Chapter 4 - Capítulo 4 - Nombre

«La mayoría de las veces, el poder es cuestión de hacer los cadáveres correctos en el momento correcto».

—Temible Emperatriz Malicia Primera

***

Mis palabras hicieron eco en la sala que ahora se encontraba vacía, y tuve que contenerme para no hacer un gesto al darme cuenta de lo contenciosa que había sonado. Quizá impasible, pero mi tono tuvo un trasfondo acusador que deseaba poder retractar; no porque no haya querido decirlo, sino porque presionar al hombre de ojos verdes parado frente a mí parecía… poco aconsejable. «Pero ya era demasiado tarde para tratar de pegar los pedazos del jarrón roto. Bien podría hablar sin reservas».

—Así que primero me convences de matar a los guardias —señalé—. Se lo merecían, seguro, pero ¿habría tomado esa decisión si no me estuvieras alentando a hacerlo? No estoy tan segura. Así que ahora estoy aquí, con las manos manchadas de sangre y sin tener una idea muy clara de cómo proseguir.

Pausé, esperando que lo negara mientras fingía sentirse ofendido. Pero Negro se quedó callado, su cara seguía tan tranquila como un estanque en una noche sin viento; cualquier cosa que pudiera ver ahí no sería más que un reflejo de mis propias expectativas. El Caballero le lanzó una mirada a Capitana, que se asomaba por el umbral, y le hizo un gesto con la cabeza. Ella salió de la sala sin decir una sola palabra, cerrando las enormes puertas al marcharse. El sonido de las puertas de madera cerrándose fue extrañamente siniestro.

—Creo que tratabas de llegar a un punto. —Negro me indicó que continuara, mientras agarraba una copa y se servía un trago.

Me armé de valor y continué.

—Puede que hayas hecho todo eso por diversión —es decir, he escuchado cosas más extrañas sobre los villanos— pero me trajiste hasta acá. Me pusiste en primera fila todo ese tiempo que te la pasaste jugando con un hombre al cual apuñalaría alegremente dada la más mínima oportunidad. Tramas algo, y eso involucra que yo acceda a algo.

El hombre de piel pálida jaló una silla y se sentó en ella a horcajadas con un movimiento elegante e indiferente, luego me hizo un gesto, indicándome que hiciera lo mismo. Pude haber rodeado toda la sala para poder sentarme enfrente de él, pero eso significaría seguirle el juego y esta noche ya había tenido suficiente de ello. Acomodé el asiento acolchado del Gobernador con una patada y me dejé caer en él, mostrando una expresión tan indiferente como me fue posible mientras sentía cómo los latidos de mi corazón martillaban hasta mis oídos. Estaba demasiado consciente de que jugaba con fuego en ese momento pero ¿qué más podía hacer? Parte de mí se sentía acorralada, y solo sabía reaccionar de una sola manera ante esa sensación: atacando con todo, a veces también gritando tan fuerte como pueda.

—Tienes razón, hasta cierto punto —admitió Negro, mirando de manera entretenida mi elección de asiento—. Pero a la vez, te equivocas. Eso que de manera tan pintoresca llamas mi «oferta», comenzó en el momento que me encontré contigo en aquél callejón.

Fruncí el ceño. Ahora que lo pensaba, ¿cuál era la probabilidad de que se topara conmigo justo cuando me encontraba atrapada en una pelea perdida? Los guardias no parecían haber sido enviados allí a propósito pero ¿qué tan difícil podría…

—Para que quede claro, yo no ordené ni organicé tu pequeño enfrentamiento. —Negro interrumpió mis pensamientos, con tono seco.

Mantuve mi rostro sin expresión.

—Podrías estar mintiendo.

—Soy un mentiroso excelente —concedió con gusto—. Pero no me tomo la molestia de hacerlo cuando la verdad me sirve igual o más para llevar a cabo mis propósitos. Con respecto a encontrarme contigo en ese momento en particular; bueno, las coincidencias son menos que inusuales cuando alguien tiene un Rol como el mío.

