Incansablemente viajamos a través de diversos pensamientos a mundos que consideramos inexistentes y deseados, pedimos en nuestras suplicas que nuestros anhelos se cumplan y que nuestras aspiraciones más fervientes se acerquen a la realidad; pero nunca debemos perder lo que somos en realidad, nuestra esencia misma, y el trabajo que hemos realizado a través de nuestras vidas para convertirnos en lo que nos constituye, simple polvo estelar.
En las inmensidades de lo desconocido por el hombre, en una oleada de vientos sin fin y lejos de las corrientes oceánicas, se hallaba un pequeño joven…; a la deriva y sin rumbo fijo, preso del agotamiento y de la dejadez. Se lamentaba de no haber seguido los consejos de sus allegados, y por eso, encontrarse vagando muy lejos de su hogar en una tierra desconocida y no explorada. Pero un llamado interior lo había llevado hasta ahí, no conocía este nuevo mundo, y se lamentaba de no haber leído más de aquel antiguo libro que había encontrado en la Vieja Librería de los Secretos.
Su nombre era Meltter Trabis, un joven de unos dieciocho años dedicado a ayudar a su familia en la granja como campesino. El siempre sentía que el destino le deparaba algo muy grande. En sus sueños tenía imágenes de lugares de los que nunca había escuchado hablar, y un cielo estrellado muy oscuro se le presentaba ante él. Con millones de esferas, algunas brillantes y las otras no, en una inmensa mancha negra de la cual no veía ni comienzo ni fin. Su cabello era de color castaño claro y reparaba mucho en arreglarse y estar aseado, no soportaba tener su ropa sucia y su pelo despeinado. Él no tenía muchos amigos, pero si una dulce novia llamada Geraldine a la que había jurado amar por siempre, y creía firmemente que su destino sería estar junto a ella toda la vida.
Meltter Trabis había crecido en un poblado que no era muy numeroso, en el que las cosas siempre se habían hecho con mucho esfuerzo. Cada uno de sus habitantes colaboraba con una tarea para que el invierno, en donde predominaba la escasez de alimentos, no fuera tan crudo. El trabajo de la tierra era la principal actividad, los Branis, que así se hacían llamar los pueblerinos de aquellas zonas, se dedicaban desde que se levantaban hasta casi el atardecer a trabajar arduamente, a estar en cada detalle para que los tiempos de cosecha sean perfectos. Se trabajaba en un ambiente cordial donde las familias mientras realizaban sus labores diarias, entonaban preciosas melodías y se repartían las tareas equitativamente. Pero no todo eran rosas, y muchas veces eran acosados por ladrones y bandidos que los acechaban. Una noche un grupo de forajidos estaban robando las reservas para todo el invierno, eran aquellos que no tenían tierras y vivían en las frías montañas Pratvasor del norte. Relegados a aquel inhóspito lugar por orden directa del Rey Balttar, ya que, no aportaban en nada al crecimiento y abastecimiento del reino. Pero gracias a una resistencia liderada por el padre de Meltt, la cual se había creado usando viejas espadas y lanzas forjadas por los ancianos herreros del pueblo, lucharon contra los temidos bandidos hiriéndolos como para que no regresaran jamás.
El padre de Meltter, el famoso Tesladar, había formado parte de los caballeros del Rey. En los tiempos en que los dragones puros (no los creadores sino sus descendientes), todavía existían y protegían a los humanos de los ataques de otros reinos.
En las largas noches, los aldeanos danzaban y cantaban como si no existiera un nuevo día, todo era alegría y la cerveza reinaba en las mesas. Las mujeres con sus largas polleras de colores danzaban al compás de la música del lugar, y los hombres en su menor sobriedad movían sus grandes zapatos de cuero de vaca; que se deslizaban por el suelo de la taberna generando un estruendoso ruido, y rebotando en las paredes de madera humedecidas por las lluvias de otoño.
A Meltter Trabis, nunca le habían gustado mucho esas fiestas. Prefería más la soledad del bosque y refugiarse en sus libros de aventuras, en las que él mismo se sentía protagonista. Siempre soñaba con poder realizar las hazañas que se narraban en aquellos libros de fantasía. Como grandes caballeros luchaban contra temibles dragones, como bellas doncellas eran socorridas de bestias endemoniadas, y en otras como los Dioses mismos luchaban por mantener la paz en lo que se conocía como el Planeta Divino.
En la calma nocturna y bajo el inmenso resplandor de la luna llena, Meltter se encontraba leyendo bajo el árbol de la sabiduría eterna. Llamado así, porque bajo su abrigo grandes mentes habían desentrañado los misterios de la creación.
En un instante que pareció eterno, las estrellas en la inmensidad de un cielo oscuro comenzaron a parpadear, mostrándole un cierto tipo de mensaje. Fue tanta la luminosidad que se generó en ese cielo, que la noche se volvió día y los pájaros cantaron sus melodías de amanecer. Así fue como, Meltter Trabis, cerrando sus ojos ante tanto esplendor, vio en un sueño una figura de un dragón que se dibujaba en un cielo estrellado, y a él mismo portando una armadura divina y luchando contra miles de guerreros oscuros a la vez…
Meltt volvió a abrir los ojos, la noche estaba serena, había sido solo un sueño, y el libro de fantasía se encontraba abierto sobre su pecho, pero ahora las miles de hojas que lo conformaban estaban en blanco, era como si el universo no conocido quisiera transmitirle un mensaje, como si buscara decirle que era su libro para que escribiera su aventura fantástica.
Continuando con el viaje del pequeño campesino, la angustia se había hecho su compañera y una cierta opresión se manifestaba en su pecho. Con las últimas fuerzas que le restaban, se dispuso a subir a paso lento la gran montaña en la que se encontraba.
¡La soledad y un aire gélido rodeaban su cuerpo!
En poco tiempo este se congelaría y toda su gran aventura terminaría repentinamente; pero en este terrible momento Meltt creyó escuchar un dulce canto que lo llamaba. Según había escuchado de su tío Sir Gerbasius Deximus Trabis, un conocido caballero del reino de Lastapur (conocido mejor como tío Gerb por sus allegados), existía una historia entre los aldeanos del pueblo que narraba la llegada de una Diosa a esos lejanos territorios. Se contaba que ella se había escondido en una cueva para llevar un mensaje a la humanidad, pero nunca nadie había podido descubrir ese mensaje o develar sus ocultos secretos.
La dulce voz que se escuchaba entraba en sus oídos haciendo eco en su interior, y con cada paso que daba se hacía más y más fuerte. En un momento que duró solo unos segundos, la niebla se disipó y Meltt logró ver una entrada al lado de una roca con forma de mujer.
¡Su corazón se aceleró estrepitosamente!
Sus piernas recobraron su fuerza, y en un último esfuerzo escaló las piedras que lo alejaban del lugar, mientras la voz ya parecía parte de su cuerpo.
