Chapter 3 - 3 — Fiesta

"Por lo que veo, tendré que tomar medidas drásticas para asegurar que haya conversaciones inteligentes aquí".

— Temible Emperatriz Maledicta II, antes de arrancarle la lengua a toda la corte Imperial.

***

—¿No vamos mal vestidos para una visita al palacio? —pregunté.

Vestía la camisa y pantalones que habían dejado en mi cuarto: y estaba incómodamente consciente de lo extremadamente bien que me quedaba. ¿Quería saber cómo supieron mi talla? Probablemente no, pensé con una mueca. Ya había tenido suficientes sorpresas en el transcurso del último par de días. Aun así, el gris algodón era más cómodo que todo lo que había vestido en un buen tiempo. Con suerte podría quedármela después de esta noche, independientemente de qué se tratara la "propuesta" del hombre.

—La armadura combina con todo —contestó Negro de manera simple.

Seguía usando la misma armadura que anoche. Ahora que podía verla claramente bajo la luz del sol estaba segura de que era, bueno, una armadura de acero normal. Desde luego, podría estar encantada —probablemente lo estaba— pero no usaba la obsidiana negra o lo que sea que podría esperarse de un hombre en su posición.

¡La hebilla de su cinturón ni siquiera tenía un cráneo! Eso tenía que violar algún reglamento imperial.

—Supongo que combina, si sales para apuñalar gente —musité, mirando con atención su rostro para ver si lograba captar alguna reacción.

Nada. No me sorprendió en absoluto: era bastante buena captando señas en las peleas —tuve que aprender, para llegar tan lejos como lo había hecho en el Agujero— pero lo social nunca fue mi fuerte. Una lamentable falta de conciencia y una predisposición natural hacia la insolencia, como diría nuestro profesor de etiqueta. Le dije unas cuántas cosas menos educadas a escondidas después de esa lección, claro que eso no le quitó verdad a lo que dijo. La gente entraría a toda prisa a sus casas y cerrarían sus puertas cuando al ver dos docenas de soldados escoltando a un par de extraños —Escriba se había quedado atrás— si estuviéramos en Orilla de Lago o incluso en el Barrio Mercante, pero dejamos atrás ambos barrios hace un rato para llegar a las grandes avenidas de Piedras Blancas. Toda esta parte de Laure estaba integrada por las propiedades de los nobles y las sedes de los gremios, todos los edificios construidos con la pálida piedra arenisca que era el sello característico del lugar.

No se había expandido en los últimos cientos de años, principalmente debido a que los nobles habían aprobado una ley mañosa para mantener a todos afuera: cada adición al barrio debía ser construido con la piedra de la cantera original de la cual se sacaron los materiales para construir los otros edificios y, adivina qué, esa cantera se agotó hace más de un siglo. Quienes hayan pensado en eso probablemente creyeron que eran inteligentes; en mi opinión, eran unos imbéciles. ¿Pero no era siempre ése el caso con los nobles? Recibían un título y algunas tierras, después empezaban a aparecer todas esas ideas graciosas. Ideas como tener un grupo de vigilantes exclusivamente para Piedras Blancas, y este grupo era exactamente el que nos miraba fijamente ahora mismo. Mantenían su distancia, desde luego, pero cada vez que pasábamos por un grupo de secuaces vestidos de cota de malla.

—¿Nos causarán problemas? —pregunté gruñendo a medida que pasamos frente a lo que debieron ser al menos veinte vigilantes nerviosos.

Negro inclinó la cabeza hacia un lado.

—Parece poco probable —musitó—. En el mejor de los casos intentarán enviar una advertencia a sus amos en el palacio, pero la entrada ya ha sido asegurada.

Sentí que se me alzaron las cejas.

—Debe haber por lo menos uno con una amante que trabaje como cocinera o camarera —le dije—. Sabrán dónde se encuentras las entradas para la servidumbre.

El hombre de piel pálida me miró con diversión.

—Y también debe haber Legionarios bloqueando esas entradas, Catherine.

