Sabes que una persona está acabada cuando, sollozando con los ojos cerrados y las mejillas empapadas en lágrimas, cae sobre sus rodillas en el polvoriento suelo, con la cabeza agachada. Ese es el punto de no retorno, cuando hasta respirar duele, cuando simplemente deseas desaparecer y le pides a los dioses que te hagan ese último favor.
Ese era el punto en el que se encontraba Elin Triggvasen, hija de Triggve Gormsson, un granjero de los campos del norte. La pequeña Elin habÃa sido tomada como esclava cuando apenas tenÃa 6 años, viendo morir a sus padres ante sus ojos resultado de la guerra entre pueblos escandinavos.
Sirvió al Jarl Sven Haraldson por unos años hasta que fue vendida al Jarl Sigvard de Hedeby. Fue entonces cuando conocÃa al futuro guerrero que cambiarÃa el destino de su vida, aún podÃa recordar con una claridad increÃble los ojos azules de aquel niño enfadado.
—Lo siento, OdÃn Dios de Dioses —susurró, la derrota en su voz, su cuerpo totalmente a merced de sus pensamientos más destructivos— No soy digna de ser una vikinga, he fracasado, no merezco el Walhalla.
Sollozó más, ella sabÃa que era vergonzoso a los ojos de los dioses que llorase al aceptar su destino, pero habÃa sido fuerte demasiado tiempo y solo buscaba la pasividad de la muerte. El cuchillo de hierro pesando en su mano derecha.
—Lo siento, papá, lo siento mamá —no se atrevÃa a abrir los ojos, no se atrevÃa a alzar la mirada, los Dioses debÃan estar cabreados con ella y no tenÃa el valor de encararlos— Los Dioses saben lo que he sufrido, los Dioses saben que no soy fuerte, no puedo más.
Las imágenes volviendo a su memoria, todos aquellos dÃas de labor incesante, todas aquellas noches en las que su Jarl y los guerreros de sus huestes la usaron para su propio disfrute, todas las veces que fue azotada por simplemente llorar.
La habÃan reducido hasta convertirla en un despojo de dolor y carne usada y juventud marchita. Entre la nube del infierno vivido una sonrisa apareció en su mente, pero se esforzó en alejarla.
—¿Quieres morir? —ni siquiera se sobresaltó cuando escuchó aquella repentina voz, se encontró a un hombre sentado con un cuerno en la mano izquierda y un trozo de carne en la derecha, no lo reconocÃa, no lo habÃa visto nunca en Hedeby— Si quieres morir adelante, no seré yo quien te detenga.
Elin respiró profundo y apretó mejor el cuchillo en su mano— Esto deberÃa ser privado, señor.
El hombre mordió la carne, la grasa ensuciando sus labios— Eres una esclava, Elin Triggvasen, y yo siempre lo veo todo.
Elin cortó su respiración, hacÃa años que no escuchaba su apellido— ¿Quien eres?
El hombre tiró el hueso a un lado y se bebió el cuerno de hidromiel de un trago para luego lanzarlo también. Apoyó sus codos en sus rodillas y se inclinó hacia delante, su rostro se alumbró mejor y Elin pudo notar el parche en su ojo derecho.
—¿De verdad no sabes quien soy?
Elin creÃa saberlo, pero no se podÃa permitir decirlo en voz alta, él no podÃa ser él. La incredulidad de ella pareció divertirle porque sonrió— No puede ser. ¿Por qué?
—Te he observado, Elin —dijo decidido— Eres más fuerte de lo que crees, y no debes avergonzarte, muchas en tu lugar habrÃan terminado el sufrimiento mucho antes.
Elin negó— ¿Que he hecho para merecer tal honor, señor?
Su mirada se postró nuevamente en el suelo, y la mano del hombre, ahora limpia, la tomó del mentón y la hizo levantar la cabeza.
—Tengo una misión para ti, Elin Triggvasen —dijo, serio— Una misión importante, debes buscar a Björn Piel de Hierro, y debes protegerlo.
Elin frunció el ceño, temÃa a hablar porque jamás se perdonarÃa una imprudencia con OdÃn— ¿Por qué yo Dios de Dioses?
El sonrió de medio lado— Porque es tu destino y asà está escrito, Björn tiene un camino que recorrer y no puede hacerlo solo. Tu serás su más fiel soldado.
—Yo no se luchar, señor, yo solo soy una esclava.
—Pero eres fuerte, y yo te daré lo que necesitas para que puedas recorrer el camino que los Dioses te hemos escrito —el hombre se levantó, mirándola desde su altura pues ella seguÃa de rodillas en el suelo— Además, él confiará en ti, siempre lo ha hecho.
Elin volvió a agachar la cabeza, las ganas de morir seguÃan dentro de su pecho como el más profundo de los tatuajes, pero jamás se perdonarÃa irrespetar a OdÃn.
—Si mi destino no es morir hoy que asà sea, dime lo que tengo que hacer, señor, y yo seguiré tus órdenes ciegamente.
OdÃn sonrió— Lo se. Pero tienes que saber que lo que te otorgaré puede que te haga perder la cabeza, pequeña Elin.
Esta negó— Cualquier cosa por complacer la decisión de los Dioses, señor.
Se inclinó sobre ella, sonriendo con los labios cerrados— Te elegà porque ya no tienes nada que perder, y todo que ganar —puso su mano sobre la cabeza de la chica— Eres la protegida de los Dioses, Elin.
Un segundo después una blanca luz cegadora la hizo perder la conciencia.