3 - LIBO
Dieta observada: Primariamente macios, los gusanos brillantes que viven entre las enredaderas de merdona en la corteza de los árboles. Se les ha visto masticar a veces hojas de capim. A veces (¿accidentalmente?) ingieran hojas de merdona con los macios.
Nunca les hemos visto comer nada más. Novinha analizó los tres alimentos (macios, hojas de capim y hojas de merdona), y los resultados fueron sorprendentes. O bien los pequeninos no necesitan muchas proteínas diferentes o tienen siempre hambre. Su dieta carece seriamente de muchos elementos básicos. Y la dosis de calcio es tan baja que nos preguntamos si sus huesos lo requieren de la misma manera que los nuestros.
Pura especulación: Ya que no podemos tomar muestras de tejido, nuestro único conocimiento de la anatomía y fisiología de los cerdis es el que hemos podido sacar de nuestras fotografías del cadáver diseccionado del cerdi llamado Raíz. Sin embargo, hay algunas anomalías obvias. Las lenguas de los cerdis, que son tan fantásticamente ágiles que pueden producir cualquier sonido de los que nosotros hacemos, y muchos otros que no podemos hacer, deben de haber evolucionado para algún propósito. Tal vez para sorber los insectos en la corteza de los árboles o en nidos en el suelo. Si algún antepasado cerdi hacía eso en el pasado, ahora sus descendientes ciertamente no lo hacen. Y los artejos de sus pies y el interior de sus tobillos les permiten escalar los árboles y colgarse de ellos por las piernas. ¿Por qué evolucionaron?
¿Para escapar de algún depredador? No hay en Lusitania ningún depredador lo
suficientemente grande para lastimarles. ¿Para colgarse de los árboles mientras buscan
insectos en la corteza de los árboles? Eso encaja con la forma de sus lenguas, ¿pero dónde están los insectos? Los únicos insectos son las moscas y los pulador, pero no anidan en los árboles y los cerdis, de todas formas, tampoco los comen. Los macios son grandes, viven en la superficie de la corteza, y se les puede coger fácilmente haciendo bajar las enredaderas de merdona; no necesitan escalar a los árboles.
Especulación de Libo: La lengua y la capacidad para escalar a los árboles evolucionaron en un entorno diferente con una dieta mucho más variada, en la que se incluían los insectos. Pero algo (¿una edad del hielo?, ¿una migración?, ¿una enfermedad?) hizo que el entorno cambiara. No más insectos en la corteza, etc. Tal vez entonces desaparecieron todos los grandes depredadores. Eso explicaría por qué hay tan pocas especies en Lusitania a pesar de las condiciones favorables. El cataclismo puede haber sido reciente (¿medio millón de años?), y por eso la evolución no ha tenido oportunidad de diferenciarse mucho todavía.
Es una hipótesis tentadora, ya que no hay ninguna razón obvia en el presente entorno para que los cerdis hayan evolucionado. No hay competición para ellos. El espacio ecológico que ocupan podría ser llenado con ardillas. ¿Por qué iba a ser la inteligencia una característica adaptada? Pero inventar un cataclismo para explicar por qué los cerdis tienen una dieta tan aburrida y poco nutritiva es probablemente demasiado. La cuchilla de Ockham corta esto en pedazos.
João Figueira Álvarez. Notas de Trabajo 14/4/1948 CE, publicado póstumamente en Raíces
Filosóficas de la Secesión Lusitana, 2010-33-4-1090:40.
En cuanto la alcaldesa Bosquinha llegó a la Estación Zenador, el asunto escapó del control de Libo y Novinha. Bosquinha estaba acostumbrada a tomar el mando, y su actitud no dejó mucha oportunidad para protestar o ni siquiera para considerarlo.
- Esperad aquí - le dijo a Libo casi en cuanto se hizo cargo de la situación -. Cuando recibí tu llamada, envié al Juez para que se lo dijera a tu madre.
- Tenemos que traer su cuerpo - dijo Libo.
- También llamé a algunos de los hombres que viven cerca para que ayudaran a hacerlo. Y el obispo Peregrino está preparando para él un lugar en las tumbas de la Catedral.
- Quiero estar allí - insistió Libo.
