La gran fiesta ya era cosa del pasado. En el castillo, los primeros rayos de sol comenzaban a atravesar las altas ventanas. Era un bello amanecer, previo a lo que sería una de las batallas más decisivas por la supremacía en todo el Hexalcio. Mientras tanto, el mal seguía avanzando. Al anochecer estaría en las puertas de castillo, para terminar con el dominio de los humanos en la era de la Hexalcianidad.
Los guardias que custodiaban las torres, atentos a cualquier hecho que sucediera, vieron llegar a toda prisa a un mensajero gritando desde su caballo:
—¡Abrídme abrídme las puertas! Traigo noticias urgentes para el Rey.
El mismísimo Balttar, se encontraba en sus aposentos y despojado de su fuerte armadura. Al ser avisado de la llegada del mensajero, se levantó rápidamente de un salto de su gran cama acolchonada. Acudió con su bata real puesta a los grandes salones de palacio, donde el mensajero lo esperaba ansioso...
Los pisos de palacio habían sido recién encerados y desprendían un brillo magnífico. Lo cual, casi le propugna al noble Rey una gran caída. Al llegar a donde el agitado muchacho se encontraba, y diciéndoles a uno de sus lacayos que le trajeran un poco de agua al joven, os pregunto serenamente: ¿cuáles son tales noticias tan urgentes que han despertado a todo el castillo entero?
—Espero no me hayas arrastrado en vano hasta aquí muchacho. Si tu mensaje no reviste una importancia considerable, mandaré que te den cien latigazos en todo tu cuerpo al desnudo.
El muchacho habló, dirigiéndose a su majestad y a los caballeros presentes:
—Mi señor, un ejército de treinta mil Tarttianos y Trolls, de una mirada oscura y atemorizante, se encuentra muy cerca y al anochecer llegaran a palacio. También los acompañan Jinetes Serpiente montando a Dragones de Hersaves. Además, por las costas de la bella ciudad de Abelácia, una flota de cien barcos con una tripulación de espectros sentenciados a muerte (Azurdens), se acercan velozmente. Han anclado en su costa, y miles de botes han desembarcado en sus bellas playas.
El Rey, al escuchar estas terribles noticias, se sentó, suspiró, y dijo:
—Eran ciertas las advertencias de la Diosa Atalasia, que los Dioses se apiaden de nosotros y nos amparen. Este será el fin del hombre y de la vida en la tierra. Pero, no os moriremos sin dejar de luchar, hasta el último aliento del guerrero más fuerte combatiremos.
Y llamando a uno de sus caballeros de oro, conocido en el reino como Sir Laccius, le dijo:
—Reúne rápidamente a los demás caballeros dorados, Magos y Dioses ¡A TODOS! Definiremos la estrategia de guerra, seremos vencedores o moriremos luchando. Y convoca a todos aquellos que sean capaces de empuñar un arma, y llevadlos a los salones de guerra para que los vistan y preparen para la batalla. Mujeres y niños, deben ser llevados a las cuevas subterráneas de castillo para su protección.
Lo que el Rey desconocía, era que Morttan le había dicho a su Mago Oscuro (Ferendal), que desplegara tropas subterráneas a través del paso de las minas de Meracía. De este modo, lograrían el efecto sorpresa, y atacarían el palacio desde debajo de la misma tierra.
Las minas de Meracía, eran conocidas por la cantidad de piedras preciosas y diamantes que allí abundaban. En el devenir de la historia de reinos, los testarudos Gnomos habían acumulado enormes fortunas en sus cuevas subterráneas. Además de pertenecer a una formidable raza guerrera, se dedicaban al culto de la minería. Sus bóvedas, se encontraban repletas de oro, plata y piedras preciosas. Incalculables valores comerciales estaban siendo custodiados de una inmensa cantidad de enemigos despiadados. Sus fortalezas, eran impenetrables.
Caía el sol y miles de guerreros plateados se encontraban protegiendo los altos muros de castillo. El Rey, junto a sus caballeros dorados y cientos de caballeros de bronce, se encontraba en la torre más alta observando el horizonte, a la espera del temible enemigo. También había muchos jóvenes campesinos y ancianos, que habían sido provistos de armas y armaduras sin siquiera conocer el arte de la guerra, y de hasta cómo empuñar una filosa espada. Atalasia, los Magos y Meltt se encontraban en la torre opuesta a la del Rey, para que ambos flancos se encontraran cubiertos y resguardados. La bella y dulce Geraldine se encontraba en los refugios subterráneos de palacio, junto a las demás atemorizadas mujeres y niñas de sedoso cabello. Estaban al abrigo de un gran caldero, conteniendo el inmenso llanto de las más afectadas por el temor a la guerra.
El emblema del Rey, flameaba a causa de los grandes vientos del sudeste. Las primeras pesadas gotas de lluvia comenzaban a caer, tocando los tensos rostros de los caballeros. Sin dar aviso alguno, un gran estruendo resonó en todo el reino, y un rayo se estrelló muy cerca de castillo. Todo el valle se iluminó como si fuera de día, mostrando a un ejército de treinta mil bestias Tarttianas y Trolls a cien metros del palacio. Esperando en filas perfectamente armadas, con rostros de odio y sed de batalla. Además, el grito de los grandes dragones desgarraba el alma y penetraba hasta los huesos, haciéndose sentir el miedo en cada parte del cuerpo, y hasta dudándose del éxito en esta feroz guerra desigual. Muchos caballeros estaban pensando en abandonar su puesto, para poder vivir un día más.
Fue en este momento de oscuridad, cuando Atalasia y Meltter desplegaron sus grandes alas. En ese instante único, sobrevolaron las torres llevando en sus manos la joya de la creación.
