Al principio, estaban solo los Dioses.
Eones incalculables pasaron a medida que vagaban sin rumbo por el Vacío, hasta que se aburrieron de esta situación. En su infinita sabiduría hicieron nacer la Creación; sin embargo, con la Creación llegó también la discordia. Los Dioses estaban en desacuerdo con respecto a la naturaleza de las cosas: algunos creían que sus hijos debían ser guiados hacia cosas mayores, mientras otros creían que debían gobernar sobre las criaturas que habían creado.
Y así, nos cuentan, nacieron el Bien y el Mal.
Eras pasaron una tras otra en medio de discusiones infructíferas hasta que finalmente acordaron hacer una apuesta: serían los mortales quienes resolverían el problema, ya que una contienda entre los Dioses solamente terminaría en la destrucción de todo. Conocemos esta apuesta como Destino y, de este modo, la Creación conoció la guerra. A través del paso de los años, aparecieron canales en los mecanismos del Destino, patrones que se repitieron hasta que nacían de manera más frecuente y sencilla, y aquellos canales fueron llamados Roles. Los Dioses dotaron a estos Roles con Nombres, y con ellos les dieron poder. Todos nacemos libres, pero a todo hombre y mujer le llega la hora en la que ha de Decidir.
Ésta es, se nos dice, la única decisión que realmente importa.
—Primera página del Libro de Todas las Cosas.
***
El sol se ponía en un campo de cadáveres.
Negro pasó por un grupo de orcos construyendo una pira, asintiendo distraídamente cuando dejaron de apilar troncos para saludarle; un par de ojos verdes recorrieron las llanuras ensangrentadas, asimilando la devastación que las Legiones de Horrores habían causado. A la distancia ya ardían fogatas en los campamentos, dispersos a lo largo de las colinas, y al parecer los oficiales ya habían distribuido las raciones de ale. Se uniría a ellos a su debido tiempo, pero sentía la necesidad de quedarse aquí un poco más. Pararse en medio de lo que una década de planeación había provocado. El ejército permanente de Callow había sido aniquilado hoy, más de dos tercios del ejército fueron masacrados antes de que rompieran filas. El Hechicero del Oeste había huido, con su poder destrozado. La cabeza del Rey Bueno Edward había sido arrancada como corcho de una botella por un ogro y el Príncipe Brillante había sido rodeado por una compañía de duendes hasta que uno dibujo una sonrisa carmesí a lo largo de su garganta. El poder del Reino de Callow había sido arrollado en una sola tarde, y Negro se aseguraría que nunca se recuperara.
—Está oscureciendo, Negro. —Una voz sonó tras él—. Deberías volver al campamento.
Nunca dejaba de divertirle cómo es que una mujer del tamaño de Capitana podía ser tan inquietantemente silenciosa. La mujer de piel olivácea se acercó silenciosamente, incluso ataviada en armadura de placa. De no ser por los otros sentidos que su Rol le otorgaba, nunca la hubiera sentido acercarse. Al voltear a ver a su mano derecha, Negro levantó una ceja al encontrarse a Escriba parada a un lado de dicha mujer. Era inusual de su parte pasearse por un campo de batalla, incluso si era uno en el que la pelea había terminado hace mucho.
—Pronto —Negro respondió—. Escriba, ¿tienes un informe?
La mujer de rostro simple sacó un rollo de la bandolera que colgaba de su hombro y se lo entregó sin decir una palabra. Rompiendo el sello distraídamente, Negro desenrolló el pergamino y recorrió las líneas con la mirada. Pasó un momento antes de que sus labios formaran el más mínimo indicio de una sonrisa.
—Eso debería mantener ocupado a Procer por ahora —murmuró—. Para cuando el conflicto disminuya tendremos la frontera asegurada.
Devolviendo el rollo a Escriba, volvió su atención al campo de batalla. Las compañías encargadas de la tarea ingrata de quemar los cadáveres tendrían que trabajar toda la noche a este ritmo. Tendría que asignar una rotación cuando regresara al campamento, si es que aún quedaban suficientes soldados sobrios. Una silueta alta, que avanzaba con largas zancadas, llamó su atención intencionalmente a la vez que el hombre de piel oscura al que pertenecía esquivó hábilmente por un lado a un par de orcos, que cargaban un tronco del doble del tamaño de un adulto.
—Pudiste haberme dicho que íbamos a tener una reunión después de la batalla —dijo Brujo burlonamente tan pronto como se acercó lo suficiente para ser escuchado—. Hubiera traído algunas botellas, aunque evidentemente el paisaje es un poco mórbido para mi gusto.
Negro puso los ojos en blanco, aunque atrapó a Capitana conteniendo discretamente una sonrisa. Escriba miró a Brujo con el mismo desconcierto de siempre, como si no pudiera creer que el hombre de sonrisa encantadora parado frente a ellos era el mismo que había convocado una lluvia de fuego infernal sobre el enemigo hace apenas una hora. Una reacción para nada inusual: los hechiceros con esa clase de poder rara vez eran tan joviales.
—Casualidad —contestó—. Volveremos pronto al campamento.
Brujo miró alrededor, buscando al quinto miembro de su bandita sin encontrarla.
—¿Exploradora se ha ido? —preguntó.
—Tan pronto como terminó la batalla. —Capitana le informó.
El hombre de piel oscura hizo una mueca.
—No pensé que ella realmente… —dijo, sin terminar luego de mirar de reojo el rostro de Negro.
—Lo hecho, hecho está. —El Caballero Negro cortó, y el asunto terminó ahí.
Los cuatro se quedaron en silencio por un largo rato, observando cómo la noche se extendía lentamente sobre los campos de Streges.
—Diez años —dijo Negro, rompiendo el silencio.
—Seis, para los primeros. —Escriba discrepó en voz baja.
Con un último vistazo al campo de batalla, el Caballero Negro se dio media vuelta sin decir nada y partió hacia el campamento. Brujo puso un brazo sobre los hombros de Capitana amistosamente, murmurando algo que causó que la mujer de mucho mayor tamaño sonriera, mientras Escriba ajustaba su bandolera metódicamente antes de seguirlos.
El Temible Imperio de Praes pudo haber ganado la guerra, pero el reloj ya estaba en marcha. Las Legiones de Horrores habían dejado muchos huérfanos furiosos durante la tarde de trabajo ensangrentado, y con el tiempo eso llevaría a una cosa…
Héroes.