- Comprende, Libo, que tenemos que tomar fotografías, en detalle.
- Fui yo quien les dijo que había que hacer eso para el informe para el Comité Estelar.
- Pero no deberías de estar allí, Libo - la voz de Bosquinha era autoritaria -. Además, nos hace falta tu informe. Tenemos que notificarlo al Congreso Estelar lo antes posible. ¿Puedes hacerlo ahora, mientras está fresco en tu mente?
Tenía razón, naturalmente. Sólo Libo y Novinha podían escribir informes de primera mano, y cuanto más pronto lo hicieran, mejor.
- Lo haré - dijo Libo.
- Y tú, Novinha, pon tus observaciones también. Escribid vuestros informes por separado, sin consultaros. Los Cien Mundos esperan.
El ordenador ya había sido alertado y sus informes se enviaron por ansible mientras los escribían, con errores y correcciones incluidas. En los Cien Mundos, la gente más relacionada con la xenología leyó cada palabra a la vez que Libo y Novinha las escribían. A muchos otros se les entregaron sumarios escritos instantáneamente por el ordenador. A veintidós años-luz de distancia, Andrew Wiggin se enteró de que el xenólogo Joáo Figueira «Pipo» Álvarez había sido asesinado por los cerdis, y se lo contó a sus estudiantes incluso antes de que los hombres de Milagro trajeran de vuelta el cuerpo de Pipo.
Una vez terminado el informe, Libo quedó inmediatamente rodeado por la Autoridad. Novinha le observó con angustia creciente a medida que veía la incapacidad de los líderes de Lusitania y cómo ellos mismos intensificaban el dolor de Libo. El obispo Peregrino fue el peor: su idea del consuelo fue decirle a Libo que, en toda su apariencia, los cerdis eran realmente animales, sin alma, y por tanto su padre había sido despedazado por bestias salvajes, no asesinado. Novinha estuvo a punto de gritarle: ¿Significaba eso que el trabajo de la vida de Pipo no consistía más que en estudiar a las bestias? ¿Y que su muerte, en vez de deberse a un asesinato, era un acto de Dios? Pero se contuvo por el bien de Libo: estaba sentado en presencia del obispo, asintiendo y, al final, se deshizo de él con su sufrimiento más rápidamente de lo que Novinha habría podido hacer con sus argumentos.
Dom Cristão, del Monasterio, fue bastante más valioso, al preguntarle cosas inteligentes sobre los hechos del día, lo que hizo que Libo y Novinha fueran analíticos y no emocionales en sus respuestas. Sin embargo, Novinha pronto dejó de contestar. La mayoría de las personas preguntaba por qué los cerdis habrían hecho una cosa así; Dom Cristão preguntaba qué había hecho Pipo recientemente para provocar su muerte. Novinha sabía perfectamente bien lo que Pipo había hecho: les había dicho a los cerdis el secreto que había descubierto en su simulación. Pero no mencionó este dato, y Libo parecía haber olvidado que ella se lo había dicho apresuradamente unas cuantas horas antes, mientras salían en busca de Pipo. Él ni siquiera había mirado la simulación. Novinha se alegraba de ello; su mayor preocupación era que lo recordara.
Las preguntas de Dom Cristão fueron interrumpidas cuando la alcaldesa volvió con varios hombres que habían ayudado a retirar el cadáver. Estaban calados hasta los huesos a pesar de sus impermeables de plástico, y llenos de barro; afortunadamente, las manchas de sangre habían sido diluidas por la lluvia. Todos parecían vagamente contritos e incluso reverentes, y hacían ademanes con la cabeza hacia Libo, casi inclinándose. Novinha pensó que su deferencia no era la cautela normal que la gente siempre muestra hacia aquellos a quienes la muerte ha tocado tan de cerca.
- Ahora eres el zenador, ¿no? - le dijo a Libo uno de los hombres.
Y allí estaba, con todas las palabras. El zenador no tenía autoridad oficial en Milagro, pero tenía prestigio: su trabajo era la razón de la existencia de la colonia, ¿no? Libo ya no era un niño; tenía decisiones que tomar, tenía prestigio, había pasado de estar en el extremo de la colonia a ser su mismo centro.