La intensa brillantez del Diamante, iluminó las caras de cada aterrorizado caballero. Cada mirada fue dirigida a los Dioses, y cierta energía nunca antes vista recorrió cada parte del cuerpo de los que allí se disponían a luchar por su reino. Los miedosos rostros de los caballeros, se llenaron de una increíble fe en sí mismos. Era como si ahora, cada uno tuviera la fuerza de diez hombres y la entereza de un ejército. Este era el poder divino, esta era la fuerza del gran Melttrab, el inmenso Dios de Persistlan.
Y así fue como, mirando a cada uno de los que allí se disponían a prestar su espada al servicio del reino, los Dioses exclamaron:
—¡Luchád luchád mis nobles caballeros! Viviremos una vida hermosa, pero hoy debemos terminar con las franjas oscuras. Nos superan en número, pero tenemos algo que ellos no podrán poseer nunca…
Meltter Trabis, en pleno vuelo, volvió a iluminar las caras de los presentes con el gran Diamante del Tiempo. La energía que se generaba cuando el Diamante se hacía presente, no gozaba de descripción alguna posible. Era como transportarse hacia un mundo mágico, que te cobijaba con sus fuertes brazos, y te mostraba toda la bondad de la existencia misma.
Meltter, haciendo buen uso del poder que le fue otorgado, les dijo:
—¡Esta es la joya de la creación! Su luz, es la que da vida a esta tierra. Quien la posea, tendrá la fuerza necesaria para gobernar todos los Polimundos reinantes. Ahora, mis feroces caballeros, sean aquello para lo que los han entrenado. Sean aquello por lo que vale la pena luchar, atesoren los momentos que vivirán por siempre dentro de vosotros. ¡Sean ustedes mismos, nobles caballeros del Castillo Balttar!
Al terminar sus emotivas palabras, cientos de escudos se golpearon contra cientos de espadas, en un sonido estruendoso que detuvo hasta a las fuerzas del mal que se aproximaban.
Y en respuesta, aquellos que servían al gran Rey, exclamaron:
— ¡Rraaa, rraaa, rraaa! ¡Que vivaaa el Reyyy!
¡La Batalla por el Hexalcio Reinal había comenzado!
El Rey dio la orden. Un aluvión de flechas se lanzó sobre las cabezas de los malignos Trolls. Casi todas acertaron en sus blancos, pero eran incontables las fuerzas enemigas; siendo su avance prácticamente imparable.
Con gran astucia, las fuerzas oscuras comandadas por el maligno Dios Morttan, se habían aprovisionado de largas escaleras. De este modo, podrían usarlas para escalar los altos muros de castillo. El Mago del Fuego, creaba bolas incandescentes con sus mágicas manos, y las lanzaba hacia las grandes escaleras y catapultas del enemigo. Mientras, el Mago del Agua, arrojaba cristales de agua solidificada a las oscuras bestias. Estos, actuaban como flechas penetrantes en la dura piel del enemigo. Pero los intentos de ambos magos para frenar el avance de las tropas de Tarttianos, eran repelidas por el poderoso Ferendal, el Mago de la tierra. Dicho brujo, en los tiempos de los dragones, se había convertido gracias a sus destrezas, en el líder de la Orden Mágica.
Mientras tanto, en el flanco opuesto, Atalasia y Meltt seguían motivando a los arqueros. Dirigían los ataques contra todos los espacios vulnerables, aunque el castillo estuviera rodeado y no hubiera escapatoria. Trabis, sentía que era tiempo de actuar. Él, quería usar el poder del Diamante, para de este modo, terminar con esta lucha desigual. Pero, justo antes de que desplegara sus alas al viento, su madre le dijo:
—Hijo mío, guarda tus fuerzas. Será una larga batalla, el mal todavía no ha revelado su gran poder. Esperemos que nuestros aliados lleguen pronto, sino no viviremos un día más y el castillo será tomado por las fuerzas malignas. No es posible pedirles ayuda a los nueve Dioses, ya que no desean intervenir en los problemas humanos, y se encuentran resolviendo otras guerras en otros Polimundos muy lejanos.
En ese mismo instante, mientras la desigual batalla se daba lugar, las fuerzas fantasmagóricas esperaban en las costas de Abelácia. Anhelando reunirse con el malvado Morttan, tal cual había sido planeado. Además, los Jinetes Serpientes sobrevolaban las altas torres de castillo quemando todo a su paso, y el Mago del agua luchaba ferozmente para contenerlos.
Los caballeros permanecían en pie como la última fuerza del reino. Sus heridas sangrantes los consumían, al tiempo que las interminables tropas de Trolls seguían trepando por los altos muros de palacio. En poco tiempo, las defensas serían penetradas y las tropas enemigas entrarían a la inquebrantable fortaleza humana.
Meltter, como era siempre su costumbre, no dejaba de seguir con su mirada a Atalasia. Ella, se encontraba luchando contra diez enemigos juntos. De repente, la sagrada Diosa cayó al piso, mientras un enorme Troll se disponía a hundir su lanza en el cuerpo de la Diosa.
Si la Diosa del tiempo moría, se generaría una grieta temporal que acabaría por destruir todo el Polimundo tierra. Meltter, se encontraba a una distancia considerable como para salvarla, y llegar antes de que la lanza atravesara su cuerpo.
Un grito divino provino del cuerpo de la Diosa… Sus ojos se cerraron, al tiempo que una sonrisa se dibujaba en el horrible rostro del malvado Troll.
Luego de aquella horrenda escena, este sintió como su gigante cuerpo era atravesado por el medio.
¡¡Era Meltter Trabis!!