—«Tomar el manto de un Nombre conlleva aceptar los hilos del Destino» —cité en voz baja. Los predicadores de la Casa de Luz rara vez daban un sermón relacionado a los Roles pero a comparación de sus lecciones normales, la frase fue lo suficientemente interesante para quedarse grabada en mi memoria fácilmente. Los ojos de Negro se tornaron fríos.

—El Destino es la salida de los cobardes, Catherine —dijo enfadado—. Es el medio para negar la responsabilidad propia. Cada decisión que he tomado ha sido mía, y todas sus consecuencias están en mi cabeza.

—Considerando la clase de cosas que has hecho —contesté con voz baja—, dudo que sea un punto atractivo para el comprador.

El destello de rabia que había visto en él desapareció tan rápido como había aparecido, y fue reemplazado por su fachada indiferente de siempre. «¿Acaso acabo de ver lo que hay en realidad bajo esa máscara, o solo toqué un tema sensible por accidente?». Ninguna de las opciones me parecía especialmente tranquilizadora.

—No espero que ames al Imperio —dijo—. Has estado toda tu vida bajo su bota, y estar en ese lugar no es para nada cómodo.

—No puedes esperar lo justo cuando pierdes la guerra —contesté, haciendo eco de mis pensamientos de ayer.

Bebió un sorbo de vino, haciendo un gesto por el sabor.

—Tuve una conversación interesante con Escriba, de camino a Laure. Ella cree que los denarios que has estado guardando en el orfanato son para que puedas irte de la ciudad para empezar de nuevo en otro lugar.

Desearía poder decir que me sorprendió que supiera sobre el dinero pero tomando en cuenta que me llamó por mi nombre la primera vez que nos vimos, realmente no lo estaba. Debía tener a alguien en el orfanato; y no sería algo difícil de lograr, ya que la Casa para Niñas en Trágica Orfandad de Laure era una institución Imperial para empezar. Aunque el porqué, era una mejor pregunta. ¿Por qué le prestaría atención alguna el Caballero Negro a lo que sucede dentro de uno de los orfanatos de la ciudad?

—¿Y tú qué creías? —pregunté.

—Escriba es una de las mujeres más inteligentes que he conocido —dijo con tono reflexivo—, pero nunca ha tenido un hogar, ¿sabes? No entiende cómo es, el ver un lugar desmoronándose y sentir la necesidad de arreglarlo.

Crucé miradas con él, ojos verdes contra cafés, y sonrió.

—Estás ahorrando para pagar tu matrícula en el Colegio de Guerra —dijo Negro en la sala vacía, y de alguna manera, su voz tranquila logró llenar el vacío—. Además, te falta poco; en unos meses más tendrás suficiente tanto para el semestre y el viaje hacia allá.

Un escalofrío recorrió mi espalda, y esta vez no podía culpar a ningún truco producido con el poder de su Nombre por ello. Apenas llevaba dos días de conocerlo y el hombre ya había deducido perfectamente lo que quería. Mi mano se movió hacia el puñal en mi cintura, mi pulgar frotaba la empuñadura de manera casi inconsciente. La sensación del cuero enrollado en el metal rozando mi dedo me ayudó a mantener los pies en el suelo, era una sensación física que ahuyentó el ambiente casi sobrecogedor que la escena había tomado.

—Ese es el plan —admití, y por gracia de los Cielos logré mantener la voz firme—. Tenía la impresión de que ahora las Legiones también aceptan Callowanos o, ¿me equivoco?

—Estás en lo correcto —contestó—. Aunque son muy pocos quienes optan por tomar la oportunidad. Así que, ¿por qué lo harías?

Me encogí de hombros.

—Tengo algo de talento en lo que se refiere a los golpes. Me pareció que encajaría bien.

No era tan buena mentirosa para salir avante con una total mentira, pero podría tener posibilidades de hacerlo con una verdad a medias. Después de todo, había otras maneras de subir la escalera jerárquica del Imperio, incluso para los Callowanos. Había elegido a las Legiones como mi camino porque, al fin y al cabo, el talento en el que más confiaba era pelear. El hombre de ojos verdes suspiró.