Novinha sintió que el control de su vida se le iba de las manos: «No es así como se supone que son las cosas. Tengo que continuar años aún, aprendiendo de Pipo, con Libo como mi compañero de estudios; ése es el modelo de vida.» Como ya era la xenobiologista de la colonia, también tenía un papel adulto que cumplir. No sentía envidia de Libo. Sólo quería que siguiera siendo un niño durante una temporada. Para siempre, en realidad.
Pero Libo no podía ser su compañero de estudios, no podía ser amigo de nadie. Vio con súbita claridad cómo todos en la habitación se centraban en él, en lo que decía, en lo que sentía, en lo que planeaba hacer ahora.
- No haremos daño a los cerdis - dijo -; ni siquiera lo llamaremos asesinato. No sabemos lo que hizo Padre para provocarles. Intentaré comprender eso más tarde. Lo que ahora importa es que lo que hicieron les pareció indudablemente justo. Somos extranjeros aquí, debemos haber violado algún tabú, alguna ley, pero Padre siempre estuvo preparado para esto, siempre supo que había una posibilidad. Decidles que murió con el honor de un soldado en el campo de batalla, de un piloto en su nave. Murió cumpliendo su deber.
«Ah, Libo, niño silencioso, has conseguido tanta elocuencia que ya no podrás ser un simple niño nunca más.» Novinha sintió que su pena se acrecentaba. Tenía que apartar la mirada de Libo, tenía que mirar a cualquier otro lugar...
Y miró a los ojos de la otra única persona en la habitación que no estaba mirando a Libo. El hombre era muy alto, pero muy joven, aún más joven que ella, pues le conocía: había sido estudiante en la clase que le seguía. Ella se había presentado una vez ante Dona Cristal para defenderle. Marcos Ribeira, ése era su nombre, pero siempre le habían llamado Marcão, porque era tan grande. Grande y torpe, decían, y le llamaban simplemente Cão, la cruda palabra que quería decir perro. Ella había visto la torva furia en sus ojos, y después haberle visto, empujado más allá de la tolerancia, estallar y golpear a uno de los que le atormentaban. Su víctima tuvo que llevar el hombro escayolado más de un año.
Por supuesto, acusaron a Marcão de haberlo hecho sin provocación. Eso es lo que hacen los torturadores de todas las épocas, echar la culpa a la víctima, especialmente cuando ésta contraataca. Pero Novinha no pertenecía al grupo de niños (estaba tan aislada como Marcão, aunque no tan indefensa), y por eso no había ningún tipo de lealtad que le impidiera decir la verdad. Era parte de su entrenamiento para Hablar por los cerdis, pensó. El propio Marcão no significaba nada para ella. Nunca se le ocurrió que el incidente pudiera ser importante para él, que podría haberla recordado como la única persona que se puso de su parte en su guerra continua con los otros niños. Ella no le había visto ni había vuelto a pensar en él desde que se convirtió en xenobióloga.
Ahora estaba aquí, manchado del barro del lugar de la muerte de Pipo, con la cara aún más tosca y bestial que nunca y el pelo aplastado por la lluvia, y la cara y las orejas cubiertas de sudor. ¿Y qué es lo que miraba? Sólo tenía ojos para ella, incluso a pesar de que ella le miraba directamente. «¿Por qué me miras?», preguntó en silencio. «Porque tengo hambre», dijeron sus ojos animalescos. Pero no, no, eso era su miedo, ésa era su visión de los cerdis asesinos.
«Marcão no significa nada para mí, y no importa lo que pueda pensar, yo no soy nada para él.»
Sin embargo, tuvo un destello de reflexión, sólo durante un momento. Su acción al defender a Marcão significaba para él una cosa y para ella otra; era tan diferente que ni siquiera era el mismo hecho. Su mente conectó esto con el asesinato de Pipo, y le pareció muy importante, le pareció que estaba a punto de explicar lo que había sucedido, pero entonces el pensamiento desapareció en un conjunto de conversaciones y de actividad cuando el obispo condujo a los hombres hacia el cementerio. Aquí no se utilizaban ataúdes en los funerales, pues por el bien de los cerdis estaba prohibido cortar los árboles. Por tanto, el cuerpo de Pipo tenía que ser enterrado de inmediato, aunque el funeral no tendría lugar hasta el día siguiente, y posiblemente incluso más tarde, pues mucha gente querría acudir a la misa de réquiem del zenador. Marcão y los otros hombres salieron en tropel hacia la tormenta, dejando que Novinha y Libo trataran con los que pensaban que tenían asuntos urgentes que atender tras la muerte de Pipo. Extraños con aires de importancia entraban y salían, tomando decisiones que Novinha no comprendía y que no parecían importar a Libo.
