ishtar?

El joven rubio contempló a su padre con seriedad; había sido capaz de reconocer el tono de decepción en la voz del Máximo Canciller.

—¿Qué hiciste, Ishtar?

—Mi Lord —replicó el Alto General—, el príncipe ayudó al demonio Samael en su escape. Además de que un grupo de soldados los escucharon hablar sobre la rebelión; al parecer, el príncipe piensa aliarse a ellos.

De nuevo la sala se llenó de frases, murmullos, suspiros ahogados y gritos de odio. El príncipe ya había sido acusado anteriormente de traicionar a su padre y abuelo; pero nunca había cometido un acto tan obvio de alta deslealtad. ¿Por qué se uniría con la raza más débil del reino?, ¿qué ganaría al ser parte de una rebelión que podría no funcionar?, ¿qué planeaba conseguir de todo eso?

Repentinamente, el rey movió su mano en un acto de poder y obtuvo el silencio de la Corte. Se acomodó en su silla y miró con suma molestia la imagen de su nieto.

—Ishtar Astaroth, has traicionado a tu reino y a tu máximo representante con esto. Al haber ayudado al demonio Samael a escapar, has demostrado tu poco interés por buscar la paz del reino —expresó con solemnidad el rey.

—¿Paz? —insistió Astaroth con enojo—, a esto no le puedes llamar paz. Lo que has hecho es tiranía. Has sometido a la raza de los demonios y los has tratado como esclavos por muchos años, has permitido abusos y atrocidades por parte de otros imperios y lo único que te importa es tu propio poder.

—¿Cómo te atreves a dirigirte a Su Majestad de esa forma? —cuestiono el Alto General.

—Bien, si es lo que quieres —volvió a parlar el soberano con su voz rasposa—, tu padre decidirá tu castigo. Si no me satisface, entonces los mataré a los dos.

—Padre ���interrumpió el Máximo Canciller—, sólo dígame lo que desea y lo haré.

Astaroth sabía que su padre era un sujeto corrupto y lleno de aires de grandeza falsa; sabía que deseaba el trono y que desde que él había nacido, no había sido más que un estorbo en su plan.

—Muy bien. —Sonrió complacido el rey—. Entonces quiero que tu hijo sea castigado con la mayor pena que se le puede dar a un demonio-arcano. Aquél que No Ve, No Escucha, No Habla y No Respira; para después ejecutarlo en la Plaza Principal en un festival de Muerte Pública. Quiero que seas tú quien lo torture y lo humille; que tú lo despojes de sus sentidos y su poder. Tú decidirás cómo iniciará su castigo aquí y ahora.

—Como usted ordene, Su Majestad —dijo el Máximo Canciller con un tono neutral.

A continuación, el padre de Astaroth se acercó hasta la parte baja; mostró un rostro serio y molesto. Se quedó parado junto al joven rubio y lo contempló como si fuera una alimaña o algo peor. Sin embargo, el rubio mantuvo su postura y no se inmutó. De pronto, el Alto General golpeó las pantorrillas de Astaroth con la funda de su espada y lo hizo arrodillarse.

Una vez el Máximo Canciller colocó su mano sobre los ojos de Astaroth, el joven príncipe comprendió que intentaría despojarlo de su sentido de la visión. De pronto, Astaroth concentró su poder y se tranquilizó; no deseaba darle el placer a su padre ni abuelo de verlo sufrir.

—Hazlo —ordenó el rey con satisfacción.

La piel del rubio percibió el calor constante que se acrecentaba; cerró los ojos y escuchó una llamarada encenderse a unos milímetros de sus oídos. Ahora toda su piel ardía y si no protegía sus ojos entonces quedaría ciego por el resto de su existencia. El fuego alcanzó la frente y una parte del fleco del joven, luego se expandió hasta los costados y rozó la parte superior de las orejas; ya había desfigurado el puente de la nariz y había desaparecido las cejas rubias y pestañas del muchacho. El dolor era tan intenso que Astaroth sólo pudo morder sus labios para impedir a su voz salir. La protección básica que había creado funcionaban ya que sus ojos habían recibido apenas unas cuantas quemaduras menores. Sin embargo, la intensidad del acto fue tal que al terminar perdió el conocimiento.

***

Un viento suave tocaba el cuerpo desnudo del muchacho; su trozo estaba descubierto y su cabeza tenía un vendaje grueso que cubría toda la zona dañada. Se encontraba recostado en un camastro improvisado en una celda de la zona baja de la prisión. Ese tipo de situación era normal, ya que la tradición dictaba que los prisioneros debían ser mantenidos conscientes para proseguir el castigo.

El joven príncipe despertó, pero no fue capaz de abrir sus ojos; se incorporó con cuidado y escuchó unos pasos ligeros que se acercaron a él. De forma repentina, un tacto suave se posó en sus hombros y brazos.

—No —sonó una voz femenina y cálida—, por favor, debe quedarse aquí y descansar un poco más.

Astaroth detectó dos cosas. La primera era que la mucama no había utilizado su título para dirigirse a él, y la segunda era que ella era joven y probablemente había aceptado cuidarlo por lástima. Aquél último hecho entristeció al muchacho, ya que planeaba asesinar a cualquiera que se posara en su camino.