Ah. Por supuesto que habría pensado en eso. Por un momento olvidé que es un reconocido estratega malvado. Alejé la mirada para que no vea el rubor en mi cara.

—Y aquí viene Sabah —dijo, como pensando en voz alta—. Todo va de acuerdo al plan, al parecer.

La última parte fue pronunciada con un tono extraño, como si estuviera bromeando. No entendí cuál fue la parte graciosa, así que lo cuestioné con la mirada. No creía haber conocido antes a alguna Sabah, pero la silueta que salió de la esquina del boulevard Peonía era fácilmente reconocible. La mujer de piel olivácea, mejor conocida como Capitana, seguía menospreciando el uso del casco, pero hoy no llevaba una capa, lo cual hacía increíblemente fácil ver lo alta y amplia que era. Definitivamente medía más de ocho pies, y su cuerpo tenía más músculos que cualquier orco que hubiera visto antes, y los orcos tenían cuerpos grandes. Tan solo verla fue suficiente para dispersar a los pocos vigilantes que aún seguían cerca, aunque ella los ignoró y se dirigió directamente hacia nosotros.

—Negro —lo saludó—. Señorita Foundling.

Su voz era profunda, aunque todavía podía distinguirse el acento cantarín Praesita. Asentí con la cabeza, aprovechando la oportunidad para mirarla con más detenimiento. Tenía una nariz pronunciada y ojos azules hundidos con pestañas que se veían casi fuera de lugar en un rostro tan, bueno, bestial. Parecía más una especie de caricatura exageradamente crecida de una persona que alguien real, y el martillo gigantesco que colgaba de su espalda no ayudaba a disipar esa impresión en absoluto.

—¿Kuro tiene a sus Legionarios en posición? —preguntó el Caballero suavemente.

Ella asintió.

—Estaba inusualmente ansioso por cerrar el lugar —comentó—. Mazus se las arregló para ganarse su desprecio.

Sin duda alguna eso explicaba por qué a los legionarios a los que les servía tragos rara vez decían algo bueno sobre el gobernador. Ese tipo de desagrado tendía a filtrarse a los de menor rango, y tenía la impresión de que el General Kuro era un líder bastante popular. Así que bloquearon todas las entradas y salidas del palacio. Ahora la verdadera pregunta era, ¿para qué? Esa extraña charla que tuve con el Caballero Negro en la taberna me dejó la impresión de que Mazus estaba en conflicto con la Emperatriz. Pero seguramente tenía otros medios para disciplinar al hombre aparte de enviar a su mano derecha para hacer el trabajo. Una carta concisa con el sello Imperial bien pudo haber bastado, sin involucrar todas las capas y dagas como ahora. ¿Le van a revocar su puesto de Gobernador? Eso sería lo ideal, en lo que a mí respecta. Laure volvería a quedar bajo ley marcial hasta que el siguiente Praesita de la lista llegue, y con un poco de suerte el siguiente idiota que entre al palacio sería más competente que este. Pero no hubieran pasado todos esos problemas si eso fuera todo lo que han planeado, concluí. No a menos que esperen problemas.

—Mírate nada más, te ves como si estuvieras planeando un homicidio. —Una voz dijo, con tono pensativo, sacándome de mis pensamientos.

Negro y Capitana me miraban, sus expresiones parecían entre curiosas y divertidas.

—Mire quién lo dice, señor —contesté, mi boca soltó las palabras antes que mi mente pudiera intervenir. Capitana resopló, y con suerte eso significaba que no sería asesinada en pleno día.

—La chica no se equivoca —dijo con voz grave—. Siempre te ves como si estuvieras tramando algo siniestro.

El Caballero arrugó la nariz con desagrado.

—¿"Siniestro"? Wekesa es una mala influencia para ti. Y pensar que eras tan respetuosa cuando nos conocimos.

