Los tornados pueden alcanzar velocidades de 480 km/h y llegan a medir hasta dos kilómetros de diámetro. El tornado que avanzaba hacia Smallville en esos momentos tenía esas características, suficientes para arrasar con los extensos campos de trigo y maíz por los que cruzaba. Arrojando escombros a todas partes, dejando una estela de destrucción a su paso.
El tornado avanzaba decididamente hacia la carretera donde una camioneta 4x4 recorría el sendero a toda velocidad en rumbo hacia la ciudad con la premura que ameritaba tan difícil situación.
Escapando de aquella imparable fuerza de la naturaleza.
Dentro del vehículo el conductor, un viejo granjero, conducía temeroso, aunque para nada dispuesto a ceder, poniendo su empeño y pericia al servicio del volante, con la firme consigna de superar ese duro trance.
Era un hombre tenaz (por no decir terco) dedicado toda su vida a las labores del campo, sin más preocupaciones que el cuidado de su granja y de su esposa, pues sus hijos hacían mucho que habían seguido su propia vida.
Y en efecto aquella que era su preocupación se encontraba como pasajera a su lado. Boquiabierta ante la voracidad del coloso que iba tras de ellos, su esposa, compañera de tantos años e historia, miraba al que era su perseguidor, aunque a su pesar realmente, pues habría preferido voltear hacia otro lado. Pero el efecto de asombro que causaba era difícil de evitar.
En el asiento trasero estaba Chico, el fiel perro de la pareja. Ladrando con rabia al tornado por la ventana trasera como tratando de ahuyentarlo.
Sin embargo, ese enemigo no tenía intenciones de marcharse. Ni las más mínimas.
-Ya viene, Frank. ¡Ya viene! -exclamó entre admirada y aterrorizada la mujer.
-¡Estoy conduciendo tan rápido como puedo! -le respondió Frank con vehemencia.
-Querido, ¡no creo que sea lo suficientemente rápido!
El viejo granjero se inclinó rápidamente a mirar por el espejo retrovisor y vio que el tornado se hallaba próximo a engullirlos. Irremediablemente terminaría haciéndolo.
-Yo tampoco -sentenció el hombre.
El tornado en esos momentos asemejaba un gigantesco embudo, un embudo que a cada momento crecía más con cada metro ganado. Cubrió con su sombra la totalidad de la camioneta. Emitiendo un sonido que cualquiera hubiera confundido con un rugido, que resultó ser tan potente que silenció los ladridos del perro, el cual visto desde el exterior parecía haberse quedado sin voz.
El granjero consciente del desenlace, pero renuente a aceptarlo sin brindar pelea, se inclinó hacia adelante deseando desde lo profundo de su corazón que la camioneta fuera más veloz, más que el inclemente adversario.
Empezaron a llover escombros por todas partes. El techo del vehículo soportó el peso de algunos objetos pesados que era imposible identificar. El viejo hombre tomó la mano de su esposa.
-Te amo, Joannie -y la voz surgió desde lo profundo de su alma.
-Te amo, Frank -fue la respuesta de la mujer tan cargada de sentimientos.
Los escombros cayeron con mayor fuerza causando un estruendo que silenció todo, excepto un último ladrido de Chico que alcanzó a hacerse escuchar. Un ladrido lastimero y de miedo inmenso. El hombre abrazó a su esposa en el mismo momento que el parabrisas se rajó y fue como si el mundo se cayera a pedazos.
La camioneta se levantó en el aire mientras era arrastrada por el tornado al centro mismo de la vorágine. Todo se puso de cabeza y comenzó a dar vueltas.
De pronto hubo un fuerte golpe y el vehículo se sacudió, pero de forma imposible se enderezo, estabilizándose al igual que el horizonte que se observaba afuera.
La camioneta siguió volando alejándose de la zona de mayor destrucción. Dejando atrás el monstruoso tornado.
Superman volaba llevando el camión. La sostenía por el portaequipaje del techo, por lo cual no era posible que la pareja o el can lo vieran.
Los llevo lejos del peligro, depositando el vehículo debajo de un puente que le servía como refugio contra la lluvia. Una vez conforme con el resultado Superman se marchó volando en dirección a la bestia de la naturaleza que continuaba indiferente con su misión de devastación.
La pareja de granjeros todavía estaba abrazada dentro de la camioneta. Mantenían los ojos fuertemente cerrados como si lo que fueran a ver al abrirlos sería la confirmación de sus más grandes temores. Sin embargo, pese a sus reparos ambos abrieron los ojos aún inseguros.
