1 - Pipo
Ya que no nos sentimos completamente cómodos con la idea de que los habitantes del pueblo vecino son tan humanos como nosotros, es extremadamente presuntuoso suponer que podemos mirar alguna vez a criaturas sociables que derivan de otras formas de evolución y no verlas como bestias, sino como hermanos; no rivales, sino compañeros peregrinos viajeros hacia el altar de la inteligencia.
Sin embargo esto es lo que yo veo, o desearía ver. La diferencia entre raman y varelse no está en la criatura juzgada, sino en la que juzga. Cuando declaramos raman a una especie
alienígena, eso no significa que haya aprobado un examen de madurez moral. Significa que lo hemos hecho nosotros.
Demóstenes. «Epístola a los Framlings».
Raíz era a la vez el más problemático y el más valioso de los pequeninos. Siempre estaba allí cada vez que Pipo visitaba su calvero, y hacía todo lo posible para responder a las preguntas que la ley le prohibía a Pipo formular. Pipo dependía de él - demasiado, probablemente -, y aunque Raíz tonteaba y jugaba como el joven irresponsable que era, también observaba, probaba y experimentaba. Pipo siempre tenía que estar alerta ante las trampas que Raíz le tendía.
Un momento antes, Raíz había estado escalando los árboles, agarrándose a la corteza con sólo los artejos de sus talones y sus muslos. En las manos llevaba dos palos - Los Palos Padres, los llamaban -, con los que golpeaba contra el árbol de una manera arrítmica y sañuda mientras escalaba.
El ruido hizo que Mandachuva saliera de la casa de troncos. Llamó a Raíz en el Lenguaje de los
Machos, y a continuación en portugués.
- ¡P'ra baixo, bicho!
Varios cerdis de los alrededores, al oír el juego de palabras en portugués, expresaron su apreciación frotando sus muslos con rudeza. Eso produjo un sonido sibilante, y Mandachuva dio un saltito en el aire agradeciendo sus aplausos.
Raíz, mientras tanto, se inclinó hacia atrás hasta que pareció que se iba a caer. Entonces se soltó, dio una voltereta en el aire, aterrizó sobre sus patas y dio unos cuantos brincos sin tropezar.
- Así que eres un acróbata - dijo Pipo.
Raíz se le acercó contoneándose. Era su manera de imitar a los humanos. Era la forma más efectiva y ridícula, porque su hocico aplastado parecía decididamente porcino. No era extraño que los habitantes de otros mundos les llamaran «cerdis». Los primeros visitantes de este mundo habían empezado a llamarles así en sus primeros informes, allá en el 86, y para cuando se fundó la Colonia Lusitania en 1925, el nombre ya era ineludible. Los xenólogos esparcidos por los Cien Mundos se referían a ellos como «los aborígenes lusitanos», aunque Pipo sabia perfectamente bien que eso era simplemente una cuestión de dignidad personal: excepto en sus papeles eruditos, los xenólogos les llamaban también sin duda cerdis. En cuanto a Pipo, les llamaba pequeninos, y a ellos parecía no importarles, pues se llamaban a sí mismos «Los Pequeños». Sin embargo, con dignidad o sin ella, no había forma de negarlo. En momentos como éste, Raíz parecía un cerdo sosteniéndose sobre sus patas traseras.
- Acróbata - dijo Raíz, intentando pronunciar la nueva palabra -. ¿Qué hice? ¿Tenéis una palabra para la gente que hace eso? ¿Así que hay gente que hace eso como trabajo?
Pipo suspiró suavemente y congeló la sonrisa en su cara. La ley le prohibía estrictamente divulgar información sobre la sociedad humana, pues podría contaminar la cultura porcina.
Aun así, Raíz jugaba constantemente a exprimir hasta la última gota de cuanto implicaba todo lo que Pipo decía. Esta vez, sin embargo, Pipo no podía echar la culpa a nadie, más que a sí mismo, por haber hecho una observación tonta que abría unas ventanas innecesarias hacia la vida humana. De vez en cuando se encontraba tan a gusto entre los pequeninos que hablaba de modo natural. Eso era siempre un peligro. No soy bueno en este juego constante de sacar información mientras intento no dar nada a cambio. Libo, mi silencioso hijo, ya es más discreto que yo, y sólo lleva aprendiendo de mi... ¿cuánto hace que cumplió los trece años...? Cuatro meses.
- Ojalá tuviera artejos en las piernas como vosotros - dijo Pipo -. La corteza del árbol me dejaría la piel convertida en jirones.
- Eso nos daría vergüenza a todos - Raíz continuaba en la postura expectante que Pipo suponía que era su forma de expresar una cierta ansiedad, o quizás un aviso no verbal para que otros
pequeninos tuvieran cautela. También podía ser un signo de miedo extremo, pero, por lo que
Pipo sabía, nunca había visto a un pequenino sentir miedo extremo. En cualquier caso, Pipo habló rápidamente para calmarle.
- No te preocupes. Soy demasiado viejo y blando para escalar árboles de esa forma. Es mejor que lo hagan vuestros retoños.
Y funcionó. El cuerpo de Raíz se puso otra vez en movimiento.
- Me gusta subir a los árboles. Puedo verlo todo - Raíz se plantó delante de Pipo y acercó su cara a la de él -. ¿Traerás la bestia que corre sobre la hierba sin tocar el suelo? Los otros no me creen cuando les digo que he visto una cosa así.
Otra trampa. ¿Cómo? Tú, Pipo, un xenólogo, ¿vas a humillar a este individuo de la comunidad que estás estudiando? ¿O te ceñirás a la rígida ley dispuesta por el Congreso Estelar para llevar adelante este encuentro? Había pocos precedentes. Los otros únicos alienígenas inteligentes que la humanidad había conocido eran los insectores, hacía tres mil años, y al final todos los insectores acabaron muriendo. Esta vez, el Congreso Estelar quería asegurarse de que si la humanidad fracasaba, sus errores fueran en la dirección contraria. Mínima información. Mínimo contacto.
Raíz advirtió la duda y el cuidadoso silencio de Pipo.
- Nunca nos dices nada. Nos observas y nos estudias, pero nunca nos dejas pasar la verja y entrar en tu poblado para que os observemos y os estudiemos.
Pipo contestó todo lo honestamente que pudo, pero era más importante ser cuidadoso que honesto.
- Si aprendéis tan poco y nosotros aprendemos tanto, ¿por qué vosotros habláis ya stark y portugués mientras yo me esfuerzo con vuestro lenguaje?
- Somos más listos.
Entonces Raíz se dio la vuelta y giró sobre su trasero para dar la espalda a Pipo.
- Vuélvete tras tu verja - dijo.
Pipo se quedó quieto. No muy lejos, Libo intentaba aprender de tres pequeninos cómo convertían en paja las enredaderas de merdona. Libo le vio y en un momento estuvo con él, listo para marcharse. Pipo le guió sin decir una sola palabra: ya que los pequeninos hablaban con tanta fluidez el lenguaje humano, nunca discutían lo que habían aprendido hasta que estuvieran dentro de la cerca.
Les llevó media hora llegar a casa, y llovía densamente cuando pasaron la verja y caminaron a lo largo de la cara de la colina hacia la Estación Zenador. ¿Zenador? Pipo pensó en la palabra mientras miraba el pequeño letrero sobre la puerta. La palabra XENOLOGO estaba escrita en stark. «Así es como las lenguas cambian - pensó Pipo -. Si no fuera por el ansible, que proporciona comunicación instantánea entre los Cien Mundos, posiblemente no podríamos mantener un lenguaje común. El viaje interestelar es demasiado raro y lento. El stark se fragmentaría en diez mil dialectos dentro de un siglo. Sería interesante que los ordenadores hicieran una proyección de los cambios lingüísticos en Lusitania, si se permitiera que el stark decayera y absorbiera el portugués...
- Padre - dijo Libo.
Sólo entonces Pipo se dio cuenta de que se había detenido a diez metros de la estación. Tangentes. Las mejores partes de mi vida intelectual son tangenciales, en áreas fuera de mi experiencia. Supongo que es por causa de las regulaciones que han colocado en mi área de experiencia que me es imposible saber o comprender nada. La ciencia de la xenología contiene más misterios que la Santa Madre Iglesia.