Una extraña voz que decía:
—Meltt encuéntrame y hallarás la explicación al Todo, te he observado desde tu nacimiento, y has sido elegido para llevar una pesada carga frente a lo que el futuro nos depara.
Al llegar a la estatua nuestro héroe se quedó perplejo ante una imagen tan bella, no parecía haber sido realizada por un trabajo humano que se conociera, estaba compuesta de ciertas piedras brillantes y cada una de ellas que la conformaban era de un tamaño no mayor al de una almendra. Tenían infinitas caras y en cada una de ellas la luz reflejaba distintos colores, parecía como si se vieran imágenes del futuro, del pasado y de lugares que él ni conocía en la tierra. Meltter se dispuso a entrar en la cueva sin saber que encontraría del otro lado cuando una voz, la misma voz de la mujer que le había cantado en un primer momento lo detuvo abruptamente y le dijo:
—Querido Meltt, estás a punto de descubrir cosas que nadie ha descubierto en la era humana ni en las otras eras que han pasado antes que ustedes. Deberás llevar una gran carga al ver lo que te voy a entregar, te he elegido por la pureza que reside en tu noble corazón y sabiendo que tú tienes lo que en otras eras llamamos, la Flama Interna de la Realeza. Tú no lo sabes pero las personas que habitaron antes este planeta, están conectadas a ustedes a través de las semillas de vida que quedaron en el aire y que ninguna persona o Dios pueden destruir, son semillas del Árbol Sagrado de la Vida y ellas buscan corazones puros que defiendan esta tierra del mal que se avecina.
Después de quedarse pensativo unos segundos, Meltt asintió a cumplir con lo que se le mandara y se decidió a entrar en la oscura y enigmática cueva.
Las antorchas estaban encendidas como si ya hubiera sido preparada su visita y un largo sendero de piedras, lo invitaba a caminar por él. El canto de la Diosa había vuelto. Meltter Trabis, no sentía miedo, pero si una extraña curiosidad por encontrar a aquella extraña mujer. Al final del camino una luz resplandecía, y al llegar a ese lugar nuestro protagonista se quedó perplejo ante lo que estaba ante sus ojos. No existían palabras humanas para describir aquello, sus manos temblaban y no sabía que decir frente a lo que se encontraba delante de él. Una mujer de un largo cabello dorado que brillaba sin cesar iluminando todo el lugar, de unos treinta años con una complexión física perfecta. Sus ojos irradiaban pureza, y al mirarlos todos tus males, dolores, penas, angustias y aflicciones desaparecían. Trabis vio como hasta su lastimada rodilla sanaba ante esa presencia divina.
Ella llevaba puesta una túnica blanca que llegaba hasta el piso, la cual era de un material que se pegaba a su piel modelando la forma de su cuerpo, no existiendo comparación alguna con ninguna tela de este Polimundo.
La Diosa habló y dijo:
—Mi nombre es Atalasia, Diosa del tiempo y de la sabiduría. He estado esperándote Meltter Trabis, hace mucho tiempo. Se avecinan tiempos malos, y ni yo con mi poder ni los otros Dioses somos capaces de detener al mal. Tu Polimundo es uno en varios tiempos, antes de ti muchos han habitado este lugar y han sabido contener el poder de la oscuridad, pero esta vez tenemos la fuerza para derrotar definitivamente a las franjas del mal.
Ellas se hacen cada día más fuertes y es nuestra culpa no haberlas acabado en otras ocasiones. Existen otros Polimundos paralelos en este preciso instante y todos buscan el poder de lo que hay en esta pequeña caja de madera. Y así fue como dando un paso hacia atrás, Atalasia tomó una caja que por fuera parecía un estuche común labrado por un carpintero de pueblo, pero que en su interior, contenía un gran secreto y un enorme poder preservado desde los orígenes de la creación divinesca.
Lo que vas a ver mi querido Trabis, es la vida misma desde que comenzó el Todo, un Todo enmarcado en cierto espacio-tiempo, abarcando todos los confines de la creación. El tiempo es aquel que nos invita a pensar y descifrar cosas aún impensadas. Pero nunca podremos alcanzar la verdad sin la ayuda correcta; lo que se encuentra en esta caja posee los albores de la creación, la explicación de la vida misma. Creación del tiempo, porque eso es lo que nos hace vivir, si él se detuviera no existiría la vida conocida y la desconocida; es un tiempo que convive en cierto espacio material y multi material, que nos hace poder coexistir en este mundo.
Y así fue como terminando sus profundas palabras, Atalasia se dispuso a develarle el misterio del tiempo que se encontraba en aquel estuche. Lentamente comenzó a abrir la misteriosa caja, y de pronto, una brillantez gigantesca junto a un calor inmenso brotaron de ella, capaces de cegar cualquier visión humana. Pero a Meltt no lo había afectado en lo absoluto, al tiempo que sus ojos lograban divisar la joya más preciada y hermosa jamás vista por otro ser. En su infinidad de caras se podían ver paisajes y rostros humanos y no humanos coexistiendo en diferentes tiempos y edades; era como si toda la vida como la conocemos se encontrara en esos fragmentos cristalizados.
Trabis desconocía los poderes que aquella joya albergaba. Se sentía cautivado por la mirada de una Diosa, que lo había llamado en un momento en que solo había angustia y tristeza en su interior.
Atalasia, le dijo al querido héroe que aquella joya contenía el poder de decidir el destino de este Polimundo y de todos los Polimundos reinantes. Poseía la capacidad de transportar a cualquier persona u objeto a través de diferentes momentos en el espacio-tiempo y otorgarle en cada viaje a su poseedor conocimientos de la creación, además de poderes divinos que se acrecentarían con cada aventura.
También añadió:
—Mi querido Trabis, todo nace de esta piedra preciosa. Una joya brillante destinada a aquel que la merece y hará buen uso de ella. Pero escucha atentamente, una vez que salgas de esta cueva el mal te estará buscando y deberás buscar ayuda rápidamente; yo siempre te estaré guiando pero debes encontrar aliados en tu camino hacia el gran castillo Balttar, para que te protejan y resguarden del enemigo. Yo siempre te indicaré tu camino con mi voz y mi canto, hablaré con los poderes de la tierra y del bosque, para que sean testigos de tu viaje y nada os ocurra en tan largo camino.
Nuevamente dirigiéndose al pequeño héroe:
—Meltt debes atravesar las Montañas Pratvasor, luego seguir tu camino por las Ruinas de Tel Dhum Phur, y por último ir por los Valles de Kalumi, para así llegar al gran Castillo del Rey Balttar y comunicarle que la tierra corre un grave peligro. Además, existen tres magos de un poder asombroso, que se encuentran en diferentes tiempos de la vida. Ellos también acudirán en tu ayuda, pero solo si son testigos del poder del Diamante sagrado. Cuando Atalasia estaba a punto de despedir a Meltter, súbitamente una voz oscura surgió desde las más remotas profundidades de la tierra:
—¡Entrégame el Diamante o sufrirás las consecuencias! ¡Yo soy Morttan, Dios de la oscuridad! Hazlo, o mis demonios te alcanzarán y rasgarán todo tu cuerpo, no habrá lugar donde te puedas ocultar.