—Catherine, te he dado la cortesía de no tomarte por una idiota —dijo en voz baja—. Esta conversación será mucho más fluida si me devuelves el favor.

Ah. Ahí va ese plan, supongo. Parecía estar más indignado que enojado por mi intento; supuse que mentir no era un pecado tan grande, según el criterio Praesita.

—Está bien —dije gruñendo—. ¿Quieres oír la verdad? Creo que la manera en la que el Imperio gobierna Callow está jodida. En el mejor de los casos son brutalmente justos, en el peor nos mandan a sujetos como Mazus, que piensan que hacer tanto daño como les sea posible es su derecho otorgado por los dioses. Me importa una mierda si le pagamos impuestos a la Torre o no, pero alguien tiene que frenar a los idiotas cuando se vuelven crueles y las Legiones son mi mejor apuesta para llegar a esa posición.

Sus labios formaron el mismo gesto que hizo hace unos momentos ante el Gobernador. «Bueno, lo intenté. Intentaré dejarle una cicatriz para que me recuerde antes de que mi cadáver sea tirado en el lago», decidí, al tiempo que mis dedos apretaban la empuñadura del puñal.

—La mayoría de las personas que comparten tu opinión intentarían convertirse en un héroe —dijo en vez de desenvainar su espada.

Di un resoplido.

—¿Para qué? ¿Para tratar de restaurar el Reino? No nos queda nadie de la realeza y aunque me las arreglara para encontrar a algún aspirante, tan solo llevarlo al trono sería un maldito desastre- ¿Cuántos tendrían que morir luchando contra el Imperio? Más de lo que vale la pena. Y no finjamos que ustedes no reducirían todo a cenizas antes de marcharse. —Le mostré una sonrisa siniestra al monstruo—. Sería lo lógico para ustedes: hacer de nosotros un objetivo más débil para cuando vuelvan a invadir, dentro de unos años más. Y ya que no nos están haciendo el favor de desmoronarse solos, lo mejor es que hacer las paces con el hecho de que la Emperatriz está a cargo; ella no se irá a ninguna parte.

El homicida de cabello negro bajó la copa y soltó una risa grave y casi perezosa. Lo miré con el ceño fruncido: no bromeaba y esto no era exactamente algo de lo cual reírse.

—Estaba equivocado —dijo Negro, aunque no sonó como si estuviera admitiendo un error—. Nunca podrías haberte convertido en una heroína. Careces de la mentalidad necesaria.

Le mostré los dientes.

—Y pensar que me engatusaste con todo esas frases sobre «lo que separa a las personas que tienen un Rol de las que no».¡ Vaya manera de romperme el corazón!

—Entonces, permíteme compensártelo —contestó—. Me gustaría ofrecerte un trabajo.

Ah, y ahí estaba. El punto culminante al que había estado dirigiendo su carro todo este tiempo.

—Siento un poco de curiosidad con respecto a lo que vas a ofrecerme —admití—. ¿Entrenar con los Guardias Negros? Seguramente tienes reclutas potenciales con menos equipaje.

—Estoy —murmuró el Caballero Negro—, buscando un Escudero.

No tuvo que alzar la voz para que la letra mayúscula sonara claramente. Un Nombre. Mierda. ¿Me estaba ofreciendo un Nombre? ¿Puede hacerlo siquiera?

—Pensé que las personas con Nombres se elegían solas —dije con dificultad, mi boca se había quedado seca repentinamente.

—Lo hacen, hasta cierto punto —concedió amablemente—. Pero tienes el potencial, y dada la naturaleza… entrecruzada de ese Rol y el mío, tengo cierto grado de influencia en la nominación.

No creía que estuviera mintiendo, tampoco es que hubiera sido capaz de darme cuenta si en realidad lo hacía. «Bueno, al menos parece que no me cortará la garganta. No de inmediato, en cualquier caso. La noche parece estar mejorando».

—¿Y qué es lo que quieres a cambio? —pregunté, tratando de no sonar como si tuviera sospechas.

El hombre de ojos verdes suspiró.