—¿Cuántos días han pasado ya? —inquirió el joven rubio al notar su garganta rasposa.

—Tres; hoy por la noche se cumplen cuatro; y será llevado hasta el rey nuevamente.

—¿Cuatro?

¡Oh, no!, pensó Astaroth con consternación. Si no se daba prisa llegaría tarde a su reunión con el nuevo líder de la rebelión. Llevó su mano hasta el vendaje e intentó deshacerlo, pero la muchacha enfermera lo impidió.

—La piel está muy sensible, así que no lo recomiendo.

Empero, Astaroth tomó las manos de la joven y las capturó con fuerza. A diferencia de su padre y abuelo, él no deseaba matar a los inocentes, a los que sólo eran parte de las masas que las guerras, rebeliones y demás actos caóticos arrastraban. El joven rubio movió la cabeza en forma negativa.

—Debes irte.

—¿Qué? —inquirió la mucama con cautela.

En unos segundos más, la puerta del calabozo rechinó y fue abierta con fuerza. Los pasos pesados denotaban el andar de la persona que ahora estaba allí. El joven rubio conocía aquella manera de caminar, pues durante toda su infancia y adolescencia había convivido con aquella persona que alguna vez había llamado: 'Maestro'.

—El rey ha cambiado la hora del siguiente castigo de Ishtar Astaroth —sonó una voz masculina.

El joven percibió a la mujer levantarse y acercarse al Alto General. Prontamente, Astaroth buscó su ropa con sutileza y palpó la silla; allí estaban las prendas. Buscó en el bolsillo derecho del pantalón y deseó que los guardias no habrían encontrado la bola negra. Y así fue, todavía estaba el objeto esférico que desprendía un tipo de energía mística. Astaroth tocó la bolita y la sacó; después deshizo la venda e intentó abrir los ojos, empero el dolor le advirtió de la acción.

La visión de Astaroth estaba borrosa y lo único que alcanzaba a divisar eran manchas de varios tonos. Todavía necesitaría un poco más de tiempo para recobrar su visión, así que debía usar sus sentidos del tacto y el sonido para guiarse en el siguiente peligro.

—¡No! —la muchacha se percató muy tarde de lo que el joven había hecho. Ella y el Alto General se habían enfrascado en una conversación y habían ignorado al archidemonio.

De pronto, y sin titubeo, Astaroth movió a la mucama y con su poder creó una pequeña daga. El esférico negro era de un material capaz de tomar formas distintas y en esa ocasión así había reaccionado: su cuerpo había transfigurado su propiedad y se había alargado de un extremo hasta quedar solidificado y filoso, mientras que el otro lado había quedado un poco más ancho y sólido con ajuste a la mano de su usuario.

El Alto General cubrió dos ataques, pero Astaroth le impidió sacar su espada y lo forzó a mostrar una postura defensiva. Sin previo aviso, Astaroth cortó el cuello del proto-demonio y lo dejó morir ahogado en su propia sangre. La última imagen que el Alto Genera contempló fue la del rostro desfigurado de su antiguo pupilo.

—Si no quieres morir, te recomiendo que abandones este lugar cuanto antes y no digas nada de lo que pasó aquí —sonó la voz seria de Astaroth.

La muchacha enfermera estaba horrorizada, pero había decidido obedecer al joven; así que abandonó con presura el calabozo. Por otro lado, Astaroth se puso sus ropas con rapidez; su mente divagó en los próximos movimientos que debía realizar. Primero debía adentrarse y cruzar el bosque antiguo, pasar la frontera y llegar a los campos de cultivo de la Zona Negra. No estaba seguro de si conseguiría llegar a tiempo a su cita con Samael. Otro problema que encontraría en su viaje era que sin su capacidad para ver, tomaría más tiempo del que había planeado.

Astaroth se acercó a la salida, empero se detuvo en seco; palpó su rostro y se percató de que la piel estaba en proceso de cicatrización y que había perdido una parte de su cabello frontal. El joven no era vanidoso en cuanto a su imagen física, en realidad lo que sí le importaba era su propio potencial y la forma en que actuaba. Sin embargo, era obvio que su rostro causaría un terror indeseado por esa enorme deformación. Astaroth caminó hacia una de las esquinas y con ayuda de sus manos buscó uno de los baúles que solían haber en los calabozos. Se apoyó en sus pantorrillas, abrió la caja de madera y tocó los objetos con suma cautela; sabía que eran pertenencias de los prisioneros que alguna vez habían sido llevados a esa habitación.

Cuando detuvo su actividad, Astaroth se puso de pie y colocó el objeto sobre su rostro. Era una máscara teatral alargada de los extremos y con una especie de plumaje tallado sobre el metal en la parte superior. No se cuestionó por qué uno de los viejos prisioneros había portado esa máscara, pero agradeció en silencio al alma perdida. El antifaz cubría de las mejillas para arriba, así que su boca era visible como el resto de su cara inferior.

Astaroth prosiguió su camino y abandonó la habitación; en esos momentos no había tiempo de indagar en detalles banales sobre su nuevo rostro.