MORGAN
INGLATERRA, una semana después ♠
El cielo se tiñe de gris a la vez que los copos de nieve caen lentamente sobre lo primero que se encuentra en su camino. Mi respiración se encuentra calmada y la niebla se esparce por todo el lugar a la altura de mis rodillas.
El humo blanco sale de mi nariz cada vez que al aire abandona mis pulmones. Con cada paso el sonido de las piedras bajo mis tacones resuena por todo el lugar. La gran fortaleza de la mafia irlandesa se encuentra a pocos metros delante de mí cuerpo y yo me encuentro más tranquila y relajada en un lugar como este que estando en una playa de Hawaii o Cancún llena de gente.
Mis manos se encuentran metidas en los bolsillos de mi abrigo peludo, pero antes de tocar a las grandes puertas de madera con diseño antiguo decido detenerme y sacar el paquete de los cigarrillos que se encuentran en mi bolsillo trasero.
Puedo sentir como la nicotina entra a mis pulmones como si de un veneno tratase y mi cuerpo siempre exclama por un poco más de eso que tanto le hace daño a mi sistema. Al terminar boto la colilla y la majo con la punta de mi tacón.
Tomando una fuerte respiración continúo mi paso y al llegar a pocos centímetros de la puerta mis nudillos impactan contra la madera de la puertezuela, la cual no tarda en abrirse por una mujer la cual al parecer es una sirvienta de la fortaleza.
—¿Se le ofrece algo? —pregunta con una voz suave y dubitativa.
Relamo mis labios y me adentro a la gran sala. No me preocupo en esperar a decirle quién soy, simplemente me adentro hasta quedar junto a la chimenea del lugar, mis pasos resuenan en todo el sitio.
—Mi nombre es Morgan Smith—me encargo de responder con simplicidad, el eco rebota en las paredes—. Soy la nueva guardaespaldas de los Cavalli.
Mi voz sale profunda, decidida y baja. La mujer desliza su mirada sobre mi cuerpo y la duda llega de inmediato a su rostro.
—Creí que sería un hombre el guardaespaldas de los hermanos Cavalli—su ceja se eleva—. Al menos eso fue lo que escuché esta mañana al servir el desayuno.
Mi ceja se eleva y es mi turno de escudriñar su cuerpo. Una suave sonrisa se extiende en mis labios, ella me mira y la duda se refleja en sus ojos, pero eso no me preocupa y tampoco me hace sentir incomoda.
No es normal que una mujer sea una guardaespaldas.
—No creo tener cara de hombre, bonita—respiro, quitando el abrigo que llevo puesto y dejándolo sobre el primer sofá que encuentro cerca—. ¿Puede llamar a John Cavalli, por favor? No creo tener mucho tiempo. Tampoco creo crecer mucho de pie, cariño.
Ella asiente de inmediato y desaparece por una puerta, no sin antes tomar mi abrigo y llevarlo con ella. Tomo mi tiempo para deslizar mi mirada por el lugar. La sala principal es bastante grande y sus colores son cálidos, las decoraciones antiguas resaltan en todo el lugar y el olor es un olor para nada desagradable, pero que definitivamente nunca había logrado sentir en ningún otro lugar.
Relamo mis labios y mi mirada se detiene sobre la chimenea; botellas de Wiski, Jack Daniels, Ron, Flor de caña y más se encuentran acomodadas perfectamente en su parte superior. No dudo ni dos segundos en acercarme a ellas y tomar la más fuerte, vertiendo del líquido oscuro sobre un vaso de vidrio redondo. El sonido de los pasos provoca que coloque mi mirada sobre mi hombro.
El boss de la mafia irlandesa se encuentra con sus manos metidas en su bolsillo. Su altura es impresionante y sé que él no dudaría ni dos segundos en sacar el arma que carga en su caro traje y traspasar mi cráneo con ella por tomarme privilegios en su fortaleza, pero también sé que no lo hará porque tengo un expediente muy grande, un expediente oscuro y peligroso que él mismo ya se encargó de investigar y que muy posiblemente tenga bajo llave en su oficina.
—Morgan Smith—menciona con detenimiento—. Me doy cuenta de que se encuentra tomando algunos privilegios como si esta es su casa, ¿Me equivoco?
La suave sonrisa se desliza en sus labios. Una sonrisa calculadora, fría y peligrosa, pero entonces es mi turno de sonreír y llevar el líquido a mis labios, dejando que baje por mi garganta y que queme. Me encojo de hombros y me dejo caer sobre el sofá, cruzando mis piernas una sobre la otra.
—Voy a trabajar para usted—me limito en dejarle en claro—. Es justo de que tenga muchas libertades al igual como las tienen ustedes.
Sus pasos se acercan a mí cuerpo. Su altura queda frente a mí y su cabello blanco y ojos grises es lo que más llama mi atención. No me preocupo en quitar mi mirada de sus ojos.
—Nunca tuve el placer de conocer a la divinidad oscura en persona—comenta sin tomar asiento—. Siempre escuché los rumores de que tenía los ojos más verdes que podían existir. Ese rumor se ha convertido en una confirmación de mi parte, Morgan. El apodo le hace justicia en todo el sentido de la palabra.
Sus ojos viajan de mis ojos al escote de mi blusa y mi mandíbula se tensa con disimulo, pero hoy no quiero ser amable con nadie, mucho menos con el boss de la mafia irlandesa.
—Vayamos al grano de una buena vez, John—menciono con aburrimiento—. ¿Quiénes son los corderitos a quienes debo de cuidarle el trasero?
Él toma asiento frente a mí, su mirada se entrecierra y el gris de sus ojos adquiere un color más oscuro.