Ante tanta furia e impotencia, se había impulsado sobre el Troll a la velocidad de la luz. Lo había logrado atravesar con su cuerpo y partirlo en dos pedazos.
Al ver a su madre inconsciente, intentó curar su herida. Pero, tan solo era un joven Dios. Se necesitaban años de práctica en los campos mágicos, para poder sanar a una persona.
Cuando pensó que ya nada se podía hacer, la sagrada Diosa comenzó a abrir sus ojos. Algo sorprendente se manifestaba a la vista del pequeño Trabis. La larga túnica de Adernasium, la cual él le había entregado, la había protegido de tal terrible ataque.
¡Era una alegría enorme para todos!
Una renovada energía, se instaló en todos los presentes defensores del castillo Balttar. En este momento, nacía una gran fuerza, para acabar con aquellos enemigos que atacaban sus tierras.
El sol estaba por salir, y la ayuda era necesaria desde tierra y aire. En lo más alto de las colinas del oeste, Meltter, con su aguda visión logró divisar que su mensaje había sido escuchado. Miles de feroces caballeros de bronce del castillo de Lastapur, junto a quinientos Jinetes Lastapurienses montados en sus Caballo Fantes (mitad caballo mitad elefante), acompañaban al Rey Teologis. Se disponían a abrirse camino hacia castillo, atravesando a todo el ejército del mal.
Algunos caballeros de bronce, se encontraban aterrados frente a tremenda batalla. Al darse cuenta de esta situación en sus filas, el Rey, levantando su emblemática espada hacia el cielo, entonó la canción de guerra que todos conocían:
¡Las bestias malignas sucumbirán!
¡Nuestra espada han de probar!
¡Miles caerán en la batalla!
¡Pero miles triunfarán!
¡Luchemos luchemos luchemos!
¡Y gloria infinita tendremos!
¡Únicos seremos!
¡Y al mal venceremos!
Las puertas de castillo, deberían ser abiertas para recibir a las fuerzas aliadas. La incógnita a resolver… ¿cómo evitar que entraran los malignos Trolls, Tarttianos y Jinetes Reptilianos de Dragones de Hersaves?
Meltter Trabis, permanecía mostrando cierta quietud en su accionar, a la espera de que algo sucediera. No poseía una gran experiencia en estrategias de guerra, vagamente tenía idea de qué hacer. De pronto, sintió que una voz interna lo llamaba, y el cristal comenzaba a desprender un intenso brillo.
¡Era la voz de los antiguos Dioses de la creación!
—Usa el poder del cristal, Meltter Trabis, que su fuerza ilumine los cielos y detenga el avance de tus enemigos.
Ante la mirada sorprendida de los que se encontraban a su alrededor, el espíritu del Dragón renaciente se manifestó en su ser. Trabis se elevó en el aire, y disponiéndose entre las puertas de castillo que se estaban abriendo y las fuerzas enemigas, tomó el cristal del tiempo. De su boca, brotaron ciertas palabras no conocidas por lengua humana alguna:
—¡¡LUCEM VITAE!!
Luz, brillo, gloria infinita, manifestaciones que solo la sagrada joya del tiempo era capaz de lograr. En tan solo un instante, las fuerzas enemigas fueron enceguecidas, y la brillantez de la antigua joya desgarró la oscuridad que impregnaba su piel. Esto, dio tiempo para que los miles de jinetes aliados entraran a castillo, y se cerraran los grandes portones nuevamente.
Ambos reyes se saludaron cordialmente, y acordaron dejar sus rivalidades de lado, mientras las fuerzas enemigas se retiraban momentáneamente.
¡Hoy habían sido derrotados!
Pero al día siguiente, volverían reagrupados y en mayor número, junto a los Azurdens.
En la penumbra de una noche oscura, los navíos permanecían quietos en las costas de Abelácia. Morttan, montando a su gran Dragón negro, volaba junto a sus Jinetes Serpiente hacia aquel vasto territorio. Un nuevo ataque debería ser coordinado, aquel que le dé la victoria al mal, y el cual sumiría a todo el Hexalcio Reinal en la oscuridad infinita.
Miles de tropas del reino de Angeldar, comandadas por el Mago Ferendal, se moverían bajo tierra a través de las Minas de Meracía. Utilizando los túneles subterráneos que una vez los Gnomos habían creado, lograrían penetrar las defensas del Castillo Balttar. Atacarían sin ser descubiertos, y una masacre humana de grandes dimensiones se realizaría. El Dios Morttan, usando el resentimiento hacia los humanos que todavía se encontraba en la pequeña figura del malvado Rey Gnomo (el aguerrido Paquit), había creado un pacto de poder con él. Si el Rey Gnomo, dejaba que el ejército oscuro usara los túneles que en otro tiempo habían sido creados, al terminar la guerra podría elegir el reino del Hexalcio que deseara. De este modo, la comunidad de gnomos volvería a respirar el aire de la superficie, abandonado el confinamiento que el Rey de Reyes les había impuesto como castigo.
Mientras tanto, dentro del castillo Balttar, había llegado el tiempo de atender a los heridos e idear la defensa del reino. Junto a los caballeros dorados, los Dioses deberían idear un plan para poder resistir a la oscuridad. Nada podrían hacer, si el ejército del mal lograba penetrar los muros de palacio.
¡El fin estaba cerca!
Muchas muertes se generarían en la era de la humanidad. Se habían ganado un tiempo de descanso, pero el peligro era inminente y una lucha desigual se encontraba próxima a las puertas del palacio.
