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Chapter 3 - Capítulo 1: Demasiado tarde para dar vuelta atrás- Parte 2

Al día siguiente me levanté temprano, me di una larga ducha y salí de compras, necesitaba despejarme un poco. Llamé a María Clara, la hermana de Héctor, para que saliéramos un rato. No había pegado un ojo en toda la noche, y lo único que necesitaba era pensar en otra cosa

En cuanto se lo propuse aceptó, quería ser yo la primera en contarle. Le dije que pasaba a buscarla, ella dijo que me esperaba. Luego de cortar salí en busca de mi cuñada. Logré salir de casa sin que nadie lo notara, justo el chofer estaba desocupado y accedió a llevarme.

Sí, el chofer. No creerán que la hija del intendente subirá a un taxi para transportarse. ¡Ja! Eso va para aquéllas que se rieron de mí cuando era apenas una niña.

-Hola Ruty- dijo cuando subió al auto

La morena, era mi mejor amiga desde los 16, cuando Emilio se fue. Él logró que yo cambiara, completamente. Aunque todo se lo debo a ella, estoy consciente de que muchas veces la traté pésimo, estuvo incondicionalmente para lo que necesitaba.

-Hola Mari-Dije mientras le saludaba con un beso en la mejilla, sonreí al ver a mi fiel compañera.

Mi cuñada es una chica muy dulce y una figura espectacular; alta con un pelo castaño y largo, brillante y ondulado; un cuerpo de muerte con las medidas perfectas. A veces no entiendo cómo es que siendo tan diferentes congeniamos.

Pues, yo soy más bien gordita, siempre tuve problemas de sobrepeso; mi cabello es de un castaño claro; siempre fui del tipo de chica que prefería pasar desapercibida para no salir herida. En cambio, de mi compañera, esbelta y elegante, siempre sobresaliendo en la sociedad.

Siempre fue ella y el mundo; en cambio, yo estuve acompañada de mi soledad hasta que llegó Emilio, pero cuando me rompió me hundí a tal punto que no tenía mis claras intenciones de salir adelante.

No quería y si no hubiera sido por mí estaría en un grupo de rehabilitación por intoxicación; quién sabe quizá encabezaría el Top ten de los alcohólicos anónimos. La verdad, es un tema del que siempre me pregunto: ¿Qué hubiese sido de mí sí...?

-¡¡¡Ruty!!!- me sobresalté ante el grito de mi amiga.

-¿Qué?- dije mientras mi respiración, recientemente agitada, se tranquilizaba.

-¿No me has estado escuchando?-dijo negando con la cabeza- te decía que conocí un chico es súper lindo, atento, tierno. En fin, todo un caballero. Me invitó a un evento para este fin de semana, estoy muy emocionada por volverlo a ver.-me comentó mientras sonreía embobada.

-¡Ay! ¿¡En serio!? Qué lindo amiga. ¿Vas a ir no?- dije feliz mientras la abrazaba.-Yo también te tengo una noticia.-dije nerviosa mientras jugaba con mis dedos.

-¨Pues obvio nena- dijo con un tono de complicidad, guiñándome un ojo.- ¿Ah sí? Dime, que ayer, cuando llegó Héctor a casa venía muy serio, le pregunté por ti y me respondió que estaba cansado y que hoy iríamos a tu casa a comer. En un momento pensé que se habían peleado.

- Oh no, cariño, con Héctor las cosas van más que bien.- dije sonriéndole. Aunque muy en el fondo sabía que Héctor y yo no lo llevábamos bien. - Aunque espero que el cambio que nos espera no arruinen nuestro amor.

-¡Ay! Vamos Ruth cuéntame- dijo impaciente.

-Bueno Srta. María Clara González, me voy a dar el honor de comunicarle que usted va a ser tía.- dije sonriéndole, mientras ella me abrazaba.

Luego de toda una mañana de compras, donde Mari compró unos conjuntitos para recién nacidos para su sobrino/a, dimos por finalizado el paseo y nos apresuramos a volver a casa.

De pronto esas nauseas volvieron; habían acompañado mis trayectos durante la semana y empezaba a inquietarme el asunto. Era como un pequeño ritual, yo introducía un alimento a mi organismo y luego de unos minutos ese hormigueo extraño que recorría mi cuerpo desde la punta de los dedos de los pies hasta el último pelo de mi cabellera. Luego de ello un horrible escalofrío recorría mi espina dorsal y sentía mis músculos tensarse.

Y lo sabía, después de ello venía ese horrible gusto que aparecía en el paladar; por no comentar que comenzaba a sentir ese empalagoso olor a chocolate, que tanto asco me producía. Por último, ese líquido amargo se sitúa justo debajo de mi legua y luego va cubriendo cada parte de mi boca, pasando por mis papilas gustativas, provocando que éstas reaccionen y avisen que es hora de expulsarlo.

Decidí apurar al chofer y el pobre tuvo que tomar atajos para que no manchara aquél tan lustrado tapizado del lujoso auto de la familia.

Cuando llegamos a casa ya había llegado la Sra. González y también Héctor. Mamá pasaba de un lado a otro de la casa dando órdenes a las mucamas para que dejaran todo impecable. No tuve tiempo si quiera de saludar, el proceso terminó y a mi mente llegó la imagen de un pequeño alfajor que había comprado María. Un último escalofrío me alertó y tuve que correr para llegar al sanitario.