—Que no se te olvide de que hablas con el boss de irlanda, Morgan—sus palabras destilan amenazas baratas—. Y que te refieres a mis hijos como corderitos cuando pronto tomaran el mando en la mafia Italiana como los Reyes de toda la zona.
Mi cuerpo se inclina hacia adelante y mis antebrazos son apoyados en mis piernas, mi lengua se desliza por mis dientes y una sonrisa amenazante decora mis labios.
—Si me mandaron a ti es porque soy la más clasificada para cuidar a los futuros reyes de Italia—destilo con calma—. Los príncipes de las tinieblas estarán en perfectas condiciones mientras sea yo quien cuide sus bonitos traseros, Boss—menciono la última palabra con burla—. Me contrataste por una razón y el apodo de la diosa oscura no me hace justicia ni en la más mínima palabra.
Muerdo mi labio y lo deslizo sobre mi diente hasta liberarlo. Él por su parte acaricia su labio con calma.
Mi amenaza es nada para él, pero la suya es más que mierda para mí. Estaría encantada de tomar su cabeza entre mis manos y degollar su cuello para manchar mis manos de sangre, definitivamente hacerlo traería un curriculum muy bueno para mí, pero estoy segura de que al jefe no le agradaría mi comportamiento para nada.
Aun recuerdo sus palabras antes de colocar el dispositivo en mi brazo.
"Compórtate como la dama que eres, Morgan"
El silencio permanece por algunos segundos. Vuelvo a tomar mi lugar y bebo lo último del vaso.
—Debes de estar sobria para mantener el culo de mis hijos a salvo—respiro para no mandarlo al jodido carajo—. Alexey anda detrás de sus jodidos culos al enterarse que ambos adquirirán el puesto de reyes en el puesto que él mismo se encargó de tomar. Pueden con un líder, pero con dos la pelea sería muy difícil de ganar, Morgan.
—Tranquilo, John—dirijo mi mirada a la mujer que baja las escaleras—. Los queridos oscurantismos estarán a salvo conmigo—me coloco de pie—. Entre más caliente me encuentre—le guiño un ojo—. Más rápido me muevo.
Dirijo mi mirada nuevamente hacia la chica. El cabello castaño cae libremente sobre su espalda y el elegante recogido se mantiene dándole elegancia a su rostro.
—¿Quién es ella? —decido preguntar—. ¿La reina de la casa?
El pecho del boss se sacude con diversión y ella solo espera a que detengamos nuestra charla para interferir.
—Ella es la prometida de Max—murmura él a mí lado—. Contraerán matrimonio muy pronto. ¿No es eso genial? Dos familias poderosas unidas. La futura primera dama de la mafia italiana.
Suspiro.
—¿Ella sabe en el infierno en que se mete? Conozco muy bien este tipo de situaciones—murmuro—. Siempre toman a la mujer a la fuerza.
Silencio.
Eso es lo único que se escucha en el lugar aparte de nuestras respiraciones. Lo sabía. Podre niña, no sabe en el infierno que se está metiendo y lo mejor para ella sería alejarse de esta fortaleza y fugarse a algún país lo suficientemente lejos de los irlandeses.
—Un ángel será corrompido por los demonios—murmuro—. Libere su alma antes de que para ella sea demasiado tarde. Una nueva mafia resurge, más temida, más sangrienta y ella no forma parte de este mundo. En sus ojos se ve que no es la mujer adecuada para su hijo.
John no comenta nada. Me alejo al pie de la chimenea cuando la pequeña se acerca al hombre y murmura algo. La mano del viejo se coloca en el hombro de la pequeña y esta misma se tensa y sus manos se entrelazan a la altura de su vientre nerviosa.
Finalmente se retira y el hombre me hace una señal para que lo siga escaleras arriba y eso hago.
—Tendrá una alcoba en la fortaleza para usted misma—comenta—. Las de los hermanos se encuentran frente a la suya, Morgan.
Nos detenemos frente a una puerta y él la abre. El color rosado se encuentra en todas las paredes y desde ya me encuentro visualizando cómo se vería pintada de otro color que no sea un patético rosado y con otro tipo de muebles que no sean estos que no van para nada con mi estilo, pero recuerdo que los Cavalli no viven en esta fortaleza y en cualquier momento irán a su mansión de lujo.
—Los hermanos no son muy sociables, Morgan—su penetrante mirada me observa entre cerrada—. Cuide sus espaldas bien, no quiero verme obligado a cortar esa linda cara con una cara navaja.
La sonrisa que se extiende en mis labios es fingida hasta la mierda y más falsa que
—No se preocupe, boss—deslizo mi mano sobre su caro traje—. Yo no me quiero ver obligada a desperdiciar una de mis balas en su cabeza antes de que su navaja corte mi cara.
Mis labios se colocan en una fina línea y me alejo de él, caminando hacia la puerta. Por mi mente pasa todas las maneras posibles y lo maravillosas que pueden verse las esposas entre sus muñecas, pero retengo mis pensamientos.
Todo a su debido tiempo.
—Después de todo soy la divinidad oscura, la mujer de ojos verdes que es capaz de hipnotizar a más de uno con ellos.
Y con esas palabras le doy mi espalda, metiendo mis manos en los bolsillos de mi pantalón. El sonido de los tacones resuena por el piso de madera y estoy segura de que la fortaleza ha sido legado familiar por varios años. También estoy más que segura de que los Matthew no viven aquí y que pronto tendré que volver a mudarme a su verdadera fortaleza.
Mi mano se envuelve alrededor de la perilla de la puerta y abro, visualizando a toda la seguridad que se encuentra rodeando la casa.
