En una semana la vida de Carola había sido destruida, su amorío con un hombre casado quedó expuesto y ella se encontró bajo la mirada acusatoria de todo el pueblo.
Sus padres le dieron la espalda y la echaron de casa. Sus amigas dejaron de hablarle. Sus vecinos se negaban a dirigirle la palabra. Y él, el hombre al que había entregado su corazón, la ignoraba.
—¡Márchate!
Le gritó cuando se acercó a él para pedirle ayuda.
—Entiende, fue sólo diversión.
Estas palabras atravesaron su corazón como una estaca.
Con el paso de los días su situación empeoró gradualmente y pronto el hambre se volvió insoportable. Fue entonces que apareció un hombre que le ofreció una forma de ganarse la vida.
—Eres joven y tienes un buen cuerpo. Trabaja para mí y tendrás un techo y comida caliente.
—Yo no… No…
—¿Qué otra opción tienes? Una adúltera como tú no va a encontrar trabajo en ningún otro lugar. Piénsalo, sabes dónde encontrarme.
Carola había encontrado un lugar en el bosque a las afueras del pueblo donde pasaba la noche. Pensó en la propuesta del hombre mientras intentaba conciliar el sueño e ignorar el hambre. Quizás podría trabajar para él el tiempo suficiente como para juntar el dinero necesario para irse del pueblo.
De repente su estómago dejó salir un fuerte gruñido y sintió un pulso de dolor que la hizo soltar un gemido. Entonces escuchó pasos acercarse y una luz iluminó su rostro.
—¿Se encuentra bien?
—Mis ojos…
—Lo siento.
La luz perdió intensidad y Carola pudo ver a un niño y a una mujer de pie frente a ella.
—¿Se encuentra bien?
El niño le preguntó de nuevo.
La fuente de la luz era una esfera que flotaba sobre sus cabezas. Por un momento se vio hipnotizada por ella. El dolor de su estómago la sacó de ese trance.
—Yo… Tengo hambre.
Dijo con una voz débil a manera de súplica. Entonces la mujer se acercó a ella para examinarla. Carola notó sus orejas puntiagudas y su cabello plateado.
—¿Un elfo?
—Jacopo, dale algo de comer.
El niño sacó rápidamente un pan y se lo ofreció. Carola se abalanzó sobre la comida y estuvo a punto de ahogarse debido a la vehemencia con la engullía.
Un par de horas después tenía una taza de té caliente en las manos y una cobija con la cual taparse. Estaba sentada recargada en la base de un árbol, el niño y la elfa habían hecho una fogata y se disponían a pasar la noche con ella.
Era la primera vez que veía a un elfo. Había escuchado sobre ellos antes, pero nunca se imaginó que alguna vez conocería a uno, y mucho menos que fuera un hechicero.
—¿Cuántos años tienes?
Lottie le preguntó después de presentarse adecuadamente.
—Diecisiete.
—Bastante joven. ¿Por qué estás aquí?
Carola les contó lo que había pasado, que tuvo una relación con el hijo del alcalde y cómo el pueblo entero la rechazó una vez que su relación salió a la luz, incluyendo sus padres. Entre lágrimas también les dijo que no sabía qué hacer. Cuando terminó de hablar sintió cierto alivió en su corazón, tener con quien desahogarse alivió un poco el dolor.
—Ven con nosotros.
Lottie le dijo.
—Si no tienes a donde ir ni cómo conseguir trabajo, ven con nosotros.
La propuesta la tomó completamente por sorpresa. Tanto que no supo qué decir.
—Considéralo mientras descansas está noche y mañana puedes decidir.
Después de reflexionar durante la noche Carola decidió aceptar la oferta. En el pueblo no había una forma de ganarse la vida para ella más que trabajar vendiendo su cuerpo, su familia le había dado la espalda, no tenía motivo para quedarse. Era preferible para ella arriesgarse con el par de extraños que le habían dado caridad.