—No soy un mercante vendiéndote algún producto, Catherine —contestó—. Como Escudero serías mi aprendiz, de cierto modo. Mi responsabilidad. No te hubiera hecho la oferta si no creyera que serías útil.

Mi mente empezó a girar y cerré mis ojos, me sentía abrumada por las posibilidades que acababa de abrir. Si tuviera un Nombre… saltaría toda la jerarquía Imperial, con solo decir «sí». Escudero no era exactamente el Nombre más poderoso en existencia pero llevaría a algo más y hasta entonces estaría al lado de la segunda persona más poderosa del Imperio, aprendiendo todo lo que pudiera. Todos los pormenores de la corte, todos los trucos de guerra y las conexiones que no obtendría de libros ni de los instructores en el Colegio de Guerra. «Podría llegar a una posición desde la cual pueda hacer algún bien en una década en lugar de tres. Menos, si logro hacerme notar de alguna manera».

—Quieres la respuesta ahora —dije con tono un tanto de pregunta y otro tanto de afirmación.

—De una u otra forma, necesitaré saber tu decisión antes de que salgas de esta habitación —admitió.

Que los Cielos me perdonen pero deseaba esto. Lo deseaba tanto. Pero era eso lo que causaba que me resistiera: yo no tenía esta clase de fortuna, nunca la había tenido. Él debía estar ganando algo con esto, algo que aún no podía ver, alguna cláusula o trampa que solo notaría cuando fuera demasiado tarde.

—¿Y si digo que no?

«Una chica sería encontrada cerca del muelle, sin cuello». No sería la primera vez que alguien encuentre un cadáver en el Lago de Plata, tampoco sería la última.

Se encogió de hombros.

—Vuelves al orfanato. Me encargaré de que seas enlistada en el Colegio, con la matrícula de la primera temporada pagada. Esperaré buenas noticias de tu servicio en las Legiones.

—¿Y eso es todo? Después de todo eso, ¿podré irme como si nada?

El Caballero miró su copa, haciendo girar el vino en el interior con un movimiento despreocupado de la muñeca.

—Algunos de mis predecesores hubieran lanzado alguna amenaza para motivarte —admitió con facilidad—. Diciendo algo como: «si me rechazas, quemaré vivos a todos en el orfanato y te haré mirar mientras arden lentamente». —Sonrió con pesar—. Resulta que, la mayoría de ellos fueron asesinados por su Escudero. No cometeré su error: no te engañaré, Catherine, ni te forzaré. ¿Cuál sería el caso? Ya tengo seguidores e iguales; al igual que una superior, si acaso una. Lo que quiero es un aprendiz, y uno indispuesto no sería más que una carga.

Una vez, en la Casa de Luz, nos dieron un sermón sobre los demonios. La hermana que predicaba nos contó que los reales, los verdaderamente peligrosos, no despotricaban sobre robarse almas inocentes o sobre romper su palabra. Te daban exactamente lo que deseabas y te dejaban abrir tu propio camino hacia los Infiernos con ello.

—Te das cuenta —dije con voz áspera—, de que no cambiaría nada. De que incluso con un Nombre mi intención seguirá siendo cambiar las cosas.

Odié el hecho de que sonara como si quisiera aceptar su oferta, por más cierto que eso fuera.

—Mi bando no es el que se preocupa sobre cómo usan su poder quienes lo obtienen —contestó Negro—. En lo que a mí concierne, cambia al Imperio tanto como quieras; o tanto como puedas, en cualquier caso. Si tienes la capacidad para lograr algo, entonces hacerlo es tu derecho.

Maldita sea yo, maldita sea él, maldita sea toda esta noche y la anterior. Todo me parecía tan razonable, pero es así como te atrapaban siempre, ¿no? ¿Acaso era arrogancia, el pensar que si no tomaba la iniciativa para arreglar Callow nadie más lo haría? Quizá solo era una niñita ilusa, que jugaba un juego cuyas reglas aún no entendía y fingía saber lo que hacía. «Pero nada de eso importa, ¿verdad?». La única pregunta era si deseaba esto lo suficiente para hacer un trato con el monstruo que ahora le daba un sorbo al vino, y la respuesta a esa pregunta era algo que conocía mucho antes de dar el primer paso en el palacio. «Así es como empieza, ¿no es así? Cuando decides que algo vale más que ser Bueno». Cerré el puño y lo abrí. Respiré hondo y lo dejé salir.