La nieve pega contra mi cuerpo, quedando atrapada sobre mi cabello cuando salgo de la fortaleza y camino hacia el McLaren estacionado a un lado del patio. Abro la cajuela donde se encuentra mi maleta y al sacarla soy capaz de sentir una penetrante mirada sobre mí, capaz de lograr escalofriar mi cuerpo y mis ojos verdes quedan atrapados con los del hombre que se encuentra de pie frente a la ventana. Es cuando me doy cuenta de que su cabello es tan negro como la noche y su piel blanca provoca palpitaciones en mi entrepierna, sus ojos jodidamente azules no pasan desapercibidos.
Él me mira fijamente y no soy capaz de apartar mi mirada de él.
Soy desconcentrada por otro auto cuando el sonido del motor llega a mí y de inmediato reconozco el BMW. Su cabello castaño se mueve libremente a causa del viento cuando baja del auto y los copos de nieve quedan sobre su traje cuando camina en mí dirección con una maleta en su mano.
—¿Morgan? —pregunta con disimulo.
La sonrisa tensa se extiende en mis labios.
—Travis—respondo con toda la diplomacia posible—. ¿Qué carajo haces aquí?
Juntos caminamos hacia la entrada de la fortaleza.
—Me asignaron como tú compañero—responde con normalidad—. Estoy seguro de que seremos un equipo increíble.
Sus palabras con doble sentido son captadas por mí de inmediato y coloco mis ojos verdes en él.
—En la cama también somos un increíble equipo, querido—mi respuesta lo deja más que satisfecho—. Pensé que me saldrían telarañas sin actividad sexual todo el tiempo que este aquí—me encojo de hombros—. Tenía pensado en asistir de todos modos a un club nocturno y meterme con un buen irlandés sexy.
Mis últimas palabras le incomodan y no se preocupa en disimularlo.
—No necesitas a ningún irlandés teniéndome a mí aquí, Morgan.
—Me aburre muy rápido acostarme con el mismo hombre, Travis—contesto con aburrimiento—. Eso ya debes de saberlo—relamo mis labios y le doy la espalda—. Ahora si me permites, los Cavalli no deben de saber que nos conocemos, cariño. Haz tú trabajo bien y déjame hacer el mío a como sé hacerlo.
Entro a la fortaleza y lo dejo ahí de pie. El típico olor del inicio vuelve a abrazarme. Mi mirada se desliza con suavidad sobre el lugar y se detiene en la chimenea, las brasas se encuentran tan encendidas que duele verlas y las pequeñas chispas escapan hacia la parte superior de esta misma.
Decido continuar mi camino cuando la puerta es abierta por Travis. Mis labios se colocan en una fina línea e ignoro por completo el hecho de conocerlo cuando la mirada del boss se coloca sobre mí. Pero su voz me detiene de inmediato cuando me encuentro subiendo las escaleras.
—Morgan—muerdo mi lengua para no hacer ningún gesto en mi rostro y lo miro con paciencia sobre mi hombro—. Él será tú compañero y será el encargado de mantener sus ojos sobre Max, ambos protegerán a ambos hermanos, pero tú estarás más concentrada en Maximiliano.
Deslizo mi lengua por el filo de mis dientes y coloco mi mirada en Travis haciéndome la indiferente hacia su presencia.
—Trabajo sola siempre—aclaro lo que él ya sabe—. Y si serás mi compañero no quiero que te metas en mi camino—le extiendo una sonrisa en mis labios, la diversión es clara en mi expresión—. Es un gusto conocerte, Travis.
Y con eso continúo mi paso, subiendo los escalones uno por uno hasta llegar frente a la puerta de mi alcoba, pero antes de entrar me detengo, mirando la puerta que se encuentra frente a la mía abierta. Trato de mirar más allá, pero el sonido de la voz de una mujer llama mi atención por completo.
—Señorita Morgan—aparto la mirada de la alcoba de enfrente y la miro—. El señor John me ordenó ayudarle con su equipaje. Permítame.
Dejo soltar un fuerte suspiro y me adentro a la habitación, cerrando la puerta a mis espaldas y caminando hacia el gran ventanal que abarca la pared de la sala. Quito mi camisa y quedo solo en top, el pantalón de licra se apega a mis piernas perfectamente.
—Puedo ordenar lo demás yo sin ningún problema—me encargo de acercarme a ella y hacérselo saber al tomar mis cosas y sacarlas de la maleta—. Y llámeme solo, Morgan, por favor—extiendo una suave sonrisa en mis labios para que no se encuentre tan tensa—. No soy tan mala como los rumores dicen que soy.
Ella relame sus labios, pero a pesar de mis palabras no parece muy convencida cuando habla.
—La llaman la divinidad oscura—murmura. Su cabello marrón cae sobre su espalda y hombros—. El apodo le hace bastante justicia y dudo mucho de que sea nada más porque vista de negro.
Sonrío. Camino hacia la alcoba y guardo mi ropa en el closet. Sus pequeños pasos se escuchan a mis espaldas cuando trae otra ropa en sus manos y me la da.
—No soy ninguna diosa, bonita—me encargo de hacérselo saber—. Solo soy una mujer que desde pequeña se encarga de matar, destripar y disfrutar la sangre. Visto de negro en el trabajo nada más, pero le sorprendería ver lo hermosa que me veo al asistir a una fiesta o salir de paseo a algún otro lugar.
Mi comentario provoca que sus ojos se abran sorprendidos por mi sinceridad. Ella da un par de pasos hacia atrás y se aleja de mi cuerpo, regresando a mi maleta en mi sala. Ni siquiera les toma importancia a mis últimas palabras.
—No me matará, ¿verdad? —pregunta dudosa—. No me agrada la idea de vivir en la misma fortaleza que una asesina de ojos bonitos y cuerpo esbelto.