Hasta que finalmente llegó el Juez y puso la mano sobre el hombro de Libo.
- Por supuesto, te quedarás con nosotros - dijo el Juez -. Al menos esta noche.
«¿Por qué su casa, Juez? - pensó Novinha -. No es nadie para nosotros, nunca hemos llevado un caso ante usted, ¿quién es para decidir esto? ¿La muerte de Pipo significa que de pronto somos niños pequeños que no pueden decidir nada?»
- Me quedaré con mi madre - dijo Libo.
El Juez le miró con sorpresa; la sola idea de que un chiquillo resistiera a su voluntad parecía estar completamente fuera de su experiencia. Novinha sabía que no era así, por supuesto. Su hija Cleopatra, varios años más joven que ella, había trabajado duro para ganarse su mote: Bruxinha, la pequeña bruja. ¿Cómo podía no saber que los niños tenían mentes propias y que se resistían a ser domados?
Pero la sorpresa no se debía a lo que Novinha había imaginado.
- Pensé que te habías dado cuenta de que tu madre también va a quedarse con mi familia durante una temporada - dijo el Juez -. Este suceso la ha trastornado, claro, y no es conveniente que piense en las tareas de la casa, o que esté en una casa que le recuerda quién falta. Está con nosotros, junto a tus hermanos y hermanas, y te necesitan allí. Tu hermano mayor, João, está con ellos, naturalmente, pero ahora tiene una mujer e hijos propios, así que tú eres el único que puede quedarse, el único con el que se puede contar.
Libo asintió gravemente. El Juez no le estaba ofreciendo su protección: le estaba pidiendo que se convirtiera en protector.
El Juez se volvió hacia Novinha.
- Creo que deberías irte a casa.
Sólo entonces comprendió ella que su invitación no la incluía. ¿Por qué debería hacerlo? Pipo no era su padre. Era sólo una amiga que estaba con Libo cuando descubrieron el cuerpo. ¿Qué pena podría experimentar?
¡A casa! ¿Qué era su casa sino este lugar? ¿Se suponía que tenía que ir a la Estación Biologista, donde nadie había dormido en su cama durante más de un año, excepto para echar una cabezada durante el trabajo de laboratorio? ¿Cuál era su casa? La había dejado porque estaba dolorosamente vacía sin sus padres; ahora, la Estación Zenador estaba también vacía: Pipo muerto y Libo convertido en un adulto cuyos deberes lo separaban de ella. Este lugar no era su casa, pero tampoco lo era ningún Otro.
El Juez se llevó a Libo. Su madre, Conceição, le esperaba en su casa. Novinha apenas conocía a la mujer, excepto como la bibliotecaria que mantenía el archivo lusitano. Novinha nunca había estado con la esposa o los otros hijos de Pipo, ni se había preocupado por su existencia; sólo el trabajo aquí, la vida aquí había sido real. Cuando Libo traspasó la puerta pareció hacerse más pequeño, como si estuviera a una distancia muchísimo mayor, como si el viento se lo llevara alto y lejos y se encogiera en el cielo como una cometa; la puerta se cerró tras él.
Ahora sentía la magnitud de la pérdida de Pipo. El cuerpo mutilado en la falda de la colina no era su muerte, sino simplemente los despojos de su muerte. La muerte en sí era el vacío dejado en su vida. Pipo había sido la roca en la tormenta, tan sólido y fuerte que Libo y ella, protegidos por él, ni siquiera habían sabido que la tormenta existía. Ahora se había ido y la tormenta se había apoderado de ellos y los arrastraría a donde quisiera. «Pipo - gimió en silencio -. ¡No te vayas! ¡No nos dejes!» Pero naturalmente él se había marchado, y estaba tan sordo a sus oraciones como lo habían estado siempre sus padres.