La gigantesca mujer puso los ojos en blanco y yo apreté los dientes para que mi boca no quedara abierta de incredulidad. Realmente nunca me imaginé que terminaría conociendo a alguna de las Calamidades, pero las pocas veces que pensé en ellos hubo mucho menos… bromas involucradas. Burlarse amistosamente era algo que la gente hacía, no lo que sea que ellos fueran. Además, ¿no se supone que los héroes eran los chistosos? Lo mejor que los villanos tenían eran sus monólogos, en las historias, o tal vez una línea incrédula sobre cómo no había posibilidad de que absorber poder de la abominación de otro mundo sellada en una roca saliera mal. Me pellizqué discretamente, en caso de que Zacharis haya arruinado a lo grande mi sanación y estuviera teniendo algún tipo de sueño febril particularmente realista. Capitana miró hacia el cielo y frunció el ceño.

—Debemos darnos prisa, para llegar antes que los invitados de esa mierdecilla estén ebrios —dijo gruñendo.

¿Acababa de llamar mierdecilla al Gobernador Imperial de Laure?

—Creo que podrías ser mi villana favorita —le dije a la mujer con mucha sinceridad.

Los labios de la Praesita se movieron con un tic.

—Deberíamos quedárnosla —le dijo con voz ronca a Negro—. Todos han estado demasiado temerosos de irse de la lengua desde los Campos.

—Claramente, alguien olvidó informar a Brujo —refunfuñó el Caballero—. Pero tienes razón, puede que tengamos que matar a algunos para ponerlos en el estado mental adecuado si están demasiado borrachos.

Y así como así, sentí como si alguien me hubiera echado un balde de agua fría en la espalda. La manera casual en que el hombre de ojos verdes acababa de hablar sobre matar a alguien me arrastró de vuelta a la realidad. Villanos. Divertidos y casi agradables, pero seguían siendo villanos. Había visto a mendigos inválidos en Orilla de Lago con extremidades perdidas o con el cuerpo totalmente cubierto de quemaduras recibidas durante la Conquista, gracias a la obra personal de las dos personas despreocupadas paradas junto a mí. Que les desagraden las mismas personas que a mí no significa que estemos del mismo lado. No estaría bien olvidarlo. Iba a unirme a las Legiones para explotar el sistema que el Imperio había creado, no para convertirme en otro componente de él. Mantuve oculta mi incomodidad y seguí a los dos cuando comenzaron a caminar hacia el palacio, los Guardias Negros hicieron lo mismo sin decir una palabra.

Era un poco inquietante lo silenciosos que eran, de hecho. No podía recordar que ninguno de ellos dijera algo, o ver alguno de sus rostros bajo los cascos.

Había rumores de que a todos los sirvientes y guardias personales de la nobleza Imperial se les cortaba la lengua, pero tenía dificultades para creerlo. Las personas que contaban esas historias eran las mismas que decían que la razón por la que la Temible Emperatriz era tan hermosa se debía a que se bañaba en la sangre de los inocentes. Lo cual es estúpido en todos los sentidos. En primer lugar, seguramente había una cantidad limitada de inocentes en Áter. En segundo lugar, una bañera llena de sangre era mucho. A menos que tuvieran algún tipo de hechizo especial para drenar la sangre de las personas —lo cual, pensándolo bien, sería algo que los Praesitas harían—, eso significaba matar a por lo menos tres adultos cada vez, y a menos que la Emperatriz quiera pasar el resto del día cubierta de sangre seca, tendría que tomar otro baño después. Parecían demasiados problemas para una razón dudosa, especialmente cuando la belleza no era un requisito para gobernar. Se decía que el Emperador Nefario, quien estuvo en el trono antes de Malicia, era un viejo particularmente feo de nariz aguileña.

—Escuché que peleas en uno de los rings —dijo Capitana con voz ronca.

Miré sorprendida a la guerrera alta. No me esperaba que la mujer intentara comenzar otra conversación, pero supuse que incluso después de mi desagradable conclusión de hace un momento, una charla casual era mejor que caminar hasta el palacio en silencio.

—Eh, así es —admití—. Aunque no estaba consciente de que supieran de ellos.

Capitana frunció el ceño.

