Escuchaba pasos, gritos y el sonido de metal chocar contra metal a lo lejos. La cabeza la dolía un poco aún cuando empezó a abrir los ojos, y aunque no lograba enfocar bien la vista podía notar por el sonido y el olor como estaba lloviendo.
Se fue incorporando poco a poco, no sabía cuanto había pasado desde que se había desmayado. Entonces, en un segundo todo parecía agudizarse en ella, su mirada se volvió más nítida que nunca, su olfato le permitió oler el aroma metálico de la sangre.
Sus oídos se percataron de los gritos— ¡Coged todas las armas! ¡Nos atacan!
Se puso en pie, su cuerpo aún no respondía bien del todo así que tuvo que apoyarse en la pared de madera para no caerse. Estaba lloviendo con fuerza fuera, y todos corrían de un lado a otro, los guerreros y guerreras con sus armas, las esclavas y mujeres a esconderse.
Tambaleante se acercó a la puerta y el agua empezó a mojarla en cuanto salió fuera. Cuan grande fue su sorpresa al notar que el frío del agua no la afectaba, que apenas sentía el aire gélido que recordaba en la mañana y sabía empeoraba en la noche.
—¡Elin! —Aren, una esclava mayor y muy bajita llevaba cogido del brazo a su hijo cuando se detuvo delante de ella asustada— ¡Aquí estas! ¡Corre! ¡Tenemos que escondernos!
La tomó de la manga de su vestido viejo y empapado y tiró de ella por la calle llena de barro. Elin intentó seguirla sin caerse, el pelo mojado pegándose en su rostro y el agua cirniéndose sobre ellas con intensidad.
Aren corrió por los callejones y de pronto se detuvo en seco. Cuando Elin fijó la vista a unos metros por delante de ambas vio a un hombre tan grande como un oso acertar con el hacha en el pecho de uno de los guerreros.
Este calló al suelo y el gran hombre volvió a golpearle está vez en la cabeza. Aren ahogó un grito y abrazó a su hijo con miedo soltando a Elin, que se había quedado congelada mirando tal escena.
El hombre apartó la mirada del muerto y se fijó en ellas. Una sonrisa maquiavélica apareció en sus labios y comenzó a caminar decidido hacia ellas.
—Corre Aren —dijo Elin, pues fue lo que su instinto le provocó a hacer— ¡Corre!
La empujó y esta echó a correr con su hijo despavoridos. Elin volvió a enfrentarse al hombre que estaba a escasos metros ya, había reducido la intensidad de su avance.
—Pero que chica tan menuda —dijo con una voz profunda y grave— Voy a disfrutar follando con una esclava tan hermosa.
Elin dio un paso atrás instintivamente asustada, su pie embarrado de lodo. No apartó los ojos del hombre y lo vio alzar su brazo para golpearle con el mango de su hacha. Fue cuestión de segundos, el cuerpo de Elin se activó de inmediato y cuando estuvo a punto de ser golpeada sostuvo el brazo del hombre.
No sabía decir que le asombraba más, si que pudiese haber sido tan rápida o que tuviese la fuerza necesaria para detenerlo. De hecho, sentía que era capaz de detener a un gigante más grande que ese hombre.
Él también se sorprendió y apartó su brazo de ella asombrado. La lluvia se hizo más fuerte y el cielo se iluminó por los relámpagos. Para Elin era como escuchar la aprobación de Thor.
El hombre de rió— Vaya sorpresa.
Un segundo después volvió a arremeter contra ella y esta se vio capaz de esquivar cada golpe de una manera tan ágil que parecía estar acostumbrada a luchar. El hombre gruñía y por cada golpe fallido se cabreaba más.
—¡Quédate quieta! —volvió a intentarlo y su hacha se quedó clavada en la pared que estaba a espaldas de Elin cuando lo esquivó— ¡Maldita esclava!
Otro relámpago surcó el cielo y ella se sintió revitalizada. Sin miedo alguno corrió hacia él y sin saber muy bien lo que hacía puso su mano sobre el pecho del hombre, en ese lugar donde debía estar su corazón.
Casi al instante el hombre se quedó quieto, abrió sus ojos con dolor y la miró horrorizado, calló de rodillas y cuando ella se apartó de él este había muerto.
Asustada, Elin dio unos pasos atrás y se observó las mojadas manos, blancas por el frío que no llegaba a sentir.
Se daba miedo a sí misma, ¿es que ella había matado a ese hombre tan grande solo tocándolo? ¡Era una locura!
—Eres la protegida de los Dioses, Elin.
Podía escuchar en su mente esa voz como si la acabasen de pronunciar en ese instante. ¿Qué era lo que le estaba pasando?
—Debes buscar a Björn Piel de Hierro, y debes protegerlo.
Björn, debía buscar a Björn pero...estaban atacando Hedeby. Entonces fue consciente de su situación. Echó a correr hacia la casa del Jarl, pues sabía que gran parte de la lucha se iba a desenvolver ahí. Se ensució el vestido viejo y casi tropieza más de una vez por el camino. Se detuvo en ese punto elevado donde terminaba el mercado y la casa del Jarl tenía sus puertas.
La lucha efectivamente estaba ahí. Se apartó los pelos mojados del rostro y observó como la gran masa de personas se mataban entre sí. Vio a los saqueadores que seguramente la matarían a ella también, y vio a los guerreros de Hedeby que tantas veces abusaron de ella.
La idea se hizo clara en su cabeza. Ninguno merecía vivir. El viento sopló y la lluvia se hizo desenfrenada. Fue cuando el cielo se iluminó con un relámpago estruendoso que tuvo la idea clara.
De alguna extraña manera sabía lo que debía hacer. Alzó su mano, hacia el gran grupo, cerró los ojos y se concentró en ese energía que sentía dentro de ella. Una punzada en su pecho la hizo soltar un alarido y caer de rodillas sobre el lodo. Para cuando volvió a abrir los ojos vio que todos yacían en el suelo, seguramente sin vida.
El sonido de la guerra había parado y solo quedaba la lluvia. Elin se dejó caer por completo, sentándose en el suelo y respirando profundo. Se pasó las manos mojadas y llenas de tierra por el pelo para apartarlo de su rostro. ¿Eso lo había hecho ella? ¿Los había matado a todos?
—No temas, Elin Triggvasen —se sobresaltó al escuchar la voz del anciano, sus ropajes negros totalmente secos, la lluvia se había detenido casi de inmediato— No debes tener miedo al don que los Dioses te han otorgado.
Elin se levantó del suelo de inmediato, quedando a la misma altura que el anciano. Este se apoyó en su bastón y la miró fijamente.
—Yo no pude haber sido —negó, porque le costaba demasiado creerlo y empezó a llorar— Yo soy solo una esclava...
—De eso nada, Elin —el anciano observó al grupo de hombres y mujeres muertos y luego la miró a ella de nuevo— Te has liberado, los Dioses te liberaron al elegirte. Tienes una misión y haz de cumplirla.
Elin dio un paso hacia el anciano y lo tomó de las manos sollozando— No se que hacer, estoy perdida. No tengo fuerzas para seguir.
El anciano acarició su mano y luego su cabeza mojada— Eres la protegida de los Dioses, Elin, sabrás que hacer.
La soltó y se dio la vuelta para marcharse. El anciano tenía razón, ella no necesitaba que alguien la guiara más que los Dioses. Ellos le habían dado toda la sabiduría necesaria.
Así que se limpió las lágrimas y la tierra del rostro y decidió emprender su camino. Encontrar a Björn Lorthbrok.