La Estación Zenador aún era un lugar lleno de gente; la propia alcaldesa, Bosquinha, estaba usando un terminal para transmitir, todos los datos de la muerte de Pipo por el ansible, a los Cien Mundos, donde los expertos intentaban desesperadamente encontrar algún sentido a aquel suceso.
Pero Novinha sabia que la clave de su muerte no estaba en los ficheros de Pipo. Eran sus propios datos los que le habían matado. Estaba aún allí, en el aire sobre su terminal, las imágenes holográficas de las moléculas genéticas en el núcleo de las células cerdis. No había querido que Libo las estudiara, pero ahora las miraba y remiraba, intentando ver lo que Pipo había visto, intentando comprender lo que había en las imágenes y que le había hecho apresurarse al encuentro de los cerdis, para decir o hacer algo que había hecho que éstos le asesinasen. Inadvertidamente, ella había descubierto algún secreto por cuya conservación los cerdis eran capaces de matar, ¿pero qué era?
Cuanto más estudiaba los hologramas, menos comprendía, y después de un rato ya no vio nada, excepto una mancha borrosa a través de las lágrimas que derramaba en silencio. Ella le había matado, porque sin quererlo había descubierto el secreto de los pequeninos: «¡Si nunca hubiera venido a este sitio!¡Si yo no hubiera soñado con ser el Portavoz de la historia de los cerdis, aún estarías vivo, Pipo; Libo tendría a su padre, y seria feliz; este sitio aún sería un hogar! Llevo en mi interior las semillas de la muerte y las planto allá donde permanezco el tiempo suficiente para amar. Mis padres murieron para que otros pudieran vivir; ahora yo vivo y por tanto otros deben morir.»
Fue la alcaldesa quien se dio cuenta de sus gemidos y suspiros y advirtió, con brusca compasión, que la muchacha también estaba herida y conmocionada. Bosquinha dejó que los otros continuaran enviando los informes por el ansible y sacó a Novinha de la Estación Zenador.
- Lo siento, chiquilla - dijo la alcaldesa -. Sabía que venías aquí a menudo, debería haber supuesto que él era como un padre para ti, y te hemos tratado como a una intrusa. Eso no ha sido justo por mi parte. Ven conmigo a mi casa...
- No - contestó Novinha. Caminar bajo el aire frío y húmedo de la noche le había despejado un poco de su pena; recuperó en parte su claridad de pensamientos -. No, quiero estar sola, por favor. ¿Dónde? En mi propia Estación.
- Esta noche, sobre todo, no deberías estar sola.
Pero Novinha no podía soportar la idea de tener compañía, de la amabilidad, de la gente intentando consolarla: «Le maté - pensó -. ¿No lo ve? No merezco consuelo. Quiero sufrir todo
el dolor posible. Es mi penitencia, mi restitución y, si es posible, mi absolución; ¿cómo sino podría lavar mis manos de sangre?»
Pero no tuvo fuerzas para resistir, ni siquiera para discutir. El coche de la alcaldesa sobrevoló los caminos de hierba.
- Aquí está mi casa - dijo la alcaldesa -. No tengo hijos de tu edad, pero creo que te sentirás cómoda. No te preocupes, nadie te molestará, pero no es bueno estar sola.
- Lo preferiría - Novinha intentó que su voz sonara resuelta, pero fue débil y desmayada.
- Por favor - dijo Bosquinha -. No sabes lo que dices. Ojalá no lo supiera.
No tenía apetito, aunque el marido de Bosquinha preparó un cafezinho para ambas. Era tarde, sólo faltaban unas horas para el amanecer, y dejó que la llevaran a la cama. Entonces, cuando se hizo el silencio en la casa, se levantó, se vistió y bajó las escaleras hasta la terminal de la casa. Allí, dio órdenes al ordenador para que cancelara la secuencia que estaba aún en el aire de la Estación Zenador. Incluso a pesar de que no había podido descifrar el secreto que Pipo había descubierto allí, alguien más podría hacerlo, y ella no quería tener otra muerte sobre su conciencia.