—No te tenemos miedo fuerza oscura, no tienes dominio en este tiempo por ahora, regresa a las profundidades oscuras y déjanos en paz. —respondió Atalasia—.
El rostro de dulce mirar de la Diosa, se había transformado en el de una guerrera que temía por la vida de Meltt.
Mirando a Trabis le dijo:
—Corre lo más rápido que puedas, y tapa el Diamante hasta la llegada al castillo donde tendrás protección, de lo contrario te verán y atraparán; yo usaré todos mis poderes para protegerte en el largo camino. Debes irte pronto, ya están cerca, y solo tú eres capaz de develar los poderes del Diamante Adamasttel, los cuales se revelaran a ti cuando sea el momento.
¡Ahora ve, veee pequeño Trabis!
Meltter ya había salido de la cueva, con sus energías renovadas y dispuesto a llevar la pesada carga que le habían encomendado.
¡Cuánto desconocía este pequeño intrépido héroe de lo que se cerniría entorno a él!
Se había ido de su pueblo en busca de aventuras, pero nunca creyó que se le solicitaría salvar al Hexalcio de reinos, del mal que se avecinaba. Atrás, en el pueblo de Persistlan, habían quedado sus familiares, amigos y la que sería su prometida, la bella Geraldine. Una mujer de una bondad y ternura infinita, que mostraba rasgos de belleza y exoticidad; además de poseer un largo cabello y unos bellos pómulos rosados, que se manifestaban en esencia cuando su vergüenza afloraba.
Cuánto extrañaba Meltt a los suyos, los juegos en Perst, las tardes contemplando el atardecer, el olor a campos de flores por la mañana, las comidas que preparaba su madre Angelena, y los consejos de su anciano padre Tesladar. En una de las últimas conversaciones que había mantenido con su padre, él le había contado de cuando lo encontraron en una noche lluviosa y tormentosa, en la puerta de su precaria choza. Como el cielo lloraba sin cesar y se observaban miles de rayos cayendo sobre la tierra. Parecía que los Dioses estuvieran celebrando la llegada de algo muy importante, de un Dios muy poderoso capaz de salvar a toda la humanidad, y a todo lo desconocido por la historia humana.
—Con tu madre sentíamos mucho temor porque no sabíamos si podíamos darte todo el amor que necesitabas, ya que, los dos teníamos muchas obligaciones y trabajos por realizar. Y así fuiste creciendo fuerte junto a tus hermanos, nunca tuviste muchos amigos y preferiste refugiarte en la Vieja Librería de los Secretos en tus tiempos libres. Fue ahí, donde conociste a la bella Geraldine, la chica más bonita de la aldea, hija del carpintero Werton y de la señora Presbon. Juntos pasaban largas horas leyendo libros y creando momentos mágicos que perdurarían eternamente, mientras juraban amarse por miles de vidas más, a recelo de la vista de tus hermanos más grandes.
—Por todo esto hijo mío quiero decirte que eternamente estaré agradecido de tu llegada a nuestras vidas, gracias a tu pureza y tu noble corazón has cambiado a esta familia y a todo el pueblo de Perst. Nunca dudaré de ti y te acompañaré en cada aventura que tengas; y el día que termine mi existencia seré la estrella más visible en la inmensidad del cosmos, la cual alumbrará siempre tu largo camino.
Dichas estas palabras aquel día entre padre e hijo, se quedaron sentados en la oscuridad del bosque escuchando solo el sonido de aquellos animales que embellecían aquel lugar. Lo que en ese momento de silencio llamó la atención del pequeño Meltter Trabis, fue que cierto rugido temible pero protector de un gran Oso se escuchó, para que luego una luz resplandeciente iluminara aquel bosque frondoso. Entre lianas y arbustos, Trabis pudo ver la figura de un Supremo Oso, vestido con una divina armadura plateada de una estructura nunca antes conocida. Pero esta clara imagen duró solo un parpadeo, y cuando Meltter intentó mirar a su padre para ver si había visto lo mismo, este se encontraba en un estado casi de inconsciencia, bastando solo unas palabras para que reaccionara. Meltt se había dado cuenta, de que solo él había podido presenciar tan noble espectáculo. Solo el lejano futuro, podría revelarle la explicación de lo que sus ojos habían presenciado.
Meltt volvió en si a la realidad que lo rodeaba. Ajustándose el cinturón hecho de cuero de serpiente, se puso el bolso con sus pertenencias al hombro; las cuales constaban de pan de alfalfa, rico por sus propiedades curativas y hojas del árbol de los duendes que le proporcionaba equilibrio y salud mental. Además, contaba con algunas pociones mágicas que él mismo había desarrollado en su pequeño taller y que le servirían frente a los peligros de las montañas Pratvasor.
Esta montaña era conocida por los demonios con forma de Trolls, de no más de un metro de altura que habitaban en sus cuevas, peligrosos por sus mordidas mortales. Estas místicas cumbres rocosas, eran temidas por cualquiera que tuviera la valentía de pasar por allí. Pero básicamente eran el camino más cercano para llegar al próximo pueblo, de lo contrario habría que bordear todo el margen del río Talasir, lo cual retrasaría cualquier viaje en meses.
Meltter Trabis se encontraba caminando a pocos pasos de las montañas Pratvasor, cuando un unicornio blanco de suave pelaje y brillo celestial se apareció ante él, y la voz de Atalasia resonó en su interior con la calidez de la divinidad profunda:
—Trabis, te he mandado este regalo para que la oscuridad no te alcance, y te proteja en el largo camino hacia el castillo Balttar.
Pesebú, que así se llamaba el unicornio mágico, era el último de su especie en este mundo, siendo un símbolo del bien ante tiempos de maldad y oscuridad. Los unicornios blancos se consideraban extintos. El hecho de que hubieran desaparecido, tenía su origen en que una vez el Dios guardián de la fauna y la naturaleza, cansado de los atropellos de los humanos, decidió que no eran dignos de poseer la magia de los unicornios. Miles de caballos alados del clan Alpha, fueron llevados a los paraísos divinos de los Dioses para volar libremente por los cielos, ya que, no se les permitía permanecer más tiempo ni tener sus grandes alas en el Polimundo tierra.
Las cuevas de los Trolls parecían deshabitadas, era muy temprano para que se hallaran despiertos, pero igualmente Trabis debía ser muy cauteloso y perspicaz. Un aire nauseabundo impregnaba el ambiente, y cierto silencio tenebroso se hacía eco en los huesos mismos de Meltt. Él se encontraba atravesando un sendero de riscos empinados, y en su mayor valentía un miedo latente se manifestaba en su puro corazón. Al final del valle una luz esplendorosa se divisaba, y la figura de una mujer con alas de un plumaje infinito desplegadas al viento se observaba. Detrás de ella, se encontraban dos caballeros vestidos con sus armaduras plateadas, montando sus elegantes corceles.
