Chereads / La odalisca / Chapter 16 - CAPÍTULO XI: Las cartas se extienden sobre la mesa y comiena el juego.

Chapter 16 - CAPÍTULO XI: Las cartas se extienden sobre la mesa y comiena el juego.

Desde el día que Nael Yamid y Ayira han tenido aquella discusión, mucha agua ha discurrido bajo el puente. El rey, ha decidido sobre la libertad de Ayira otorgándola al General Herezi como prometida para ser su esposa, basándose en las súplicas de su hija, quién en contra de la voluntad de Ayira, le ha transferido la confesión de ésta sobre su origen, pero sobre la desición del rey ha pesado más el inmenso cariño que esta ha sabido ganarse debido a su buen corazón, fortaleza y entereza ante las adversidades que la vida le ha presentado. A su vez, la joven rara vez le dirige la palabra al emir. Cuando el joven, ya arrepentido, se le acerca, Ayira se hace la desentendida, cosa que irrita a Nael Yamid hasta prometerse a sí mismo no volver a hablarle. Seco y frío le ha pedido perdón, accediendo a los ruegas de Jalila, Ayira lo ha disculpado; pero de ahí no pasa, ni la menor confianza por su parte. Ayira ha aceptado la voluntad del rey y se ha comprometido a ser la esposa del General Herezi. Nael Yamid ha cambiado bastante su vida, cosa que ha hecho feliz a su padre, ahora se muestra más condescendiente en prestarle atención a las labores del reino; aunque no así ha cambiado su condición de mujeriego, cosa que a su padre le continúa dando dolor de cabeza. Ahora se le ha dado por conquistar en especial a la hija del asesor del rey, la bella Aída Alabi, y el rey espera que algún día sus relaciones sean algo más que una simple conquista para el emir... A Nael Yamid sólo le faltan dos cambios de estaciones para marchar a cumplir su entrenamiento militar. Llegó a Djillik con desagrado, y ahora le cuesta salir del reino...

El emir, sentado cómodamente en el jardín, con una pajilla en los burlones labios, espera a su primo Abdel. El sonido de unos pasos y la voz de Jalila le hacen volverse.

—Nael, ¿qué haces aquí tan solo? —le pregunta su hermana, que llega en compañía de Ayira.

—Buenos días. ¿Vienen de una caminata tempranera?

Ayira, sin mirarlo ni contestar, se mantiene de pie junto a su amiga.

—Sí, así es. De haber sabido que estabas levantado, te hubiésemos llamado para que nos acompañaras.

—¿Tú crees, Jalila, que hubiera venido con nosotras?— pregunta Ayira, con sonrisa ambigua.

—Ayira, ¿no te han valido mis disculpas? ¿Sigues guardándome rencor?

Nael Yamid habla con sinceridad, deseando que la joven le crea. Pero Ayira duda; le conoce demasiado, y por eso, con frialdad bien marcada, le contesta:

—Puedes estar tranquilo, no te guardó rencor y estás disculpado...

—Me has disculpado..., pero no perdonado..., mucho menos, olvidado, ¿verdad?

Ella no responde, sus ojos lo miran con frialdad. Da una media vuelta y sale del jardín atravesándolo rumbo al interior del palacio mientras Nael Yamid, ve cómo se aleja y se muerde los labios hasta que sangran.

—¡Nael Yamid! —Le dice Jalila al ver la reacción de rabia contenida en el joven. Su hermano, con lentitud se vuelve; su mirada no es tranquilizadora—. Ella es buena, pero tú la has ofendido mucho. Pero ya verás cómo pronto se le olvida. ¡Es tan buena, tan cariñosa!...

Nael Yamid, con un esbozo de sonrisa, como si hablara con si mismo le dice:

—Yo he tenido la culpa, sí; pero también es verdad que desde ese día he hecho todo lo posible por serle agradable, y aún así ella no quiere saber nada de mí. —Sus ojos se iluminan con malicia al acudir una idea a su imaginación y en su defensa pregunta lo que realmente le incomoda de toda la situación—. ¿Por qué aceptó ser la esposa de Herezi? ¿A caso no he tenido algo de razón cuando le dije...

—¡Nael Yamid! —lo interrumpe antes de que prosiga con una injusticia más sobre Ayira—, tú no conoces a Ayira; será su mujer cueste lo que le cueste, es la voluntad de nuestra padre ofrecerla en matrimonio y ella sí acata su voluntad, no como tú, porque sabe que nuestro padre lo hace con la mejor de sus intenciones, porque sabe que lo hace por su bien; y porque aunque no lo creas, ella agradece que nuestro padre desee darle su libertad. Es verdad que el general Herezi está loco por ella, pero no ella por él.

—Pues mira, querida hermana, allá ella, ¿sabes? Si quiere, que se case, y si no que no lo haga; no me importa en lo absoluto. —Ya vuelve a ser el hombre burlón de siempre y haciendo caso omiso al intento de explicación de su hermana, dice—: Allí viene Abdiel. Me voy, querida.

Jalila lo ve alejarse; en sus ojos hay tristeza, una tristeza enorme porque no consigue reconciliar a dos de las personas que más ama; la mañana, que está clara y hermosa, se le vuelve triste y sombría. Con lentitud se vuelve y meditabunda, entra en el palacio.