Reviso la maleta, dándome cuenta de que ya no hay nada que pueda guardar en el closet. Su actitud me parece muy graciosa. Jamás le haría daño a una chica que no merezca ser lastimada por mi mano. Protejo a las mujeres, mi intención nunca será dañarlas.
—Solo mato a los malos, no voy a matarte—me limito en contestar, sentándome en uno de los sillones y quitando los tacones que me hacen daño, también libero mi pantalón y me encargo de hacerlo desaparecer—. Deberías de sentirte segura en esta fortaleza conmigo cerca. Los Cavalli son muy afortunados por tenerme como guardaespaldas.
Con el simple mencionar el nombre de ellos ella mordisquea su labio con deseo.
—Los Cavalli—repite, disfrutando el apellido entre sus labios—. Ellos tendrán una fiesta esta noche—anuncia—. En realidad, asistirán a una y me han dejado en claro que le haga saber que el almuerzo es al medio día y que usted almorzara con ellos en su misma mesa, después por la tarde la tiene para que se arregle para el evento y al caer la noche deberá estar preparada.
Deslizo una pequeña camisa por mi cabeza.
—¿Un evento? —ella asiente—. Estoy segura de que fue John quien me invitó a cenar con ellos. Los hermanos Cavalli no tendrían interés en hacerlo.
Ella encoge sus delgados hombros y coloca su mirada en mí.
—De todos modos, siéntase afortunada en comer en su misma mesa—se dirige a la puerta—. No cualquiera tiene ese privilegio—gira el pómulo y antes de abrir la puerta, aclara—: Oh, y no los vea a los ojos, ellos odian que los vean a los ojos.
Y con eso decide marcharse, dejándome en la alcoba sola y la puerta abierta lo que provoca que tenga que dirigirme hacia allá y cerrarla, pero antes de hacerlo en mi campo de visión aparece una espalda ancha con un tatuaje de una serpiente que viaja a lo largo de toda su columna vertebral, pero la puerta es cerrada de golpe por otro hombre el cual no puedo observar con claridad por estar embelesada con el tatuaje.
Cierro mi puerta y busco entre mis cosas algo que sea de utilidad para entrenar hasta que finalmente lo encuentro y me lo pongo, seguido de unas tenis deportivas.
Un momento después me encuentro saliendo de mi alcoba y caminando hacia las escaleras, bajándolas y buscando la puerta que da al gimnasio. El lugar tiene todas las maquinas que necesito para entrenar y eso me alegra el maldito día de mierda.
Lo mío es la jodida acción, disparar, golpear, patear y romper huesos en cuestión de segundos todo junto. No venir a cuidarle el jodido culo a dos pequeños corderitos necesitados de un poco de seguridad solo porque Alexey quiere cazar sus cabezas y matarlos.
Mis puños impactan contra el saco, el sonido se esparce por todo el gimnasio y no pongo atención cuando escucho la puerta ser abierta y unos pasos acercándose. Mi concentración se encuentra en mí y en el saco de boxeo. Es una pequeña discusión entre ambos.
Demonios, esto no ayuda de mucho.
Mi cuerpo necesita más acción, ver cuerpos inertes y sangre esparcida. No golpear un saco de boxeo que no me ayudará para calmar las sensaciones de necesidad que mi cuerpo necesita.
Dejo el saco a un lado y me dispongo en caminar hacia las pesas. La nieve cubre el techo el cual contiene un pequeño ventanal de vidrio. La tormenta cada vez se intensifica más.
Unas manos son colocadas en mis muslos y provoca que deje la pesa en su lugar para poner mis ojos en él.
—Oh, Carajo, Morgan—gime—. Eres tan jodidamente hermosa.
Aparto sus manos de mis piernas y gruño.
—¿Qué demonios haces, Imbécil? —me aparto de su cuerpo—. Lárgate ahora mismo si no quieres arruinar toda esta mierda.
¿Qué carajo pretende? Sabe la magnitud de la situación y se acerca a mí para tocarme como si estuviésemos en nuestras propias casas. Le doy una mirada dura y me alejo de él aún más, pero su mano se envuelve en mi brazo y me detiene.
—Solo necesito un poco de atención—pide—. No tuvimos otra opción que viajar por separados. Te eché de menos, Morgan. ¿Tú a mí no?
Miro sobre mi hombro, cerciorándome de que nadie se encuentre mirándonos.
—Necesito tener sexo—dejo en claro—. Montarte y hacerlo en una y miles posiciones hasta llegar al maldito orgasmo, pero no será hoy, Travis.
Su mandíbula vuelve a tensarse y suelta su agarre de mi brazo. Él me mira por varios segundos, pero no me encuentro decidida en apartar mi mirada así que le toca a él hacerlo.
—¿Por qué actúas tan ruda, Morgan? ¿Te diste cuenta de la manera en que me hablaste frente al boss de la mafia de Inglaterra?
Mis labios se colocan en una fina línea. Mordisqueo mi labio y gruño.
—Tal vez porque no somos lo que justo ahora pretendemos ser, Travis. ¿Qué querías? ¿Qué actuara como lo que somos? —murmuro, cuidando de que nadie escuche nuestra conversación—. El maldito Boss tiene mi expediente falso en su oficina, por supuesto que lo tiene y debe de estar bajo caja fuerte. El mínimo movimiento mal por parte tuya y me cortan la jodida cabeza.
—Eres una máquina de matar—sisea con orgullo—. Ni yo ni tú haremos nada mal porque trabajamos muy bien en equipo. Por cierto—decide cambiar de tema—. El marrón te queda bien en el cabello.
Suspiro.
