Grandes muros de altura protegían el castillo, un río de poderes mágicos bordeaba toda su extensión, y un gran puente de piedra de tiempos antiguos era la única entrada a él. A medida que Atalasia, Meltter, Sir Lominor y Sir Lacius, se iban acercando a las puertas de castillo, los caballeros del Rey se iban alistando en filas para defender las murallas de palacio de cualquier posible ataque.
Aquellos que acompañaban al portador de la joya, se encontraban a las puertas del gran castillo. Dispuestos a ser recibidos con una cálida y amorosa bienvenida…, o por lo menos era lo que esperaban.
El guardia de la torre principal, al verlos hizo que sus soldados a cargo levantaran armas y estuvieran alertas para repeler cualquier ataque, y con cierta voz grave exclamó:
— ¡Alto ahí forasteros! Presentaos y decid que los trae al gran castillo de su majestad, el Rey Balttar.
Así fue como Atalasia desplegando sus grandes alas y mostrando su brillantez, exclamó:
—¡Yo soy la Diosa Atalasia! Protectora del tiempo y sabía acompañante del portador de la joya de la creación. Hemos venido desde muy lejos. Nos urge ver al Rey por hechos que afectan la seguridad del reino. Ambos guardianes de la torre, estupefactos ante una presencia divina, corrieron rápidamente a abrir los grandes portones del reino. Sin tiempo para debatirse, como sería posible que una Diosa sagrada viniera a ver con tal apuro al gran Rey. Además, dieron orden para que todos los caballeros del reino guardaran sus armas, y rindieran homenaje a los Dioses sagrados que se presentaban a sus puertas.
El gran portón descendió lentamente. Cinco caballeros de armaduras plateadas se encontraban en las puertas de palacio, para escoltarlos ante la presencia del Rey.
Las armaduras de los caballeros podían ser de cuatro tipos: de bronce, las cuales eran duras e indestructibles frente a cualquier ataque. Habiendo sido forjadas por los mejores herreros de las montañas Croben. Después, estaban los caballeros portadores de armaduras de plata, que eran quienes defendían al reino de los ataques exteriores, además de ser expertos con la flecha y el arco. Por otro lado, teníamos a los caballeros dorados. Protectores principales del Rey y sus más leales consejeros en temas de guerra. Además, el brillo de sus armaduras era sorprendente y ellas habían sido forjadas por los tres magos del Hexalcio Reinal. Daban a sus portadores, además de una protección contra la magia del mal y los poderes oscuros, el poder de la luz. Con el cual, junto a su espada eran capaces de cortar y matar a cualquier demonio no viviente, y terminar con los espectros de las profundidades de la tierra. Conocidos por ser fervientes buscadores del poder del Diamante, para así desencadenar la época de la oscuridad infinita, bajo el mandato de su malvado Dios. Por último, se encontraban las armaduras divinas. Destinadas para ser portadas por los nueve Dioses, habiendo sido forjadas con el poder de la joya de la creación. Había una sola armadura, además de las nueve, que no tenía quien la portara y se encontraba perdida, esperando que un corazón de pureza mágica y sangre divina la encontrara.
¡Era la armadura del Dragón Renaciente!
La sala del Rey era dorada por donde de la mirara. Todo se encontraba bañado en oro, y en su centro había una gran mesa triangular donde el Rey y sus caballeros trataban los asuntos de guerra. Desde tiempos muy cercanos a la creación, aquella mesa fue forjada por uno de los magos más antiguos. Para que las decisiones que los primeros humanos tomaran en cuestiones de guerra, fueran hechas para el bien común y no en detrimento de la humanidad. Decía sé, que el primer caballero en empuñar la famosa espada Axtrelur, la cual era capaz de vencer a ejércitos enteros, fue participe en las decisiones que se tomaron en aquel lugar. Pero que luego, después de una feroz batalla, aquella fenomenal espada desapareció de una extraña manera, adentrándose en las profundidades oceánicas. Para ser hallada miles de años después por El Guardián, quien se encuentra custodiando la entrada al Planeta de los Megadioses Ocultos de la Creación.
Tras un estruendo y abrir de puertas, el Rey entró al gran salón. Acompañado de sus caballeros dorados, Bladimir y Geronte, dos nobles guerreros que mirando a sus invitados exclamaron:
—¡Sean bienvenidos a nuestro gran castillo! Los esperábamos con ansias venerados Dioses. Meltter Trabis, sabio protector del Diamante divino, y Atalasia, Diosa del tiempo y la sabiduría eterna. Dígannos en que podemos ayudarlos excelencias.