—¿Por qué no? —preguntó, mirando a Negro.

—Las peleas de apuestas son ilegales bajo la ley Callowana —contestó.

—Já —gruñó la guerrera—. Barbárico.

Contuve una mueca. No estoy segura de querer oír eso de una mujer cuyo luyo lugar de nacimiento practica el sacrificio humano. Pero fue una sorpresa que los imperiales supieran del Agujero. La razón por la que las peleas eran clandestinas es porque son ilegales, después de todo. Corredora no se molestaría en sobornar a los guardias de otro modo. Obviamente Mazus debió saber que había algunas, ya que se llevaba un porcentaje, pero había una diferencia entre saber sobre el Agujero y saber sobre los peleadores.

—¿Entonces Corredora les paga también? —pregunté.

—Por decirlo de alguna forma —contestó Negro—. Podrías decir que somos sus jefes.

—Espera, si ustedes son sus jefes entonces ¿por qué le paga a Mazus? ¿No afectaría sus ganancias?

—Estás dando por hecho que nuestra gente y la del Gobernador son la misma.

Ja. A decir verdad, odiaba admitir que me divertía saber que a Corredora la estaban jodiendo por los Praesitas adelante y atrás. Siempre aparentaba estar tan en control: fue una agradable sorpresa que esté siendo tratada del mismo modo que trataba a todos los demás.

El Caballero sonrió pero se mantuvo en silencio. Fruncí el ceño.

—No se molestarían con algo tan pequeño como un ring de peleas clandestinas si no tuvieran a los peces gordos en la bolsa —concluí—. Mierda. ¿Qué tanto del bajo mundo les pertenece en realidad?

La sonrisa de Negro se hizo más amplia y volteó hacia Capitana.

—Te dije que era lista —le dijo.

La mujer vestida de armadura asintió, mientras me estudiaba con una mirada extraña en el rostro, pero el cumplido hizo poco para disipar mi curiosidad.

—El Gremio de Ladrones, por supuesto —murmuré—. ¿También el de Contrabandistas?

El villano de ojos verdes se encogió de hombros.

—Tenemos una relación de trabajo con todos los llamados "Gremios Oscuros" —admitió—. Aunque preferiría que no se pusieran esos títulos tan melodramáticos.

Eso era más que solo un poco irónico, viniendo de un hombre que había llamado los Guardias Negros a sus guardias personales, además de vestirlos a todos del mismo color.

—La verdad eso no me hace sentido —dije entre dientes después de un momento—. El Imperio es la ley, ¿por qué trabajarían con ustedes?

—Estás pensando en términos de lo legal e ilegal —contestó Negro de manera simple—. Deberías pensar en términos del Bien y el Mal.

Oh. Puesto de esa forma tenía un poco más de sentido. Supongo que el tipo de personas a cargo de las partes menos lindas de Laure verían a gente como las Calamidades como aliados naturales. Pero este seguía siendo territorio Imperial. ¿Por qué le permitirían a alguien organizar a ladrones y matones en su territorio, incluso si recibían un porcentaje?

—De ese modo, los mercaderes a quienes les roban tienen mucho menos dinero para pagar impuestos —señalé.

Capitana pareció perder el interés en la conversación, sus ojos miraban alrededor mientras comprobaba las calles. En verdad no podía culparla: nos habíamos desviado un poco de mis peleas en el Agujero.

—Cuando Laure era gobernado por el Rey Robert —dijo Negro—, el Gremio de Ladrones también existía. ¿Correcto?

Asentí con la cabeza. Era de conocimiento común; se decía que los Ladrones habían estado en el negocio desde que la primera casa en Laure fue construida. Lo más probable era que solo se trataba de una banda de criminales queriendo verse misteriosos, pero no podía negarse que llevaban mucho tiempo activos.

—Sin embargo, al igual que todos sus predecesores, buscó agresivamente su desmantelamiento —continuó el Caballero—. La realidad es que no existe una ciudad en el mundo en la que no se lleven a cabo tales actividades. Tratar de erradicarlos simplemente llevaría a una banda de individuos muy hábiles en el sigilo a los brazos del primer héroe que aparezca.