Su huella dactilar fue suficiente para abrir la puerta. Pipo sabía lo que le esperaba el resto de la tarde nada mas entrar. Pasarían varias horas de trabajo en los terminales informando de todo lo que habían hecho durante el encuentro de hoy. Después, Pipo leería los apuntes de
Libo, y Libo los de Pipo, y cuando estuvieran satisfechos, Pipo escribiría un breve sumario y entonces dejaría que los ordenadores trabajaran a partir de ahí, rellenando las notas y trasmitiéndolas instantáneamente, por ansible, a los xenólogos del resto de los Cien Mundos. Más de un millar de científicos cuya carrera consiste en estudiar la única raza alienígena que conocemos, y excepto por lo poco que los satélites puedan descubrir sobre esta especie arbórea, toda la información que obtienen mis colegas es la que Libo y yo les enviamos. Esto es, definitivamente, una intervención mínima.
Pero cuando Pipo entró en la estación, vio de inmediato que no sería una tarde de trabajo firme pero relajante. Dona Cristá estaba allí, vestida con sus hábitos de monja. ¿Había problemas en la escuela con alguno de los chicos más jóvenes?
- No, no - dijo Dona Cristá -. Todos tus hijos lo hacen muy bien, excepto éste, que me parece demasiado joven para estar trabajando aquí y no en el colegio, aunque sea de aprendiz.
Libo no dijo nada. «Una sabia decisión», pensó Pipo. Dona Cristá era una mujer joven, brillante y emprendedora, quizás incluso hermosa, pero era antes que nada una monja de la orden de los Filhos da Mente de Cristo. No era agradable contemplarla cuando estaba enfadada por la ignorancia y la estupidez. Era sorprendente el número de personas bastante inteligentes cuya ignorancia y estupidez se habían fundido considerablemente ante el fuego de su desdén. El silencio, Libo, es una política que te hará mucho bien.
- No estoy para hablar de ninguno de tus hijos - dijo Dona Cristá -. Estoy aquí por Novinha. Dona Cristá no tuvo que mencionar apellidos. Todo el mundo conocía a Novinha. La terrible
Descolada había acabado solamente ocho años antes. La plaga había amenazado con aniquilar
la colonia antes de que tuviera oportunidad de ponerse en pie; el remedio fue descubierto por el padre y la madre de Novinha, Gusto y Cida, los dos xenobiólogos. Era una trágica ironía que descubrieran la causa de la enfermedad y su tratamiento, demasiado tarde para poder salvarla. El suyo fue el último funeral de la Descolada.
Pipo recordaba claramente a la pequeña Novinha, allí de pie, agarrada de la mano de la alcaldesa Bosquinha mientras el obispo Peregrino decía la misa del funeral. No, no agarrada de la mano de la alcaldesa. La imagen volvió a su mente y, con ella, el modo en que se sintió.
¿Qué es lo que está pensando?, recordó que se preguntaba. Es el funeral de sus padres, es la última superviviente de su familia; sin embargo, puede ver a su alrededor la gran alegría de la gente de esta colonia. Joven como es, ¿comprende que nuestra alegría es el mejor tributo a sus padres? Se esforzaron al máximo y tuvieron éxito, encontraron nuestra salvación antes de morir; estamos aquí para celebrar el gran regalo que nos hicieron. Pero para ti, Novinha, es la muerte de tus padres, igual que la de tus hermanos anteriormente. Quinientos muertos, y más de quinientas misas por ellos en esta colonia, a lo largo de los últimos seis meses, y todas ellas celebradas en una atmósfera de miedo, pena y desesperación. Ahora, cuando tus padres han muerto, el miedo, la pena y la desesperación no son menores para ti de lo que fueron antes... pero nadie más comparte tu dolor. Es el alivio del dolor lo que hay en la mayoría de nuestras mentes.
Mientras la observaba y trataba de imaginar sus sentimientos, sólo consiguió rememorar su propia pena por la muerte de su hija, María, de siete años, barrida por el viento de la muerte que cubrió su cuerpo de tumores cancerosos y grandes hongos que pudrían su carne. Con un miembro nuevo, ni brazo ni pierna, surgido de su cadera, mientras la carne se le caía de los pies y la cabeza y dejaba los huesos desnudos, y su brillante mente permanecía inmisericordemente alerta, capaz de sentir todo lo que le pasaba, hasta que tuvo que gritar a Dios suplicándole que la dejara morir. Pipo recordó eso, y entonces recordó su misa de réquiem, compartida con otras cinco víctimas. Mientras permanecía allí, arrodillado con su esposa y sus hijos supervivientes, había sentido la perfecta unidad de la gente en la Catedral. Sabía que su dolor era el dolor de todo el mundo, que a través de la pérdida de su hija mayor quedaba unido a su comunidad con los inseparables lazos de la pena, y para él era un consuelo, algo a lo que aferrarse. Era así cómo la pena tenía que ser, un lamento público.
La pequeña Novinha no tuvo nada de eso. Su dolor había sido, si era posible, aún peor que el de Pipo. Al menos a él no le habían dejado sin familia, y era un adulto, no una chiquilla aterrorizada por la súbita pérdida de los cimientos de su vida. En su pena no se sentía más unida a la comunidad, sino excluida de ella. Hoy todo el mundo se alegraba, excepto ella. Hoy todo el mundo alababa a sus padres; sólo ella lloraba por ellos. Hubiera sido mejor que nunca hubieran encontrado la cura para los otros con tal de que hubieran conservado la vida.
Su aislamiento era tan intenso que Pipo pudo sentirlo desde donde estaba. Novinha se soltó de la mano de la alcaldesa en cuanto pudo. Sus lágrimas se secaron a medida que la misa continuaba. Al final, permaneció en silencio, como un prisionero que rehúsa cooperar con sus captores. El corazón de Pipo sangró por ella. Sin embargo sabía que aunque lo intentara, nunca podría ocultar su propia alegría por el final de la Descolada, su regocijo, porque no le arrebataría a ninguno de sus otros hijos. Ella lo vería: su esfuerzo por reconfortaría sería una burla, la apartaría aún mas.
Después de la misa, Novinha caminó en amarga soledad entre la multitud de gente llena de buenas intenciones, que cruelmente le decía que sus padres seguramente serian elevados a los altares y se sentarían a la derecha de Dios Padre. ¿Qué clase de consuelo es ése para un niño? Pipo le susurró a su esposa:
- Nunca nos perdonará por lo de hoy.
- ¿Perdonar? - Conceição no era una de esas esposas que inmediatamente comprenden la cadena de pensamientos de su marido -. No hemos matado a sus padres.
- Pero todos nos alegramos hoy, ¿no? Nunca nos perdonará por esto.
- Qué tontería. Ella todavía no comprende. Es demasiado joven.
Ella comprende - pensó Pipo -. ¿No comprendía las cosas María cuando era aún más pequeña de lo que Novinha lo era ahora?
A medida que los años fueron pasando - ocho años ya - la había visto de vez en cuando. Tenía la edad de su hijo Libo, y eso quería decir que hasta que éste cumplió los trece años estuvieron juntos en muchas de las clases. La oía dar clases y charlas ocasionales, junto con otros niños. Había una elegancia en su pensamiento, una intensidad en su claridez de ideas que le sorprendió. Al mismo tiempo, ella parecía completamente fría, totalmente apartada de todos los demás. El propio hijo de Pipo, Libo, era tímido, pero aun así tenía varios amigos, y se había ganado el afecto de sus profesores. Novinha, sin embargo, no tenía ningún amigo, nadie con quien compartir una mirada después de un momento de triunfo. No había ningún profesor a quien le gustara de verdad, porque rehusaba corresponder.
- Está paralizada emocionalmente - le dijo una vez Dona Cristá cuando Pipo le preguntó por ella -. No hay manera de entrar en contacto con ella. Jura que es perfectamente feliz, y que no ve ninguna necesidad de cambio.
Ahora Dona Cristá había venido a la Estación Zenador para hablarle a Pipo de Novinha. ¿Por qué a Pipo? Sólo podía suponer una razón para que la principal responsable de la escuela viniera a hablar con él sobre esta huérfana particular.
- ¿Debo entender que en todos los años que has tenido a Novinha en tu escuela soy la única persona que ha preguntado por ella?