Atalasia, dirigiendo su encantadora mirada hacia el noble Rey, comenzó diciendo:
—¡Mi gran Rey! Hemos venido a advertiros del mal que se avecina sobre vuestras tierras. Un ejército de guerreros de las profundidades oscuras se dirige hacia aquí, comandados por el malvado Morttan. Se encuentran a menos de dos días a pie. He sobrevolado las ruinas de Tel Dhum Phur, y he visto a más de treinta mil Trolls y Tarttianos, junto a Jinetes Reptilianos montando a Dragones de Hersaves. Bien sabemos que se consideraban extintos, desde el momento que con la fuerza de la creación en otras guerras habían sido eliminados. Pero han sido revividos, gracias a la energía maligna de la pieza negra que se desprendió del Diamante del tiempo, en el momento de la creación. Os pregunto noble Rey: ¿con cuántos hombres es que contaís para la batalla?
—Tenemos cinco mil caballeros de bronce y tres mil caballeros de plata, junto a mis nueve caballeros dorados y los Magos Pretorio y Alucintes. Pretorio era conocido por dominar el poder del fuego, Alucintes por ser poseedor de la fuerza del aire, y juntos sus poderes se amplificaban notablemente.
—¡No serán suficientes!—dijo Atalasia—.
—¡Debemos reunir más hombres! La oscuridad ha resurgido desde las más remotas profundidades, y su fuerza y maldad se han incrementado. Debemos pedir ayuda al castillo del Rey Teologis, en el reino de Lastapur. Él cuenta con un ejército de siete mil caballeros de bronce, y además ahí se encuentran los quinientos Jinetes de CaballoFantes. Una fuerza consagrada en los tiempos, a la cual muchos han temido, encontrándose su renombre marcado en la historia. También residen en esa tierra de reyes antiguos, Sir Gerbasius (tío de Meltter) y el mago Tarlesías, poseedor del poder del agua y del hielo gélido de los polos de este Polimundo terrenal. Por otro lado, desconocemos si los demás tres reinos restantes prestaran su ayuda en esta guerra, que amenaza a todo el Hexalcio de reinos. Los gnomos de Meracía se encuentran escondidos en sus castillos subterráneos, y desaparecidos del comercio entre reinos desde hace ya muchos años. Esta situación, se generó desde que el codicioso Paquit trató de atacar las tierras del Rey Balttar III. Lo que originó la interrupción de cualquier comercio con los gnomos. Una ley establecida por Rudopért III Balttar, los exilió y confinó a sus minas oscuras por toda la eternidad de los tiempos. Por el lado sur del Hexalcio, encontramos las tierras de Abelácia, distantes y desentendidas de todo lo que pasa en los demás reinos. No reconocen tampoco la supremacía del Rey de reyes. Añorando volver a los tiempos en el que los Dioses se inmiscuían en la defensa de los intereses de cada reino en particular. Por último, los pueblos nórdicos se hayan pasando las altas montañas Pratvasor. Debido a las largas distancias que los separan, es que tardarían mucho tiempo en recibir la información acerca de la próxima guerra. Además, la Diosa Atalasia no confiaba mucho en las costumbres guerreras que aquellos tenían, desde que los primeros clanes se hubieran asentado en aquella fría e inhóspita región nórdica.
Pero a pesar de todas las enemistades entre reinos, la decisión final la tenía el Rey de reyes. Todos estaban obligados a responder a su llamado, en caso de que el Hexalcio Reinal se encontrara amenazado por una fuerza externa. Pero, aparentemente el noble Rey Balttar tenía otros intereses para su reino y el continuo dominio de los seis. Como hasta ahora y durante siglos, su familia había mantenido sobre todo el Hexalcio de reinos. Pedir ayuda le significaría una mancha en su reinado, de la cual luego se arrepentiría. Al parecer, con cada reino existían diferencias y pensamientos contrapuestos. Por ejemplo, las relaciones con el reino de Lastapur eran conflictivas y pertenecían a una historia muy cruda de guerras por la conquista de vastos territorios.
En tiempos atrás, en los que la humanidad no tenía conocimiento alguno de los sabios Dragones. En los que la creación de los Polimundos se estaba desarrollando, y las diferentes razas de la tierra solo conocían la existencia de su mundo. Momentos en los que los seis reinos se disputaban los territorios en luchas interminables, en las que solo la muerte era el resultado para muchos hombres y mujeres. Aquí en estos instantes, los Dioses siempre habían estado, manteniéndose al margen de cualquier disputa. Solo hacían sus apariciones ante algunos elegidos. Manifestándose como humanos en situaciones de indigencia, para que aquellos de un corazón puro y noble que los ayudaran, recibieran una mejor vida y nunca sufrieran los avatares de las enfermedades de la época. Eran considerados los elegidos divinos.