—Entonces ¿cómo funciona esto? ¿Firmo un contrato con sangre y evoco a un demonio?

Negro no sonrió, y estuve casi agradecida por ello; si se hubiera puesto engreído por esto, como si me hubiera derrotado, no sé lo que hubiera hecho.

—Normalmente —dijo—, una decisión consciente es suficiente para comenzar el proceso. Al querer ser el Escudero, aspiras al Rol y te acercas más a él.

—¿Normalmente? —repetí.

—Hay un atajo, para aquellos con mayor disposición —me dijo.

Crucé miradas con él por segunda vez esa noche, sin titubear. Aunque esto fuera un error, lo dominaría. Me debía al menos eso.

—¿Qué tengo que hacer?

Él sonrió.

—Intenta no morir.

Se puso de pie en menos de un abrir y cerrar de ojos, moviéndose rápido —demasiado rápido para ser alguien ataviado en armadura de placas— con su espada en la mano. Sentí la punta de la espada atravesar mi pulmón antes de que pudiera siquiera gritar, y lo último que vi antes de que la oscuridad me llevara fue ese par de ojos verdes inquietantes mirándome desde arriba.

***

Abrí los ojos y me encontré bajo el agua.

Mis manos buscaron a tientas algo sólido de lo cual aferrarse y se hundieron en un lodo espeso, de alguna manera logré levantar mi torso lo suficiente para dejar de tragar lo que parecía agua turbia de pantano. Escupí algo verde y con una vaga apariencia de hoja, dando arcadas debido al sabor del agua sucia en mi boca. Antes de poder intentar siquiera ponerme de pie, fui obligada a notar que todavía había una espada atravesando mi pecho.

—Me apuñaló —dije con dificultad para respirar y total incredulidad, mi respiración estaba agitada—. Acaba de putas apuñalarme, de la nada. ¿Quién rayos hace eso?

—Bueno. —Escuché a una mujer decir, arrastrando las palabras perezosamente—. Ya sabes. Villanos.

Mis ojos buscaron alrededor por el origen de la voz, pasé la mirada por un paisaje sombrío con árboles delgados y altos, y aguas cubiertas de follaje; fue difícil distinguirla en la penumbra pero estaba bastante segura de que la chica mirándome desde la cima de un montículo era… bueno, yo. Tenía una apariencia quizá mayor, con una cicatriz rosácea larga y transversal a la nariz, estaba vestida con la armadura de los Legionarios pero ese rostro era inconfundible.

—Ay no —me quejé—. Esto será una especie de búsqueda simbólica en el interior de mi alma, ¿no es así?

—Eso significaría que tu alma es un pantano —señaló la chica—. Tal vez deberías salir más a menudo. Ya sabes, hacer amigos. Reírte una vez cada pocas lunas.

La miré con el ceño fruncido.

—No voy a tomar consejos sobre mi vida social de una visión sospechosa producto de un Nombre.

Traté de apoyarme para sentarme —mis dedos se hundían cada vez más en el lodo, al igual que el resto de mi cuerpo aunque con mayor lentitud— pero el pronunciado dolor que sentí al instante me sirvió como un recordatorio de que aún tenía una espada clavada en el pecho.

—Oh, cierto —dijo la mocosa engreída, con aire pensativo—. Déjame quitarte eso.

Bajó del montículo de un salto y se acercó hacia mí, caminando con dificultad por el agua que le llegaba a los tobillos. Estaba a punto de pedirle que la sacara suavemente cuando la vi mirarme pensativamente y levantar el pie.

—No te atrevas —le advertí—. Ni se te ocurra, maldita hija de…

Puso la bota en mi pecho y tomó la empuñadura de la espada, luego me empujó brutalmente con la pierna causando que mi cabeza se hunda de nuevo en el agua sucia. Me senté de golpe al instante siguiente, haciendo arcadas para sacar más de aquella asquerosidad verdosa y deseando más que nunca no haber abierto la boca para insultarla cuando me empujó.