- La única persona no - dijo ella -. Todo el mundo se interesó por ella hace un par de años, cuando el Papa beatificó a sus padres. Todo el mundo le preguntaba si la hija de Gusto y de Cida, Os Venerados, había advertido alguna vez algún hecho milagroso asociado con sus padres, tal como habían hecho otras muchas personas.
- ¿Le preguntaban eso de verdad?
- Hubo rumores, y el obispo Peregrino tuvo que investigar - Dona se envaró un poco al hablar del joven líder espiritual de la Colonia Lusitania, pues se decía que la jerarquía nunca se había llevado bien con la orden de los Filhos da Mente de Cristo -. La respuesta que dio Novinha fue muy ilustrativa.
- Lo imagino.
- Dijo, más o menos, que si sus padres estuvieran escuchando de verdad sus oraciones y tuvieran de verdad alguna influencia en el cielo para que se cumplieran sus deseos, ¿por qué entonces no habían atendido a sus oraciones para que regresaran de la tumba? Dijo que eso sería un milagro útil, y hay precedentes. Si Os Venerados tuvieran el poder de hacer milagros, entonces esto tendría que significar que no la amaban lo bastante para responder a sus
plegarias. Prefería creer que sus padres aún la amaban y que simplemente no tenían el poder para actuar.
- Una sofista nata - dijo Pipo.
- Sofista y experta en culpa: le dijo al obispo que si el Papa declaraba a sus padres venerables, sería igual que si la Iglesia dijera que sus padres la odiaban. La petición de la canonización de sus padres probaba que Lusitania la despreciaba; si se concedía, sería la prueba de que la propia Iglesia era despreciable. El obispo Peregrino se quedó blanco.
- Veo que envió la petición de todas formas.
- Por el bien de la comunidad. Y hubo todos esos milagros.
- Alguien toca el altar y un dolor de cabeza desaparece y gritan ¡Milagro! ¡Os santos me abençaram! ¡Milagro! ¡Los santos me han bendecido!
- Sabes que la Santa Sede requiere milagros más sustanciales que eso. Pero no importa. El Papa graciosamente nos permitió llamar Milagro a nuestra ciudad, y ahora imagino que cada vez que alguien pronuncia ese nombre, Novinha arde un poco más con su furia interna.
- O se vuelve más fría. Uno nunca sabe qué tipo de temperatura produce una cosa como esa.
- De todas formas, Pipo, no eres el único que ha preguntado por ella. Pero eres el único que ha preguntado por ella misma y por su propio bien, no por causa de sus santos y adorados padres.
Era triste pensar que, a excepción de los Filhos, quienes dirigían las escuelas de Lusitania, no hubiera habido más preocupación por la niña que los pequeños brotes de atención que Pipo había desperdigado a lo largo de los años.
- Tiene un amigo - dijo Libo.
Pipo había olvidado que su hijo estaba allí. Libo era tan callado que era fácil pasar por alto su presencia. Dona Cristá también parecía sorprendida.
- Creo, Libo, que somos indiscretos al hablar de una de tus compañeras de colegio de esta manera - dijo.
- Ahora soy aprendiz de Zenador - le recordó Libo. Lo que quería decir que ya no estaba en la escuela.
- ¿Quién es su amigo? - preguntó Pipo.
- Marcáo.
- Marcos Ribera - explicó Dona Cristá -. El chico alto...
- Ah, sí, el que parece una cabra.
- Es un chico fuerte - dijo Dona Cristá
Pero nunca he advertido ninguna amistad entre ellos.
- Una vez, cuando Marcão fue acusado de algo, ella lo vio y habló en su favor.
- Haces una interpretación generosa del asunto, Libo - dijo Dona Cristá -. Creo que es más apropiado decir que habló en contra de los chicos que lo hicieron de verdad y estaban intentando echarle la culpa a él.
- Marcão no lo ve de esa forma - respondió Libo -. Me he dado cuenta un par de veces por la forma en que la observa. No es mucho, pero hay alguien a quien le agrada.
- ¿Te agrada a ti? - le preguntó Pipo.
Libo guardó silencio un momento. Pipo sabía lo que aquello quería decir. Se estaba examinando para encontrar una respuesta. No la respuesta que pensaba sería la más adecuada
para atraer el favor de un adulto, ni la que provocaría su ira: los dos tipos de falacias que la mayoría de los chicos de su edad se complacían en ofrecer. Se estaba autoexaminando para descubrir la verdad.
- Creo que comprendo que no quiera agradar a la gente - dijo Libo -. Como si ella fuera un visitante que espera volver a casa algún día.
Dona Cristá asintió gravemente.
- Sí, es exactamente así. Eso es exactamente lo que parece. Pero ahora, Libo, debemos poner fin a nuestra indiscreción pidiéndote que te marches mientras nosotros...
Se marchó antes de que acabara la frase. Hizo un rápido movimiento con la cabeza y ofreció una media sonrisa que decía sí, lo comprendo, y un movimiento tan sigiloso que convirtió su salida en la prueba más elocuente de su discreción, que si hubiera argumentado que quería quedarse. Con esto, Pipo supo que estaba molesto por que le pidieran que se marchase: tenía una forma de lograr que los adultos se sintieran vagamente inmaduros en comparación con él.
- Pipo - dijo la superiora -, me ha pedido que se la examine antes de tiempo para tomar el puesto de sus padres como xenobióloga.
Pipo alzó una ceja.
- Dice que ha estado estudiando la materia intensamente desde que era una niña pequeña. Que está lista para empezar a trabajar inmediatamente, sin aprendizaje.
- Tiene trece años, ¿no?
- Hay precedentes. Muchos se han presentado a esas pruebas antes. Uno incluso aprobó siendo más joven que ella. Fue hace doscientos años, pero se permitió. El obispo Peregrino está en contra, por supuesto, pero la alcaldesa Bosquinha, bendito sea su corazón práctico, ha señalado que Lusitania necesita un xenobiólogo con urgencia. Necesitamos poner manos a la obra en el asunto de desarrollar nuevos brotes de vida vegetal, para que podamos tener un poco de variedad decente en nuestra dieta y cosechas mucho mejores. Sus propias palabras fueron: «No me importa que sea una niña, necesitamos una xenobióloga.»
- ¿Y quieres que supervise su examen?
- Si fueras tan amable...
- Me encantará hacerlo.
- Les dije que te gustaría.
- Confieso que tengo mis motivos.
- ¿Sí?
- Debería haber hecho más por la niña. Me gustaría ver que no es demasiado tarde para empezar.
Dona Cristá se echó a reír.
- Oh, Pipo, me alegra que lo intentes. Pero créeme, querido amigo, alcanzar su corazón es como bañarse en hielo.
- Lo imagino. Imagino que la persona que intente acercársele se sienta así. ¿Pero cómo se siente ella? Fría como es, seguramente por dentro debe arder como el fuego.
- Eres un poeta - dijo Dona Cristá. No había ironía en su voz. Quería decir eso mismo -. ¿Los cerdis comprenden que les hemos enviado al mejor de los nuestros como embajador?
- He intentado decírselo, pero se mantienen escépticos.
- Te la enviaré mañana. Te lo advierto: espera examinarse fríamente, y resistirá cualquier intento por tu parte de preexaminarla.
Pipo sonrió.
- Me preocupa mucho más lo que sucederá después de que se examine. Si suspende, tendrá problemas. Si aprueba, entonces los problemas empezaran para mi.
- ¿Por qué?
- Libo me insistirá en examinarse antes de tiempo para Zenador. Y si lo hace, entonces no habrá razón para que no me vaya a casa, me haga un ovillo y muera.
- Eres un loco romántico, Pipo. Si hay alguien en Milagro capaz de aceptar a su hijo de trece años como colega, ése eres tú.
Después de que la monja se marchara, Pipo y Libo trabajaron juntos, como de costumbre, registrando los sucesos del día con los pequeninos. Pipo comparó el trabajo de Libo, su forma de pensar, sus reflexiones, sus actitudes, con las de aquellos estudiantes graduados que había conocido en la Universidad antes de unirse a la Colonia Lusitania. Podía ser pequeño, y había aún mucha teoría y muchos conocimientos que tenía que aprender, pero ya era un auténtico científico en su método, y un humanista de corazón. Cuando el trabajo de la tarde terminó y volvieron a casa juntos a la luz de la grande y resplandeciente Luna de Lusitania, Pipo había decidido que Libo ya merecía ser tratado como un colega, se examinara o no. Los tests, de todas formas, no podían medir las cosas que realmente contaban.