—Prefiero el negro natural de mi cabello—formo una mueca en mis labios—. Esta noche habrá una fiesta y debemos de ir—me encargo de hacerle saber—. Déjame hacer mi trabajo y encárgate del tuyo—me dispongo en caminar hacia otra dirección, pero antes de eso me detengo y lo miro—. Por cierto, conduciré mi McLaren y no los veas a los ojos. Los corderitos odian que los vean a los ojos. Supongo que fue un detalle muy importante que al jefe se le olvido decirnos también.
Trato de continuar caminando hacia la salida, pero logro visualizar por medio de las puertas de vidrio lo que él pretende. Un golpe viene directo a mí y con agilidad me quito, propinándole un golpe en el pecho para no dañar su bonito rostro.
Él vuelve atacar, pero en menos de dos segundos me encuentro detrás de su espalda y sujeto una de sus manos en su espalda mientras con la otra abrazo su cuello y presiono. Su mano libre trata de aflojar mi agarre, pero lo suelto, colocándome firme esperando que se recomponga.
—Esto es lo que me gusta, Travis—sonrío—. ¿Qué esperas? Pelea como el maldito agente especial que eres, Imbécil. No como una niña necesitada de atención.
Sus ojos oscuros me miran y su pecho sube y baja.
—¿Agente especial? No me jodas, Morgan. Aquí no soy un agente de la OMCC.
—Aquí no soy una maldita asesina—gruño, propinándole un guantazo en su estómago—. Y aun así actúo como una.
Él se próxima a mí y envía un golpe a mi cara que provoca que dé un par de pasos hacia atrás y sujete mi nariz. La preocupación surca su rostro, pero me aprovecho de eso para envolver mis piernas en su cuello y derribar su cuerpo, quedando a horcajadas sobre él y permitiéndome besar sus labios con deseo.
—No vuelvas a joderme por el resto del día con tus estúpidas obsesiones por un poco de atención de mi parte.
Me separo de él y lo ayudo a colocarse de pie.
—El sexo puede quedar para después, pero por el tiempo que estemos aquí debemos de ser precavidos. ¿Querías un beso de mi parte? —sonrío—. Ahora arréglatelas para manipular las cámaras sin que nadie se dé cuenta—dirijo mi mirada a la cámara que se encuentra en una esquina—. Ahora ese será tú mayor problema.
Lo dejo en el gimnasio y salgo. Observo la hora de mi reloj y falta una hora para el almuerzo. Odio tener la atención en una mesa, es algo que no me deja comer tranquila y yo amo comer, saborear y disfrutar de la comida y si es posible chupar mis dedos al finalizar.
Me dirijo a mi alcoba y me dispongo en ducharme para después alistarme, debo de conocer a los famosos hermanos Caballi de esos que tanto hablan y temen.
¿Una nueva mafia más sangrienta resurge? Quiero ver de qué se encuentran hechos los niños bonitos.
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Ato mi cabello en una coleta alta y me dispongo en acomodar la camisa que se amolda a mi cuerpo perfectamente. Una vez lista me dispongo en caminar hacia la salida, no sin antes tomar el celular en mis manos y ponerlo en mi bolsillo trasero. Pongo el auricular inalámbrico en mi oído y mordisqueo mi labio, tomando una fuerte respiración.
Salgo de la habitación y bajo las escaleras, buscando con mi mirada el comedor. Las puertas se encuentran abiertas y sin pedir permiso ingreso. Odio mantener mi faceta de mujer mala, pero es necesario en momentos donde el Boss se encuentre. Soy una asesina que no presume lo que es y que es afeminada, bonita y fuerte, no una asesina que pretende ser ruda todo el jodido tiempo.
Su mirada de inmediato se coloca en mí y yo me mantengo serena, tomando el primer asiento que encuentre. La mirada de John se coloca en mí y entrecierro mis ojos, mirándolo. Ni siquiera me preocupo en poner mi vista en la mujer que se encuentra a su lado.
—Morgan—habla—. Ella es Eugenia. Mi mujer.
—Es un gusto conocerla, señora—respondo mirándola.
Ella mantiene su espalda recta y asiente, sus ojos son tan azules a como los del hombre Atractivo de la ventana.
—¿Usted será la mujer encargada de proteger a mis hijos? ¿Por qué no enviaron a un hombre más capacitado? Dudo mucho que una mujer pueda mantener a salvo a nuestros hijos, John.
Su comentario provoca una suave sonrisa en mis labios.
—Las mujeres podemos ser armas muy letales, Señora—bebo del vino que sirven en la copa frente a mí—. Le sorprendería lo rápida y letal que soy para matar.
Ella se mantiene quieta en su lugar y el pecho de su esposo se sacude en diversión por mi comentario. El cuello de la señora Eugenia se estira, levantando su barbilla y retándome con su mirada, pero la ignoro, no me encuentro dispuesta en discutir con ella.
La comida es sagrada.
—Quiero ver qué tan cierto es ese comentario, Morgan—es su turno de beber—. Quiero ver qué tan rápido es capaz de matar a diez hombres en un minuto.
Mi sonrisa muestra mis dientes y niego.
—¿Diez hombres en un minuto? Mataría a uno por segundo, Boss—mis palabras destilan diversión—. No me subestime.
Él me mira. Por su rostro no pasa ninguna expresión.
—Dudo mucho que un culo bonito y cara hermosa sea capaz de protegerse a sí misma—pobre mujer. Su esposo la ha envenenado en el machismo que él mismo destila.
Es sumamente asqueroso escuchar a una mujer hablar mal de otra. Siempre he protegido a las mujeres de lo que sea, pero me molesta tener que escuchar a otra denigrando el trabajo o la capacidad de otra.
—Mis hijos son peligrosos—habla él—. En especial Maximiliano. Maneja todo tipo de armas, cualquier tipo de explosivos y conoce cada una de las tácticas de pelea.