Joaquino X Balttar controlaba la mayor parte de los territorios centrales del territorio, en la desembocadura del Rio Talasir. Bizancio XII Teologis controlaba la mayoría de los territorios al norte, en donde dicho río tenía su nacimiento. Mientras que las tierras al noreste pertenecían a los pueblos barbaros, bien conocidas como Neilvindar. Por otro lado, las tierras al sur pertenecían a los nobles caballeros de Abelácia. Su reino poseía una vastedad significativa, donde el mar hacía eco sobre sus elevados riscos de piedra. Al noroeste podíamos encontrar las oscuras tierras de Angeldar. Allí, desde sus profundidades, brotaban los guerreros Trolls más poderosos. Siendo el lugar, donde el incipiente mal encontraba su máximo poder. En la región sureste, se hallaban las profundas cuevas y castillos de los Gnomos Guerreros. Un territorio, donde la mayor riqueza de metales preciosos de todos los seis reinos descansaba. Por último, al sureste se encontraba el Bosque Élfico. Un sitio donde la magia de los elfos y ninfas del bosque se manifestaba. Pero solo aquellos de un puro y noble corazón, eran capaces de atravesar su frondosa vegetación.
Atalasia, sabiendo esto y sin más remedio, se volvió hacia sus amigos diciéndoles:
—¡Queridos camaradas! Dejemos que nuestro gran Rey decida qué es lo mejor para su pueblo, y agradezcamos su recibimiento y hospitalidad.
La Diosa no confiaba en el buen juicio del Rey Balttar. De modo que, debía idear un plan para pedir ayuda al reino más cercano, a los extensos territorios de… Lastapur.
No existía otra forma para intentar vencer a un temido enemigo, que nunca debería ser sobreestimado. En una reunión secreta había convocado a los dos grandes magos del reino, para que usando sus poderes se comunicaran con el magnífico mago Tarlesías. Aquel, de marcado renombre entre la Orden de Magos, se encontraba en el castillo del Rey Teologis. Debiendo ser alertado inmediatamente, de una guerra que se encontraba próxima a las puertas del Castillo Balttar.
Usando un artilugio mágico de un gran poder, ambos magos unieron sus poderes. Una gigante esfera de luz se formó ante ellos, de la cual la imagen del mago Tarlesías se hizo presente.
Seguido de una gran pausa el mago Pretorio dijo:
—¡Oh gran mago y amigo! Estamos ante la Diosa Atalasia, ella nos ha traído terribles noticias. El enemigo ha brotado desde las profundidades de las tierras oscuras. Desconocemos en qué época ni tiempo, pero ha logrado sobrevivir gracias a un fragmento de cristal negro que se desprendió en el momento de la creación. Escuchád y atendéd nuestro ruego. El mundo que conocemos y el que no conocemos (el inexistente), dejaran de ser un todo si no unimos nuestras fuerzas y libramos batalla ante el mal que se avecina.
Tarlesías, de larga barba y túnica azul, se mostraba pensativo. Ante miradas de desconcierto absoluto, pidió ver la gran joya. Tenía que estar seguro para hablar con su Rey, y de este modo, responder al pedido de ayuda. No es que él desconfiara de los allí presentes, pero preparar una guerra no era una tarea sencilla. Una mala información, lo condenaría a la muerte. Debía estar totalmente confiado de que el Diamante del tiempo existía realmente, y no era un mito como se decía.
Meltter Trabis que se encontraba escuchando atentamente, tomo del bolsillo de su saco la joya y se las mostró al gran mago. El gran mago Tarlesias no pudo contener su gran emoción al verla. Lágrimas de colores, corrieron por sus mejillas. Luego secándolas de a poco y reincorporándose, exclamó:
—¡Gracias por hacer de este momento uno inolvidable! ¡Claro que combatiremos en la batalla que se avecina! Con el conocimiento de que la joya de la creación está de nuestro lado, nuestros enemigos sucumbirán y encontraran el camino hacia las profundidades de la tierra.
Meltter Trabis, lentamente volvió a guardar la joya sagrada en lo profundo de su bolsillo y le dijo al gran mago:
—Nuestros ancestros, han luchado eternamente para defender esta tierra sagrada del mal resurgente. Hoy, en tiempos de guerra, no debemos temer. El poder de los Dioses esta de nuestro lado, y usando el Diamante del Tiempo lograremos ganar esta batalla y todas las demás que socaven nuestro Polimundo.