Ambos Reyes, Magos, caballeros de oro, y Atalasia junto a Meltt, se encontraban en el gran salón del Rey. Los rostros de aquellos que habían defendido el castillo Balttar, no eran para nada sonrientes, y cierta preocupación inundaba sus almas.
Levantándose abruptamente de su silla, el Rey Teologis, el cual era bien conocido por su carisma y su actitud positiva, les dijo:
—Existió un tiempo atrás, en el que nuestros ancestros lucharon por una causa común, defendiendo al Hexalcio de las fuerzas de la oscuridad. Hoy, nosotros somos los protagonistas en esta historia, y debemos armarnos de valor para sobrepasar nuestras habilidades y destrezas. ¡No sé qué poder ocultas tú… Meltter Trabis…, poseedor de la joya del tiempo! Pero estoy seguro que cuando más lo necesitemos, él será revelado.
La Diosa Atalasia, había guardado silencio mientras el sabio Rey hablaba. Tan solo, le restaba hacer una conclusión:
—Miles de hombres han luchado antes que vosotros, y han sucumbido en la batalla contra el mal. Los Dioses, nunca hemos deseado intervenir. Pero esta vez, hay algo más grande que la lucha entre el bien y el mal; la creación misma está en juego. Si bajamos los brazos ahora como otros lo han hecho, será el fin. La vida misma se extinguirá, sumiendo a todos los reinos del Hexalcio en la oscuridad.
Tomando fuertemente la mano de Meltter, le dijo:
—¡Anda hijo muéstraselos ahora!
El glorioso héroe de Persistlan, tomó el gran Diamante del Tiempo con ambas manos, y todos los presentes fueron testigos de su formidable brillo.
Todos, incluyendo a los grandes reyes, se inclinaron ante el Dios Meltt, y dijeron:
—Perdonen nuestras dudas…oh grandes Dioses. De seguro venceremos al malvado Morttan, la creación está de nuestro lado, la vida misma se encuentra a nuestro favor.
Pero en ese momento, cuando un aire de esperanza se había instalado en el gran salón, un gran temblor sacudió al castillo. Otros sinnúmeros de movimientos, hicieron vibrar las columnas y las paredes del palacio. Las tropas defensoras, se habían olvidado del ataque subterráneo que había lanzado el Mago oscuro, a través de los túneles que se consideraban destruidos de la Minas de Meracía, y que llegaban hasta los calabozos de palacio.
Todos se agitaron, y los Reyes dieron las órdenes:
—¡Corred mis caballeros y alertad a los demás! El mal ha entrado al castillo, es el momento de resistir con todas nuestras fuerzas.
Miles de Trolls y Tarttianos, avanzaban por las zonas bajas de castillo. Mujeres y niños, incluida la bella Geraldine, se encontraban ocultos en aquel lugar. Solo unos pocos caballeros las protegían de cualquier enemigo.
El terror estaba ahí. La puerta no resistiría un golpe más. Los caballeros plateados, habían desenfundado sus espadas y preparado para enfrentarse a lo que entrara por esa entrada.
La sangre regaba las paredes de las cuevas del palacio. Solo un caballero, se interponía entre las bestias infernales y las indefensas mujeres y niños. Antes de caer y con un leve movimiento de su mano, el valiente caballero le mostró a Geraldine una vía de escape hacia el pueblo de Persistlan. Detrás de una roca, se escondía un túnel y un pasadizo secreto.
Sin dudarlo un segundo, Geraldine envió a todos los niños primero y a las damas del reino después. Ella era la última que faltaba, pero uno de los malignos Tarttianos se había dado cuenta de aquel escape.
¡Ya no quedaba ningún caballero que pudiera protegerla!
El horroroso guerrero oscuro caminaba lentamente hacía su indefensa presa. Pero, justo ante de que pusiera sus fétidas garras sobre la princesa, un ser peludo y pequeño se apareció de la nada. Mirando a Geraldine con sus grandes ojos, le hizo un ademán para que escapara. La gran piedra se cerró detrás de ella, y el enigma de su salvador se instaló en sus pensamientos.
El Rey ordenó cerrar el paso inferior, pero ya estaban dentro. Miles de Trolls arrasaban con todo a su paso. Además, los asquerosos y putrefactos Tarttianos los acompañaban, desgarrando y matando a quienes se interpusieran en su camino.
Los caballeros de bronce, estaban dispuestos formando una barrera humana, para evitar que alcanzaran el paso superior del palacio. Una sangrienta lucha se libró entre cinco mil Trolls y mil caballeros de bronce. Las armaduras de los protectores del reino eran impenetrables, pero no podían resistir las mordidas venenosas de los Tarttianos.
Hubieran salido victoriosos, de no ser por la magia oscura del Maestro de Magos. Nada podían hacer contra los poderes de la tierra, de quien en otro tiempo, hubiera prestado sus servicios en defensa de los reinos del Hexalcio.
¡Los caballeros de bronce se encontraban sin escapatoria alguna!
¡Se encontraban paralizados ante el poder oscuro!
Y los malvados Tarttianos, mordían sus brazos y piernas sin piedad. Logrando que el veneno que impregnaba su maldad corriera a través de su sangre, causando una muerte lenta y agonizante. Habían entrado al paso superior del palacio, y la puerta principal del castillo había caído. Un ejército de veinte mil Trolls, junto a diez mil bestias Tarttianas con rostros sedientos de sangre, había eliminado a los caballeros de bronce y masacrado a mujeres y niños.
