Así recuerda el momento que pasó de mano en mano de aquellas mujeres, que si bien no entiende su idioma, bien entiende sus intenciones con sus actos:
—Nos ha encargado el amo que te prolijeemos, así que primero te daremos un baño, que muy bien te viene. Luego procederemos a peinarte y maquillarte un poco, que no es que falta te haga con tu juventud, pero hay que esconder esos moretones que aún no terminan de desaparecer.
Una de las mujeres vuelve con un manojo de ropa bajo el brazo y se dirige a otra ignorando la presencia de Ayira:
—Nos queda el maquillaje. Eso lo puedes hacer tú, —le habla a una morena perfectamente maquillada— que se te da bien.
La morena trae unas pastas de diferentes colores en sus manos y acercándose a Ayira procede con la labor encomendada.
Ayira, con el corazón encogido, no sabe qué decir ni qué hacer. De mala gana, se ha dejado someter por el mandato de aquellas mujeres, que a su vez, han estado cumpliendo ordenes. Durante unos minutos su mente se permite divagar lejos de aquel lugar y de la incómoda situación en que se encuentra y la voz de la soledad rompe el silencio profundo de su indignación, porque pese a estar rodeada de estas mujeres, sabe que está sola, sola en un mundo que no conoce, y lo peor: que la maneja contra su voluntad. Desea correr a toda prisa de allí, como si la la vida se le fuera en ello, pero sabe que hacerlo es imposible, al menos por ahora...
Las horas transcurren demasiado rápidas ese día... Le han dicho las mujeres que el tal amo espera por ella y que estará en su presencia antes del anochecer... Y con él, puntualmente es llevada a una habitación de mediano tamaño, en la que el suave resplandor de las antorchas, le permite descubrir que en ella, solo hay una especie de mesa improvisada con unos cuantos almohadones de color amarronados ubicados desprolijamente junto a ella. Apenas logra acostumbrar su mirada a la tenue luz de la habitación cuando súbitamente escucha la voz de Akanni, y aterrorizada ve como entra al lugar. Lleva una especie de túnica de color marrón que a la joven le parece irónicamente apropiada para la decoración de la pieza y un turbante de color azul.
Ayira no lo ha visto desde esta mañana en que como una bolsa, ha sido entregada por él al grupo de mujeres. Su reacción es de defensa al retroceder a un rincón de la habitación pronta para asir una de las antorchas que penden de la pared, y Akanni, al verla, con una mueca de satisfacción se para con los brazos en jarra en medio del sitio.
—¡Acércate! —ordena secamente.
Mientras la joven se acerca con la mirada desafiante, él mantuvo la suya fría y despectiva clavada en la suya... Y por un momento, sus ojos fueron fuego cruzado.
—¡Más! —Le grita, al ver como ella se queda inmóvil a lo que piensa es una distancia prudente.
Ayira da otro paso dudando, esperando se repita la escena de la noche anterior, dispuesta a hacerle frente... Hoy no está atada... se defenderá de él con uñas y dientes. Pero no, él solo se limita a dar vuelta rededor de ella, observando extasiado su ahora pulida mercancía.
—¡Perfecta! —dice saboreando con la vista, la figura de la joven—. Lejos está la fiera desprolija y desalineada de la noche anterior. Solo veo el reflejo de ella convertido en un hermoso ejemplar.
Dicho esto le indica a Ayira que lo sigua fuera del recinto, quien se queda inmóvil en el lugar que ocupa, por lo que el hombre le hace un gesto con su mano indicándole que avance, mientras con la otra le muestra el látigo que lleva para darle a entender que lo usará en ella si no lo obedece.