Me froté el puente de la nariz. La forma de pensar de este hombre empezaba a darme un dolor de cabeza.

—Entonces hacen un trato con ellos —supuse—. ¿Si no roban del Imperio ustedes fingen no saber nada?

—Hay límites —contestó Negro—. Y todos los asesinatos de figuras públicas tuvieron que ser investigados de antemano.

Tenía cierto sentido pragmático, pero seguía sacándome de mis casillas. El Imperio ni siquiera observaba sus propias leyes. Los Praesitas no mantenían el orden sino que tomaban lo que ya existía y lo hacían más ordenado. ¿Cuál es el punto de tener todo ese poder si no lo usas para arreglas las partes del mundo que necesitan ser arregladas? Por fortuna, me salvé de seguir la conversación por el hecho de que por fin habíamos llegado al palacio. El Palacio Real estaba lleno de arcos y ventanas, construida en granito grisáceo en vez de la piedra arenisca que infestaba el resto de esta parte de la ciudad. No había piedras de ese tipo en Callow; se rumoraba que había sido construido con los restos de la fortaleza voladora de una Temible Emperatriz cuando se estrelló sobre el antiguo palacio. Era impresionante, y no pude evitar quedarme mirándolo mientras pasábamos por los grandes estanques que adornaban el camino hacia la entrada en patrones arcanos. Había un muro bajo rodeando todo el palacio con una puerta grande en el centro, pero las personas vigilando la entrada no eran guardias de la ciudad; una docena de legionarios estaban parados firmes enfrente, ataviados con un conjunto completo de armadura.

—Supongo que ahora es tan buen momento como cualquier otro para preguntarte por qué me trajiste —dije mientras nuestro grupo se dirigía hacia ellos.

Negro hizo un sonido pensativo.

—Vamos a hacerle algunas preguntas mordaces al Gobernador —contestó.

Alcé una ceja.

—¿Entonces solo tengo que quedarme parada y observarlos?

—Al contrario —dijo el Caballero en voz baja—. Puedes interrumpir tanto como quieras.

Eso no suena para nada ominoso, pensé con ironía.

—Me estás poniendo a prueba —dije gruñendo.

—La vida es una prueba —respondió el hombre de ojos verdes al instante.

Puse los ojos en blanco.

—Espero que no hayas tenido que meditar bajo una cascada para salir con eso.

Capitana resopló, conteniendo la risa, pero la conversación se terminó cuando pasamos frente a los legionarios. Saludaron en silencio a medida que pasábamos, tomando una avenida pavimentada al interior del palacio. Todo el lugar estaba desierto: esperaba que hubiese sirvientes caminando de un lado a otro mientras el Gobernador recibía a sus invitados, pero estábamos totalmente solos. Había luz y el sonido de conversaciones, que se filtraban a través de las ventanas abiertas, desapareció tan pronto como entramos los corredores interiores iluminados por antorchas. Negro se había colocado al frente del grupo, doblando a un lado y a otro sin vacilar; esta no es su primera vez aquí, asumí. Pasé la mayor parte del tiempo mirando las pinturas y esculturas que cubrían cada pedazo de espacio, notando que varias de ellas tenían el estilo de las Ciudades Libres: mármol pintado, usualmente con personas desnudas en poses retorcidas.

—Ah, llegamos —dijo el Caballero en voz alta cuando llegamos a un par de puertas de madera cerrada.

El ruido de las conversaciones y risas que venían de atrás dejó claro que habíamos llegado a la sala de banquetes. Un montón de productos de primera necesidad para el Reino que ahora solo era un trofeo más en las manos del Gobernador.

—Capitana, ¿si nos haces los honores?