—Vaya—murmuro divertida—. Entonces tenemos algo en común. Mi especialidad son los explosivos y agilidad en peleas. Amo las armas blancas, siempre cargo conmigo una.
La presencia de una cuarta persona llama nuestra atención y después una quinta y una sexta. Mi rostro no muestra expresión alguna al mirar a los hombres que se encuentran caminando al lado de la mujer de esta mañana. No soy capaz de diferenciar cuál es Max y cuál es Maximiliano, ambos son malditamente iguales a excepción de algunas cosas.
Uno de ellos desde que pasa por la puerta pone su mirada en mí y su ceño se frunce, provocando que su seriedad se quiebre, pero el otro ni siquiera se preocupa en poner sus ojos sobre los míos. Su cabello es tan negro como la noche y sus ojos son profundamente azules como los de la mujer del Boss, su piel blanca, labios carnosos y rojos.
Ambos son malditamente idénticos, pero el que no me mira se ve más varonil, grande y musculoso que al que se le quebró la seriedad al verme.
Aparto mi mirada de ellos y la llevo a John haciéndole la pregunta con mis ojos. ¿Ellos son los Cavalli? Pensé que debía de cuidar el culo y seguir cada acción de un par de hermanos indefensos y estúpidos. No de dos demonios malditamente atractivos que destilan peligro a lo lejos y cargan el infierno en sus ojos.
—Morgan, él es Maximiliano—señala con su cabeza al serio, al guapo, al jodidamente atractivo que se sienta frente a mí—. Es a él a quien debes de proteger. Y él es Max—señala al otro que se encuentra al lado de la mujer—. Y ella es su esposa, ya la conocías.
No respondo, simplemente asiento.
—Maximiliano, ella es Morgan Smith.
—La divinidad Oscura—el escalofrío recorre mi cuerpo cuando las palabras y mi apodo acarician sus labios.
Su voz es ronca, fuerte e intimidante como la mierda. Yo no puedo responder, no puedo apartar mi mirada de él tampoco y tantos días sin sexo provoca que la palpitación incremente en mi entrepierna. Estoy segura de que la palpitación no es a causa de los bombardeos de mi corazón.
Maximiliano no comenta nada más y la mujer de la cocina llega con el almuerzo. Me dispongo en comer con la mirada de Max sobre mí. Él también se ve intimidante, pero a diferencia de Maximiliano él sí se ha dignado en mirarme.
Finalizo la comida más rápido de lo que creía. Necesito ir al baño o salir al patio trasero de esta fortaleza, pero no quiero estar cerca de ellos, su aura es peligrosa y soy capaz de sentirla. La sola presencia de ambos juntos me asfixia.
Bebo del vino en mi copa. La señora Eugenia no aparta su mirada de la mía, ella me mira con acusación como si temiera que algo malo les suceda a sus hijos por mi culpa. Definitivamente a lo largo de mi carrera nunca me había encontrado con un ser a como lo es Maximiliano.
Y antes de que yo mencione alguna palabra, él lo hace.
—Siempre escuché hablar del par de ojos verdes que tiene como dos esmeraldas—me tenso ante la profundidad de su voz. Él no habla con diversión, no se escucha en su voz ningún tipo de emoción o algo más. Solo profundidad, autoridad y simples palabras que provocan que un escalofrío acaricie mi columna vertebral—. Pero yo diría que son jades.
Carraspeo mi garganta. Ignoro su comentario al igual a como él tira las palabras al aire sin mirarme. Me coloco de pie y bajo mi camisa.
—Estaré en tres horas aguardando por ustedes en mí auto para escoltarlos hasta el evento—asiento en dirección al Boss—. Pido permiso para retirarme.
John asiente y me recompongo en cuestión de segundos. Camino en dirección a la salida, pero su voz vuelve a detenerme, provocando de que lo mire sobre mi hombro. Él se encuentra metido en su plato y no me mira, simplemente ordena.
—Vístase adecuadamente, Morgan—mi nombre acaricia sus labios—. Tendrá que ir como mi dama de compañía. Una lencería negra le quedaría de maravilla.
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El vestido rojo abraza cada una de mis curvas. La tela brilla sin necesidad de ninguna lentejuela y el color vino cubre mis labios a la perfección. Mi cabello marrón se encuentra atado en un moño alto que deja mi cuello al descubierto. Mis dedos se deslizan por la lencería que llevo puesta bajo el vestido y luego acarician el arnés que envuelve mi pierna, sujetando el arma y la navaja que ahí permanecen escondidas.
Los zapatos de tacón quedan al descubierto al igual que mi muslo derecho a causa de la abertura del vestido. Mi espalda se encuentra descubierta a causa de la tela que cae hasta el inicio de mi trasero y el escote en mis pechos es tan profundo que cae hasta el inicio de mi ombligo sin mostrarlo.
Pongo en mis orejas unas perlas de aretes y luego me dispongo en echar perfume sobre mi piel, tomando seguidamente el pequeño auricular inalámbrico, introduciéndolo hasta el fondo de mi oído donde nadie pueda verlo.
El mate en mis labios es relamido por mi lengua y ahora me odio aún más por flaquear allá abajo con Maximiliano. La mínima falla y seré comida para los irlandeses. A mi mente viene el recuerdo de sus palabras, el acento en su voz no era tan pronunciado como el de el Boss, e incluso no fui capaz de percibir algún acento en sus palabras, ni siquiera el italiano.
Una mueca de dolor se forma en mi rostro y maldiciones abandonan mis labios cuando inyecto el pequeño dispositivo en mi cuello.
Dejo salir todo el aire de mis pulmones y me coloco de pie, tomando la cartera de mano y colocándome el caro abrigo sobre mis hombros. Envuelvo mi mano alrededor de la perilla de la puerta para luego empezar a caminar hacia las escaleras. La presencia de Travis se encuentra ahí, esperándome.