—Querido Meltt, existe mucha sabiduría en tus palabras. Está en mí, el gran mago Tarlesias, servir al portador de la joya sagrada y defensor del magnífico Hexalcio Reinal. Es por esto, que contarás con mi mágico poder y con la fuerza de los incansables Jinetes de Lastapur. Desconocemos el futuro que nos depare esta guerra por la Hexalcianidad, pero sí estamos dispuestos a luchar con todas nuestras fuerzas. Aquellas franjas del mal dispuestas a terminar con el reinado del hombre en la tierra, no resultarán victoriosas. Con la ayuda del poder de los Dioses y del Diamante del Tiempo, lograremos nuestro fin sagrado.
¡La ayuda ya había solicitada!
Solo restaba esperar a que los hechos se desencadenaran. El gran mago, había prometido por el fuego sagrado dar una respuesta para el anochecer. Lo malo de esta situación, era que esto retrasaría la llegada de los caballeros del norte, sobre una guerra que se mostraba sobre las puertas de palacio.
¡Se debía actuar rápidamente! ¡Había mucho que planificar!
Los preparativos para una guerra de tal magnitud implicaban: poner a resguardo a mujeres, niños y ancianos, fortalecer todas las entradas de castillo, y comenzar a hacer más espadas, lanzas y escudos. Los valerosos caballeros seguidores del Rey Balttar, y todos aquellos jóvenes que pudieran empuñar una espada o lanza, deberían ser partícipe en la lucha por el Hexalcio de Reinos.
Meltt se encontraba caminando solo por los grandes salones del castillo. Una mujer de largo y sedoso cabello, lo tomó de manera repentina del brazo y lo llevó a un cuarto aislado.
¡Era Atalasia!
La Diosa, quería que Trabis utilizara el poder del Diamante para ver que incierto futuro les deparaba a los reinos del Hexalcio. Además, Meltter debería observar quién sería el vencedor en la próxima guerra. El joven campesino, no sabía usar sus poderes aún, para realizar aquello que se le solicitaba.
¡No tenía idea de que mirar en la joya!
Si bien, Atalasia tenía visiones del futuro cercano, estas eran poco precisas y podrían crear una gran confusión en el mundo real. Además, con su intervención como Diosa del Tiempo y de la sabiduría, sería capaz de influir sobre el real acontecer de los hechos. Lo cual, podría devenir en una situación más propicia para el bien, pero también existía la posibilidad de darle mayor poder al señor oscuro. Hasta podía confinar a los Dioses a una prisión como la de los Tiberttanos. Aquellos que en tiempos lejanos fueran Dioses guerreros, pero por sus malos actos de guerra contra los Polimundos reinantes, tuvieran que ser encarcelados por la eternidad de los tiempos.
Y así, mirando a Meltter como toda madre puede hacerlo, dijo:
—¡Yo te ayudare mi querido hijo! Abre tu mente y despéjala de cualquier pensamiento que te atormente. Déjala en blanco y toca el Diamante de poder con ambas manos.
Meltter nunca había tomado el Diamante con sus dos manos. Tampoco se le había cruzado por la cabeza que algo así podría liberar su verdadero poder.
El pequeño Meltter Trabis hizo todo tal cual se lo solicitaban. Al tocar la joya, un fluir de acontecimientos se generaron en su mente. Observó a su familia siendo asesinada por Dragones de Hersaves. A su pueblo incendiado y a un ejército de caballeros que se encontraban dentro del palacio muertos. Además, el noble Rey Balttar se encontraba colgado desde su cuello en la sala de la mesa triangular. Solo unos pocos habían logrado sobrevivir y escapar hacia las altas montañas Pratvasor: la Diosa, él mismo, tres caballeros dorados y dos magos.
—¡Es nuestro fin! ¡Nunca los derrotaremos, estamos perdidos! Madre querida, tú me pediste que siempre fuera fuerte. Pero en este incierto momento, siento que mis fuerzas enflaquecen enormemente, mi mente no se encuentra preparada para cumplir con mi destino. Una enorme responsabilidad recae sobre mis hombros. Mi corazón late por la salvación de los seis reinos del Hexalcio, pero mi humanidad despierta en mí los temores más sofocantes y extenuantes que puedan existir, acerca del futuro que nos depara la Gran Batalla por la Tierra Reinal.