***

En la recámara del emir, recostado en una butaca, con las manos entrelazadas tras la nuca, y los pies apoyados en una mesa, en postura nada correcta, pero sí muy cómoda, Abdel, le dice a su primo:

—Yo no sé qué te pasa Nael Yamid; desde que vinimos, pareces otro.

—No sé a que te refieres...

— A que estás muy cambiado —se apresura a continuar ya que lo ha tomado por sorpresa—, antes tan decidido, siempre dispuesto a divertirte, y hoy no te preocupas más que de ponerle atención y colaborar con tu padre en las labores del reino. ¿Pero es que nadie te ha dicho sobre este cambio?, porque no creo que solo yo lo he notado. ¡Se han robado a mi primo!

—¿Pero qué bobadas hablas? ¿Acaso estás reclamando al Nael Yamid qué tanto critican? —Responde molesto pero tratando de sonar divertido.

—Bueno, sí, mejor ni nombrarlo, no sea que por ahí aparezca. —En forma repentina y al paso cambia el rumbo de la conversación al preguntarle—: ¿A quién no sabes he visto ayer?

—Si no me lo dices, ¿cómo voy a saberlo?

—Al general Herezi.

—¡Cómo! Pero... ¿no están sus tropas en Daydan?

—Si, por supuesto. Me ha dicho que tiene un permiso y que viene aquí por asuntos de familia.

—¿De modo que está aquí Herezi?

—Sí. Y por cierto que tiene un aspecto muy feliz.

—¿Ah, sí? ¿Y te ha dicho a qué se debe tanta felicidad?

—¡Hombre! Eso cualquiera lo adivina; tiene la prometida más bella que ha visto el sol de estas tierras. Ayira es una mujer bellísima, cuando se casen, será la mujer más hermosa que pise nuestros salones. ¿O no lo crees así Nael Yamid?

—Que sí, que es maravillosa; lo que dudo es que llegue a ser nunca de Herezi.

Su primo lo mira extrañado; verdaderamente, le llama la atención que el emir hable con tanta seguridad de una cosa que todos saben: que si no está ya formalizado el compromiso entre Ayira y el general, muy pronto llegará a estarlo, por eso Abdel le pregunta:

—¿En qué te basas para decir algo así?

—Yo en nada, aún, pero me consta que no lo quiere.

—¿Qué sabes que no lo quiere? ¿Pero de dónde sacas eso?

Su primo conoce muy poco a Ayira como para desconfiar de la palabra de su primo, pero sí conoce a su primo, así que duda de lo que está oyendo; por eso le dice a Nael Yamid, que lo mira sin inmutarse:

—Si tú afirmas que Ayira no quiere al general, en algo te amparas. Habla.

—No tengo nada que hablar; simplemente eso, que nunca será su mujer.

Abdel lo mira con burla, y le dice con ironía:

—¿Será acaso tuya algún día?

—Todo pude ser... —Le contesta el emir con mirada de reto.

Verdaderamente, con esta salida lo ha dejado helado. Reacciona y deja salir una estrepitosa carcajada. Entonces un poco repuesto de la risa, con total libertad y claridad, que hace palidecer a su primo, le dice:

—Si Ayira odia a algún hombre, ese eres tú, querido primo. Se ve desde lejos que solo tu presencia la saca de quicio. Yo creo que no sabes lo que dices. Ayira según me ha dicho Jalila y por lo poco que he tratado con ella, no es de las mujeres que se dejan atrapar fácilmente; el día que un hombre lo consiga, será porque ella así lo quiso; pero creo, y perdóname que lo diga, que ese hombre no serás tú. ¿Realmente piensas qué eres capaz de poder conquistar a Ayira? Yo no lo creo; si fuera la hija del asesor, no dudaría; pero de Ayira..., hum..., lo veo difícil, si no imposible.

El emir, con la mirada desafiante, los puños crispados y la voz colérica, le dice enérgico:

—Todo lo que digas, pero Ayira será mía; no sé cómo, ¡pero lo será, o dejo de ser el Emir Nael Yamid Hassan Abufehle!

—¿Una apuesta? —insinúa Abdel con burla.

—Sí, una apuesta; es una apuesta que suena imposible de ganar , pero la ganaré.

—Yo creo que ni siquiera debería de pasar esto por tu mente; no debes de jugar así con el corazón de una buena mujer, y menos aún tratándose de la que tu padre y hermana la quieren de todo corazón.

—Abdel, eres un imbécil. Yo no intento que esto sea un juego; sólo digo que será mi esposa, y lo será, de eso puedes estar seguro. ¿Qué apostamos?

—La mejor de tus yeguas. ¿Qué te parece?

—Muy bien; pero hay que poner un plazo.

—Puedes estar tranquilo; será en estos meses que quedan antes de volver a Daydan.

—¿Y si para esa fecha está firmado su compromiso con el general?

—No me importa; sabes que cuando doy mi palabra, la cumplo, y tú tienes la mía.

Y con estas palabras sale de sus aposentos, dejando a Abdel pensando que todo es un chiste de mal gusto de su primo; o de lo contrario, este es víctima de la locura. Claro, no puede ser de otro modo. ¡Su primo se ha desquiciado!

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