Desperté gracias a un movimiento leve en mi hombro. Abrí con pesadez mis ojos y me giré para ver a Mike.
- Buenos días dormilona.- saludó él en tono suave.
- Hey.- dije yo, con voz ronca y una sonrisa.
- Debes comer.- dijo él, lo cual me causó ternura; Mike siempre tenía esos gestos, pequeños o grandes, que demostraban que me cuidaba.
- Deja que me visto.- hablé, para luego levantarme y vestirme. Me dirigí a la cocina y me encontraba esperando a que el agua calentara para preparar unos cafés, cuando Mike me abrazó por detrás, balanceándose de un lado a otro.
- ¿cómo durmió la señora Shinoda?- preguntó, a lo que una sonrisa apareció lentamente en mi rostro. Yo me giré a verlo.
- De maravilla.- dije, mordiéndome el labio inconscientemente al ver su cabello desordenado, lo cual lo hacía más atractivo.
- Deja de hacer eso.- pidió, a lo que yo fruncí el ceño.
- ¿qué cosa?- pregunté confundida.
- Morderte el labio. Aún me estoy recuperando de lo de anoche.- dijo, para luego depositar un beso en mi frente y abandonar la cocina. Yo me quedé parada, recordando la noche anterior y nuevamente mordiéndome el labio inferior, pero dejé de hacerlo cuando oí a Mike desde la otra sala adivinando que lo estaba haciendo de nuevo.
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- ¿lista para irnos?- preguntó Mike por décima vez, pero yo no podía reunir el coraje para subir al avión privado.
- No puedo hacer esto.- dije finalmente y me dispuse a volver al aeropuerto, pero me detuve al sentir la mano de Mike tomar mi muñeca.
- Si que puedes. No querrás perderte de nuestra luna de miel. Pero por supuesto, si no quieres venir, encontraré a alguna chica que quiera hacerlo.- dijo para molestarme. Yo formé una expresión de incredulidad, a lo que él soltó una carcajada.
- Que gracioso, Michael.- dije yo, molesta.
- Relájate, sabes que eres la única chica a la que quiero.- dijo a la vez que tiraba de mi muñeca con la intención de subirme al avión, lo cual finalmente hice. A medida que el tiempo avanzaba, yo me sentía cada vez más relajada. La idea de los aviones jamás me ha gustado, pero el hecho de pensar en que me dirigía a mi luna de miel junto al hombre que se había adueñado de mi corazón hacía que todo temor desapareciera.
Una vez que el avión aterrizó, yo bajé de éste, seguida de Mike. Un botón se encargó de nuestras maletas, llevándolas desde el avión hasta el coche que nos esperaba en la puerta del aeropuerto para llevarnos hasta la lujosa cabaña que habíamos alquilado. Una vez que llegamos allí, yo bajé y observé todo el lugar, desde los enormes e imponentes árboles que se encontraban durante kilómetros a la redonda, hasta la cálida y acogedora cabaña que nos refugiaría durante las siguientes dos semanas.
- Es hermoso.- dije al oír a Mike acercarse a mi.
- Un hermoso lugar para una hermosa mujer.- habló él. Yo lo miré, sonriendo y sonrojándome. Ambos caminamos hacia la puerta y luego de girar la llave dos veces, nos adentramos en la cabaña. Recorrimos todo el lugar, tratando de familiarizarnos con este.