Atalasia, soltando su mano exclamó:
—¡Siempre hay esperanza! Cuando el latido de un corazón goza de una pureza infinita, las fuerzas de la creación se manifiestan. El miedo más sombrío, se disipa como la densa niebla en un mar de oscuridad. El poseedor del Diamante creador no debe temer, y confiar en que su fuerza nace de la misma simpleza que lo conforma, la humildad de un Dios.
Trabis se había quedado sin palabras, sin saber que decir ante lo que su madre tan fervorosamente le explicaba.
—¡YOO…, un Dios! ¡Eso es imposible! Soy un simple campesino que apenas puede blandir una espada de caballero.
—¡CLARO QUE NO MELTT! Tú eres mi hijo. Tus padres te han cuidado cuando yo no podía hacerlo. Porque crees que tienes poderes mágicos que nunca has usado. Posees una fuerza superior a cualquier otro hombre mortal, tú eres el Dios del Tiempo ahora y debes cuidar de todos nosotros. Esperaba dejar esto para la guerra, pero creo que ya es tiempo de que las tengas. ¡Aquí están tus alas hijo mío! Úsalas con sabiduría y lleva el mensaje de paz a todos los rincones del Hexalcio Reinal.
—¡Pero en este futuro mi familia muere! ¡Debo salvarlos madre!
Trabis, seguía sin entender como se le ocultó la verdad tanto tiempo sobre su origen y nacimiento. Cómo es que nunca nadie le había comentado que la sangre de los grandes Dioses corría por sus venas. Aquel pequeño adolescente, criado bajo los lazos de la campesinidad, se encontraba totalmente abatido. Sin las fuerzas suficientes para ser, lo que su fortuna le deparaba. Pero no eran tiempos de lamentos.
¡Su familia corría un grave peligro!
Meltter, debía convertirse en lo que su destino lo llamaba a ser. Y de este modo, lograr salvar a sus seres más queridos.
Meltt, recobrando lentamente su respiración, dijo:
—¡Debo ir a salvar a mi familia madre! Volaré con mis nuevas alas y utilizaré el poder del Diamante. A través de la energía que fluye dentro de mí, eliminaré al ejército de guerreros oscuros. Tarttianos y Trolls, encabezados por Jinetes Reptil, serán masacrados y sentirán la fuerza del Dragón.
—¡Esta bien hijo mío! ¡No estás solo en esta lucha! Yo misma iré contigo. Solicitaremos la ayuda de los grandes magos y los caballeros de plata. Ellos estarán dispuestos a ayudarnos. Para de esta manera, deshacernos definitivamente de las hordas del mal.
Atalasia, Meltt, el Mago Pretorio, y cien caballeros plateados, se dirigían hacia el poblado de Persistlan. Los caballeros plateados, montaban sus nobles corceles a toda prisa. Los Dioses y el mago Pretorio sobrevolaban los cielos, con la intención de llegar antes y detener al ejército maligno de las profundidades oscuras. Pero, hay algo que desconocían. Una ingrata sorpresa les esperaba, se dirigían a una trampa mortal…
El poderoso Trabis, surcaba los cielos a toda prisa. El creciente temor por la seguridad de los suyos y del pueblo que lo había cuidado desde su llegada, no dejaba de perturbar sus pensamientos.
Al pasar por los eternos Valles de Kalumi, pudo divisar un incesante fuego en el pueblo. Jinetes Reptilianos, atravesaban los cielos montando a Dragones de Hersaves, impartiendo el miedo y atacando a los indefensos aldeanos.
Una energía indescriptible brotó de la pequeña figura del Dios del Tiempo, mientras con una voz que ya no era la de un pequeño campesino, exclamó:
—¡VENID CONMIGO ALTOS CABALLEROS PLATEADOS! ¡AHORAA EMBESTID CON FURIA AL ENEMIGO!
Trabis se llenó de una energía divina y un brillo que superaba al sol mismo. Su corazón latía como si fuera a salirse de su pecho. Volando como una flecha atacó a las bestias Tarttianas, atravesando sus fuertes corazas y escudos como si fueran de agua clara. Cientos de Tarttianos fueron masacrados, y los caballeros plateados terminaron con aquellos que todavía intentaban arrastrarse por el árido suelo ensangrentado.
¡Pero eran miles y miles! ¡Las fuerzas del mal nunca descansaban!