Y, le gustara a Novinha o no, Pipo intentaría descubrir si ella tenía las cualidades, tan difíciles de medir, propias de un científico; si no las tenía, entonces haría que no se presentara a los exámenes, por muchos hechos que hubiera memorizado.
Pipo iba a ponérselo difícil. Novinha sabía cómo actuaban los adultos cuando planeaban no hacer las cosas tal como ella quería, pero no deseaba ni una pelea ni portarse mal. Por supuesto, podía examinarse. Pero no había razón para apresurarse, «tomémonos algo de tiempo, asegurémonos de que tendrás éxito al primer intento».
Novinha no quería esperar. Novinha estaba lista.
- Saltaré todos los obstáculos que usted quiera - dijo.
La cara de él se tornó fría. Sus caras siempre lo hacían. Eso estaba bien. La frialdad no le importaba. Podría hacer que se helaran hasta la muerte.
- No quiero que saltes ningún obstáculo.
- Lo único que le pido es que los coloque todos en una fila para que pueda saltarlos con rapidez. No quiero que esto dure días y días.
Él la miró pensativamente durante un momento.
- Tienes mucha prisa.
- Estoy preparada. El Código Estelar me permite desafiar la prueba en cualquier momento. Es un asunto entre el Congreso Estelar y yo, y no he podido encontrar ningún sitio en donde se diga que un xenólogo no pueda intentar adivinar las intenciones de la Oficina de Exámenes Interplanetarios.
- Entonces no has leído con atención.
- La única cosa que necesito para hacer la prueba antes de tener los dieciséis años es la autorización de mi tutor legal. No tengo ninguno.
- Al contrario - dijo Pipo -. La alcaldesa Bosquinha ha sido tu tutora legal desde el día en que murieron tus padres.
- Y estuvo de acuerdo en que podría hacer la prueba.
- Siempre y cuando vinieras a mi.
Novinha vio la intensa mirada en los ojos de él. No conocía a Pipo, así que pensó que era la mirada que había visto en tantos otros ojos, el deseo de dominarla, de mandar sobre ella, el deseo de reducir su determinación y romper su independencia, el deseo de hacer que se rindiera.
Del hielo al fuego en un instante.
- ¿Qué sabe usted de xenobiología? ¡Sólo sale y habla con los cerdis, ni siquiera ha empezado a comprender cómo funcionan sus genes! ¿Quién es usted para juzgarme? Lusitania necesita un xenobiólogo, y llevan ocho años sin ninguno. ¡Y quiere que esperen aún más tiempo sólo para poder tener el control!
Para su sorpresa, el hombre no se acaloró, no se batió en retirada. Ni siquiera le contestó airadamente. Fue como si ella no hubiera hablado.
- Ya veo que es por tu gran amor a la gente de Lusitania por lo que deseas ser xenobióloga - dijo él -. Al ver el interés público, te has sacrificado y preparado para dedicarte desde temprana edad a una vida de servicio altruista.
Parecía absurdo oírle decir eso. Y no era así cómo ella se sentía.
- ¿No es una buena razón?
- Si fuera cierta, sería bastante buena.
- ¿Me está llamando mentirosa?
- Tus propias palabras te han llamado mentirosa. Has hablado de lo mucho que ellos, la gente de Lusitania, te necesitan. Pero tú vives entre nosotros. Has vivido entre nosotros toda tu vida. Estás dispuesta a sacrificarte por nosotros, y sin embargo no te sientes parte de esta comunidad.
De modo que él no era como los adultos que siempre creían las mentiras, mientras la hicieran parecer la niña que querían que fuera.
- ¿Por qué tendría que sentirme parte de la comunidad? No lo soy. Él asintió con gravedad, como si considerara su respuesta.
- ¿A qué comunidad perteneces?
- Los cerdis son la otra única comunidad de Lusitania, y no me han enviado ahí fuera con los adoradores de árboles.
- Hay más comunidades en Lusitania. Por ejemplo, eres estudiante... Hay una comunidad de estudiantes.
- Para mí, no.
- Lo sé. No tienes amigos, no tienes ninguna relación íntima con nadie. Acudes a misa pero nunca te confiesas, estás completamente al margen de todo lo que significa estar en contacto con la vida de esta colonia en todo lo que es posible, no tocas la vida de la raza humana en ningún punto. Evidentemente, vives en un aislamiento completo.
Novinha no estaba preparada para esto. Él estaba nombrando el dolor subyacente de su vida, y ella no tenía dispuesta una estrategia para enfrentarse a eso.
- Si lo hago así, no es culpa mía.
- Lo sé. Sé dónde empezó, y sé de quién fue el fallo que continúa hasta hoy.
- ¿Mío?
- Mío. Y de todos los demás. Pero mío sobre todo, porque sabía lo que te pasaba y no dije nada. Hasta hoy.
- ¡Y hoy va a separarme de la única cosa que me importa en la vida! ¡Muchas gracias por su compasión!
Una vez más él asintió solemnemente, como si aceptara y reconociera la irónica gratitud.
- En un sentido, Novinha, no importa que no fuera culpa tuya. Porque la ciudad de Milagro es una comunidad, y tanto si te ha tratado mal como si no, aún debe actuar como hacen todas las comunidades, proporcionar la mayor felicidad posible para todos sus miembros.
- Lo que quiere decir, todo el mundo en Lusitania excepto yo... y los cerdis.
- El xenobiólogo es muy importante en una colonia, especialmente en una como ésta, rodeada por una cerca que limita para siempre nuestro crecimiento. Nuestro xenobiólogo debe encontrar el modo de cultivar más proteínas e hidratos de carbono por hectárea, lo que significa alterar genéticamente el trigo y las patatas traídas de la Tierra para hacer...
- Para hacer posible el uso máximo de los nutrientes disponibles en el entorno lusitano. ¿Cree que pienso presentarme al examen sin saber cuál será el trabajo de mi vida?
- El trabajo de tu vida es dedicarte a mejorar la vida de la gente a la que desprecias. Ahora Novinha vio la trampa que él le había dispuesto. Había aparecido demasiado tarde.
- ¿De modo que piensa que un xenobiólogo no puede hacer su trabajo a menos que ame a la gente que usa las cosas que una hace?
- No me importa si nos amas o no. Lo que tengo que saber es lo que quieres realmente. Por qué tienes tanto interés en hacer esto.
- Psicología básica. Mis padres murieron en este trabajo, y por tanto intento ocupar su puesto.
- Tal vez sí - dijo Pipo -. Y tal vez no. Lo que quiero saber, Novinha, lo que tengo que saber antes de dejarte hacer la prueba es a qué comunidad perteneces.
- ¡Ya lo ha dicho usted antes! ¡No pertenezco a ninguna!
- Imposible. Cada persona está definida por las comunidades a las que pertenece y a las que no pertenece. Yo tengo una serie de definiciones positivas y otra negativa. Pero todas tus definiciones son negativas. Podría hacer una lista infinita de las cosas que no eres. Pero una persona que cree realmente que no pertenece a ninguna comunidad, invariablemente acaba con su vida, bien matando su cuerpo, bien perdiendo su identidad y volviéndose loca.
- Ésa soy yo. Loca hasta la raíz.
- Loca, no. Obsesionada por un sentido del propósito que es preocupante. Si haces esa prueba la aprobarás. Pero antes de dejarte que te presentes a ella, tengo que saberlo: ¿en qué te convertirás cuando la apruebes? ¿En qué crees? ¿De qué eres parte? ¿Por qué te preocupas?
¿Qué es lo que amas?
- Nada de este o de otro mundo.
- No te creo.
- ¡Nunca he conocido a ningún hombre bueno o a ninguna buena mujer excepto mis padres, y están muertos! E incluso ellos. Nadie comprende nada.
- Tú.
- Soy parte de algo, ¿no? Pero nadie comprende nada, ni siquiera usted, que pretende ser tan sabio y compasivo, pero sólo me hace llorar así porque tiene el poder para impedir que haga lo que quiero hacer...
- Y eso no es la xenobiología.
- ¡Sí que lo es! ¡Es una parte, al menos!
- ¿Y cuál es el resto?
- Lo que usted es. Lo que hace. No sólo lo está haciendo mal, lo está haciendo de manera estúpida.