Sir Lominor, un alto caballero de la nobleza del castillo, se jactaba del largo viaje que había tenido que desarrollar, para proteger a un niño que todavía ni había madurado; ni era capaz de ser considerado un Dios a los ojos de la humanidad.
Pero en ese momento, la Diosa Atalasia interpretando sus pensamientos, alzó la voz y le dijo:
—Tú nunca has pasado por lo que ha sufrido ese chico de allí, y desconoces el poder que emana de su figura formando una aura majestuosa que se expande por todo su ser. No alcanzas a verlo porque necesitas pureza en tu corazón, y hasta que no logres encontrar tu camino en esta vida seguirás alabando a la única forma que merece tu respeto, o sea tú.
Una ira irrefrenable invadió al gran caballero, el cual bajando de su bello caballo enfrentó a Atalasia, diciéndole:
—Por más que seas una Diosa y poseas una hermosura capaz de nublar la mente del hombre, tus trucos conmigo no sirven poderosa Atalasia, pero a pesar de todo os agradezco profundamente vuestros consejos.
Sir Blaides, el caballero de la armadura del cisne, fiel a su simpática personalidad, rio alegremente ante sus observadores, dándole un toque humorístico a la situación con chistes y bromas para apaciguar los fuertes temperamentos. Este caballero, era quien había compartido grandes batallas junto a Atalasia y se conocían desde su nombramiento como caballero del Rey. Además, la Diosa le había concedido algunos secretos de la creación, y él en cambio le había otorgado su protección en cualquier batalla que se librara.
Los pequeños Trolls, pertenecían a la legendaria comunidad de los Gnomos en los tiempos de los antiguos reyes. Una antigua civilización que siempre había permanecido en la oscuridad, y que en su época de grandeza había atesorado incalculables fortunas en los recónditos lugares de su inmensa montaña. Hace muchos milenios atrás, convivían con los humanos en armonía y no tenían ese aspecto tan desagradable. Eran gnomos de tez blanca, alegres y unos excelentes comerciantes en los diferentes reinos. Eran conocidos por desarrollar el trabajo de la minería en sus cuevas. Siendo una de las civilizaciones más antiguas, que hubiera presenciado y participado en innumerables guerras en defensa de sus intereses en el Hexalcio de Reinos.
Pero siempre en cualquier civilización surge un ente maligno que añora el poder, la riqueza y la conquista de nuevos territorios. Fue así como una personita malvada llamada Paquít, decidió que los gnomos eran superiores a los humanos y que no deberían vivir bajo la tierra, sino ocupar los castillos que ellos habían construido. Lo que dio lugar, a que una terrible guerra entre humanos y gnomos se desarrollara.
Los Dioses sabían muy bien que debían mantenerse al margen de este gran conflicto, y que si intervenían seguramente alterarían el curso de la historia. Los gnomos que eran una raza muy inteligente y trabajadora, construyeron túneles subterráneos que comunicaban sus castillos bajo la tierra con los palacios de los humanos. Día tras día, cultivando el arte de la paciencia, fueron cavando largos pasajes, que llevarían a sus guerreros a las alforjas de los castillos en la superficie. El número de gnomos superaba en por demás al de los caballeros de bronce y plata, y sus armaduras eran impenetrables. Estas habían sido forjadas por los famosos herreros de las montañas Croben, usando acero Caltrinio, un material que allí abundaba.
Tres largos años gnomo tardaron en prepararse, y una noche cuando sabían que todos en palacio estarían dormidos, se lanzaron a la guerra atravesando los túneles que habían creado. Todos apoyaban y veneraban al gran Paquít, solo había un gnomo muy pequeño llamado Rasper, que no compartía sus ideas y pensaba que la paz entre humanos y gnomos era lo mejor. Este pequeño individuo tenía amigos humanos desde su nacimiento, ya que, había sido encontrado por una mujer llamada Atalasia en el borde de un río. Lo que Rasper no sabía, era que dicha mujer era la gran Diosa del Tiempo. La cual sabía en su interior, que aquel pequeño bebe gnomo tendría un papel muy importante en la historia del Polimundo, llamado por los antiguos Dioses, Tierra.
Rasper visitaba frecuentemente las tiendas humanas y los pasillos de palacio, era bien conocido en el reino por su carisma y su simpatía sin comparación. Hasta el mismísimo Rey Balttar, perteneciente a la quinta generación de los reyes de Persistlan, gozaba de sus chistes y su cálida compañía. Con Atalasia mantenían largas charlas en los jardines de palacio. Ella le enseñaba el arte de la lectura y le daba clases de literatura, historia y cultura, para que con esos conocimientos embriagara las mentes de los demás gnomos, y convirtiera a una raza trabajadora en una raza culta también. Algo sabía Atalasia, acerca del destino de aquella personita tan pequeña que caminaba junto a ella, y conocía con detalle lo que estaba por acontecer. Ella tenía la habilidad de ver el futuro y trasladarse hacia él con sus grandes poderes divinos, de modo de ver los acontecimientos que se cernirían en los Polimundos reinantes. Además, Rasper estaba en total desacuerdo con lo que quería hacer el malvado Paquít. Es por ello, que había alertado a la Diosa de sus planes, y ella había hecho lo mismo con todos en castillo.
Después de tantos años de preparación y perseverancia, un gran ejército de gnomos se encontraba atravesando los túneles subterráneos. En un completo silencio se iban escabullendo entre senderos de guerra, para recuperar lo que consideraban les correspondía por derecho.
¡La noche tan ansiada había llegado!
Los gnomos comenzaron su ataque en las camas de los caballeros, que supuestamente estaban durmiendo. Pero en cambio, se encontraron con hombres hechos de paja en sus aposentos.
¡Habían caído en una trampa!
¡Prontamente se encontrarían rodeados por los caballeros del Rey!
Rápidamente el gran Paquit, ordenó a sus camaradas abandonar las habitaciones de castillo y correr hacia los túneles. Pero al llegar a la salida esta había sido sellada con rocas.
¡Estaban atrapados!
Solo les quedaba ir hacia los patios de castillo, donde seguramente miles de caballeros los esperarían para despedazarlos por su ofensa al reino.
Y así fue como los gnomos encabezados por Paquit, se encontraron rodeados por miles de caballeros en los grandes patios de castillo, apuntándolos a muerte con sus arcos. Una furia enceguecedora recorría el torrente sanguíneo del líder de los enanos, y una impotencia enorme se arraigaba en su ser. El malvado Paquit, si bien era un conquistador y estaba cansado de vivir en las oscuras cuevas subterráneas, velaba también por la seguridad y prosperidad de su pueblo. Con una lenta mirada hacia atrás, observó como en las filas de sus nobles guerreros, la muerte y el miedo se habían instalado en sus ojos. Sabían muy bien, que si entraban en batalla las probabilidades de vencer eran ínfimas.