Los caballeros, lanzaron un aluvión de flechas que logró reducir las fuerzas enemigas. Todavía los superaban en gran número, y los pueblerinos seguían huyendo y escondiéndose de un mal perverso que los atemorizaba. Atalasia junto a los caballeros plateados, se dispusieron a atacarlos por un flanco que estaba descuidado, y de este modo, lograr el efecto sorpresa. La Diosa, con su magia de luz y su larga vara dorada, luchaba sin cesar contra diez Tarttianos a la vez. Los caballeros, cortaban cabezas de Trolls sin sufrir rasguño alguno. Ellos no poseían armaduras doradas, pero eran caballeros muy poderosos, siendo capaz un solo plateado de dar batalla contra cinco Trolls a la vez.
Meltter, se había debilitado mucho por su gran ataque de luz. Su caída desde el claro cielo, había sido amortiguada por el techo de paja de una precaria choza. Acostado y con sus ojos cerrados, como si estuviera soñando, escuchó la dulce voz de Geraldine que lo llamaba con una gran desesperación.
Su amada, alcanzó a tomarlo con gran fuerza del brazo:
—¡Aquí estoy mi amor, ya no debes temer porque mi mágica luz está contigo! Eternamente seremos dos estrellas que brillarán en la inmensidad del cosmos. Lucharemos contra la oscuridad en todo momento y mantendremos el equilibrio entre Polimundos. Ahora, es momento de que reveles tu gran poder mi amor. Con él, despertarás la magia de la creación que vive en ti, y nos salvarás de esta terrible situación. ¡Despierta, amor mío! ¡Llénate con el famoso poder del Diamante sagrado! Él te ha elegido sabiamente. Debes levantarte y luchar, luchar hasta el cansancio, y de esta forma podremos alcanzar la virtud eterna de los grandes Dioses. Mi corazón late fuertemente por ti, como una estrella que brilla eternamente en el vasto cosmos. Siempre te protegeré, y estaré a tu lado para encender la llama eterna que recorre todo tu cuerpo terrenal.
Las palabras de su amada, sonaban en su interior y le otorgaban las fuerzas necesarias para continuar. La mágica energía de la creación, comenzaba a fluir otra vez por su interior, para retomar la lucha contra las malvadas criaturas de las tierras oscuras. Si bien, no se tenía conocimiento aún de la Fuerza Amhoniosa, era en estos momentos donde los alcances de su magnificencia se manifestaban.
Y entonces, el Diamante que estaba en el bolsillo de Trabis, se encendió nuevamente con la brillantez de las estrellas. Aquel que portaba la joya sagrada, recobró sus fuerzas para levantarse y alzarse en vuelo.
Al otro lado del pueblo, los caballeros plateados peleaban por su supervivencia. Sus fuerzas comenzaban a flaquear, no podrían resistir mucho más bajo estas condiciones. Era necesaria una gran fuerza externa que acudiera en su ayuda. Atalasia y el Mago cruzaron sus miradas. Alguien más debía acudir a la batalla.
La Diosa, se elevó hacia donde las nubes rozaban sus mejillas. El canto más armónico jamás visto brotó desde la comisura de sus labios. Unas bellas notas que llegaban hasta las altas montañas de Tel Dhum Pur, retumbando en sus empinados riscos.
De esta manera, solicitó la ayuda de las grandes aves que habitaban en aquel lugar. Una respuesta inmediata provino de las grandes montañas. Centenares de aves, de un brillo esplendoroso, comenzaron a salir de sus cuevas y emprender un vuelo rasante, hacía el lugar de origen de la mágica melodía.
Las Akunes, arrasaron con el ejército del mal. En pleno vuelo, sorprendieron a los horribles Trolls y desgarraron todas sus extremidades. Levantándolos en el aire los arrojaron hacia el oscuro agujero de donde habían salido. Los Jinetes Reptilianos, viendo que eran superando en gran número, ordenaron a sus tropas que huyeran hacia el noreste. Allí, se encontrarían con el gran ejército que estaba a ton solo un día a pie de castillo. Comandado por el maligno Dios Morttan.
Contaba la leyenda, que en las grandes montañas del este, donde ningún hombre era capaz de sobrevivir debido a las grandes alturas de sus picos nevados, y donde una civilización muy antigua preexistente a este tiempo había florecido y creado grandes castillos, que ahora se mitificaban en antiguas ruinas; allí ahora habitaban miles de grandes aves consideradas por los antiguos reyes como aquellas más cercanas a los Dioses, y por ende, tocadas por su cosmo divino. Y esto no estaba muy alejado de lo que la realidad solía ser, ya que, en el tiempo en que los Dioses no tenían contacto con los humanos en su forma divina, si lo hacían con estas aves sagradas a las cuales las habían dotado de una fuerza incalculable y de una extremada inteligencia en el arte de la guerra. De un blanco plumaje, con una armadura de color plata que las protegía contra los ataques de los Dragones de Hersaves, y afiladas garras compuestas de Acero Caltrinio. Un material capaz de cortar cualquier tipo de armadura, y perforar las duras escamas de los dragones al servicio del Dios sin luminosidad divina.