- Xenobiólogo y xenólogo.
- Cometieron un estúpido error cuando crearon una nueva ciencia para estudiar a los cerdis. Fueron un puñado de antropólogos viejos y cansados que se pusieron un sombrero nuevo y se llamaron a sí mismos xenólogos. ¡Pero no se puede comprender a los cerdis solamente observando la manera cómo se comportan! ¡Provienen de una evolución diferente! Hay que comprender sus genes, lo que hay en el interior de sus células. Y en las células de los otros animales también, porque no se les puede estudiar solos, nadie vive en aislamiento...
No me des sermones - pensó Pipo -. Dime lo que sientes. Y para provocar que fuera más emocional, susurró:
- Excepto tú.
Funcionó. Del frío desdén ella pasó a una calurosa defensiva.
- ¡Nunca los comprenderá! ¡Pero yo sí!
- ¿Qué te interesa de ellos? ¿Qué son los cerdis para ti?
- No podría comprenderlo nunca. Es usted un buen católico - pronunció esta palabra con desdén -. Es un libro que está en el Índice.
La cara de Pipo se iluminó de una comprensión repentina.
- La Reina Colmena y el Hegemón.
- Vivió hace tres mil años, quienquiera que fuese, el que se llamaba a sí mismo el Portavoz de los Muertos. ¡Pero comprendió a los insectores! Los aniquilamos a todos, a la única raza alienígena que conocíamos, los matamos a todos, pero él comprendió.
- Y tú quieres escribir la historia de los cerdis de la misma forma que el Portavoz original escribió la historia de los insectores.
- Por la forma en que lo dice, parece tan fácil como hacer un trabajo para la escuela. No sabe lo que costó escribir la Reina Colmena y el Hegemón. La agonía que soportó... imaginarse dentro de una mente alienígena, y salir de ella lleno de amor por la gran criatura que destruimos. Vivió en el mismo tiempo que el peor ser humano que haya vivido jamás, Ender el Genocida, el que destruyó a los insectores... e hizo todo lo posible para deshacer lo que Ender había hecho. El Portavoz de los Muertos intentó devolverlos a la vida...
- Pero no pudo.
- ¡Lo hizo! ¡Logró que vivieran de nuevo, lo sabría si hubiera leído el libro! No sé mucho sobre Jesús, escucho al obispo Peregrino y no creo que tenga poder para sanar las llagas o perdonar un miligramo de culpa. Pero el Portavoz de los Muertos hizo que la reina - colmena volviera a la vida.
- ¿Y entonces dónde está?
- ¡Está aquí! ¡Dentro de mí! Él asintió.
- También hay alguien más en tu interior. El Portavoz de los Muertos. Eso es lo que quieres ser.
- Es la única historia verdadera que he oído. La única que me importa. ¿Es eso lo que quería oír? ¿Que soy una hereje? ¿Y que todo el trabajo de mi vida va a ser añadir otro libro al Índice de verdades cuya lectura los buenos católicos tienen prohibida?
- Lo que quería oír - dijo Pipo con suavidad - era el nombre de lo que eres, en vez del nombre de todas las cosas que no eres. Eres la reina de la colmena. Eres la Portavoz de los Muertos. Es una comunidad muy pequeña, pequeña en número, pero grande de corazón. Así que eliges no ser parte de las bandas de chiquillos que se agrupan con el único propósito de excluir de sus filas a otros, y la gente te mira y dice, probrecita, está tan sola, pero tú conoces un secreto, sabes quién eres realmente. Eres el único ser humano capaz de comprender la mente alienígena, porque eres la mente alienígena; sabes lo que es ser inhumano porque nunca ha habido ningún grupo humano que te haya dado credenciales como homo sapiens.
- ¿Ahora me dice que ni siquiera soy humana? Me hace gimotear como una niña pequeña porque no me deja presentarme a la prueba, me hace que me humille, ¿y ahora me dice que no soy humana?
- Puedes presentarte a la prueba. Las palabras colgaron en el aire.
- ¿Cuándo? - susurró ella.
- Esta noche. Mañana. Empieza cuando quieras. Detendré mi trabajo para hacer que pases por las pruebas lo más pronto posible.
- ¡Gracias! ¡Gracias! Yo...
- Conviértete en Portavoz de los Muertos. Te ayudaré si puedo. La ley me prohíbe tomar a nadie bajo mi tutela excepto a mi hijo Libo para salir a estudiar a los pequeninos. Pero te dejaremos ver nuestras notas. Te mostraremos todo lo que aprendamos. Todas nuestras suposiciones y especulaciones. A cambio, tú también nos mostrarás tu trabajo, lo que descubras sobre las pautas genéticas de este mundo, que pudiera ayudarnos a comprender a los pequeninos. Y cuando hayamos aprendido suficiente, juntos, podrás escribir tu libro, podrás convertirte en Portavoz. Pero esta vez no será el Portavoz de los Muertos. Los pequeninos no están muertos.
Ella sonrió a su pesar.
- El Portavoz de los Vivos.
- También he leído la Reina Colmena y el Hegemón - dijo él -. No encuentro un nombre mejor para ti.
Pero ella aún no se fiaba de él, aún no creía en lo que él parecía prometerle.
- Querré venir aquí a menudo. Todo el tiempo.
- Cerramos esto cuando nos vamos a la cama.
- Entonces el resto del tiempo. Se cansarán de mí. Tendrán que decirme que me marche. Me ocultarán sus secretos. Me dirán que me calle y que no mencione mis ideas.
- Acabamos de empezar a hacernos amigos y ya crees que soy un mentiroso y un tramposo, zoquete impaciente.
- Pero lo hará. Todos lo hacen. Todos desean que me marche... Pipo se encogió de hombros.
- ¿Y qué? En una ocasión o en otra, todo el mundo desea que todos los demás se marchen. A veces desearé que te marches. Lo que te estoy diciendo es que incluso en esos momentos, aunque te diga que te marches, no tienes que marcharte.
Era la cosa más desconcertante que le había dicho nadie.
- Es una locura.
- Sólo una cosa mas. Prométeme que nunca intentarás ir con los pequeninos. Porque no puedo dejar que lo hagas, y si lo haces de todas formas, el Congreso Estelar cerrará todo nuestro
trabajo aquí, prohibirá cualquier contacto con ellos. ¿Me lo prometes? O de lo contrario, todo, mi trabajo y tu trabajo, será deshecho.
- Lo prometo.
- ¿Cuándo realizaremos la prueba?
- ¡Ahora! ¿Puedo empezar ahora mismo?
Él se rió con suavidad, entonces alargó una mano y sin mirar tocó el terminal. Éste cobró vida y los primeros modelos genéticos aparecieron en el aire por encima.
- Tenía el examen preparado - dijo ella -. ¡Estaba dispuesto! ¡Sabía que me dejaría hacerlo desde el principio!
Él sacudió la cabeza.
- Lo esperaba. Creía en ti. Quería ayudarte a hacer lo que soñabas hacer. Siempre y cuando fuera algo bueno.
Ella no habría sido Novinha si no hubiera encontrado otra puya que decir.
- Ya veo. Es usted el juez de los sueños.
Quizá él no sabía que era un insulto. Sonrió y dijo:
- Fe, esperanza y amor... esos tres. Pero el mayor de todos es el amor.
- Usted no me ama - dijo ella.
- Ah - contestó él -. Yo soy el juez de los sueños y tú eres la juez del amor. Bien, te encuentro culpable de soñar buenos sueños, y te sentencio a toda una vida de trabajo y sufrimiento por el bien de tus sueños. Sólo espero que algún día no me declares inocente del crimen de amarte
- reflexionó un instante -. Perdí una hija en la Descolada. Maria. Ahora sólo seria unos pocos años mayor que tú.
- ¿Y yo se la recuerdo?
- Estaba pensando que no se habría parecido a ti en nada.
Ella empezó la prueba. Le llevó tres días. La aprobó con una nota muy superior a la de muchos estudiantes graduados. Más adelante, sin embargo, ella no recordaría la prueba por haber sido el principio de su carrera, el final de su infancia, la confirmación de su vocación hacia el trabajo que ocuparía su vida. Recordaría la prueba porque sería el principio de su estancia en la Estación de Pipo, donde Pipo y Libo y Novinha formarían juntos la primera comunidad a la que perteneció desde que sus padres fueron devueltos a la Tierra.