—Muy buena espada —comentó—. Acero de Duende, es mejor que lo estándar de las Legiones.

—¿Y eso por qué hace mejor que me hayan apuñalado con ella? —dije entre arcadas.

—Si estuviera oxidada te podría dar trismo[1] —contestó mi doppelganger.

No había pasado ni una campana desde que me uní al bando del Imperio y ya me encontraba casi ahogada en un pantano metafórico, mientras alguna clase de doble mágica —y probablemente malvada— se burlaba de mí. «Negro no mencionó esta parte en su discurso de reclutamiento», pensé, a la vez que intentaba poner mi cabello mojado tan ordenado como pudiera.

—Sería prudente subir al montículo —dijo la otra yo—. Estoy bastante segura de que hay serpientes en el agua.

—No sé porqué no me sorprende —dije con ironía, mientras me levantaba apresuradamente y me alejaba trabajosamente del peligro. La doppelganger me ofreció una mano para ayudarme a subir, y la tomé con cautela. Aparentemente no tenía ningún arma, pero todavía no conocía las reglas de este lugar. Si es que las había. Después cerré los ojos, traté de concentrarme en imaginar una pradera con clima soleado y esperé un momento.

—¿Qué estás haciendo, exactamente? —Mi voz me interrumpió.

—¿Seguimos en un pantano? —pregunté con los ojos cerrados.

—No, ahora es algún tipo de bosque.

Mi pecho se llenó de esperanza y abrí los ojos solo para ver el rictus burlesco del doppelganger. ¿De verdad me veía así cuando me reía burlonamente? Já. Con razón mis oponentes en el Agujero intentaban golpearme en la cara con tanta frecuencia.

—Mentiste. —Le acusé cansadamente, mirando airadamente el pantano apestoso que aún me rodeaba.

—Uy, sí. Vaya sorpresa —contestó mi doble de forma monótona.

—¿Acaso ya no quedaba ninguno útil cuando llegó mi turno en la repartición de espíritus guía? —murmuré.

La doppelganger se vio un tanto ofendida.

—Soy un espíritu guía excelente —respondió—. Hazme una pregunta.

Limpié mi cara con el reverso de la mano.

—¿Qué puedo hacer para terminar rápido con esto?

Mi doble levantó un par de cejas perfectamente depiladas.

—Haz preguntas mejores.

Le arrebaté la espada de las manos con una mirada airada; no tenía una vaina en la cual ponerla, así que puse la punta contra el montículo y me apoyé en la espada con poca gracia.

—De acuerdo, entonces no eres un guía —dije con un gruñido—. ¿Tendremos que pelear? Porque, sinceramente, para lo único que estoy de humor ahora es para darme un baño.

—Solo estoy aquí para mostrarte el camino a la siguiente parte, de verdad —dijo la doppelganger—. ¿Ves esa colina en la distancia?

Miré hacia la dirección que señalaba, pude distinguir vagamente una pendiente en lo que parecía ser tierra firme. Había alguna clase de estructura la cual podía vislumbrar, por lo que entrecerré los ojos para verla mejor. Fue en ese momento que me dio un puñetazo en la mandíbula. Caí de vuelta al agua, haciendo saltar las aguas putrefactas y con la boca adolorida.

—Mentí otra vez —me dijo la doble alegremente cuando saqué la cabeza del agua—. Vamos a pelear.

—No sé a cuál parte de mí se supone que representas —dije con rabia mientras alzaba la espada a la cual logré aferrarme de alguna manera—, pero voy a ahogarte.

—¡Ése es el espíritu! —dijo con una gran sonrisa, mientras movía los hombros en círculos—. ¿Te diste cuenta? Espíritu. Es gracioso porque soy un…

La ataqué con un movimiento horizontal de la espada, con la esperanza de que me diera la satisfacción de verla sangrar pero saltó hacia otro montículo.

—En pro de ser totalmente transparente —continuó mi doble—, también mentía sobre las serpientes. Lo sé, tengo un problema. Aunque tú también tienes uno, justo detrás de ti.