El Dios Morttan, volaba en su gigante Dragón oscuro de Hersaves. Sus Jinetes Reptilianos, lo seguían de cerca con sed de batalla. Al tiempo que los Azurdens, estaban próximos a llegar a las puertas del palacio, para evitar la huida de los pocos caballeros que lograran salir con vida. La última de las fuerzas del Castillo Balttar se replegaba hacia el paso más elevado. Allí, caballeros dorados, Reyes, Magos, Atalasia y el Dios Trabis; junto a los Jinetes Lastapurienses que quedaban y los cientos de caballeros de plata que habían logrado escapar de los Tarttianos, los esperaban para decidir el destino del Hexalcio Reinal.
La Diosa Atalasia, expresó sus ideas:
—¡Ha llegado la hora mis nobles guerreros! Tenemos el poder y la fuerza para derrotarlos, debemos aguantar y esperar nuestro momento. Yo misma, junto a los magos, lucharemos contra los Jinetes Reptilianos, el malvado Morttan y el poderoso Ferendal. Mientras los caballeros dorados protegen en un círculo sagrado a los Reyes, los caballeros de plata acabarán con las bestias Trolls y Tarttianas, y los sagrados Jinetes Lastapurienses terminarán de pisotear sus cabezas. Restaba saber, quién sería capaz de acabar con las miles de fuerzas espectrales conocidas como Azurdens, fervientes buscadores del resurgimiento de la oscuridad.
¿Quién tendría el suficiente poder para terminar con esta magia del mal, y no sucumbir ante ellos?
Ante un silencio abrumador y desde las sombras, un joven se adelantó ante los presentes. El nuevo Dios Meltter Trabis, quien ahora era apodado Melttrab por ocurrencia del caballero Sir Lacius, no tardó en decir:
—¡¡YOO ACABARÉ CON TODOS ELLOS!! ¡El poder de la luz me guiará, para terminar con las franjas de la oscuridad de una vez por todas!
—Atalasia sonrió—.
No esperaba menos de su hijo. Los demás caballeros, miraban atónitos cómo sería capaz de hacerlo. No presentaba una gran musculatura, y sus habilidades en batalla todavía no habían sido vistas. Pero, sí sabían que la sangre de los Dioses corría por sus venas. Además, varios Jinetes Reptilianos habían sentido el filo de su espada.
El sonido a metal y gloria, se hacía eco por los senderos del castillo. La putrefacta sangre de los Trolls, se mezclaba con la de los caballeros, regando las paredes del recinto. Los caballeros de oro se encontraban protegiendo a los Reyes. ¡No habían recibido ni un rasguño en sus armaduras!
¡La legión dorada, era realmente muy poderosa!
Mientras tanto, los Jinetes de Caballo Fantes, pisoteaban las cabezas de las bestias Tarttianas, y Melttrab iluminado por el poder de la luz, se ocupaba de los espectrales Azurdens. Mostrando en su mayor esplendor, la divinidad de los Dioses y la energía del Diamante Adamasttel. Las fuerzas fantasmagóricas, nada podían hacer contra el poder de la creación. Eran convertidos en polvo, con solo ser tocados por el brillo del Diamante sagrado.
La gran batalla estaba equilibrada. Las fuerzas de ambos bandos, solo habían sido reducidas a la mitad. Al tiempo que, todavía no habían hecho su aparición el malvado Morttan y sus Jinetes Reptilianos.
De repente, el cielo se oscureció como nunca antes se había visto. Atravesando unas atemorizantes nubes negras, emergió la figura del Dios Oscuro montando a su feroz Dragón de Hersaves. Lo seguían muy de cerca los seis Jinetes Reptilianos, impartiendo el miedo en cada caballero dispuesto a defender al reino.
Atalasia, viendo esto, no podría dejar que los seis Jinetes llegaran al lugar de la batalla. De ser así, aniquilarían a todos los caballeros protectores del reino con tan solo el aliento de sus dragones.
Sin dudarlo, y de un salto, se interpuso entre las bestias infernales y lo que quedaba del abatido reino. Seis Jinetes Serpiente, rodeaban a la Diosa del tiempo. Sus dragones, se mordisqueaban entre ellos, peleando para ver quien devoraría su sangre divina.
El malvado Morttan, esgrimiendo una sonrisa hacia la eterna Diosa, se dirigió hacia el lugar donde los Reyes se encontraban resistiendo. Si cortaba sus cabezas reales, el miedo predominaría en las fuerzas caballerescas que aún se encontraban defendiendo el castillo Balttar.
Atalasia, permanecía suspendida en el claro cielo. Una mirada aguerrida, se manifestaba en su rostro. Sin siquiera mirar a los Jinetes reptilianos que la rodeaban, sentía como un rayo de luz rozaba su mejilla e iluminaba su pelo. Era como si se estuviera llenando de la energía del cosmos, para luego, descargar todo su gran poder sobre las bestias infernales que la tenían rodeada.
Con un suave viento del norte, su báculo mágico comenzó a girar rápidamente. De su punta, el brillo más sorprendente comenzó a propagarse. Los temibles Dragones, se encontraban observando y dispuestos a atacarla. Pero al ver tal resplandor, quedaron enceguecidos y totalmente desorientados. Pero sus Jinetes, no caerían en tal truco barato. Ordenando a sus Dragones que atacaran, se abalanzaron contra la bella Diosa Guerrera del Tiempo…
Mientras se iban aproximando, la Diosa les mostraba porque el poder de la creación que residía en ella, no debía ser sobreestimado.
Cada uno de los Dragones, tocados por el poder de la luz, resultaban heridos y despojados de la oscuridad que los había moldeado. Nada podían hacer las fuerzas oscuras, contra un poder milenario, contra la esencia de la creación que fluía a través de la Diosa del Tiempo.
Ahora, había llegado el momento de terminar de una vez por todas con la oscuridad. Atalasia, había alcanzado su transformación de Diosa Celestial. Sus Ojos de Universo, representaban toda la vida misma. Disponiéndose esta vez, a mostrar su verdadero poder cósmico.