¡Estaban rodeados!
Desde las altas torres de castillo, cientos de caballeros de bronce los apuntaban con flechas sagradas de los Dioses. Capaces de atravesar cualquier tipo de armadura, como también así aquellas que estuvieran hechas por los herreros de las montañas Croben.
La muerte era el único futuro que veía el gran líder. Sabía bien que no podía entrar en batalla y salir victorioso. De repente, una voz divina y celestial resonó en su interior, acompañada de una calma que apaciguó su mente y su espíritu. Era la voz de la gran Diosa Atalasia, Diosa del tiempo y de la sabiduría; la cual lo instaba a dejar las armas y salvar a su pueblo, mostrándole lo que ella veía en su mente y como se sucederían los hechos.
Lentamente, el famoso Paquít fue dejando su espada y escudo en el suelo, e instó a todos sus seguidores a que hicieran lo mismo. Una lágrima brotó de su ser, cayendo por su mejilla hasta su frondosa barba negra, al reconocer que había llevado a su pueblo a la humillación, por ser descubiertos atacando el castillo del Rey de Reyes. Había ocasionado que los demás cinco reinos se enteraran de tal hecho, y que en un futuro cercano se negaran a comerciar con los gnomos de las cuevas montañosas. Nada sería como antes entre los gnomos y los humanos, pero el tiempo sabría perdonar tal terrible ofensa y las cosas tal vez volverían a la normalidad si una fuerza común los volviera a unir, algo así como la desconocida Fuerza Amhoniosa.
Si bien existían seis fuertes reinos en todo el Hexalcio, quien conservara la corona del reino de Perst, sería quien gobernara. Tomando las decisiones sobre los demás reinos, a pesar de las enemistades comerciales creadas a través de los años y los reinados de los anteriores portadores de la corona. Se podía decir que corría el rumor de una alianza secreta para terminar con el poderío del castillo Balttar. Para de esta manera provocar el surgimiento de un nuevo reino unificado bajo solo una mano, diferente a la que propiciaba la familia Balttar desde hacía ya tantos siglos.
Un caso curioso, fue el hecho de que nunca se supo nada más del ejército de quinientos Gnomos Guerreros, encabezados por el famoso Paquít. Luego de mucho años, y usando el poder de la creación, la Diosa Atalasia pudo averiguar lo que había ocurrido, después de que hubieran sido humillados en la batalla contra el castillo Balttar.
¡Una furia interna, carcomía las entrañas del famoso líder de los Gnomos!
En el camino de regreso hacia las cuevas de Meracía, el malvado Mago Ferendal se apareció ante ellos. Conociendo que la oscuridad se encontraba en todo el cuerpo de Paquít, el Mago del mal le prometió grandes poderes ancestrales para su notable ejército, si todos bebían de cierta esencia que él les proporcionaría.
¡No tenían nada que perder!—pensaba Paquit–.
Así que sin perder más tiempo, ordenó a todos sus gnomos guerreros que bebieran de la poción.
¡Nada ocurrió en ese instante!
El líder Paquít juntó a su ejército, y continuaron su largo camino hacia las Minas de Meracía, para volver a reunirse con el resto de Gnomos. Al anochecer, armaron el campamento de tiendas, para al siguiente día recorrer el corto trayecto que les restaba para llegar sus hogares. Durante la noche ciertos gritos fueron escuchados, y el famoso Paquít se levantó sobresaltado.
¡Se sentía raro y su cuerpo gozaba de una fuerza mayor!
Al mirar su cuerpo, este ya no era el mismo. Había sido corrompido por la oscuridad, así como todo su ejército. La esencia que les había proporcionado el Mago Ferendal, los había dotado de una fuerza sin igual, pero así también de la más macabra fealdad. Ahora los Gnomos guerreros, se habían transformado en un grupo de abominables Trolls, sirvientes de la oscuridad y del malvado Ferendal; relegados a pasar el resto de sus días en las oscuras montañas Pratvasor.
Volviendo a lo que estaba sucediendo en esta época presente, repentinamente el cielo se oscureció, la quietud se disipó y un grito de terror afloró desde la tierra misma. La maldad estaba ahí… Cientos de Trolls emergieron de sus cuevas portando armaduras diabólicas, junto a espadas forjadas con el poder de la más oscura magia. De sus monstruosas bocas, caían gotas de ácido que podrían perforar hasta el escudo más impenetrable. Sus ojos, grandes y tenebrosos, hacían que el miedo se instalara en uno y se paralizara el torrente sanguíneo.
El portador de la joya sagrada, montando a su unicornio, corrió aprisa al encuentro de Atalasia y sus caballeros, mientras los malvados Trolls lo atacaban y trataban de lastimar al sagrado animal.
¡No llegarían, el camino era muy largo y la Diosa no acudiría a su encuentro antes de que fueran devorados! Pero en ese momento de desesperación, Pesebú desplegando sus flameantes alas, de una infinidad de colores que el Diamante proyectaba, se alzó en alto vuelo, para que Trabis pudiera sobrevolar los cielos al encuentro de sus amigos.
Trabis debía volar a ciegas entre vientos y nubes negras, generadas por la presencia de la oscuridad en ese lugar. Cuando ya parecía que el peligro había pasado…, de repente, dragones alados monstruosos conocidos como Hersaves y sus jinetes, aparecieron de la nada. Al lograr divisar al portador de la sagrada joya, luego de un grito ensordecedor, se juntaron para derribar a Meltt y así conseguir lo que su malvado amo les había encomendado.
Ahora sí era el fin, los Polimundos sucumbirían ante el mal y la joya caería en las manos del Dios Morttan.
Pero cuando todo parecía oscuridad y las franjas de la muerte acechaban a los portadores de la luz divina, la imagen de Atalasia apareció en pleno vuelo junto a sus caballeros. Se libró una batalla en la que eran superados en número, pero aun así no desistirían frente al mal y pelearían hasta su última gota de energía cósmica, sabiendo que la maldad no podría gobernar esta tierra y los demás reinos del Hexalcio. Las fuerzas de las Diosa y de los sagrados caballeros se iban agotando, y una victoria estaba muy lejana de producirse…
En ese momento de desesperación y lucha, la hermosa voz de Atalasia resonó en la mente de Trabis:
—Usa el poder del Diamante y transportarnos lejos de aquí mi querido Meltt, eres nuestra única salvación, sino todos moriremos y el mal triunfará en esta tierra.
Él, sin saber bien que hacer, sacó de su bolsillo la joya, la cual no paraba de brillar intensamente. Observó cientos de lugares que se hicieron visibles en su mente, solo era cuestión de escoger uno para ser trasladados ahí, mientras la voz de Atalasia firmemente decía:
—¡Escoge, escoge rápido mi querido Trabis! Sino todos moriremos.