Las fuerzas del bien se sentían triunfantes, pero a costa de una gloria momentánea. El ejército oscuro, seguía en camino hacia el gran Castillo Balttar. La batalla por el Hexalcio de Reinos estaba por comenzar…
El Rey Balttar, se encontraba impaciente por no saber de la Diosa y de lo ocurrido en el poblado cercano. Además, sus mensajeros todavía no tenían noticias y sus presagios no eran de los mejores.
Cayendo la fría noche y ante el ocultamiento de los rayos de luz, un último resplandor plateado pudo verse acercándose a toda velocidad. Cincuenta caballeros plateados, Atalasia, el Mago Pretorio, y Meltter Trabis junto a Geraldine; retornaban a castillo luego de la feroz batalla.
El Rey hizo sonar las trompetas, las puertas de castillo se abrieron, y una gran multitud salió a su recibimiento. Los heridos en batalla fueron curados, y a los caídos se los conmemoró con una significativa ceremonia.
El Rey se encontraba mirando a todos los presentes. Luego de un leve garganteo, comenzó su discurso:
—Mis queridos caballeros, Diosa, Mago, y tú, poseedor de la gloria de la creación; vuestra valentía ha traído honor y gloria a nuestra casa. Bien sabemos que nos encontramos a la espera del enemigo, pero en vano es no festejar esta grandiosa victoria. Es por ello, que os invito a todos cuando el sol se oculte, a los grandes salones de palacio. Os prepararemos un gran banquete en conmemoración de esta gran victoria.
Ya en sus cuartos, la Diosa y el Mago Pretorio, se debatían acerca de la ceguera del gran Rey, al preparar una celebración cuando la muerte los acechaba. En eso, el Mago Alucintes, el cual no había acudido a la batalla, entró a la habitación con nuevas noticias.
Se había escuchado una respuesta del Mago en Lastapur. Y esta, decía así:
—¡Acudiremos en ayuda del castillo Balttar! ¡El alto reino de Lástapur responderá! ¡TENDREMOS GUERRAAA! Nuestro noble Rey, ha ordenado que miles de hombres junto a Jinetes de Caballofantes marchen hacia el castillo Balttar. Además, yo mismo en persona iré a guiarlos en esta gran batalla. Estaremos ahí al segundo día de que se ponga el sol, y llegaremos por las montañas del oeste.
El paso por aquellas montañas que dividían los territorios de Persistlan y Croben, era un corto tramo. Pero la geografía que impregnaba su recorrido hacia que fuera muy difícil atravesarlas. Varios valientes jinetes que habían intentado cruzarlas antes, habían perecido en el intento. Si optaran por tomar el camino más largo y seguro, a través de los eternos Valles de Kalumi, al llegar al Castillo Balttar solo encontrarían las ruinas de este. Hallarían a una civilización dominada por las franjas oscuras del Hexalcio Reinal.
El paso alto entre las tierras de Croben y el poblado de Perst, era la opción más rápida para llegar. Solo debían cruzar el margen inferior del río Talasir, que en esta época del año no tenía más de medio metro de caudal, y sorprender por detrás a las franjas de la oscuridad. Esperando que no fuera demasiado tarde y que las defensas impenetrables del castillo Balttar, pudieran resistir hasta su llegada.
Meltter, se hallaba en sus aposentos de castillo junto a la hermosa Geraldine. Sus heridas habían sanado y su prometida lo miraba con cierta preocupación en su rostro, imposible de ocultar.
¿De dónde habían salido sus alas y cómo era posible que volara? ¿Qué poderes ocultos poseía y por qué nunca se los había contado? ¿Por qué ahora su piel tenía un brillo diferente, y quién era Atalasia que se hacía llamar su madre? ¿Qué misterio encerraba la joya que traía en su bolsillo, y por qué nadie más que él podía tenerla y tocarla?
Sin duda alguna, Geraldine, amaba con todo su corazón a Meltter Trabis. Su amor, se esparciría como un rayo cósmico a través de los confines del universo. Protegiéndolo en todas las guerras que librara, a favor de la paz en todos los reinos del Hexalcio.
