Entre la lejanía del horizonte se asoma apenas perceptible una fastuosa fortaleza ante los sorprendidos ojos de Ayira, que abiertos de par en par no pueden dar crédito a lo que a medida que la caravana se acerca ve. La imagen de la construcción, a medida que se van aproximando a ella, ante la mirada de la joven, aparece descomunal. Algo que nunca antes ha visto, y no puede menos que maravillarse ante lo que tan hermosamente se le va presentando. Cuando atraviesan la fortaleza alrededor de ella, asentando hay un poblado enorme, en su centro está ubicado lo que luego Ayira, ha de saber que es, un sitio de reunión donde hombres y mujeres se afanan en ofrecer productos a voz de grito: verdura, frutas, herramientas,... Tras atravesar los puestos de venta, sus ojos siguen sin dar crédito, a lo lejos se levanta una construcción colosal de torres cuadradas y gigantescas, que, majestuosamente está rodeada de jardines; por lo que supone enseguida, que esa desmedida construcción es un palacio, según se lo ha descrito a ella, cómo a todos los niños, Menelik, el anciano sabio de su tribu en sus historias de tierras lejanas y diferentes costumbres, desde siempre. Sabe entonces, que está ante la presencia del hogar donde el rey de aquellas lejanas y extrañas tierras habita. La caravana ha llegado a su destino y allí ella ha de conocer el suyo...
En presencia del soberano de este pueblo, en esta fastuosa construcción y en compañía del hombre que la ha comprado, se encuentra Ayira, la hija de la princesa Zobuhle y el General Airton Valente D'Cruz, hoy, esclava y el regalo del Rey Isam Hassan Abufehle I.
El hombre de barba blanca y perfectamente cuidada está sentado en su trono. Un anciano de cara gentil y cuerpo agraciado para su edad, así al menos lo piensa Ayira. Luce unas prendas que cree, están acorde para la ocasión, ya que sabe que es un día conmemorativo, el día de celebrar un año más de vida desde su nacimiento... ¿Y cómo no saberlo, si ella es parte de sus obsequios?
El hombre que pretende entregarle a Ayira como obsequio, con el fin de obtener su favor, se acerca al patriarca y hace una reverencia al venerable anciano al hablarle:
—Mi rey, si me lo permite vengo humildemente a presentarle mis más sinceros respetos y mi saludo por el día número octogésimo segundo de su aniversario.
El rey le indica que avance con un gesto de su mano y este así lo hace. Se inclina frente a él en señal de respeto y ante la orden de éste, habla presentándole sus respetos y pidiéndole el favor que de él pretende, y ante su benevolencia en concedérselo el súbdito agradecido, procede a pedir le alcancen el obsequio que para él le tiene.
Ayira, que se encuentra ensimismada observando la decoración de la habitación donde tiene lugar el agasajo, sorprendida, deja atrás el encanto de las lámparas colgantes y los adornos que decoran las paredes y que hasta ahora, ocupan la mirada de sus enormes ojos para ser conducida ante la presencia del soberano que tiene en su poder ahora, su futuro.
—Ya veremos, ya veremos para qué puede servir su presencia en el palacio. —Dijo el rey mientras pasa su mano por la barba y en su rostro esta cuestión realmente se pinta dudosa. —Es muy joven y puede ser instruida en cualquiera de las funciones. Tal vez de odalisca, sí, ¿por qué no?
—¿O por qué no padre para mí? Me gusta para mis cuidados y atenciones personales. —Dice su hija, que realmente ha quedado encantada ante la mirada desconcertante verde-mar de Ayira.
Allí está nuevamente Ayira, en las manos de un destino incierto, a la espera de conocer que ha de depararle el futuro dentro de las paredes de aquella grandiosa y maravillosa construcción, que para ella, por más hermosa que le parezca, no deja de ser la jaula que corta su libertad...
***
Todo es muy ordenado allí, según lo que puede observar en los días que lleva, incluso la jerarquía en que tienen para clasificar a los habitantes en estas tierras de costumbres extrañas para ella. Dentro de las murallas que rodean el castillo y que cumplen la función de defensa para ataques de sus adversarios se distribuye la población ciudadana, aquellos que tienen el privilegio de ser libres, los oficiales y soldados ocupan las torres cuadradas que han sido acondicionadas para el uso necesario y las necesidades del ejercito, luego, allí en el escalón más bajo de esta jerarquía, los esclavos: hombres, niños y mujeres, distribuidos entre los poderosos: los hombres son los encargados de cumplir con las tareas pesadas como las construcciones, y muchas veces según la necesidad del reino, son entrenados para cumplir la función de soldados. Increíblemente, ha notado que niños y niñas, que apenas han alcanzado a dar sus primeros pasos en forma segura, hasta ellos, ayudan a sus madres en sus funciones de alimentar a los animales. Las mujeres, mientras tanto, además de tener que cumplir con las tareas diarias y las necesidades básicas de sus amos, dentro del palacio también tienen una jerarquía muy bien definida, en esclavas, amantes, esposas oficiales, la hija del rey, y las odaliscas, aquellas bellas esclavas que son educadas en el canto y el baile para el placer del soberano, a este grupo pertenece Ayira desde el mismo instante que llegó al palacio... El harén es un recinto cerrado, con habitaciones todas con grandes balcones que dan a un patio central y el cual está rodeado de verde. Asomada a uno de ellos observa a unas mujeres tumbadas en el césped del jardín, muertas de risa, que bailaban, hacen piruetas y cantan de manera alegre. Esas mismas que algunas comparten con ella habitación, la introducen en las nuevas costumbres y en el idioma árabe, así como la instruyen en el arte de ser odalisca.