¿Qué hacer? ¿Dónde ir? ¿Qué pasaría si escogía mal?
Su mente estaba totalmente atormentada y no podía pensar claramente, si no se calmaba y concentraba rápidamente todo por lo que luchaban se vendría abajo. Pero cuando todo parecía perdido, recordó uno de los consejos de su anciano padre Tesladar:
—Hijo mío, siempre debes hacer lo que tu corazón te diga, escucha a tu corazón y todo será más sencillo.
De un momento a otro aparecieron en su mente unas tierras repletas de bosques, y un largo sendero que conducía hacia un gran valle entre montañas, donde a lo lejos un gran castillo se divisaba. Además, podía observar un gran río que bordeaba toda su extensión, donde un gran portón de madera maciza era su única entrada entre miles de caballeros que lo custodiaban. Pero no estaban a una distancia lejana, solo debían cruzar la gran arbolada del Bosque Élfico, donde unos grandes eternos árboles de antaño los esperaban, y en el lugar que residían los antiguos espíritus salvajes del bosque encantado.
Meltter Trabis.
El sol calentaba el rostro del futuro salvador de Perst, al tiempo que sus ojos se abrían lentamente. Ya no existían las nubes oscuras, ni los Trolls, ni los jinetes apocalípticos. Frente a él se desplegaba un bosque armónico y un cantar de aves, que llegaba a sus oídos en forma de una suave melodía enriquecedora. A su lado, Atalasia y los dos caballeros lo miraban esbozando una sonrisa en su rostro:
—Gracias Meltt nos has salvado y has descubierto uno de los tantos poderes de nuestra sagrada joya, ella te ha llamado y has respondido a su oculta magia, te has mimetizado en ella y te ha mostrado lo que tu corazón quería hacer.
Meltter Trabis.
Sir Lominor, de cabellera rubia y ojos claros, pertenecía a la nobleza del reino de Lastapur, donde el benévolo Rey Teologis gobernaba. Él había jurado defender a la Diosa y a los Polimundos reinantes de cualquier ataque de la oscuridad; poniendo su espada y escudo al servicio de quien fuera el portador del Diamante. El segundo caballero, era de cabello castaño y no procedía de la nobleza. Sino que era hijo de campesinos, y el Rey Balttar por su destreza con el arco y la flecha lo había acogido en su castillo, para que se entrenara y convirtiera en caballero. Lo que el Rey nunca develaría, es que este muchacho llamado Sir Blaides, era su hijo. El Rey Balttar, había mantenido un amorío con su madre en una noche de juerga fuera del reino, y todavía sentía una culpa infinita por ello.
Atalasia nuevamente agradeció a Meltt, le señaló el camino hacia el gran castillo, del cual se encontraban a solo dos días; y le dijo:
—Mi luz te seguirá iluminando, si necesitas mi ayuda solo toca el Diamante sagrado y ahí estaré. Mis fieles caballeros serán tu guardia hasta el castillo, donde te espera una cama cómoda y mucha comida para que recuperes tus fuerzas. Ya que ahí, solo es el comienzo de una larga aventura mí querido Meltt. Debemos reunir a los seis reinos en el castillo Balttar, y convocarlos para que sean testigos del poder del Diamante del tiempo, de modo que sean conscientes de que la oscuridad ha resurgido desde las profundidades de la tierra. No solo este reino, sino el destino de todo el Hexalcio se encuentra amenazado por las franjas de la oscuridad. Las criaturas vivientes del bosque, me han anunciado que en lo más profundo de las tierras oscuras de Angeldar, se está creando un ejército de Tarttianos. Nacidos de cruzar a los duendes del bosque élfico con hombres gnomo, dando lugar a una raza guerrera temible, con mucha fuerza y capaz de resucitar si no se les corta la cabeza. La magia del mal es muy oscura y por eso nunca deberá apoderarse del Diamante de poder. También Morttan, ha revivido a los Seis Jinetes Reptilianos de la Oscuridad. Los que junto a los Dragones de Hersaves representan una de las mayores amenazas para todo el Hexalcio de reinos, y más aún para el portador del flamante Diamante Adamasttel. En la creación cuando fue forjado, un fragmento de cristal negro se desprendió de él, alejándose muy lejos hacia territorios desconocidos por la misma existencia divina. Los infinitésimos cristales de la creación que desarrollaron una joya indestructible, se generaron en millones de colores. Pero ese fragmento quedo apartado del resto y vagando en el espacio tiempo, incrustándose en cada tierra de Polimundo que se creaba. Creció como un cáncer cuando todo era prosperidad y armonía en los diferentes Polimundos, logrando que los poderes de la oscuridad se mantuvieran vivos y latentes. Además, solo fue cuestión de que una figura humana de un corazón malvado la encontrara, para que el mal se instale y crezca en nuestra tierra y en los Polimundos restantes. Si el Diamante cayera en las manos del mal, y la pieza negra se incrustara en él, su color sería totalmente negro y su poder maligno sería indestructible. Ni los Dioses juntando nuestras fuerzas podríamos con él y viviríamos la eterna era de la esclavitud, los reyes caerían y todo lo creado sería corrompido y destruido.
Durante la noche, Meltt tuvo varios sueños que lo transportaban a diferentes lugares, donde miles de figuras humanas y no humanas se hacían presente. Lugares nunca vistos por el hombre, bestias y animales mitológicos y universos paralelos desconocidos para él, se recreaban en su mente como si quisieran llevarle un mensaje. Lo que el pequeño héroe no sabía, era que el poder del Diamante ya se estaba mitificando en su ser. A través de cada gota de tiempo que transcurría, la magia que encerraba la joya se iba desprendiendo, buscando una mente y un corazón noble que supiera comprender la complejidad de la existencia en la Primaria Dimensión.
Trabis se despertó. Abrió los ojos con los primeros cantos de unas aves que anidaban en la ventana precaria de la choza. Las cuales lo miraban como tratando de trasmitirle un mensaje de precaución, como diciéndole que debía irse rápido de ese lugar y que debería seguir su camino al castillo del Rey Balttar. Su conexión con el reino animal era formidable. Era como si sintiera por todo su cuerpo que la divinidad de la naturaleza misma fluía en su ser, como si en sus pensamientos se encontraran las necesidades de los seres animales y del reino vegetal.
Yéndonos del lugar donde Meltter se encontraba alistándose para el largo viaje y volviendo a las tierras oscuras, podíamos observar a los seis Jinetes Reptilianos (mitad serpiente mitad humanos), en pleno vuelo montando a sus dragones de Hersaves. Ellos pertenecían a las tierras oscuras de Angeldar, un lugar gélido y frío en plena oscuridad que no conocía la luz del sol. Se encontraba en las tierras del oeste, a donde ningún caballero había intentado o podido llegar por temor a la desconocida maldad que allí se estaba gestando. Estas bestias malignas, se encontraban viajando a través del pasadizo secreto que las tierras oscuras poseían. Para comunicarse con los reinos del Hexalcio, y así detener a Trabis robándole el poder del Diamante. Tenían la misión de llevarlo frente a su Rey oscuro en persona, y de este modo, obtener el control de todos los Polimundos reinantes. Gobernando la época de la oscuridad infinita, esclavizando a la raza humana, y a toda la infinidad de razas existentes.