El traje negro abraza su cuerpo y el auricular ni siquiera es notable en su oído. Su mano toma la mía cuando me encuentro llegando, ayudándome a terminar de bajar las escaleras.
—Pensé que irías con traje—murmura.
—Maximiliano me ordenó ir como su dama de compañía—respondo con disimulo.
Ambos caminamos juntos hacia la salida y él abre la puerta, permitiéndome la salida.
—¿Estás segura de poder actuar ante cualquier situación con ese vestido?
Mis ojos se ponen en él.
—Cariño, puedo pelear hasta con un vestido de bodas puesto—respondo con seguridad—. No me subestimes.
—Y no lo hago.
Toma el paraguas negro a un lado de la entrada y lo abre para los dos, ayudándome a cubrirme de la nieve que cae sobre el patio.
—Te ves malditamente hermosa, Morgan.
—Dime algo que no sepa, Travis—sonrío con coquetería.
Él silencia y me dispongo en llegar hasta mi auto. Abro la puerta y me introduzco en él.
—��Estarás bien? —pregunto observándolo.
—Lo estaré —asegura—. El lugar se encuentra rodeado de seguridad, pero aun así debemos de estar atentos a cada paso y conversación que mantengan los hermanos Cavalli.
Relamo mis labios y coloco mi mirada en Travis.
—¿Llevas el dispositivo incrustado en tú brazo?
—Traigo puesto el que el jefe nos puso—aclara—. Pero en mi cuello se encuentra el que debíamos de poner una vez llegados aquí. ¿Lo inyectaste?
—Lo hice—asiento—. Justo aquí—señalo mi cuello y luego miro la hora en mi reloj—. Es hora de que vayas a tu auto, los hermanos no tardaran mucho en aparecer.
Él asiente y se queda mirándome.
—Te ves malditamente hermosa—repite.
—¿Así como una jodida diosa?
—Como toda una divinidad, Morgan—jadea—. Tus ojos hoy se encuentran más verdes que nunca, casi parecidos al jade.
Relamo mis labios y deslizo una sonrisa en mis labios. Fue justo lo que Maximiliano mencionó.
—El frío provoca que mis ojos se oscurezcan y adquieran un color verde jade, pero eso ya deberías de saberlo si de verdad estás enamorado de mí.
Su mirada se dirige a la puerta al ser abierta. Observo como Max sale con su mujer, sé que es él por ella.
—Sabes que te amo, ¿Cierto? —pregunta cerrando la puerta de mi auto—. Dime que lo sabes.
—Siento no poder decir lo mismo, Travis. Yo no amo a nadie más que no sea yo y a la muerte—respondo, encendiendo el motor del auto—. Ahora mueve tu culo al auto y hagamos nuestro trabajo, pequeño cupido mal formado—vacilo.
Mi comentario provoca que sonría y luego se aleja. Saco mi auto y subo las ventanas al mismo tiempo, poniéndome detrás del Maserati negro de Maximiliano. Él acelera el auto y yo lo sigo a una distancia considerable. El BMW de Travis se coloca a mí lado y los hermanos Matthew se mantienen frente a nosotros. Mi atención en ningún momento se aparta de ellos. Los limpia parabrisas del McLaren se mueven rápidamente quitando el poco de nieve que cae sobre el vidrio. El auto de Maximiliano acelera y maldigo.
—Mierda.
Piso el acelerador y trato de seguir su paso cuando el maldito adelanta carros y se brinca señales de tránsito hasta que finalmente se introduce en un callejón sin salida y mi ceño se frunce cuando el auto de Max pasa junto al mío como alma que lleva el diablo, Travis va a su persecución y después de unos segundos esperando a que Maximiliano salga la voz de Travis se escucha en el auricular en mi oído.
—Perdí al Cavalli comprometido.
El auto de Maximiliano sale y su mirada se coloca en mí cuando sus ojos oscuros me miran. Dejo salir con calma todo el aire que mis pulmones retienen.
—Búscalo por medio del GPS que se supone que sus autos deben de tener instalados, Travis—siseo. No aparto la mirada de él. No existe una sonrisa en sus labios, nada. Solo me mira y retoma su camino.
Lo sigo y la voz de Travis vuelve a sonar.
—¿Tienes a Maximiliano? El GPS de Max ha sido arrancado, Morgan—tenso mi mandíbula—. Al parecer el de Maximiliano tampoco existe.
Mordisqueo mi mejilla interior.
—Maximiliano se encuentra frente a mí—hablo—. Solo son un par de imbéciles que sabían que pondríamos un GPS en sus autos. Están jugando, son amantes a los juegos. Max debe de encontrarse en la fiesta ya. Solo sígueme a mí.
Relamo mis labios y veo a lo lejos el BMW de Travis. Sus luces son encendidas cuando paso a su lado y veo por el espejo retrovisor cuando continúa pegado a mí auto. Un momento después nos encontramos estacionando frente a un edificio alto y lujoso. La alfombra roja se extiende en la entrada hasta el inicio de la calle y los invitados caminan por ella mientras las cámaras fotografían.
Mi puerta es abierta por mi compañero y le doy la mano bajando del auto. El auto de Max se encuentra estacionado al otro lado de la calle y tomo una fuerte respiración.
—Entra con nosotros—le digo—. Una vez adentro busca a Max y no vayas a perderlo de vista.
Travis asiente y me dirijo al auto de Maximiliano. Su puerta es abierta antes de que yo llegue a él. Al igual a como antes el maldito arrogante no me mira, solo cierra la puerta de su auto y extiende su brazo para que envuelva el mío alrededor del suyo.