La mujer gigantesca dio un paso al frente, colocando las palmas de sus manos contra la madera y empujando. Las enormes puertas se abrieron bruscamente, golpeando las paredes con un tronido ensordecedor. Debía haber por lo menos cincuenta personas adentro, sin contar a los sirvientes. Hombres y mujeres vestidos de colorida seda importada, ahogándose de oro con joyas incrustadas: la mayoría tenía más de cuarenta años, aunque pude ver a un puñado de invitados más jóvenes. Tres mesas largas estaban colocadas de tal manera que formaban una "U", el hombre del momento estaba instalado a la cabeza de la mesa: su piel oscura resaltaba demasiado entre los Callowanos asistentes de piel pálida. Froté ociosamente la empuñadura del puñal colgando en mi cintura con el pulgar; no sabía si Negro bromeaba o no al decir que la trajera, pero sin duda alguna me sentía más segura con un arma a la cintura estando tan cerca de esta jauría de compinches.

La sala enmudeció en el momento que entramos, los ojos de cada uno de los invitados quedaron fijos en el rostro del Caballero Negro. Unos cuántos miraron a Capitana y aún menos a mí; era un poco irritante ser menospreciada tan descaradamente, pero tenía el presentimiento de que esta noche sería yo quien reiría al último.

—Fuera —dijo Negro de manera simple—. Todos.

Nunca antes había visto una sala vaciarse tan rápido. Pude sentir el mismo peso extraño que sentí anoche cuando me miró fijamente en el callejón, pero esta vez no fue dirigido hacia mí. Era como nadar justo a un lado de una corriente: la fuerza estaba ahí, pero no me arrastraba. Todos aquellos pavo reales vestidos de seda y ataviados con suficiente oro en sus anillos y collares para alimentar a una familia por décadas salían apresuradamente sin siquiera fingir que no estaban aterrados. Había algo sombríamente satisfactorio en ver a los ricos y poderosos de Laure chocar y empujarse para salir tan pronto como les fuera físicamente posible. No oculté mi sonrisa. No estoy aquí para hacer amigos, e incluso si lo estuviera, aquí no hay nadie a quien quiera considerar como uno.

—Así que es con tu Nombre, el método que usas para meterte con la cabeza de los demás. —Pensé en voz alta—. Parece un truco útil.

El hombre de ojos verdes me miró con diversión.

—Es un uso bastante básico de mi poder —contestó, mientras miraba a la multitud en huida—, pero no negaré que puede ser entretenido de vez en cuando.

Pasaron menos de treinta segundos para que las únicas personas dentro de la anteriormente repleta sala de banquetes seamos Negro, Capitana, el Gobernador, y yo. Aproveché la oportunidad para mirar con más detenimiento al mandamás de Laure, ahora que estaba realmente en la misma sala que el maldito. El Gobernador Mazus era un hombre alto en la segunda mitad de sus treintas, de piel oscura como tantos de los Praesitas. Su cabello era corto, al igual que su barba, tenía un par de aretes largos de oro que colgaban de sus orejas. Su vestimenta era una mezcla exuberante de seda verde y dorada, y apostaría diamantes contra crías de cerdo que algunas de sus costuras eran de hilo de oro auténtico. El Gobernador tenía cierto porte refinado, como si cada detalle de su vestimenta y apariencia hubiera sido cuidadosamente preparado. Y sin duda alguna puede darse el lujo de pagarles a tantos sirvientes como se necesiten para hacerlo.

—Amadeus —dijo el Gobernador, externamente impasible ante la interrupción, mientras se recostaba en su silla, sosteniendo suavemente un cáliz de plata esculpida—. No me esperaba tener el gusto de verte. Hubiera preparado una bienvenida más adecuada, de haber recibido noticias de tu visita de antemano.

La frialdad en los ojos de Negro podría haber congelado agua hirviendo.

—Hay muy pocas personas que pueden llamarme por ese nombre, Mazus —contestó con voz muy baja—, y tú nunca fuiste una de ellas.

No hubo manera de ocultar el estremecimiento que esas palabras le provocaron, aunque el rostro del aristócrata volvió a su fachada impasible de inmediato, fingiendo que nunca pasó. Tomé nota mental de esto: algún día yo también iba a poder acobardar a imbéciles sin levantar la voz.