Mientras tanto, Meltter Trabis se encontraba juntando sus pocas pertenencias y disfrutando del último pan de alfalfa que le quedaba en el fondo de su pequeño bolso; hecho de las telas más rupestres que se podían conseguir en el barato mercado de Perst. Sus acompañantes estaban montados en sus caballos, esperándolo para partir hacia el pintoresco Castillo Balttar. Pero lo que ninguno de ellos sabia, hasta el propio Meltt desconocía, era que el mal los estaba acechando muy de cerca y que no los dejaría por ningún motivo completar su peligrosa misión.
Trabis cabalgaba junto a los dos caballeros a través de las hermosas tierras cercanas al castillo, una infinidad de pueblos se alzaban a su alrededor y la gente que se encontraba haciendo tareas agrícolas los saludaba alegremente, no todos los días dos caballeros y un unicornio se paseaban por las afueras del reino.
La mente de Meltt se encontraba perturbada por los sucesos que habían pasado.
¡Él ya no era el mismo, había cambiado y todo se debía al poder de la joya!
Una piedra brillante que se paseaba por su mente mostrándole diferentes escenarios pasados y futuros, recorriendo mundos perdidos que solo los podría haber visto en su imaginación.
Llegados a una taberna en el pueblo, se dispusieron a comer y beber algo, ya que el largo viaje los había agotado. Danzas entre los pueblerinos se generaban, cantos de alegría y felicidad adornaban el salón.
¡Cuánto desconocimiento tenían estas personas del mal que se cernía en las afueras, y de la lucha que se estaba librando para salvar a los reinos del Hexalcio!
Después de beber bastante y de contar anécdotas caballerescas de rescate de doncellas, Meltt y sus amigos fueron a descansar a sus aposentos, donde los esperaba una suave y cómoda cama. Ninguna noticia se tenía de la Diosa Atalasia.
¿Qué hacía durante las noches la señora del tiempo? ¿Acaso necesitaría descansar?
Estas eran las preguntas que en la mente del pequeño campesino de Persistlan continuamente se manifestaban, buscando una explicación valedera que calmara su alma.
La noche se encontraba en silencio. Meltt era preso de sueños que lo llevaban desde su tierra a épocas pasadas. El eterno poder del Diamante, actuaba en él como un canal de energía que le revelaba secretos confinados al olvido, mostrándole diferentes realidades de la creación. Por ejemplo, vio una tierra habitada por hombres de cabelleras por el piso y provistos de tres ojos, dos en la frente y uno por detrás. Estos gigantes eran sabios pensadores que se la pasaban leyendo textos antiguos escritos en idiomas que él nunca había visto, no existían guerreros, y las mujeres tenían el pelo corto casi rapado y tres brazos con los que desempeñaban múltiples tareas cotidianas. No se los veía comer, sino que se llenaban de energía con la luz solar; y a la noche cuando dormían una luz brillante recorría todos sus cuerpos
¿Qué Polimundo era este que le mostraba el Diamante? ¿Dónde es que quería conducirlo? ¿Por qué lo había elegido a él de tantas formas de vida que coexistían en los diferentes Polimundos?
Sus padres nunca le habían dicho que era especial, solo le habían contado que en una noche de lluvia de estrellas lo habían encontrado bajo su puerta, con una nota que decía:
¡El poder divino de la creación sea con ustedes!
Como eran una familia humilde pero de un gran corazón, instantáneamente no dudarlo en criarlo como a uno más de sus hijos. Sintiéndose por dentro y en los años venideros con cierta hermosa felicidad, de la cual uno es incapaz de escapar. Y la causa de esta sensación, era Meltter Trabis, un noble chico de un corazón enorme, proveniente de los orígenes más remotos, que ahora se encontraba bajo su techo y su sabia custodia.
Meltter se despertó repentinamente, y oyó que la voz de la Diosa otra vez lo llamaba y le decía:
—¡Corre corre hijo mío!
Sin dudarlo un segundo, Trabis se levantó rápidamente y miró por la ventana. A lo lejos, nuevamente se veían venir los Jinetes Reptilianos montando a sus feroces Dragones de Hersaves. Sir Blaides y Sir Lominor, se encontraban levantados y preparados para la batalla. Sus espadas y escudos, hechos del material sagrado de los Dioses, habían comenzado a brillar de manera intensa. Avisándoles del peligro inminente al que estaban expuestos, tornándose aquellos de un color dorado resplandeciente.
Una nube negra se asentó sobre el pequeño pueblo. Súbitamente brotaron los dragones malvados de Hersaves, lanzando fuego sobre las chozas de los pueblerinos mientras aquellos corrían y gritaban, viendo como su pueblo ardía en el fuego y sus casas eran quemadas.
Eran tres dragones salidos de las profundidades de las tierras de Ángeldar, y sus Jinetes Reptilianos decían al unísono:
—¡Entréganos la joya y nos iremos poseedor del Diamante sagrado! Sino afronta las consecuencias y sufre una horrenda muerte.
Luego de escuchar estas amenazas, ambos caballeros, quienes habían jurado defender a nuestro querido Trabis, se lanzaron al ataque con sus espadas y sus corazones ardiendo por el clamor de la batalla.
La piel del dragón era muy gruesa para ser penetrada, y el fuego que lanzaba era muy peligroso hasta para la mejor armadura. Sir Lominor, en plena lucha resultó herido por la cola del dragón. Pero con su espada logró penetrar la coraza de escamas que protegían al gran animal volador. Para que después de un grito desollador, la bestia retomara vuelo alejándose. Lo que los caballeros no se habían dado cuenta, era que el otro dragón y su jinete se encontraban frente a la choza de Trabis, disponiéndose a quitarle el Diamante divino.
Meltter Trabis, siendo un joven y enflaquecido campesino, debería enfrentar a temibles dragones salidos desde las profundidades de las tierras oscuras. Con casi nula experiencia en combates, y sin poder haber desarrollado sus estudios en los campos mágicos de los hombres terrestres.
A medida que el fuego iba penetrando las débiles paredes de aquel precario recinto, la cabeza del enorme Dragón de Hersaves empezaba a asomar por entre la paja. Las piernas tambaleantes de Meltter comenzaban a sentir un enorme peso sobre ellas. Su cuerpo se encontraba paralizado, como si hubiera sido inyectado con el veneno de la más mortífera serpiente. El techo de paja se desprendía por el fuego del dragón, y el pequeño e indefenso Trabis se encontraba escondido tras una columna sin saber qué hacer.
¡Sus hechizos no eran tan fuertes aún! Además, no sabía usar los poderes ocultos del Diamante.