Así fue como, abriendo sus hermosos ojos celestes, esbozó en lengua dragoneica:
—¡¡PER VIM TEMPOR!!
Una enorme luminosidad, se proyectó desde su báculo sagrado sobre las fuerzas oscuras Reptilianas, encegueciéndolas totalmente.
¡Ahora era el momento de actuar, antes de que lograran recobrarse!
Usando su báculo y moviéndose a velocidades divinas, atravesó el cuerpo de los feroces dragones. La sangre oscura brotaba por doquier, y seis cabezas Reptilianas, eran cortadas y arrojadas al vacío.
¡Pero la batalla continuaba!
Parecía que la victoria saludaría a los aliados del Castillo Balttar. En tan solo unos segundos, de una nube negra y sobre un temido Dragón de Hersaves, emergió un temible caballero de armadura negra y altura de casi tres metros. De su cuerpo, brotaba un aura oscura que lo protegía. En una mano, sostenía una espada de dos veces el tamaño de cualquiera normal, y en su otra mano, un escudo impenetrable.
¡Ningún caballero tenía la valentía como para enfrentarlo! ¡Solo los caballeros de oro eran los únicos capaces de combatirlo!
¡ERA MORTTAN!
Con cada paso que su dragón daba, el suelo del reino crujía y temblaba. Los caballeros de oro estaban listos para enfrentarlo. Seis protectores del reino, contra el malvado Dios y su Dragón. Mientras tres caballeros dorados junto a los Magos, seguían protegiendo a los reyes.
El temible Morttan lanzó un grito diabólico al aire, haciendo que su Dragón avanzara. Con un movimiento rápido de su espada, aniquiló a dos caballeros de oro. Sus armaduras impenetrables fueron destruidas y la sangre se esparció sobre el suelo. Los cuatro dorados restantes, trataron de atacar al maligno enemigo. Pero su escudo y protección mágica, resultaban ser imbatibles. Los defensores del reino, no tenían la fuerza suficiente para derrotarlo. Sus armaduras fueron penetradas y sus cabezas cortadas sin piedad alguna.
¡El fin se aproximaba!
Los Reyes se encontraban desprotegidos, sufriendo los ataques de Trolls y Tarttianos. El Dios maligno, había descendido de su enorme Dragón, y este, se había elevado sobre el oscuro cielo, manteniéndose a la espera de que su amo lo volviera a llamar. Morttan, se abría paso hacia ellos entre los tres dorados que quedaban en pie, para decapitarlos a ambos y terminar con la batalla. Si caían los Reyes, todos los caballeros se rendirían, y jurarían lealtad hacia el eterno Morttan.
Los grandes Magos, con el resto de poder que les quedaba intentaron protegerlos. Pero el poder maligno del Dios del mal era muy fuerte, y sus intentos resultaban inútiles. Las tropas Tarttianas, habían formado un círculo alrededor de los Reyes, dejándole paso a su Rey Oscuro. Una nueva era estaba por comenzar, el tiempo de la oscuridad había llegado.
La gran espada de Morttan, golpeaba a los Reyes una y otra vez. ¡Sus armaduras no resistirían mucho tiempo más!
Atalasia, observando la situación, sabía que el momento había llegado. El instante en el cual su hijo debería desatar su gran poder.
—Meltt, elévate hacia el claro cielo y pídele a los grandes Dioses del mundo Dragoneico, que te concedan el honor de la armadura divina del Gran Dragón Renaciente. ¡Debes hacerlo ya, el futuro del Polimundo terrenal está en tus manos! Un héroe nunca debe temer. La sabiduría de los que otrora han luchado, siempre será su más fiel compañera.
En el majestuoso reino de Persistlan, Meltter Trabis, aquel joven campesino tocado por el destino, escuchó en su interior un llamado proveniente de distancias lejanas. Sometiéndose a la voluntad de los que en otro tiempo custodiaban este Polimundo, y elevándose tan alto como podía; donde las nubes del mal se disipaban y el sol acariciaba su rostro, se comunicó en sus pensamientos con los Grandes Dioses Dragones de la Creación.
Un gran estruendo, resonó en todo el Hexalcio y llegó a los Polimundos cercanos. Del claro cielo, descendió una armadura divina de un brillo sorprendente. Sus partes se desprendieron y plegaron a la piel del Dios Melttrab, al tiempo que una extraña fuerza cubría todo su cuerpo.
Un nuevo Dios emergía frente a sus enemigos. Ahora, él era el Dios Melttrab, servidor de la joya de la creación y fiel protector de los habitantes del reino de Persistlan.
Los Reyes se encontraban desprotegidos y a merced de su terrible adversario, al tiempo que un rayo golpeaba el suelo y un aura divina nublaba la vista del poderoso Morttan. Trolls y Tarttianos, se abalanzaban contra un ser alado de armadura brillante. Con sed de venganza, atacaban sin piedad y sin descanso alguno. Pero las fuerzas que protegían a aquel Dios, destruían la maldad a su alrededor. Morttan, Dios de la oscuridad, permanecía erguido con su rostro carente de paz y oculto bajo su armadura. Los Reyes corrieron a refugiarse y a observar la batalla entre Melttrab y Morttan. Una pelea que definiría quién sería vencedor en la guerra, y que marcaría el destino de la vida misma en todo el Hexalcio Reinal.
La mayor batalla entre el bien y el mal se estaba dando lugar. Morttan, generaba remolinos de viento con su gran espada, dificultando la visión del poderoso Meltter Trabis. Lanzándose al ataque cuando menos se lo esperaba, y haciéndolo retroceder de manera continua.