"Aquí —le dicen— tendrás que olvidar un poco tus raíces, poner una cara más alegre y gozar de la vida, para alegrar la del rey"... A los pocos días de recibir sus "clases completas" en el arte de ser odalisca, es llevada por cinco de ellas ante la presencia del rey para su "debut"... Se abre una puerta para dar salida a veinte esclavas y veinte esclavos, entre los cuales, avanza el Rey Isam Hassan Abufehle I con todo el esplendor de su realeza, y levantando su rostro para observarlo, puede convencerse de que no es más que un hombre. Un hombre y nada más. Un hombre sin fuerzas ni lozanía. Solo un hombre abatido por los años. Un anciano que tal vez solo espera el relevo de su cargo para retirarse de aquel mundo que le toca gobernar, y descansar por fin en el tiempo que le queda por vivir. Ante aquella presencia de hombre, Ayira piensa que debe retractarse de su pensamiento, aquel en el quiere arrojar la toalla y se dice "me han vencido". No pudo entonces, menos que al volver a mirar aquel rostro de aspecto cansado, lamentarse por él, más que por ella.
La música comienza a sonar invadiendo todo el recinto y como en una caja de música las bailarinas comienzan su danza, perfectas, moviéndose según aumenta y baja el compás de los instrumentos. En una esquina dos mujeres hermosas dejan mostrar sus dotes para el canto esparciendo entre las notas de los instrumentos musicales sus melodiosas voces.
Ayira comienza a danzar al ritmo de la música. Todo su cuerpo se contornea en forma exquisita. Sus movimientos son suaves, delicados, y sus manos, brazos, caderas y cintura expresan en el baile, todo lo que una mujer sufrida y esclavizada puede transmitir. Se deja llevar por la música y su cuerpo transmite todo aquello, demostrando ante los ojos del rey, lo femenino y sensual que puede ser un baile, aún con la opresión que vive. El solo echo de que Ayira clave sus ojos en los de cualquier hombre de los allí presentes, hace que estos con su mirada se vean seducidos sin necesidad de contacto... Sus ojos verde-mar, sus cabellos de ébano, su cuerpo dorado, esculpido quien sabe por cual dios... Ella toda, es el mismo encanto, un conjuro que tiene hechizado a cada hombre allí presente. Lo que la lleva ese día, a ser reconocida como odalisca y se consagra desde ese mismo instante, como la mejor de entre todas las danzarinas por su extraordinario talento para la danza, y porque brinda un espectáculo místico y mágico para la audiencia que el rey congrega para agasajar a sus invitados con su baile.
Las mujeres del harén felicitan a la joven por su danza, pero otras en cambio, bajito, murmuran entre ellas por el resultado que causa en el rey, por notar que no sale de su asombro cada vez que ante la danza embrujadora que brinda Ayira, éste queda encantado. Si una odalisca tiene una belleza extraordinaria o tiene un talento excepcional para el canto o el baile, es preparada para ser una posible concubina, este es el verdadero motivo por el que temen estas mujeres que mal ven y estiman a Ayira... "Tal vez este privilegio se lo conceda el rey..." —murmuran maliciosas entre ellas—. Porque tienen bien claro que la joven goza de privilegios que el resto de ellas no: Ayira más allá de bailar como ellas, no cumple con las funciones de una esclava, sino que su tarea es acompañar a la hija del rey, la princesa Jalila Hassan Abufehle, quién con el paso de los meses le ha tomado un gran cariño por su dulzura, así como guarda por ella, una gran admiración por su forma diferente y revolucionaria de pensar sobre el trato que tiene la mujer en una sociedad que Ayira no comparte.
—Hay que comenzar a cambiar la mentalidad que viene impresa en los niños y niñas —le ha dicho una vez a Jalila en una de esas conversaciones íntimas que tienen en los jardines del palacio—, de que las mujeres tenemos que estar al servicio de los hombres. Somos por derecho seres libres, así como ellos, con nuestros derechos de ser seres individuales, porque pensamos y razonamos, y muchas veces, hasta mejor que ellos.
Y aunque esto a la princesa le causa hasta un poco de gracia, no puede las palabras de la joven, dejar de sembrar en ella, la duda de si no tiene algo de razón, más aún cuando Ayira le relata su vida en sus tierras, cuando ha sido libre y dueña de su propio destino, aunque este se hubiera empeñado en presentársele oscuro. Y por ello es también que Jalila la admira, por su fortaleza y por continuar intactas sus convicciones, a pesar de saberse una mujer esclavizada.
—La hija de mi tío, dicen, está iniciada desde su infancia en la brujería y el arte de los encantamientos. ¿Tú no estás en ellos también iniciada Ayira? Porque mira que con tu encanto, en palacio, nos tienes a todos hechizados. —Y ríen de buena gana cuando la princesa repetidamente y sin cansarse, se lo dice cada vez que su dama de compañía y amiga, argumenta sobre un tema con el cual difiere.
Ayira piensa que aquel lugar después de todo, (si no fuera una esclava) puede ser idílico, un sitio de paz continua; pero más alejada de la realidad no puede estar, pues la vida allí, le demostrará más adelante, que su vivencia en el castillo será muy complicada. Las intrigas y conspiraciones, entre las paredes del lugar que hoy le permiten respirar paz, pronto se harán presentes en el futuro de Ayira con la llegada del hijo del rey...
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