Entonces salió de la casa y caminó hacia el Centro, alrededor del curso del río, atravesó la Vila das Aguas y se dirigió a la Estación Biologista. Su casa.
La oficina estaba fría. No había dormido allí desde hacía tanto tiempo, que había una gruesa capa de polvo sobre las sábanas. Pero el laboratorio estaba caldeado, limpio: su trabajo nunca se había resentido por su relación con Pipo y Libo. Aunque sólo fuera eso.
Fue muy sistemática. Cada muestra, cada detalle, cada dato que había utilizado en los descubrimientos que habían llevado a Pipo a la muerte... lo tiró todo, lo limpió todo, no dejó huellas del trabajo que había hecho. No quería sólo hacerlo desaparecer: no quería que hubiera signos de que había sido destruido.
Entonces se volvió a su terminal. También destruiría todos los registros de su trabajo en esa área, todos los registros del trabajo de sus padres que la habían llevado a sus propios descubrimientos. Todos desaparecerían. Aunque habían sido el centro de su vida, aunque habían sido su identidad durante muchos años, lo destruiría todo como si ella misma fuera castigada, destruida, aniquilada.
El ordenador la detuvo. Las notas de trabajo de los xenobiólogos no pueden ser borradas, informó. No podría haberlo hecho de todas formas. Había aprendido de sus padres, de los archivos que había estudiado como si fueran las Escrituras, como un mapa de carreteras de sí misma: nada iba a ser olvidado, nada perdido. Los conocimientos eran para ella más sagrados que ningún catecismo. Quedó atrapada en una paradoja. El conocimiento había matado a Pipo; borrar aquel conocimiento mataría de nuevo a sus padres, mataría lo que ellos le habían dejado. No podía conservarlo ni destruirlo. Había paredes a ambos lados, demasiado altas para que pudiera escalarlas, y se cerraban lentamente, aplastándola.
Novinha hizo lo único que podía hacer: puso sobre los archivos todas las capas de protección y todas las barreras de acceso que pudo. Nadie los vería jamás excepto ella, mientras viviera. Sólo cuando muriera, su sucesor en el cargo de xenobiólogo podría ver lo que había oculto allí. Con una excepción... cuando se casara, su marido también tendría acceso si tuviera necesidad de saber. Bien, ella no se casaría nunca. Sería fácil.
Vio el futuro ante ella, insoportable e inevitable. No se atrevía a morir, y sin embargo preferiría no vivir, incapaz de casarse, incapaz de pensar siquiera en el tema, a menos que descubriera el mortal secreto y lo dejara pasar inadvertidamente; sola para siempre, lastrada para siempre, culpable para siempre, ansiando la muerte pero sin poder alcanzarla, pues estaba prohibido. Sin embargo, tendría su consuelo: nadie más moriría por su causa. No soportaría más culpa de la que soportaba ahora.
Fue en ese momento de sombría desesperación cuando recordó a la Reina Colmena y el Hegemón, recordó al Portavoz de los Muertos. Aunque el Portavoz original llevaba seguramente miles de años en la tumba, había otros Portavoces en otros muchos mundos,
sirviendo como sacerdotes a la gente que no reconocía a ningún dios y sin embargo creía en los valores de los seres humanos. Portavoces cuyo trabajo era descubrir las verdaderas causas y motivos de las cosas que hacía la gente, y declarar la verdad de sus vidas después de que estuvieran muertos. En esta colonia brasileña había sacerdotes en lugar de Portavoces, pero los sacerdotes no le ofrecían ningún consuelo; traería aquí a un Portavoz.
No se había dado cuenta antes, pero toda su vida había planeado hacer esto, desde que leyó por primera vez La Reina Colmena y el Hegemón y quedó cautivada por el libro. Incluso había investigado sobre el tema, y por tanto conocía la ley. Ésta era una colonia con Licencia Católica, pero el Código Estelar permitía a cualquier ciudadano llamar a cualquier sacerdote de cualquier fe, y los Portavoces de los Muertos estaban considerados como sacerdotes. Podría llamar, y si un Portavoz acudía, la colonia no podría prohibirle la entrada.