—Ah, desde luego —dijo el Gobernador—. Al parecer bebí demasiado vino. ¿A qué le debo el privilegio de su presencia, Lord Negro?

—Los impuestos que le debes a la Torre están retrasados, Gobernador.

Mazus suspiró con pesar.

—Como ya le he informado a Su Temidísima Majestad, el convoy fue emboscado por bandidos. Ya he ordenado la recolecta de impuestos extraordinarios para remediar la situación, pero los desgastados Callowanos no están cooperando. Sus acciones rozan la traición.

No es que importe, dada la confesión, había dicho Escriba en la taberna. Las piezas comenzaban a encajar, y lo que empezaba a pensar que le pasaría a Mazus bastó para aplacar la furia que estalló dentro de mí cuando etiquetó de traidores a la gente de Laure que no quería que sus hijos mueran de hambre. Podría haber dejado pasar la zalamería, pero ¿por qué molestarme? Negro básicamente me había dicho que quería que interrumpa cuando me diera la gana.

—¿En serio? —dije—. ¿Bandidos atacando un convoy Imperial? ¿Se supone que se crea eso? Son forajidos, no idiotas. Estarían hasta el cuello de legionarios antes de que el mes se acabe.

El aristócrata me miró con ojos estrechos, al parecer no estaba acostumbrado a que la gente a la que mandaba muestre ese tipo de insolencia.

—No me importa si recoge perros callejeros en el camino, Lord Negro, pero quizás deba ponerle un bozal a esta antes que le arranquen la lengua.

Oh, no acaba de decir eso.

—Vuelve a llamarme un perro y te estrangularé con tus propios intestinos, sucio Praesita imbécil —le prometí, y cada palabra fue en serio.

Mazus balbuceó.

—Eres-

—¿Callowana? —interrumpí—. ¿Una niña? ¿Nadie de importancia? Todo es cierto. Pero si fuera tú, lo que me preocuparía es que tengo un puñal.

—Yo tomaría en serio esa advertencia si fuera tú, Mazus —comentó Negro, que se encontraba a mi lado—. Apenas la conocí hace un día y ya tiene una lista de cadáveres a su nombre.

Hizo una mueca de desdén.

—Levantarle la mano a un Gobernador Imperial te hará terminar torturada y descuartizada, niña. Tu bravuconada no te hace ningún favor.

—A menos, claro —murmuró Negro—, que dicho Gobernador haya cometido alta traición.

Mazus palideció.

—Esa es una acusación seria —contestó luego de un momento—. Hacerla sin tener pruebas tendría consecuencias.

—Oh, aún seguimos hablando de casos hipotéticos —replicó el Caballero—. Pero si, por dar un ejemplo, cierto Gobernador informara que su pago para la Torre ha sido robado, sería posible que la Emperatriz sienta curiosidad y envíe a alguien a investigar el asunto.

—Suena a que estaría un poco molesta. —Contribuí con una sonrisa penetrante—. Hipotéticamente.

—La Emperatriz tiene poca paciencia con aquellos que la hacen enojar, ni qué decir de aquellos que lo hacen de manera tan torpe. —El hombre de ojos verdes coincidió—. Ahora, imagina que esos bandidos fueron encontrados, y que cuando fueron… motivados de la manera adecuada, contaron una historia. ¿Te importaría adivinar qué historia contaron, Catherine?

—Alguien les pagó para robarle al convoy —dije gruñendo, las palabras fluían con facilidad—. Alguien que después se quedaría con un porcentaje del oro y compraría su silencio con el resto.

Negro sonrió, simple y malvado.

—Es demasiado lista para ser un perro, ¿no crees?

Me acerqué a las mesas, tomando un cáliz vacío y una jarra de vino para servirme un trago. No iba a mentirme a mí misma y fingir que no disfrutaba cada momento de esto; era una pequeña venganza por cada vez que nuestras porciones fueron reducidas a la mitad en el orfanato debido a que los precios de la comida habían encarecido, un castigo justo por cada vez que había visto a la guardia de la ciudad amedrentar a un tendero por retrasarse en su pago de impuestos.