En ese momento, mientras sigue los pasos del hombre, Ayira no sabe que es conducida al centro de atracción para todos los viajeros, ese que su secuestrador es dueño y donde los hombres beben y descansan en compañía de las mujeres que practican el arte de la satisfacción masculina. Un lugar donde Akanni ofrece este servicio en forma clandestina, al margen de la ley y donde las mujeres si no siguen sus órdenes o se niegan, son disuadidas de hacerlo a golpe del azote de su látigo... Allí es donde Ayira está siendo conducida: al mismo infierno...
Es ya el crepúsculo cuando llegan a una edificación maltrecha que Ayira, apenas puede observar desde afuera, que cuenta con un ventanal angosto. Dentro, la decoración apenas perceptible, la misma es oscura, con luz tenue y un ambiente que se le antoja misterioso. Sobre este escenario, mujeres con ropas que casi cubren sus cuerpos bailan, o se mmueven de manera sensual entre la penumbra del lugar y las conversaciones eufóricas de hombres y mujeres.
Durante varios segundos, Ayira no reacciona. Su mente se niega a aceptar lo que sus ojos le transmiten: el lugar se encuentra rebosante de hombres bebidos, aquí y allá los grupos de hombres están envueltos por brazos de una o más mujeres que fomentan y alientan las caricias de estos en su cuerpo. Asqueada por aquel espectáculo entrecierra sus ojos ciñendo el entrecejo en señal de desaprobación y enfado.
—¡Mira bien! —le habla Akanni olvidándose que Ayira no comprende sus palabras mientras sus ásperas manos toman el rostro de la joven— vienen hombres jóvenes, feos, viejos, atractivos, exitosos y hasta perdedores... pero todos, cada uno de ellos, pagan incluso solo por mirar.
Dicho esto la toma jalándola por un brazo y la conduce hasta una barra donde una mujer sirve bebida en vasijas, y en la cual Ayira, reconoció al instante como una de las mujeres que en el mismo día temprano, la ha transformado en el personaje que ahora es: una mujer desconocida por ella misma.
La mujer toma uno de los recipientes y sonriendo amablemente se lo coloca en una de las manos de Ayira, mientras otra que ya ha tomado uno le indica que la siga dirigiéndola hasta un grupo de hombres que se encuentran en compañía de tres mujeres que los envuelven en caricias mientras ellos, pasan sus manos por la redondez de sus caderas.
Así, en compañía de esta mujer, Ayira pasa de grupo en grupo de clientes saciando su sed y evitando ser manoseada por ellos. El espectáculo es insostenible: su "entrenadora" guiándola en la labor que debe cumplir y evitando que cualquier hombre presente (por orden de Akanni) le ponga una mano encima a la joven.
Ayira comprende muy pronto de que se trata este lugar y maldice cuanto puede el recinto y a todo lo que las mujeres son obligadas a hacer por el dueño. Nota también que algunas de estas esclavizadas mujeres son famosas entre los asiduos clientes tanto por su compañía como por su belleza, más adelante sabría que Akanni cobra grandes sumas por los servicios de algunas de estas mujeres...
Día va, mes viene y Ayira observando el infortunio de aquellas mujeres que al no obedecer a quien se cree y llama su dueño son golpeadas, vendidas e incluso expulsadas a las calles cuando ya no sirven según Akanni, para estar al servicio de los hombres... Y ella soportando y evadiendo los intentos de seducción de quién ella detesta: "la bestia". Luchando por mantener lejos la maldición de despertar la admiración de él por su belleza. Ya sabría ella, que pronto Akanni no se conformaría solo con observarla desde lejos... Ese es su destino: luchar. Viene haciéndolo desde su primer día de vida. ¿Con suerte?, tal vez no. Y ahora está de nuevo en una situación límite y se sabe en el deber de seguir luchando, por su vida y por su libertad, pero, ¿mantendá las fuerzas? "Claro que sí" —se dice convenciéndose de ello. Más allá de la tristeza que la embarga, no se ha dejar vencer por este infortunio. Respira profundo como si esto la llenara de energía, y sus ojos verdes brillan encendidos por la luz de la esperanza.
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