Mi primer instinto fue replicarle que no iba a caer dos veces en lo mismo pero un instante después decidí dar una estocada a ciegas a mis espaldas: la hoja atravesó la carne de algo y giré para darle más fuerza a la estocada, lo que vi causó que mis ojos se abrieran con sorpresa. El cadáver en descomposición que estuvo a punto de poner una mano en mi hombro cayó al agua y siguió retorciéndose con espasmos, su piel correosa se estiraba alrededor de dientes putrefactos.

—Tengo un zombi en mi alma… —Me forcé a reconocer, mi voz sonó débil incluso para mis oídos—. Por los Dioses, tal vez necesito hacer algunos amigos.

Entonces —dijo la doppelganger desde lo alto de una rama en la cual se había posado mientras no la miraba—, tienes tres intentos para adivinar si esa fue la última, y las primeras dos no cuentan.

La miré con rabia.

—Lo único bueno de todo esto es que si revives cuando acabe contigo, podré degollarte más de una vez —contesté entre dientes.

—Bah —dijo, encogiéndose de hombros—. Solo sabes ladrar. De lo contrario, le hubieras atravesado la maldita garganta a Mazus; ambas sabemos que el Caballero no iba a detenerte.

—Bueno —Pensé en voz alta a la vez que me mantenía alerta en caso de que algo más saliera del agua—, al menos ahora estoy segura de que no eres la gemela Buena.

—Nah, la perra remilgada no se acercaría a este lugar —respondió la chica—. Dice que el olor le desagrada.

Por los Dioses de Arriba, de verdad eran dos. «Esto no hace más que mejorar». Aparentemente no habría más sorpresas saliendo del agua, así que volví al montículo para tener un mejor apoyo. Tampoco me agradaba la idea de quedarme en la capa de hojas: mentir sobre haber mentido acerca de las serpientes me parecía algo que ella definitivamente haría. Con suerte no tendría que seguirla hasta las ramas; no estaba segura de qué camino había tomado y nunca fui buena trepando árboles. Después de todo, no había muchos árboles en Laure.

—¿Cuál es tu problema conmigo? —pregunté—. ¿El no asesinar a suficientes personas en la mesa?

Se puso en cuclillas sobre la rama, mostrándome una sonrisa llena de dientes blancos nacarados.

—Mi problema es que eres excesivamente compasiva y siempre estás con el corazón en la mano, Cathy —dijo arrastrando las palabras—. Tienes todas esas ideas bonitas sobre cómo deberían ser las cosas, pero cuando se presenten las decisiones difíciles dudarás. Tienes la oportunidad de lograr un cambio verdadero pero vas a terminar ahogándote en esa ilusión tuya de moralidad superior. —La gemela malvada movía la mano de forma dramática mientras hablaba—. Eso causará que terminemos con el corazón en la mano, literalmente, cuando alguien nos lo arranque del pecho; y eso es algo que no puedo permitir.

—¿Entonces qué? ¿Me estás diciendo que debería apuñalar a cualquiera que haga cosas con las que no esté de acuerdo? —contesté—. Sí, claro. Suena como un plan ganador.

—Si tuvieras un plan ganador, no me importaría —dijo la doppelganger y mostró una sonrisa sin alegría—. Pero tu intención no es ganar. Lo que quieres es tener la razón.

Saltó de la rama y se abalanzó sobre mí con un movimiento simple y rápido. El movimiento me tomó por sorpresa, al punto que no pude levantar a tiempo la espada. «Mierda». Caímos las dos al agua —lo cual me había sucedido demasiadas veces para mi gusto desde el inicio de esta pequeña excursión— tratando de arrancarnos la cara mutuamente, intentando asegurarnos de ser la que termine en una posición dominante. Ella logró desplazarme, pero dejó la cara descubierta así que la golpeé en la boca con la empuñadura de la espada; me empujó y se alejó de mí, tambaleándose al ponerse de pie a la vez que yo hacía lo mismo.