—La gente dice cualquier cosa cuando es torturada —dijo Mazus, por fin rompiendo el silencio—. Espero con ansias verte intentando convencer a una corte de que eso baste para encerrarme.

Fruncí el ceño, pero bebí un sorbo de vino, fuerte y afrutado, probablemente no era de Callow. Era de esperarse que el bastardo beba alcohol importado. Negro no era un idiota: no hubiera entrado tan confiado si Mazus tuviera posibilidad de salirse con la suya, y estaba más que dispuesta a esperar un poco más para ver cómo le arrancaban toda esa fachada de confianza de su cara.

—La Emperatriz en persona se ha interesado en el tema —dijo el Caballero fríamente—. Un juicio es innecesario cuando la sentencia ya ha sido determinada.

El Gobernador sonrió con desdén.

—Esto la llevará a la ruina, imbéciles. Mi padre pondrá como locos a los de Sangre Real cuando esto se sepa.

—¿En serio? —Me atraganté con una risa—. ¿Esa es tu defensa: "espera a que mi papi se entere de esto"?

—Puede decirse que tiene un punto, Catherine —dijo Negro—. O lo tendría, si el Gran Señor Igwe no estuviera bajo arresto ahora mismo.

Fue la segunda vez en la noche que vi a Mazus quedarse pálido, y lo disfruté tanto como la primera.

—Estás demente —susurró el Gobernador.

—Siempre ha sido un tema de debate, estoy seguro —contestó el hombre de cabello moreno con una sonrisa leve—. Sinceramente, estoy sorprendido, Mazus. Siempre has sido un poco lento, ¿pero esto? ¿Cómo creíste que iba a terminar?

—Conmigo siendo Canciller —dijo el otro Praesita con un gruñido—. Solo es cuestión de tiempo para que uno de nosotros reclame el Rol, sucio oportunista. Es imposible destruir un Nombre.

—Tampoco se puede comprar uno —respondió el Caballero—. Aunque eso ya no tiene importancia. Dime, Catherine, ¿cómo debería lidiar un gobernante con un traidor?

Me encogí de hombros, sentí el peso de la mirada del Gobernador.

—Me han dicho que la política Imperial al respecto involucra cabezas y picas —dije con tono reflexivo—. Pero eso siempre me pareció un poco falto de originalidad. Es decir, luego de unas semanas ya no es posible distinguir de quien es la cabeza. Los cuervos tienden a encargarse de eso.

Lentamente, Mazus forzó su espalda a enderezarse y sus manos a dejar de temblar.

—Bien —dijo con desdén—. Fui atrapado. Qué así sea. A diferencia de los campesinos, mi raza sabe cómo rendirse cuando el juego acabó. Que ordenen traer el cofre de caoba que está en mi habitación, beberé el extracto de adelfa con mi vino.

Negro se rió y a diferencia de las pocas risas suyas que había escuchado antes, esta fue glacial y cortante.

—Parece que no entiendes tu situación, Mazus —dijo con una sonrisa—. Nos perteneces ahora. Tu vida, tu muerte; nos pertenecen. Y no morirás dignamente sentado en tu trono. La horca te espera, Gobernador de Laure.

Los Guardias Negros entraron en formación a la sala bajo la orden de Capitana. Mazus intentó levantarse, con los ojos blancos y enloquecidos, pero un par de soldados en armadura pesada lo agarraron de los hombros cuando logró tomar impulso.

—No —gritó—. Negro, no puedes- no te atreverías-

Lo sacaron arrastrando de la sala, sus gritos y protestas hacían eco incluso cuando desaparecía en el corredor. Bajé mi copa de vino, dejándolo medio lleno. Me sentí un poco culpable por el desperdicio, pero considerando que las mesas del banquete estaban llenas de comida mi ofensa podía considerarse la menor esta noche.

—Entonces —dije tranquilamente—. Supongo que ahora es cuando haces tu oferta.