-Dulce señor, ¿qué pasó? -fue el hombre el primero en expresar su asombro.
-Estoy... Estamos... no estoy seguro. ¿Estamos muertos? -su esposa habló luego que él, pero con idéntica desazón.
-¿Esto es el cielo? -continuó él con la cadena de interrogantes.
La pareja se inclinó hacia adelante e inspeccionó el lugar donde se encontraban. Asombrados, inseguros de cuál había sido su destino en esa horrenda aventura. Lo primero que observaron fue la fuerte lluvia, luego los campos a sus alrededores.
-Parece Kansas -dijo al fin la mujer.
El perro apareció en el asiento trasero abandonando el escondite que lo había refugiado durante lo más complicado del trance y soltó un ladrido de felicidad.
♣ ♣ ♣
El tornado continuaba arrasando como una ola dantesca con todo lo que se interponía en su derrotero. Postes de alumbrado público, coches que eran devorados como juguetes por la vorágine, pavimento que era arrasado de cuajo... Y su destino era uno solo:
Smallville.
En el pueblo un padre con sus dos hijos se apresuraban hacia un refugio público contra tornados. Al hombre le había costado encontrar a sus hijos que se habían estado divirtiendo en los juegos del supermercado sin atender a sus llamadas. Cuando estaban cerca del refugio, el mayor de sus hijos le habló señalando el horizonte.
-Mira, papá, es un pájaro.
Dos mujeres que estaban escondidas dentro de un pesado camión que habían encontrado con las puertas abiertas se sintieron inquietas con el ladrido de un perro que tenía su atención fija en el cielo.
-¿Eso es un avión? -preguntó extrañadísima una de las mujeres.
Cerca de allí un vendedor cerraba apresuradamente la reja de metal de su negocio, confiando en que sería suficiente para mantenerse a salvo cuando algo en el firmamento llamó su atención.
-Es Superman -dijo asombrado.
La mancha azul y roja en el cielo trazaba su camino directamente hacia el tornado...
Superman voló alrededor del tornado, rodeándolo en el sentido contrario al cual giraba. Con el brazo derecho extendido en puño hacia adelante luchando contra los 480 km/h del coloso.
Ahora la lucha era de dos fuerzas opuestas. Se había formado otro tornado azul y rojo dentro del gigantesco remolino combatiendo poder a poder. El uno trataba de doblegar al otro.
En lo más avanzado de la lid se escuchó un grito desde lo profundo de ambos vórtices y el hombre de acero fue lanzado por los aires aterrizando varios metros más allá, luego de rebotar muchas veces en la tierra.
Se levantó sacudiéndose apenas el polvo que tenía en el cuerpo, despegando nuevamente contra el monstruo de viento.
Nuevamente giró en la dirección opuesta con mayor furia, pero algo había cambiado. Su enemigo se hallaba debilitado. Superman desaceleró como otorgándole algo de clemencia al cansado adversario.
El tornado comenzaba a morir desde su base, asemejaba a un boxeador vacilante, moviendo los brazos con sus últimas fuerzas, ya no tratando de atacar, sino más bien de defenderse, arremolinándose, desapareciendo. Desvaneciéndose hasta convertirse en nada.
Un rayo dorado cubrió todo. La lluvia había cesado por completo y el sol de la tarde iluminaba los caminos, los campos y el poblado de Smallville. En esos momentos después de superado el duro momento vivido era como recibir una bendición del cielo a la tierra.
Lana salió del fondo de su hogar admirando lo que quedaba de la tarde. Muy agradecida al hombre que les había brindado su ayuda. Alguien a quien conocía muy bien, sobre todo la grandeza de su corazón.
Mientras iba con estos pensamientos en la cabeza, en su rostro se dibujó una gran sonrisa de perplejidad.
Su patio principal estaba cubierto de rosas. Cientos de rosas.
♣ ♣ ♣
En la granja Kent observamos que las puertas del granero se hallaban abiertas. La tormenta había pasado y la tarde transcurría con normalidad.
Adentro se escuchaba ruido, el cual provenía del pozo abierto por Clark Kent.
Y era justamente Clark Kent quien se hallaba dentro, colocando la lectura del reloj de sol en el casco de la nave.
-Mostrar huella de combustible. Identifica la kriptonita -ordenó Clark a la nave.
-Solicitud de procesamiento -la respuesta de la nave fue inmediata-. Mostrar datos.
Kal-El miró con interés los resultados que le revelaba la nave. De pronto sus ojos se abrieron de asombro ante algo que era capaz de inquietar al mismísimo hombre de acero. Sus labios se abrieron para exclamar.
-No.