No fue fácil, especialmente al principio. Novinha no perdió instantáneamente su costumbre de enfrentarse fríamente a los demás. Pipo lo comprendía, estaba preparado para soportar sus andanadas verbales. El desafío fue mucho mayor para Libo. La Estación del Zenador había sido un sitio donde él y su padre podían estar solos y unidos. Ahora, sin que nadie le hubiera consultado su opinión, se había añadido una tercera persona, una persona fría y exigente que le hablaba como si fuera un crío, incluso a pesar de que tenían la misma edad. Le molestaba que ella fuera una xenobióloga completa, con todos los privilegios de adulto que eso implicaba, mientras él era aún un aprendiz.
Pero intentó soportarlo con paciencia. Era de naturaleza tranquila, y la discreción era parte de su carácter. No era propenso al resentimiento. Pero Pipo conocía a su hijo, y le veía consumirse. Después de una temporada, incluso Novinha, pese a lo insensible que era, empezó a darse cuenta de que estaba provocando a Libo más de lo que ningún joven podría soportar. Pero, en lugar de dejarlo correr, empezó a considerarlo como un desafío. ¿Cómo podría forzar alguna respuesta de este joven hermoso, tranquilo y generoso?
- ¿Quieres decir que habéis estado trabajando todos estos años y ni siquiera sabéis cómo se reproducen los cerdis? - le dijo un día -. ¿Cómo sabéis que todos son machos?
- Les explicamos los términos masculino y femenino al enseñarles nuestros lenguajes - explicó Libo suavemente -. Ellos eligieron el de macho. Y se refirieron a los otros, a los que nunca hemos visto, como hembras.
- Pero, por todo lo que sabéis, ¿se reproducen por apareamiento? ¡O por mitosis!
Su tono era desdeñoso, y Libo no respondió con rapidez. Pipo sintió como si pudiera oír los pensamientos de su hijo, reestructurando una y otra vez su respuesta hasta que ésta fuera amable y segura.
- Ojalá nuestro trabajo se pareciera más a la antropología física. Entonces estaríamos más preparados para aplicar tu investigación sobre las pautas de vida subcelulares de Lusitania a lo que aprendemos de los pequeninos.
Novinha parecía horrorizada.
- ¿Quieres decir que ni siquiera tomáis muestras de tejido?
Libo se sonrojó ligeramente, pero cuando contestó, su voz continuó tranquila. Pipo pensó que el muchacho no cambiaría de actitud ni ante un interrogatorio de la Inquisición.
- Supongo que es una tontería - dijo Libo -, pero tememos que los pequeninos se preguntarían por qué tomamos pedazos de su cuerpo. Si uno de ellos enfermara después por casualidad,
¿pensarían que nosotros causamos la enfermedad?
- ¿Y si tomarais algo que ellos sueltan de forma natural? Se puede aprender mucho del pelo. Libo asintió; Pipo, que observaba desde su terminal al otro extremo de la habitación, reconoció
el gesto: Libo lo había aprendido de su padre.
- Muchas tribus primitivas de la Tierra creían que los despojos de sus cuerpos contenían parte de su vida y de su fuerza. ¿Y si los cerdis pensaran que estamos practicando magia contra ellos?
- ¿No sabéis su lenguaje? Creía que algunos de ellos hablan también el stark - ella no hizo ningún esfuerzo para disimular su desdén -. ¿No podéis explicarles para qué son las muestras?
- Tienes razón - dijo él tranquilamente -.
Pero si les explicáramos para qué usamos las muestras de tejidos, podríamos accidentalmente enseñarles los conceptos de la ciencia biológica un millar de años antes de que alcancen ese punto de manera natural. Por eso la ley nos prohíbe explicar cosas como esa.
Finalmente, Novinha claudicó.
- No me daba cuenta de lo férreamente que estáis atados por la doctrina de la intervención mínima.
Pipo se alegró al oír que se retiraba de su arrogancia, pero su humildad era aún peor. La muchacha estaba tan aislada del contacto humano que hablaba como un libro de ciencia excesivamente formal. Pipo se preguntó si ya sería demasiado tarde para enseñarle a convertirse en un ser humano.
No lo era. En cuanto ella se dio cuenta de que eran excelentes en su trabajo científico, del que ella apenas sabía nada, desterró su agresividad y adoptó casi el extremo opuesto. Apenas le habló a Pipo y Libo durante semanas. Al contrario, estudió sus informes, intentando comprender el propósito de lo que hacían. De vez en cuando tenía una pregunta, y preguntaba; ellos contestaban amablemente y a conciencia.
La cortesía dio paso gradualmente a la familiaridad. Pipo y Libo empezaron a conversar abiertamente delante de ella, aireando sus especulaciones sobre las causas que habían llevado a los cerdis a desarrollar aquellas extrañas pautas de conducta, qué significado subyacía detrás de algunas de sus extrañas expresiones, por qué permanecían tan enervantemente impenetrables. Y como el estudio de los cerdis era una rama completamente nueva de la ciencia, no pasó mucho tiempo antes de que Novinha también fuera experta en ella, aunque lo fuera de segunda mano, y pudiera ofrecer algunas hipótesis.
- Después de todo - dijo Pipo, animándola -, todos estamos ciegos en este asunto.
Pipo había previsto lo que iba a suceder a continuación. La paciencia de Libo, cuidadosamente cultivada, le había hecho parecer frío y reservado ante los chicos de su edad, y Pipo era para él más importante que cualquier intento de socialización; el aislamiento de Novinha era más espectacular, pero no más intenso. Ahora, sin embargo, su interés común en los cerdis les acercaba; ¿con quién más podían hablar, si nadie excepto Pipo podría comprender sus conversaciones?
Descansaban juntos y se reían hasta que se les saltaban las lágrimas ante chistes que no podrían divertir a ningún otro luso. Como los cerdis parecían tener un nombre para cada árbol del bosque, Libo se dedicó a nombrar todos los muebles de la Estación Zenador, y periódicamente anunciaba que ciertos elementos estaban en mal momento y no tenían que ser molestados.
- ¡No os sentéis en Silla! ¡Tiene otra vez el período!
Nunca habían visto un cerdi femenino, y los machos siempre se referían a ellas con una reverencia casi religiosa; Novinha escribió una serie de informes satíricos sobre una imaginaria mujer cerdi llamada Reverenda Madre, que era jocosamente mandona y exigente.
No todo eran risas. Había problemas, preocupaciones y en una ocasión sintieron miedo auténtico de que hubieran hecho exactamente lo que el Congreso Estelar había intentado prevenir: crear cambios radicales en la sociedad cerdi. Empezó con Raíz, naturalmente. Raíz, que insistía en hacer preguntas desafiantes e imposibles, como: «Si no tenéis ninguna otra ciudad de humanos, ¿cómo podéis ir a la guerra? No hay ningún honor en que vayáis a matar a los Pequeños.» Pipo farfulló algo referente a que los humanos nunca matarían a los pequeninos, pero sabía que ésa no era la pregunta que Raíz estaba haciéndole realmente.
Pipo sabía desde hacía años que los cerdis conocían el concepto de guerra, pero Libo y Novinha discutieron apasionadamente durante días si la pregunta de Raíz probaba que los cerdis consideraban la guerra como algo deseable o simplemente inevitable. Había otros fragmentos de información de Raíz, algunos importantes, otros no... y muchos cuya importancia era imposible de juzgar. En cierto modo, el propio Raíz era la prueba de la sabiduría de la política que prohibía a los xenólogos hacer preguntas que pudieran revelar expectativas humanas y, por tanto, prácticas humanas. Las preguntas de Raíz invariablemente les daban más respuestas que las que obtenían de sus respuestas a sus propias preguntas.
La última información que Raíz les dio, sin embargo, no iba incluida en una pregunta. Fue una suposición dicha a Libo en privado, mientras Pipo estaba con algunos otros cerdis examinando la manera en que construían la casa de troncos.
- ¡Lo sé, lo sé! - dijo Raíz -. Sé por qué Pipo está aún vivo. Vuestras mujeres son demasiado estúpidas para saber que él es sabio.