Necesitaba vaciar mi estómago, sentía ese incesante hormigueo que me recorría una y otra vez, de punta a punta. Recordaba que mi doctora, cuando se lo dije ayer en la tarde, me recomendó que contara hasta diez y calmara mi agitada respiración, para evitar cualquier ahogo posible.

Mientras permanecía arrodillada frente al inodoro, tratando de terminar con la tortura que me acompaña: el vómito. Sentía que ya no podía más, la capa de sudor que cubría mi frente fue aliviada con un paño mojado que puso la Sra. González en cabeza.

Respiré hondo, ella amarró mi pelo en una coleta y echó un poco de aire a mi cara. Le susurré un "gracias" y ella sólo asintió y me ayudó a pararme. La imagen que me devolvía el espejo era espantosa; el maquillaje corrido, toda sudada, sonrojada hasta la médula y con unas ojeras que asustarían a la mismísima llorona con solo encararla.

-Espéralo, no es un mal chico. Ya lo aceptará. - dijo la Sra. González en un susurro que me dejó con la duda de que si lo que había dicho era parte de la realidad o sólo mi imaginación.

Durante el almuerzo papá habló seriamente con Héctor sobre que nos debíamos de casar cuanto antes para evitar que las personas hablaran mal de nuestra imagen. La Sra. González en un momento se mostró en desacuerdo por lo que éramos muy jóvenes y dijo que con sólo 20 años no éramos capaces de llevar una casa solos, y todos sus argumentos fueron inútiles, a papá no le importó, y nos aseguró que nos iba a ayudar hasta asegurarse de que ya estuviéramos instalados. Héctor no dijo nada se limitó a asentir a todo lo que mis padres le dijeron.

Con Héctor llevamos 2 años juntos y por eso lo conozco lo suficiente como para darme cuenta que ciertas cláusulas de papá no le gustaron, pero, no quedó otra opción más que aceptar lo que decía, de hecho, estoy segura que si no aceptáramos se enojaría y me echaría de la casa. No creo que la Sra. González esté dispuesta a recibir una persona más en la casa.

Mi mamá comentó que nos había conseguido una casa – mejor dicho, una mansión- en un barrio residencial, el dueño del lugar era muy amigo de la familia y lo ofreció como regalo de casamiento, ya había una cosa menos de lo que ocuparse, y eso me dejó más tranquila.

También, la Sra. González dijo que ella se iba a encargar de hacer el vestido, mamá muy a regañadientes aceptó, sé de buena fuente que ella quería que la modista de la familia, Doña Martita, me hiciera el vestido, pero no podía decirle que no, eso sería quedar mal con su consuegra.

Si, como ya se habrán dado cuenta mi familia se interesa mucho por lo que la gente piense de uno. La verdad es que a mí no me interesa mucho eso, pero como mi padre está relacionado con la política siempre nos recuerda que debemos de mantener una buena imagen. Él quiere que seamos la típica familia feliz y unida.

Luego del almuerzo Héctor me dijo que quería hablar conmigo. Fuimos a mi habitación y su cara de niño bueno se transformó en la de un hombre furioso.

- ¿¡En qué carajos estabas pensando cuando le dijiste a tus padres del bastardo!?- me gritó Héctor mientras me pegaba una cachetada. Provocando que lágrimas salieran despedidas de mis ojos involuntariamente.

-No le digas bastardo, es nuestro bebe.- dije mientras me secaba las lágrimas.

-¡No! Ese no va a ser mi hijo, y quiero que te enteres ahora Ruth, yo no quiero casarme, yo no quiero tener un hijo y mucho menos te quiero. - sentía que sus palabras eran cuchillos, cuchillos que se clavaban lenta y dolorosamente en mi corazón. Era demasiado para mí, en menos de 24 horas los hombre más importantes de mi vida me habían roto el corazón.

Me senté en la cama y lloré desconsoladamente. Pensé que Héctor se iba a ir en cuanto no le contesté pero para mi sorpresa en un ataque de ira golpeó la pared de mi habitación.

-¡Vete Héctor! Necesito estar sola.- dije casi en un susurro.

-¡Ja! ¿Sabes? Madame lamento comunicarle que no me voy a ir de aquí- dijo en tono irónico. - Casi se me olvida... estuve pensando y por más que no me apetece casarme, creo que es una buena forma de sacarle plata a tus padres. ¿No te parece, mi dulce? –prosiguió con una sonrisa cínica. – Ahora, amorcito, voy a bajar y voy a decir que tú estabas descompuesta y que te quedaste durmiendo, ¿si amor? – Soltó una carcajada, me largó un beso y se fue.

Todo me parecía una horrible pesadilla. Desde que lo había conocido a Héctor mi vida era un mundo color rosa y de pronto, cuando pensaba que iba a conseguir formar mi familia con el hombre que quiero todo se da vuelta y mis sueños se rompen en mil pedacitos.

No quiero que me malinterpreten, no esperaba quedarme embarazada; yo amo a Héctor con toda mi alma y aunque no esperaba la criaturita ahora aun así siempre soñé con él/ella y formar una familia con mi novio.

Quizá no haya llegado en el momento adecuado, pero ya no había otra solución, ya no hay forma de salir de aquí. No pienso aborta y matar a un angelito que no tiene la culpa de errores de los adultos.

No quiero problemas con Héctor, pero yo, ya no tengo fuerzas, me siento dolorida, rota, utilizada, quería llorar y hasta quedarme sin lágrimas. Recostada en mi cama, llorando, y viendo como mi vida se transformaba en un caos, y aceptando que era demasiado tarde para dar vuelta atrás.