Pero al parecer, no estaba solo en esta riesgosa misión que recaía sobre sus delgados hombros. Con un suave canto del paraíso de los Dioses, la voz de la mística Atalasia entró en su pequeño ser:
—Busca en tu corazón y deja fluir tus pensamientos, no reprimas nada y libera tu poder, de este modo acabarás con las temidas bestias oscuras.
Tomando la joya con sus manos, Trabis cerró sus ojos y dejó que sus pensamientos fluyeran. Esta vez, el Diamante Adamasttel le mostraba la vida pasada de Atalasia. De cómo había tenido un hijo con un Dios Supremo, siendo su nombre: Meltter Trabis. Lamentablemente, Atalasia no había tenido más remedio que dejarlo en la puerta de sus padres adoptivos. Ella era la Diosa del tiempo y no tenía permitido tener hijos. Un ser de su misma sangre, podría manejar el tiempo también; obteniendo un gran poder que desafiaría a los Dioses de antaño.
Además, la Diosa no podría nunca revelarle a Trabis de la existencia de su padre. Sabía en lo más profundo de su ser, que si bien el Diamante era una fuerza a favor de la luz, si este cayera en las manos de un Ser Supremo malvado la oscuridad se apoderaría de él. Se perdería de este modo, la identidad Suprema que aquellos sabios Dragones creadores le hubieran concedido en el momento de su creación. La única forma de contrarrestar a la oscuridad, sería posible a través de una eterna fuerza que hasta ahora se consideraba pérdida. Solo con el famoso Poder de Amhón, la bondad podría retornar a un corazón sometido a la oscuridad. Pero muy lejos de invocar este poder se encontraban los Dioses de antaño. Esta fuerza pérdida se revelaría a su poseedor cuando las leyes cósmicas universales así lo dispusieran. Un enorme poder inundaría la esencia de quien fuera su portador, otorgándole fuerzas comparables a las de cualquier Megadios Oculto de la Creación.
Cierta luminosidad empezó a desprenderse de Trabis, al tiempo que rayos de múltiples colores se mostraban por toda la choza casi destruida. Un inmenso poder estaba brotando del pequeño héroe…
La garra del dragón a punto de terminar con su corta vida, y un destello lumínico que perpetuó.
¡Las fuerzas de la creación aparecieron!
El Gran Dragón Renaciente se manifestó ante él, haciendo que el tiempo se detuviera en ese instante.
Meltter seguía aturdido por estar casi al borde la muerte, y mirando fijamente al gran dragón le expresó:
—¿Por qué me has elegido a mí para llevar esta terrible carga? Existen un sinnúmero de caballeros que podrían haber sido más aptos para esta incansable tarea.
—¡Tú!—respondió el dragón con una voz grave—. Meltter Trabis, un largo camino te espera por delante y en el descubrirás el porque de mi elección divina. Y ahora, acabaré rápidamente con el mal que te atormenta, para que puedas guiar a los que te siguen en el largo camino hacia la victoria.
Al tiempo que terminaba sus palabras, su cuerpo comenzó a brillar como solo una enorme estrella puede hacerlo. Haciendo que esta luminosidad llegara hasta donde el otro dragón negro de Hersaves se encontraba. A medida que la luz de la creación se proyectaba sobre su oscuro cuerpo este se iba desintegrado, no quedándole otra opción que volver hacia las tierras oscuras de donde provenía.
Luego el Dragón Renaciente le dirigió una mirada y una reverencia al pequeño Meltt. El pequeño muchacho de Perst, no entendía nada de lo que estaba pasando y se encontraba aturdido por los recientes acontecimientos. Mientras la esencia del espíritu del Dragón que renace flotaba en el oscuro cielo, unas sabias palabras fueron dichas…, al ser divino que tenía la misión sagrada de proteger con su vida el cosmos:
—Portador del Diamante del Tiempo, una gran tarea te ha sido encomendada y es tu más ferviente labor llevarla a cabo. De ti depende la existencia misma de todos los Polimundos reinantes. Llevas contigo mi alma, y en las luchas que te esperan descubrirás que tienes poderes que en la vida infinita de los Dioses se han mostrado a ser alguno. Eres una creación perfecta, Meltter Trabis, poseedor de la joya del tiempo y la sabiduría.
Sin decir más nada, el gran animal de la creación desapareció detrás de una nube negra, y el sol volvió a salir en un cielo oscurecido por la maldad aflorada.
Las hordas del infierno ya se habían desvanecido, y un suave amanecer que calentaba un rostro en pena, se asomaba por sobre las colinas.
¿Qué nos escondía el pequeño héroe? ¿Qué terrible poder poseía que no había sido revelado aún?
Sería que, él tendría la tarea de librar al mundo del odio y la maldad. Tantas cosas rodeaban la mente de Meltt, que su interés por la creación y la vida misma se había incrementado.
¡Ahora sí, estaba dispuesto a cumplir con su sagrada misión!
Los caballeros montando a sus feroces corceles y el unicornio blanco sagrado (Pesebú), estaban listos esperando para seguir el largo camino hacia el gran castillo del Rey Balttar. No faltaba mucho, y la luz de Atalasia los guiaría por caminos protegidos por el poder del Bosque Élfico. Luego de agradecer a los aldeanos del pueblo por su hospitalidad, los valerosos aventureros emprendían la partida, regocijándose de su victoria frente a los Dragones de Hersaves.
En el largo camino hacia el castillo Balttar, Meltter que todavía se encontraba muy aturdido y desconcertado por lo sucedido, sin vacilar y sintiendo que le faltaba el aire, se dejó caer hacia el suave pasto que cubría todo el camino. Corrió rápidamente hacia lo que parecía ser un viejo árbol con raíces profundas y un gran tronco. Desde lo alto de aquel gran árbol, las ninfas y hadas del bosque observaban como la figura del portador del Diamante sagrado dejaba caer por entre sus mejillas unas suaves lágrimas, y con su pecho oprimido se retorcía en el suelo llevando sus rodillas al pecho.
¡Cuánta angustia pasaba por dentro suyo!
Él nunca se había imaginado que esta ardua tarea le sería encomendada, y menos aún que el destino de los Polimundos reinantes dependerían de su fuerza y entereza.
Hasta hace unos días atrás, él solo conocía: los bellos campos de Perst, a sus hermanos, la bella Geraldine, la taberna del pueblo, la Vieja Librería de los Secretos y a sus queridos padres.
¡Todo esto era su mundo!
Tenía total desconocimiento acerca de: los Polimundos reinantes, de los famosos Dioses y mucho menos de que existían los dragones sagrados de la creación, siendo él la reencarnación de uno de ellos.
Después de varias horas de viaje sin descansar y frente a un calor abrasador, descendía de los cielos una figura divina y se encaminaba a su encuentro.
¡Era Atalasia! Ella había venido a recibirlos en su último trecho hacia el gran castillo Balttar.