Esa noche, recuerdo que mi padre entró a la habitación del hotel con el teléfono pegado al oído, lo noté preocupado. Mamá empacaba las cosas y me dijo que me hiciera cargo del bebé. Teníamos que regresar a la ciudad, no era el plan original, aún nos quedaban tres días de vacaciones, pero papá había recibido una llamada que lo hacía volver de inmediato.
Dejamos el hotel a las diez de la noche, a mamá no le gustaba viajar de noche y por eso iba un poco molesta. Papá no dejaba el celular, al parecer a mi tío, hermano de mi madre y guardaespaldas de la familia, no lo podían localizar. Bajamos al estacionamiento, mi padre y mi madre cargaban con las maletas, yo sólo me hacía cargo de mi hermanito de dos años. Salimos a carretera sin el automóvil negro que siempre nos seguía a todos lados.
Ya afuera de la ciudad sin dejar aun la costa, algo golpeó nuestra camioneta. Fuimos sacudidos sorpresivamente, el impacto casi hizo salir la camioneta de papá fuera de la carretera. Rápidamente mis padres se aseguraron de que estuviéramos bien. Vi el miedo y sorpresa en el rostro de mamá.
Una camioneta negra se nos emparejó, papá se miraba muy nervioso, la camioneta nos embistió nuevamente, por instinto abracé a mi hermano que lo llevábamos en su asiento para bebés. Cerré los ojos, no entendía lo que estaba pasando, mi corazón se sentía en mi pecho como si se fuera a salir. Escuché el grito de mamá y a papá decir que nos sujetáramos fuerte.
Otro impacto y yo abracé al bebé con más fuerzas, mamá llora y se escucha como las llantas rechinan y un crujir dentro de la camioneta. Papá se aferra al volante e impide otra vez que la camioneta se salga al acantilado. Muy cerca, las llantas traseras estuvieron muy cerca, papá acelera, el motor ruge, así como el motor de la otra camioneta. Mamá coge el celular y con todos los nervios del mundo marca a mi tío quien por fin responde.
—¿Dónde estás? —grita mi madre, histérica.
—¿Qué pasa? —Mi tío se alerta al escucharla.
—No lo sé, no lo sabemos…
Mamá grita, otro golpe más.
—¿Qué está pasando? —Mi tío pregunta exaltado.
—Alguien quiere sacarnos de carretera —responde, con trabajo, mi madre.
—¿En dónde están?
—Hace casi media hora que salimos del hotel.
—Voy detrás de ustedes…
Se escucha el tono de colgado, al parecer mi tío aceleró para alcanzarnos.
Yo era un chico de trece años con un bebé que lloraba muy asustado entre mis brazos, no entendía que era lo que sucedía, sólo sabía que estábamos en peligro. La camioneta negra volvió a emparejarse con nosotros, ahora no nos golpeó, se pegó y comenzó a sacarnos de carretera. Papá trató de esquivarla, pero ya no pudo hacer nada, la carretera se terminó y caímos por el barranco hacia la playa.
Lo último que vi fue que caíamos a un precipicio, cerré los ojos y sujeté con todas mis fuerzas a mi hermanito, me aferré a él y su asiento, más que por mi vida, era por la de él.
La camioneta rodó una eternidad, sonidos estruendosos se escuchaban, crujía, se golpeaba, no pensé en nada, solo que aquello se terminara y al final quedamos al revés. Cuando todo terminó y se quedó quieto, abrí los ojos, me encontraba mareado, aturdido y confundido, el bebé gritó en llanto, eso me hizo reaccionar.
Sin pensar más me deshice del cinturón de seguridad, mi cuerpo cayó y me golpeé la cabeza con el techo, con mucho trabajo me giré, saqué al bebé de su asiento y después de la camioneta, rápidamente lo revisé para asegurarme de que no estaba herido. Lo alejé de la camioneta y lo senté en una roca, él seguía llorando muy asustado. Le pedí que se calmara y me hizo caso, solo gimoteó. El cielo tenía un poco de luz, pero abajó había muchas sombras.
Regresé de inmediato a la camioneta, mamá volvía en sí, su rostro, así como el de papá, se encontraba cubierto de sangre, parecía muy débil.
—Mamá, mamá… —Le hablé mientras intentaba quitarle el cinturón de seguridad.
Jalé la puerta, pero ni la puerta ni el cinturón cedían, la camioneta se encontraba muy maltratada, iba a dar la vuelta cuando se escuchó un disparo, el proyectil pegó arriba de mi cabeza, me agaché asustado. Se escuchó otro, no supe donde golpeó, mamá cogió mi mano y con voz muy débil me habló.
—Andrés, vete, aléjate de aquí…
El bebé comenzó a llorar de nuevo.
—No, mamá, los voy a sacar… —Le dije con desesperación.
—No, llévate al bebé, rápido, aléjalo, esos hombres vienen…
Otro disparo, mamá cogió la mano de papá y me miró.
—Tienes que protegerlo, huyan y no digas a nadie quienes son hasta que encuentren a su tío, solo búscalo a él, solo a él, por favor Andrés, sé valiente y cuida del bebé, llévatelo, llévatelo lejos y no miren hacia atrás.
Los proyectiles se impactaban más cerca de nosotros, miré a papá que aún estaba inconsciente, miré a mamá. Estaba cada vez más asustado y no quería dejarlos ahí. El bebé seguía llorando, lo miré, corrí hacia él y cubrí su boca, esos hombres seguían disparando y comenzaban a descender.