Quizá ninguno querría venir. Quizá ninguno estaba lo bastante cerca para venir antes de que ella muriera. Pero existía la posibilidad de que hubiera alguno cerca y, dentro de veinte, treinta, cuarenta años, pudiera venir al espaciopuerto y empezara a descubrir la verdad de la vida y muerte de Pipo. Y tal vez cuando descubriera la verdad y hablara con la clara voz que ella había amado en la Reina Colmena y el Hegemón, podría liberarse de la culpa que le quemaba el corazón.
Introdujo su llamada en el ordenador; éste lo notificaría por el ansible a los Portavoces de los mundos más cercanos. «¡Ven! - dijo en silencio al desconocido que atendería su llamada -. Incluso aunque tengas que revelarle a todo el mundo la verdad de mi culpa. Incluso así, ven.»
Se despertó con la espalda entumecida y dolorida y una sensación de pesadez en la cara. Tenía la mejilla contra la parte superior del terminal, que se había desconectado para protegerla de los lásers. Pero no fue el dolor lo que la despertó. Fue un suave toque en su hombro. Durante un instante pensó que era el toque del Portavoz de los Muertos que ya había llegado en respuesta a su llamada.
- Novinha - susurró. No era el Falante pelos Mortos, sino alguien más. Alguien que había pensado se había perdido en la tormenta de la noche anterior.
- Libo - murmuró. Entonces empezó a incorporarse. Demasiado rápido... su espalda dio un crujido y la cabeza le dio vueltas. Emitió un quejido; las manos de él la agarraron por los hombros para que no cayera.
- ¿Te encuentras bien?
Ella sintió su aliento como la brisa de un jardín amado y se sintió a salvo, se sintió en casa.
- Me buscabas.
- Novinha, he venido en cuanto he podido. Mi madre por fin se ha quedado dormida. Pipinho, mi hermano mayor, está ahora con ella, y el Juez tiene las cosas bajo su control, y yo...
- Deberías saber que sé cuidarme de mí misma...
Un momento de silencio y luego su voz sono de nuevo. Esta vez enfadada, desesperada y cansada; fatigada como la edad, la vida y la muerte de las estrellas.
- Dios es mi testigo, Ivanova, que no vine a cuidar de ti.
Algo se cerró en su interior; no se había dado cuenta de la esperanza que sentía hasta que la perdió.
- Me dijiste que Padre descubrió algo en una simulación tuya. Que esperaba que pudiera descubrirlo yo solo. Pensé que habías dejado la simulación en el terminal, pero cuando volví a la estación, estaba desconectado.
- ¿De verdad?
- Sabes que lo estaba. Nova, nadie sino tú podría cancelar el programa. Tengo que verlo.
- ¿Por qué?
Él la miró con incredulidad.
- Sé que tienes sueño, Novinha, pero seguramente te habrás dado cuenta de que, sea lo que sea lo que Padre descubrió en tu simulación, fue por eso por lo que los cerdis lo mataron.
Ella lo miró intensamente sin decir nada. Él había visto esa mirada de fría resolución con anterioridad.
- ¿Por qué no quieres mostrármela? Ahora yo soy el zenador. Tengo derecho a saber.
- Tienes derecho a ver todos los archivos y registros de tu padre. Tienes derecho a ver cualquier cosa que yo haya hecho pública.
- Entonces haz esto público. Una vez más, ella no dijo nada.
- ¿Cómo podremos llegar a comprender a los cerdis si no sabemos qué fue lo que Padre descubrió sobre ellos?
Ella no respondió.
- Tienes una responsabilidad con los Cien Mundos, con nuestra habilidad para comprender a la única raza alienígena viva. ¿Cómo puedes sentarte aquí y... ¿Qué es?, ¿quieres descubrirlo tú sola?, ¿quieres ser la primera? Está bien, sé la primera. Pondré tu nombre, Ivanova Santa Catarina von Hesse...
- No me importa mi nombre.
- También sé jugar a este juego. No podrás averiguarlo sin lo que yo sé. ¡Tampoco te dejaré ver mis archivos!
- No me importan tus archivos. Aquello fue demasiado para él.