Libo se esforzó en encontrar sentido en este galimatías aparente. Qué pensaba Raíz, ¿que si las mujeres humanas fueran más listas matarían a Pipo? Hablar de matar era preocupante: esto era, obviamente, un asunto importante, y Libo no sabía cómo llevarlo solo. Sin embargo, no podía pedir ayuda a Pipo, pues estaba claro que Raíz quería discutirlo donde Pipo no pudiera oír.
Al ver que Libo no contestaba, Raíz insistió.
- Vuestras mujeres son débiles y estúpidas. Se lo dije a los otros y me dijeron que debía preguntarte. Vuestras mujeres no ven la sabiduría de Pipo. ¿Es cierto?
Raíz parecía muy excitado, respiraba agitadamente y se arrancaba pelos de los brazos, a puñados de cuatro o cinco a la vez. Libo tenía que responder.
- La mayoría de las mujeres no le conocen - dijo.
- ¿Entonces cómo sabrán si debe de morir? - preguntó Raíz.
De repente, se quedó muy tranquilo y añadió, en voz muy alta:
- ¡Sois cabras!
Entonces apareció Pipo, preguntándose a qué venían los gritos. Vio de inmediato que Libo estaba desesperado. Sin embargo, no tenía ni idea de qué había tratado la conversación,
¿cómo podría servir de ayuda? Todo lo que sabía era que Raíz estaba diciendo que los humanos - o al menos Pipo y Libo - eran como las grandes bestias que pastaban en manadas en la pradera. Pipo ni siquiera era capaz de decir si Raíz está enfadado o feliz.
- ¡Sois cabras! ¡Vosotros decidís! - señaló a Libo y luego a Pipo -. ¡Vuestras mujeres no eligen vuestro honor, vosotros lo hacéis! ¡Igual que en la batalla, pero todo el tiempo!
Pipo no entendía de lo que hablaba Raíz, pero podía ver que todos los pequeninos estaban inmóviles como árboles, esperando que él - o Libo - contestaran. Estaba claro que Libo se sentía demasiado asustado por la extraña conducta de Raíz para que se atreviera a responder. En un caso así, Pipo no pudo sino decir la verdad; era, después de todo, una pieza de información relativamente obvia y trivial sobre la sociedad humana. Iba en contra de las leyes que el Congreso Estelar había establecido, pero no contestar sería incluso más peligroso, y por eso Pipo continuó.
- Los hombres y las mujeres deciden juntos, o deciden solos. Uno no decide por el otro. Era, aparentemente, lo que todos los cerdis habían estado esperando.
- Cabras - dijeron, una y otra vez; corrieron hacia Raíz, riendo y silbando.
Lo cogieron y se lo llevaron rápidamente a la espesura. Pipo intentó seguirles, pero dos de los cerdis lo detuvieron y negaron con la cabeza. Era un gesto humano que habían aprendido con anterioridad, pero para los cerdis tenía un sentido aún más fuerte. A Pipo le quedaba absolutamente prohibido seguirles. Iban a ir con las hembras, y ése era el único lugar al que los cerdis les habían dicho que no podían acudir.
De vuelta a casa, Libo informó de cómo había empezado el problema.
- ¿Sabes lo que dijo Raíz? Dijo que nuestras mujeres son débiles y estúpidas.
- Eso es porque no conoce a la alcaldesa Bosquinha. Ni a tu madre.
Libo se echó a reír, porque su madre, Conceição, dirigía los archivos como si fuera una antigua estação en el salvaje mato: si entrabas en sus dominios, quedabas irremediablemente sujeto a su ley. Mientras se reía, sintió que algo se le escapaba, algo que era importante... ¿de qué estaban hablando? Libo lo había olvidado, y pronto olvidó también que había olvidado.
Esa noche escucharon el sonido de los tambores que Pipo y Libo creían parte de alguna especie de celebración. No sucedía muy a menudo, era como si golpearan grandes tambores con gruesos palos. Esa noche, sin embargo, la celebración parecía que iba a durar para siempre. Pipo y Libo especularon que quizás el ejemplo humano de igualdad sexual había dado a los pequeninos machos alguna esperanza de liberación.
- Creo que podríamos catalogar esto como una seria modificación de la conducta de los cerdis - dijo gravemente Pipo -. Si resulta que hemos causado un cambio real, tendré que hacer un informe, y el Congreso probablemente ordenará que el contacto humano con los cerdis se interrumpa durante una temporada. Años, tal vez.
Era una idea preocupante: realizar su trabajo a conciencia tal vez hiciera que el Congreso
Estelar les prohibiera seguir haciéndolo.
Por la mañana, Novinha fue con ellos hasta la puerta de la gran verja que separaba la ciudad humana de las colinas de los bosques donde los cerdis vivían. Como Pipo y Libo aún estaban intentando asegurarse mutuamente que ninguno de ellos podría haber hecho nada malo, Novinha se adelantó y llegó primero a la puerta. Cuando los otros llegaron, señaló una mancha fresca de tierra roja a unos treinta metros colina arriba.
- Eso es nuevo - dijo -. Y hay algo allí dentro.
Pipo abrió la puerta y Libo, por ser más joven, corrió a investigar. Se detuvo al borde de la mancha y se quedó completamente inmóvil, mirando lo que allí había. Pipo, al verle, se
detuvo, y Novinha, temiendo súbitamente por Libo, ignoró las reglas y atravesó la puerta. Libo echó la cabeza hacia atrás y se arrodilló; se llevó las manos a los rizados cabellos y exhaló un terrible grito de remordimiento.
Raíz yacía abierto en el claro. Le habían sacado las vísceras con el mayor cuidado: cada órgano había sido separado limpiamente, y las fibras y filamentos de sus miembros habían sido separados y esparcidos siguiendo un modelo simétrico en el suelo. Todo tenía aún conexión con el cuerpo: nada había sido amputado completamente.
El grito de agonía de Libo era casi histérico. Novinha se arrodilló junto a él y lo abrazó, lo meció e intentó tranquilizarlo. Pipo sacó metódicamente su cámara y tomó fotos desde todos los ángulos para que el ordenador pudiera analizarlo con detalle más tarde.
- Aún estaba vivo cuando hicieron esto - dijo Libo, cuando se calmó lo suficiente para poder hablar. Incluso así, tuvo que pronunciar las palabras despacio, con cuidado, como si fuera un extranjero que aprende a hablar -. Hay tanta sangre en el suelo... y llega hasta tan lejos... su corazón tuvo que estar latiendo cuando le abrieron.
- Ya lo discutiremos más tarde - dijo Pipo.
Ahora, el detalle que Libo había olvidado el día anterior volvió con cruel claridad.
- Es lo que Raíz dijo ayer sobre las mujeres. Deciden cuándo deben morir los hombres. Me dijo eso y que...
Se detuvo. Naturalmente que no hizo nada. La ley requería que no hiciera nada. Y en ese momento decidió que odiaba la ley. Si la ley implicaba que había que permitir que le hicieran esto a Raíz, entonces la ley era absurda. Raíz era una persona. Uno no se mantiene al margen y deja que esto le pase a una persona sólo por el hecho de que la estés estudiando.
- No le hicieron esto como deshonor - dijo Novinha -. Si hay algo claro, es el amor que sienten por los árboles. ¿Véis?
En el centro de la cavidad pectoral de Raíz, por lo demás vacía ahora, había implantada una semilla muy pequeña.
- Ahora sabemos por qué todos los árboles tienen nombre - dijo Libo amargamente -. Los plantan como lápidas para los cerdis que torturan a muerte.
- Este bosque es muy grande - dijo Pipo con suavidad -. Por favor, reduce tus hipótesis a lo que sea remotamente posible.
Se calmaron con su tono tranquilo y razonado, con su insistencia de que, incluso ahora, se comportaran como científicos.
- ¿Qué hacemos? - preguntó Novinha.
- Tenemos que hacerte regresar al perímetro inmediatamente - dijo Pipo -. Tu estancia aquí está prohibida.
- Me refiero al cuerpo... ¿Qué hacemos con él?
- Nada - dijo Pipo -. Los cerdis han hecho lo que suelen hacer, por las razones que tengan. Ayudó a Libo a ponerse en pie. El muchacho tuvo problemas para sostenerse al principio; tuvo
que apoyarse en los dos para poder dar sus primeros pasos.
- ¿Qué es lo que dije? - susurró -. Ni siquiera sé qué es lo que dije para que lo mataran.
- No fuiste tú - dijo Pipo -. Fui yo.