Al paso que se iban generando todos estos pensamientos en la mente de la joven mujer, sus ojos comenzaban a impregnarse de lágrimas y su rostro mostraba cierta desesperación. Meltter Trabis, que la amaba con todo su corazón, al ver dicha situación, no sabía qué hacer para consolarla.
Comenzó diciendo:
—¡Mi amor! He descubierto un gran poder en mí, una gran carga me ha sino encomendada, y el destino de la humanidad ha sido puesto sobre mis hombros. Es mi deber, guiar a nobles caballeros, Magos y Reyes, a una batalla que definirá el futuro de la vida en todo el Hexalcio Reinal. Es por esto, que debemos destruir al malvado Morttan. Él ha permanecido vivo durante millones de años, gracias a un fragmento negro que se desprendió del cristal de la creación.
—Es que me resulta muy difícil poder entender todo lo que te ha ocurrido. De un momento a otro, pasamos de tener una vida ordinaria a vivir en un castillo con todos los lujos. Aparte de eso, ahora tienes la misión de salvar al reino de la oscuridad. ¡Mi desconcierto es enorme amor mío! Pero aun así, me siento totalmente halagada de ser tu prometida. ¡Por favor, cuídate mucho en esta guerra reinal! Yo esperaré tu ansiado regreso a mis brazos, y te seguiré amando por el fin de los tiempos. Juntos seremos Dioses eternos, que como dos estrellas incandescentes, alumbraran la vida de aquellos a los que protegemos.
El gran banquete estaba a la orden de los allí presentes, y los caballeros dorados eran los primeros en degustar los placeres que se les servían, junto al glamoroso Rey. Atalasia y Meltter, junto a Geraldine, fueron los últimos en aparecer…
Un gran silencio se generó en el salón, y a la voz de… VIVA LOS DIOSES, todos rieron, cantaron y celebraron. Ninguno se había despojado de su armadura, y la Diosa había recibido un regalo de su preciado hijo. Este, le había hecho entrega de una larga túnica que se podía utilizar debajo de su armadura, y que además estaba constituida por el material más fuerte en todos los Polimundos reinantes, Adernasium. Esa bella túnica, había sido entregada a Meltt cuando tan solo tenía diez años. Su madre, le había contado que había pertenecido a su tío abuelo, Sir Drasttien Rodbury. Con ella, había defendido el reino de Listtingart (gobernado por el gran Garra de León durante mucho tiempo), ya que, ninguna espada ni lanza podía atravesarla.
El reino de Listtingart, había desaparecido sin dejar rastro alguno. Había sido borrado de todo mapa que pudiera ser conocido en la existencia humana. Contaban los más ancianos comerciantes, que aquella civilización se había esfumado entre un mar de tinieblas, presa de un poderoso encantamiento. Sus grandes castillos, habían sido transportados a otro Polimundo del cosmos, encontrándose ubicada en algún otro Universo desconocido por los Dioses.
Volviendo al gran salón de castillo, todos contemplaban la hermosura de la prometida de Trabis, la bella Geraldine. Pese a no haberse preparado para la ocasión, ni reparado en arreglarse mucho, por la crítica situación que pasaban; su extrema belleza inundaba el lugar. Llenaba los ojos de aquellos que la observaran, de una gloria y paz infinita, los sentimientos más necesarios en este momento de riesgo infinito. Si bien eran tiempos de festejo, tan solo a un día a pie las fuerzas del mal marchaban a toda prisa. Se les habían sumado en el camino los Azurdens, los cuales habían permanecido esperando el llamado del Dios Morttan desde las hermosas costas de Abelácia.. Si el gran Rey de este noble reino no ofrecía resistencia al paso de estas fuerzas fantasmagóricas, seguramente se unirían al ejército de Tarttianos, Trolls y Jinetes Reptilianos; provocando que la guerra por el Hexalcio de reinos se incline a favor de las franjas de la oscuridad. Los Azurdens son espíritus errantes, confinados a surcar los mares eternamente, por orden de los nueve Dioses del paraíso. Estas fuerzas fantasmagóricas, furiosos por aquella decisión ancestral tomada, ahora se dedicaban a navegar en navíos tenebrosos los vastos océanos, robándole a marineros solitarios y a barcos indefensos. En su flota se encontraban unos cientos barcos, y cada uno de ellos tenía una tripulación de cientos de hombres sentenciados a muerte por los Dioses. Y ellos, habían puesto su servicio en la guerra en nombre del maligno Dios Morttan, el cual le habría prometido grandes riquezas y tesoros si se le unían contra la humanidad y los Dioses.