—Muy bien, eso está mejor —dijo y rió, a la vez que escupía sangre—. Vamos, mueve esa espada como si quisieras matarme.

—Estás loca —dije con un gruñido—. Esto no tiene sentido.

—Nada tiene sentido —dijo y sonrió. Agitó la muñeca de manera elegante, causando que un puñal apareciera desde alguna parte de su manga. «Conozco ese puñal». Llevaba menos de dos días siendo la dueña de ese puñal, y aun así sería capaz de reconocerlo en cualquier parte: la primera vez que lo usé era algo que nunca olvidaría.

—En la vida solo existe una decisión, Escudero —dijo mi doppelganger y me mostró los dientes—. Puedes ser alguien que haga que las cosas sucedan o, ser alguien a quien le sucedan cosas. Averigüemos qué tipo de persona eres, ¿te parece?

Vino hacia mí, atacando. Su ataque no tenía nada elegante ni diestro; solo era una chica con un puñal afilado que intentaba cortarme la garganta. Di unos pasos laterales para rodearla, y dejé que su inercia la llevara a la vez que la golpeé con el lado de la hoja en la pierna. La colocación del golpe fue demasiado torpe, la espada rebotó en las grebas de acero. Nadie me había enseñado a usar una espada, y en ese momento se hizo evidente.

—Vamos, al menos esfuérzate un poco, ¿sí? —El clon me reprochó—. De lo contrario nos quedaremos aquí toda la noche.

Apreté los dientes, a la vez que controlé mi temperamento. Había provocado a suficientes personas para que cometan errores estúpidos para reconocer cuando alguien intentaba hacer lo mismo conmigo. La doppelganger retomó el ataque dando medio paso rápidamente, el puñal se dirigía directamente hacia mi garganta, pero el movimiento fue muy desenfrenado. Con demasiada fuera pero sin suficiente control: desperdiciaba movimientos. Mi puño impactó su barbilla y ella se tambaleó, sin embargo apartó mi espada con un golpe cuando traté de cortarla. El filo atravesó sus guantes de cuero, lo cual causó que un hilo de sangre brotara de su mano mientras retrocedía y comenzaba a caminar en círculos a mi alrededor.

—Sangraste primero —dije en voz baja.

Ella se rió.

—La última gota de sangre es la única que importa —contestó, y se lanzó al ataque de nuevo.

Esta vez estaba lista; atrapé su muñeca a medida que se acercaba a mi cuello, mis dedos se clavaron dolorosamente en la cota de malla mojada a la vez que luchaba para detener su brazo. Ella trató de darme un cabezazo pero incliné hacia abajo la cara y terminó golpeando la parte superior de mi cabeza con su frente. La doppelganger fue quien retrocedió del dolor, y esa fue la oportunidad que necesitaba; de manera torpe, usando la espada como si fuera una aguja enorme en vez de un arma, le clavé la punta en la yugular. La sangre salió a borbotones y ella cayó de rodillas, jadeando. La miré a los ojos fríamente.

—Ahora es mi turno de darte un discurso —dije mecánicamente—. Careces de disciplina. Lo único que haces es atacar a todo lo que se te atraviese: no puedes hacer más que romper cosas hasta que al final también termines rota.

Se rió con un gorjeo, sus labios se contrajeron formando una sonrisa sangrienta.

—¿De qué te ríes? —le pregunté.

—No dudaste —dijo con voz rasposa.

Cayó de bruces al agua, y tuve que voltearla para sacar la espada de su garganta. Ya podían verse hilos rojos entre la lobreguez pero me tomé un breve descanso para recuperar el aliento, luego agarré la empuñadura con fuerza. Limpié el sudor de mi frente con la mano libre, aunque la camisa y pantalones que habían pasado por las aguas sucias tres veces no tenían salvación. La caminata hacia la colina no me producía ninguna expectación, pero al menos no sería perseguida durante el trayecto. Escuché el sonido de las aguas al separarse a la distancia, a la vez que una silueta emergía del agua, irguiéndose con dificultad. Después otra. Y otra.

—Oh, vamos —me quejé—. ¡Ni siquiera lo dije en voz alta!

[1] Tétanos.