- ¿Es que creéis que sois sus dueños? - demandó Novinha -. ¿Creéis que su mundo gira en torno vuestro? Los cerdis lo hicieron, por las razones que sean. Está bastante claro que no es la primera vez: la vivisección fue demasiado perfecta para que se trate de la primera vez.
Pipo lo tomó como un chiste macabro.
- Estamos quedándonos atrás, Libo. Se supone que Novinha no sabe nada de xenología.
- Tienes razón - contestó Libo -. Sea lo que sea lo que ha impulsado esto, lo han hecho antes. Una costumbre - intentaba parecer sereno.
- Pero eso es aún peor, ¿no? - dijo Novinha -. Es una costumbre suya destriparse vivos mutuamente.
Miró a los otros árboles del bosque que empezaba en la cima de la colina y se preguntó cuántos otros tenían sangre en sus raíces.
Pipo envió su informe por el ansible, y el ordenador no le dio ningún problema sobre el nivel de prioridad. Dejó la cuestión en manos del comité supervisor, para que éste decidiera si el contacto con los cerdis debería de ser detenido. El comité no pudo identificar ningún error fatal.
- Es imposible ocultar la relación existente entre nuestros sexos, ya que es posible que algún día una mujer sea xenóloga - dijo el informe -, y no encontramos ningún punto en el que no actuaran razonable y prudentemente. Nuestra conclusión es que fueron partícipes involuntarios de alguna clase de lucha por el poder, que se decidió en contra de Raíz, y que deben continuar con su contacto empleando toda la prudencia razonable.
Era una absolución completa, pero no resultó fácil aceptarla. Libo había crecido conociendo a los cerdis, o al menos oyendo a su padre hablar de ellos.
Conocía mejor a Raíz que a ningún otro ser humano aparte de su familia y Novinha. Le costó días regresar a la Estación Zenador, semanas volver a los bosques.
Los cerdis no dieron muestras de que nada hubiera cambiado; si acaso, fueron aún más abiertos y amistosos que antes. Nadie habló jamás de Raíz, menos que nadie Pipo y Libo. Sin embargo, hubo cambios por parte de los humanos. Pipo y Libo nunca se separaban más que unos pocos pasos mientras estaban entre ellos.
El dolor y la desesperación de aquel día hicieron que Libo y Novinha confiaran uno en el otro más que antes, como si la oscuridad les hiciera acercarse juntos a la luz. Los cerdis parecían ahora peligrosos e impredecibles, igual que había parecido siempre la compañía humana, y entre Pipo y Libo se interponía ahora la duda de quién era el culpable, no importaba cuánto intentaran reconfortarse mutuamente.
Así que lo único bueno y seguro en la vida de Libo era Novinha, y en la vida de Novinha lo único era Libo.
Aunque Libo tenía madre y hermanos, y Pipo y Libo siempre volvían a casa, Novinha y Libo se comportaban como si la Estación Zenador fuera una isla en la que Pipo fuera una especie de amoroso, pero siempre remoto Próspero. Pipo se preguntaba si los cerdis eran como Ariel, que guiaba a los jóvenes a la felicidad, o como pequeños Caliban, apenas bajo control y siempre dispuestos a cometer asesinatos.
Después de unos cuantos meses, la muerte de Raíz se desvaneció en la memoria, y sus risas regresaron, aunque nunca llegó a ser como antes. Cuando cumplieron diecisiete años, Libo y Novinha estaban tan seguros el uno de la otra que hablaban rutinariamente de lo que harían juntos dentro de cinco, diez, veinte años. Pipo nunca se molestó en preguntarles por sus planes de matrimonio. Después de todo estudiaban biología de la mañana a la noche. Tarde o temprano, se les ocurriría explorar estrategias reproductoras estables y socialmente aceptables.
Mientras tanto, era bastante que se preguntaran incesantemente por cómo y cuándo los cerdis se apareaban, considerando que los machos no tenían ningún órgano reproductor distinguible. Sus especulaciones sobre cómo los cerdis combinaban material genético invariablemente los condujo a chistes tan picantes que Pipo tuvo que recurrir a todo su autocontrol para pretender que no los encontraba divertidos.
Así, la Estación Zenador durante aquellos pocos años fue un lugar de auténtica camaradería para dos jóvenes brillantes que, de otra manera, habrían sido condenados a una fría soledad. A
ninguno se le ocurrió que aquel idilio terminaría bruscamente, y para siempre, y bajo unas circunstancias que sacudirían de temor a los Cien Mundos.
Fue tan simple, tan cotidiano... Novinha analizaba la estructura genética de los juncos infestados de moscas que había junto al río, y se dio cuenta de que el mismo cuerpo subcelular que había causado la Descolada estaba presente en las células del junco. Hizo aparecer otras varias estructuras celulares en el aire por encima del terminal del ordenador y las hizo girar. Todas contenían el agente de la Descolada.
Llamó a Pipo, que estaba enfrascado con la trascripción de la visita a los cerdis del día anterior. El ordenador mostró comparaciones de todas las otras células de las que tenían ejemplos. Ajena a la función celular, ajena a la especie de la que provenía, cada célula alienígena contenía el agente de la Descolada, y el ordenador declaró que su proporci��n química era absolutamente idéntica.
Novinha esperaba que Pipo asintiera, le dijera que parecía interesante, tal vez que proporcionara una hipótesis.
En vez de eso, se sentó y volvió a examinar la prueba, preguntando cómo operaba la comparación del ordenador, y después qué era lo que hacía realmente el agente de la Descolada.
- Padre y Madre no llegaron a descubrir qué la provocaba, pero el agente de la Descolada produce esta pequeña proteína, bueno, pseudo proteína, supongo, que ataca las moléculas genéticas, empezando por un extremo y deshaciendo las dos cadenas de la molécula justo hasta el centro. Por eso la llaman la descoladora... también separa el ADN de los humanos.
- Muéstrame lo que hace en las células alienígenas. Novinha puso el simulador en movimiento.
- No, no sólo en la molécula genética... en todo el entorno de la célula.
- Es justo en el núcleo - dijo ella. Amplió el campo para incluir más variables.
El ordenador lo realizó más lentamente, ya que estaba considerando millones de enlaces aleatorios de material nuclear a cada segundo. En la célula del junco, a medida que una molécula genética se despegaba, varias grandes proteínas ambientales se pegaban a los tejidos abiertos.
- En los humanos, el ADN intenta recombinarse, pero las proteínas aleatorias se insertan de tal forma que la célula se vuelve loca. A veces experimentan una mitosis, como el cáncer, y a veces mueren. Lo que es más importante es que en los humanos los cuerpos de la Descolada se reproducen locamente, pasando de célula en célula. Por supuesto, todas las criaturas alienígenas ya las tienen.
Pero Pipo no estaba interesado en lo que decía. Cuando el descolador había terminado con las moléculas genéticas del junco, miró a una y otra células.
- No es sólo significante. Es lo mismo - dijo -. ¡Es lo mismo!
Novinha no vio lo que él había advertido. ¿Lo mismo de qué? Tampoco tuvo tiempo de preguntar. Pipo ya se había puesto en pie, había agarrado su abrigo y se encaminaba hacia la puerta. En el exterior, llovía. Pipo se detuvo solamente para llamarle.
- Dile a Libo que no se moleste en venir. Únicamente muéstrale la simulación y ve si puede darse cuenta antes de que yo regrese. Lo sabrá... Es la gran respuesta. La respuesta a todo.
- ¡Dímela!
Él se echó a reír.
- No hagas trampas. Libo te la dirá si no la puedes ver sola.
- ¿Adónde vas?
- A preguntarle a los cerdis si tengo razón, naturalmente. Pero sé que sí, aunque me mientan. Si no he vuelto en una hora, es que he resbalado con la lluvia y me he roto un pie.
Libo no llegó a ver las simulaciones. La reunión del comité planificador duró más de la cuenta por una discusión referente a la ampliación del ganado, y después Libo aún tuvo que recoger las compras de la semana. Cuando regresó, Pipo llevaba fuera cuatro horas, oscurecía, y la lluvia se convertía en nieve.
Salieron a buscarle de inmediato, temiendo que les costaría horas localizarle en el bosque. Lo encontraron pronto. Su cuerpo estaba casi congelado por efecto de la nieve. Los cerdis ni siquiera habían plantado un árbol en su interior.