Todo era confusión para este nuevo Dios. Nunca había peleado contra otro ser tan poderoso. En realidad, nunca se había enfrentado contra una fuerza maligna tan fuerte, y sentía que sus energías no serían suficientes.
El Dios Meltter Trabis, usando sus alas atacaba en diferentes direcciones. Pero la fuerza del enemigo era muy poderosa, de ninguna manera lograba derribarlo. Por suerte, Melttrab poseía la armadura divina del Dragón Renaciente, que lo protegía de cualquier ataque por fuerte que sea. Pero su cuerpo no resistiría mucho más, sus heridas internas se incrementaban con cada golpe recibido.
Pero cuando todo era oscuridad en el interior de Trabis, una voz resonó en su interior:
—Usa el poder de la creación y cumple tu destino mi querido hijo. Todos esperamos que logres despertar la fuerza que vive en ti. ¡DESPIERTA YAA, MELTTER TRABIS!
Pero aquellas palabras, no llegaron a tiempo. El maligno Dios, había lanzado al portador del Diamante hacia el duro suelo con un golpe de su escudo. Melttrab, yacía acostado sin fuerzas para levantarse, y Morttan estaba a punto de lanzar un ataque con su filosa y temida espada. Un suceso, que podría terminar con la vida del nuevo Dios.
En ese momento de angustia interna, un grito provino desde la torre más cercana. ¡Era Geraldine!
Suplicando por la vida de su amado.
Al oír la dulce voz de su amada, Melttrab, a punto de ser atravesado por la gran espada de Morttan, recobró su energía cósmica…
Impulsado por un brillo divino que emanó de su armadura, juntó ambas palmas de sus manos. Al tiempo que el oscuro Dios intentaba atravesar su pecho, detuvo el filo del arma de Morttan; y utilizando el poder de la luz, hizo retroceder a la maldad que se manifestaba.
Todos miraban estupefactos el levantamiento de su joven salvador. Morttan, desconcertado, no entendía como alguien tan pequeño pudiera tener tanto poder.
Y así, con una voz de Dragón grave y temida, Meltt dijo:
—¡YO MELTTRAB, DIOS PROTECTOR DEL DIAMANTE DE LA CREACIÓN, HE DE TERMINAR CON TU REINADO MALIGNO PARA SIEMPRE!
Elevándose hacia el claro cielo y con la joya de poder en su mano, proyectó una luz sagrada que iluminó todo el Polimundo terrenal. Un rayo de luz, tocó al malvado Morttan y lo despojó de su armadura. Dejándolo expuesto a cualquier ataque.
Su armadura oscura lo había abandonado. Frente al poder sagrado de la creación, nada podía hacer el malvado Morttan. Pero nunca se daría por vencido. Odiaba con todo su cosmo oscuro a su adversario, y no dudaría en atacarlo con todas sus fuerzas, aunque esto le costara la vida.
Morttan, sin protección alguna en su cuerpo, se lanzó al ataque usando la técnica de la:
"Shen Ti Dala"
(En esta antigua técnica se requería la energía espectral, y podía originar la muerte de quién la empleara).
Pero el Dios Melttrab, usando tan solo un dedo de su mano, detuvo tal ataque. Frente al asombro de todos los presentes, el malvado Dios cayó al suelo con su cuerpo gravemente herido, mientras de su boca la sangre brotaba.
¡Era impresionante la fuerza que impulsaba a Meltter Trabis!
Quién hace poco fuera un humilde campesino, ahora se convertía en un ser capaz de detener el máximo poder de un Dios malvado.
La idea de unificar todo el Hexalcio Reinal bajo su manto de maldad, era la base del plan del Dios Morttan. El lema principal, dominar a todas las razas y terminar con la dinastía de los Dioses.
En la era de los Dragones sagrados de la Creación, cuando el Diamante del Tiempo se manifestó en el mundo Dragoneico, un mensaje se les fue otorgado. Como en una visión, vieron la creación de vastos Polimundos; donde diversas razas se originaban y la magia reinaba.
Pero como todo debe regirse por un equilibrio cósmico, los sagrados Dragones vieron nacer a ciertos seres superiores a los Dioses, que los controlarían en caso de que se desviaran de su camino. Confinados a un lugar intergaláctico especial, aquellos se dieron a conocer como: "Seres Supremos".
Lo que los sabios Dragones no contemplaron, fue el surgimiento en paralelo de seres Ocultos. Dominados por la maldad, y producto de una partícula negra que se encontraba incrustada en la joya del tiempo, nacieron los Megadioses Ocultos a la Creación. Un fragmento oscuro, que luego sería entregado al malvado Dios Morttan, en los tiempos en que la Batalla por el Hexalcio Reinal se diera lugar.
Ahora, Meltter Trabis, tenía el poder de destruir a quién había masacrado a tantas personas en el reino. Era el momento de su venganza, y de terminar de una vez por todas con un mal que se encontraba a las puertas del castillo.
Pero, en el momento que se preparaba para usar todo el poder que le restaba, su corazón comenzó a latir como si fuera a abandonar su pecho. Al parecer, una fuerza de extremo poder lo estaba tratando de guiar. Las consecuencias de los actos que estaba por realizar, rondaban su mente. Una vez que matara sin piedad, no volvería a ser la misma persona.
Esta increíble fuerza, podía responder al Poder de Amhón. Actuando sobre el ser de Melttrab, haciéndolo replantearse los hechos que estaban por suceder.