- ¿Qué es lo que te importa entonces? ¿Qué estás intentando hacerme? - la cogió por los hombros, la levantó de la silla, la sacudió, le gritó en la cara -. ¡Es a mi padre a quien mataron ahí afuera, y tú tienes la respuesta de por qué lo hicieron, sabes qué era la simulación! ¡Ahora dímelo, muéstramela!
- Nunca - susurró ella.
La cara de él estaba torcida por el dolor.
- ¿Por qué no? - gimió.
- Porque no quiero que mueras.
Ella vio que la comprensión afloraba a sus ojos:
«Sí, eso es, Libo, es porque te amo, porque si conocieras el secreto los cerdis te matarían también. No me importa tu ciencia, no me importan los Cien Mundos ni las relaciones entre la humanidad y una raza alienígena. No me importa nada en absoluto mientras tú estés vivo.»
Las lágrimas saltaron finalmente de los ojos de él y recorrieron sus mejillas.
- Quiero morir - dijo.
- Tú consuelas a todo el mundo - susurró ella -. ¿Quién te consuela a ti?
- Tienes que decírmelo para que pueda morir.
Y de repente sus manos ya no la sostuvieron; ahora era ella quien le sostenía a él.
- Estás fatigado. Debes descansar.
- No quiero descansar - murmuró él. Pero dejó que ella le cogiera y le apartara del terminal. Le condujo a su dormitorio, apartó las sábanas, sin que le importara el polvo revoloteando.
- Ven aquí, estás agotado, descansa. Por eso has venido a buscarme, Libo. En busca de paz, de
consuelo.
Él se cubrió la cara con las manos y sacudió la cabeza adelante y atrás. Era un niño llorando por su padre, por el final de todo, como ella había llorado. Novinha le quitó las botas, los pantalones, la camisa. Él respiraba profundamente para detener sus gemidos y levantó las manos para que ella pudiera quitarle la camiseta.
Ella dejó las ropas sobre una silla y luego se inclinó sobre él y le cubrió con la sábana. Pero él la cogió por la muñeca y la miró suplicante con lágrimas en los ojos.
- No me dejes aquí solo - susurró. Su voz estaba llena de desesperación -. Quédate conmigo.
Así que ella le dejó que la tendiera a su lado en la cama, y la abrazó fuertemente hasta que se quedó dormido unos minutos después y relajó sus brazos. Ella, sin embargo, no durmió. Su mano se deslizó suavemente por la piel de sus hombros, su pecho, su cintura.
- Oh, Libo, pensé que te había perdido cuando te llevaron. Pensé que te había perdido como a
Pipo.
Él no oyó su susurro.
- Pero siempre volverás a mí como ahora.
Debería haber sido arrojada del jardín por su pecado de ignorancia, como Eva. Pero, también como Eva, podría soportarlo, porque aún tenía a Libo, su Adaõ.
¿Lo tenía? ¿Lo tenía? Su mano tembló sobre su piel desnuda. Nunca podría tenerlo. El matrimonio era la única manera en que ella y Libo podrían permanecer juntos mucho tiempo. Las leyes eran estrictas en todos los mundos coloniales, y absolutamente rígidas bajo Licencia Católica. Esta noche ella podría creer que él se casaría con ella cuando llegara el momento. Pero Libo era la única persona con la que nunca podría casarse. Porque entonces él tendría acceso, automáticamente, a cualquiera de sus ficheros y podría convencer al ordenador de que tenía necesidad de verlos... lo que incluiría ciertamente todos sus archivos de trabajo, no importaba lo profundamente que los protegiera. El Código Estelar lo decía muy claro. Los casados eran virtualmente la misma persona a los ojos de la ley.
Ella nunca podría dejarle estudiar esos ficheros, o descubriría lo que sabía su padre, y sería su cuerpo el que encontrarían en la colina. Sería su agonía bajo la tortura de los cerdis lo que tendría que imaginar todas las noches de su vida. ¿No era ya, la culpa por la muerte de Pipo, más de lo que podía soportar? Casarse con él sería asesinarlo. Sin embargo, no casarse con él sería como matarse ella misma, pues si no era con Libo, no podía imaginar con quién sería entonces.
«Qué lista soy. He encontrado un camino hacia el infierno del que no hay forma de salir.» Apretó la cara contra el hombro de Libo y sus lágrimas corrieron sobre su pecho.