Sentí un dolor muy agudo en mi pecho, no tenía otra opción, tenía que abandonar a mis padres para poder salvar la vida de Dany. Lo cogí en brazos y corrí sin dirección, cubrí su rostro con mi pecho para ahogar el sonido de su llanto.
Me alejé lo más rápido que pude escondiéndome entre la maleza y zacate, sin otro temor más que el saber que unos hombres armados se encontraban a mis espaldas. Estando ya un poco retirados, bajé al niño y me arrodillé frente a él. Él continuaba llorando, lo tenía que calmar para que esos hombres no nos escucharan, ya que revisé y ellos no nos seguían.
—Bebé, bebé… —Le hablé para tener su atención, lo cogí de la barbilla y él me miró.
Respiré hondo.
—Dime, ¿quién soy? —Le pregunté, mi voz tembló.
Él me miraba gimoteando, sus ojitos brillaban por la humedad de sus lágrimas, hasta entonces vi un hilo de sangre que escurría de su frente, arriba de la cien. Me asusté mucho, pero fingí no ver.
—Bebé, dime quién soy… —Le medio sonreí y besé su frente.
Él paró su gimoteo, yo sabía que eso lo calmaba, tocó mi rostro y respondió con esa vocecita dulce que tanto me gustaba.
—¿Papá Andy? —Me dijo con un hipeo.
—Si, soy papá Andy y yo te cuido —le sonreí más, pero con un par de lágrimas—. No tengas miedo, yo estoy contigo.
Otro beso y él se calmó.
—Ahora, sube a mi espalda y trata de dormir ¿sí? —Le dije y él asintió y subió.
Cuando me ponía de pie escuché una fuerte explosión, sentí todo mi ser sacudirse, perdí por un momento el equilibrio, quise girar para ver, pero recordé lo que mi madre me había dicho, un dolor muy fuerte atacó mi pecho, las lágrimas salían descontroladas, quería gritar, pero el bebé se encontraba muy quieto sobre mi espalda.
Contuve mi llanto y seguí caminando, llegué a la playa y continué sobre la línea del mar, vi una luz tenue más adelante, seguí y seguí, con el solo pensamiento de alejar a mi hermano. Estando cerca de la luz que parecía ser una fogata, mi vista se hizo algo borrosa. Llegué hasta una casa de campaña, había una familia, me acerqué y ellos se inquietaron al vernos.
—Por favor, ayúdenme —les dije.
—¡Oh, por Dios! ¿qué les pasó? —El hombre corrió hasta nosotros y me quito al bebé.
—¡Está herido! —Dijo con pasmo la mujer.
Los chicos se acercaron, la señora les pidió el maletín de emergencias y mientras curaban la herida del bebé me hacían preguntas.
Yo no sabía que responder, solo pensaba en mis padres.
—Escuchamos detonaciones hace unos momentos —me dijo el señor—. Y después una explosión, nos asustamos y comenzamos a empacar. ¿Qué fue lo que sucedió?, ¿vienes de allá?
No le respondí, solo los miré, miré como la señora y los chicos cuidaban de mi hermano, sentí que él ya se encontraba a salvo, la idea de regresar se hizo más presente.
—Su nombre es Daniel —les dije y su atención se puso en mí—. El 16 de diciembre hará los tres años, le gusta que lo pasee en la espalda, los dulces le encantan, sobre todo, todo aquello que tenga chocolate, su fruta favorita es la manzana, siempre duerme en los brazos de papá o mi espalda… —Algo obstruyó mi garganta, respiré hondo—. Le prometí que más adelante le enseñaría a nadar, el futbol no le gusta y llora con facilidad, siempre lo calmo con un beso en la frente.
Todo se los dije de modo automático, y con la mirada en él, que se encontraba dormido en los brazos de la señora. Me di la media vuelta para que no vieran mi dolor, di un paso al frente dispuesto a volver con mis padres, pero el señor me sujetó de la cintura.
—No, ¿a dónde vas? —Enseguida me soltó al escuchar mi quejido.
Miró su mano, se encontraba manchada con sangre.
—Estás herido —me dijo con gesto de sorpresa.
Miré mi costado, había mucha sangre, en mi playera, así como en mi pantalón, hasta entonces sentí aquel dolor. Pero no me importó, yo quería ver a mis padres.
—Mi padre es fiscal, seguramente mañana sabrán lo sucedido —les dije sin voltear—. No den al niño, no hablen de su identidad, así lo dijo mamá, si yo o mi tío no volvemos, escóndanlo, hay gente muy mala que lo va a querer, sólo cuiden de él.
Corrí de vuelta, el señor me gritó, pero yo ya no quise voltear. Estaba herido, ya había perdido algo de sangre, en ese momento nada me importaba más que ver a salvo a mi bebé y saber de mis padres. Como pude llegué cerca del lugar, la luz del fuego que aún consumía la camioneta, y quizás a mis padres, me guió.
Cuando me disponía a salir de la playa y adentrarme a la maleza, algo apareció y me sujetó impidiendo que avanzara.
—No, no, chico, no vayas —la voz de un hombre me detuvo.
—Son mis padres —le dije mientras trataba de zafarme de su agarre.
—Lo sé, vi todo, quise auxiliarlos, pero se armó una balacera, esos hombres pueden regresar, es muy peligroso.
—No, tengo que ir —comencé a llorar.
—No, ya nada se puede hacer por ellos, la camioneta explotó.
—No —todo a mi alrededor desapareció.