El muy imbécil casi que me arrastra al interior del edificio. Las cámaras me dejan ciega y gruño cuando uno de los periodistas menciona que el otro hijo del senador ha llegado. ¿Senador? El boss de la mafia irlandesa quisieras decir, querido.
Muy atractivo, por cierto.
—Camine—ordena con su ceño fruncido—. No tengo toda la noche para esperar a que uno de sus pies siga al otro.
Mi mirada se coloca en él. El jefe tampoco mencionó que era un arrogante de primera. Una vez pasada la alfombra roja todas las miradas se ponen en nosotros. Mi rostro se mantiene sereno y lo primero que soy capaz de hacer es deslizar mi mirada sobre la cantidad de personas que se encuentran de pie. Busco al segundo Cavalli y lo encuentro con su mirada puesta en mí.
Esta vez ignoro la recomendación de no mirarlo a los ojos. Mi mirada se encuentra muy fija en él, su seriedad se posa en mí enviando escalofríos en toda mi piel y no entiendo por qué es capaz de hacerme sentir así con una simple mirada.
Me aseguro de que el lugar sea seguro. Maximiliano no se encuentra dispuesto es aflojar el agarre en mi brazo hasta después de algunos segundos. Siempre me mantengo cerca, pero con una distancia considerable.
Las personas se acercan a él y a la mayoría los deja con la mano extendida esperando su saludo. Una camarera pasa con una bandeja llena de champagne y tomo una copa, bebiéndola de un solo trago.
Finalmente, Maximiliano y Max se juntan. Deslizo mi mirada en ellos con disimulo viendo el gran parecido que ambos tienen, después de todo son hermanos.
—Son unos hijos del infierno—menciona Travis a mí lado—. Unos grandes hijos del demonio. No sé cómo se dieron cuenta de que sus autos traían GPS. Los arrancaron.
—Ya sé que los arrancaron—respondo con obviedad y disimulo mientras me mantengo firme mirando a los demás—. La pregunta es, ¿Cómo se dieron cuenta que sus autos tenían un dispositivo? Inteligencia se encargó de hacer todo con el debido protocolo.
Travis no contesta y los hermanos se separan. Max se aleja con su comprometida y Maximiliano camina lejos de las personas, le hago una señal a Travis y él se queda con Max. Mis pasos son cuidadosos mientras sigo a Maximiliano.
Sus manos permanecen en los bolsillos de su pantalón y el traje cubre a la perfección su grande espalda. Él se introduce en un pasillo oscuro y largo y yo lo sigo de lejos hasta que finalmente desaparece de mi vista doblando a la derecha.
Acelero mi paso y al doblar unas manos se envuelven alrededor de mi boca y mi espalda hace contacto con la pared del pasillo entre la oscuridad. Sus ojos azules me miran enmarcados por esas largas y espesas pestañas oscuras. Su aliento impacta contra mis labios cuando aparta su mano y las coloca a ambos lados de mi cabeza, apoyándose en la pared.
Mi pecho sube y baja ante su cercanía.
Trato de apartarme de su cuerpo, pero su mano se posa en mi abdomen y me detiene con rudeza. Los músculos de su mandíbula se tensan y mis suaves jadeos abandonan mis labios cuando la punta de sus dedos se desliza por mi muslo desnudo hasta introducirse bajo las ligas que mantienen el arma y la navaja. Sube un poco más y lo detengo con mi mano cuando pretende meter sus dedos al borde de mi lencería al lado de mi cadera, pero su mano en un rápido movimiento me gira y mi cara queda contra la fría pared.
—Cuando quiero algo siempre lo tomo sin importar qué.
Su aliento impacta contra mi nuca y la punta de su nariz se desliza por la piel de mi cuello a la vez que su mano baja a mi cintura y me sujeta con fuerza, manteniéndome en mi lugar mientras su otra mano libre busca la piel de mi muslo y lo estruja con deseo.
Me quedo jadeante a causa de las frías palabras que abandona sus labios. No sé si apartarlo de mi cuerpo o continuar jadeando como loca por el tacto de su piel. Sus labios se deslizan por mi hombro y cierro mis ojos. Mi garganta se encuentra tan seca que duele.
—¿Quién demonios eres, mujer? —mi cuerpo se escalofría cuando su voz musita en mi oído.
En un rápido movimiento los papeles se invierten y soy yo quien lo tiene con su cuerpo sobre la pared. Una suave sonrisa se extiende en sus labios.
—Soy quien va a golpearte si vuelves a hacer lo que acabas de hacer, Maximiliano.
Su pecho se sacude.
—¿Crees que vas a retenerme, Morgan?
Mi nombre es acariciado por sus labios muy bien y ahora sí soy capaz de percibir ese profundo y autoritario acento italiano que mantiene.
—Te sorprenderías lo capaz que soy de retenerte, Maximiliano.
Se libera de mi agarre rápidamente y me sujeta de la cintura con rudeza, apegándome a su pecho. Su mandíbula se tensa y sus ojos azules me ven.
—Me gustaría averiguarlo, Morgan—gruñe—. Pero hablas con el futuro líder de Italia y no me encuentro dispuesto en averiguar nada de lo que eres capaz.
Sonrío.
—¿A caso no puede resistirse a mi belleza? —susurro contra sus labios—. Ni siquiera el gran oscurencino fue capaz de resistirse.
—La jodida palabra ni siquiera existe.
—Ahora existe—siseo.
Su agarre se intensifica en mi cintura y jadeo.
Su pregunta logra tensar todo mi cuerpo y envía escalofríos en toda mi columna vertebral. La autoridad y peligro que desprende me asfixia con tal magnitud que es dolorosa.
—¿Quién demonios eres, Morgan?