Para sorpresa de todos los presentes, Trabis bajó lentamente su mano y perdonó al malvado Morttan. Instándolo a que nunca más volvería a poner un pie sobre las tierras de: Persistlan, Meracía, Abelácia, Neilvindar y Lástapur. En ciertas palabras, todo el Hexalcio se consideraba prohibido para su magia oscura. Ahora, debería retornar las tierras de Angeldar a sus legítimos dueños, los herreros de los seis reinos, los prestigiosos Lertendals. Además, el poderoso Melttrab, dictaminó por orden del poder Dragoneico que se manifestaba en su ser, que su ejército sería reducido a cenizas con la fuerza sagrada de la creación.
Meltter Trabis, usando el poder del Diamante, encegueció al ejército oscuro de: Trolls, Tarttianos, y al resto de Azurdens que se mantenían en pie. Todos fueron convertidos en piedra. Nunca más retornarían a invadir ningún pueblo, y serían reducidos a cenizas con los vientos de paz que la humanidad había generado.
La batalla por el destino de los reinos del Hexalcio había terminado. El ejército del mal había sido vencido. Todos en el castillo gritaban y alababan al Dios Melttrab. En ese instante, aquel campesino temeroso y débil había dejado de existir. Ahora, frente al pueblo de Persistlan, se presentaba el elegido por la creación divina.
Meltter, descendía desde el claro cielo, al tiempo que una muchedumbre corría a su recibimiento. Pero al llegar a tocar el piso, su cuerpo se desmayó. Su gran esfuerzo como Dios y el uso de los poderes de la creación, eran difíciles de sostener por una vida que clamaba por su humanidad. Pero Meltter Trabis, poseía algo especial. Cierta energía desconocida, que los sabios Dragones creadores habían visto en él. Es por ello, que el destino de los Polimundos reinantes yacía en sus manos.
Sus ojos se abrieron lentamente, mientras un rayo se colaba por la ventana. Una gran habitación de largas cortinas blancas, aparecía en una borrosa visión. Ya habían pasado dos días desde la batalla, y a su lado se encontraba la bella Geraldine. En todo este tiempo, no se había alejado de su lado, cuidándolo y esperando el momento en que sus ojos se abrieran nuevamente.
La puerta de la habitación se abrió de manera lenta. Atalasia, fue la primera en aparecer. Luego, los Reyes hicieron su entrada, seguidos por los caballeros de oro que habían sobrevivido y los Magos. Todos presentaban una gran sonrisa en su rostro, frente al salvador de todos los reinos del Hexalcio. El Polimundo terrenal se había librado de la oscuridad infinita. Ahora, la paz reinaba en el castillo; y todo gracias al Dios Melttrab.
Cuando las risas menguaron y los abrazos se fueron disipando, Atalasia, le dirigió ciertas palabras a su valiente hijo:
—Tu valor y coraje desplegados en la batalla, no conocen comparación alguna. Todos estamos en deuda contigo, Meltter Trabis. Ahora debes descansar, ya que luego tendremos tu coronación como Dios protector de los seis reinos del Hexalcio Reinal. Pero tu historia no acabará aquí, hijo mío. Terminados los festejos, deberemos viajar a visitar a los antiguos Dioses del Paraíso Divino. Una nueva amenaza, se está gestando en los diversos reinos.
La Tierra estaba a salvo del mal y tiempos de paz se esperaban. La oscuridad había sido vencida, y la pieza negra del cristal del tiempo había sido destruida. Todos en castillo festejaban, y se disponían a presenciar una gran ceremonia en agasajo de su salvador, el Dios Melttrab.
En la torre más alta de castillo y frente a la observación de: cientos de caballeros de plata, dos caballeros de oro, los Reyes, Magos, la hermosa Geraldine, y las personas del pueblo de Persistlan; la Diosa Atalasia, le entregó al joven héroe la corona de los Dioses.
—Hijo mío, ya eres una parte integrante de la historia de la creación. Serás el portador eterno del Diamante del tiempo, y un sabio defensor de los Polimundos reinantes.
Terminadas sus palabras, todos los presentes en la torre se reverenciaron hacia su salvador. Brindando un gran homenaje, los Magos crearon fuegos en el cielo de diferentes formas, que podían ser observados desde todos los reinos del Hexalcio.
Tiempos de paz habían sido instaurados, la quietud y tranquilidad se manifestaban en el reino. O eso, era lo que hasta ese momento se pensaba.
Días después de los festejos, la Diosa Atalasia se despertó muy exaltada de un sueño. Era una mañana tranquila y serena, y Meltter Trabis se encontraba en su habitación del castillo junto a la bella Geraldine. De repente, Atalasia irrumpió en los aposentos de su hijo con un fuerte golpe de puertas, pidiéndole que se pusiera su armadura rápidamente. Debían partir con urgencia hacia el encuentro de los demás Dioses, el Diamante debía abandonar el Polimundo Tierra y ser llevado a otro sitio. La guerra entre los reinos del Hexalcio por el poder de la joya, estaba próxima. Debían viajar hacia el Planeta Divino, para hablar con los demás Dioses y detener esta terrible guerra.
Además, con una gran desesperación en su rostro, exclamó:
-—¡Los tres Reyes restantes que no participaron en la batalla ansían el poder del Diamante! Ahora que el poder oscuro de Morttan ha desaparecido, ya no se esconden más en sus fortalezas. Se encuentran viajando a todo galope, con un ejército de cincuenta mil caballeros de plata. Los acompañan diez mil gnomos de las minas de Meracía. También, aguardan su encuentro los bárbaros de los pueblos nórdicos, en los Valles de Kalumi. Un gran ejército unido, que marchará hacia la destrucción del castillo del Rey Balttar, para apoderarse del Diamante del Tiempo Adamasttel.