Lottie llegó tarde al pueblo, la epidemia ya había hecho estragos entre los habitantes. Cuido de los pocos que todavía podían salvarse y después de tres meses retomó su viaje. Pero decidió llevarse a un niño huérfano con ella. Su nombre era Jacopo y tenía ocho años.
A pesar de su edad había cuidado de los enfermos llevándoles agua y comida. Él mismo se contagió de la epidemia, pero su joven cuerpo y espíritu resistió y una vez recuperado asistió a Lottie en todo lo que pudo.
Durante las tardes, cuando ambos se sentaban a la mesa a comer algo, Jacopo se le quedaba viendo de manera inquisitiva.
—¿Tengo algo en el rostro?
Ella le preguntó un día.
—Tus orejas. Son puntiagudas.
—Como las de todos los elfos. ¿Nunca antes habías visto a alguien con orejas como las mías?
Jacopo respondió negando con la cabeza. Su pueblo estaba en el corazón del territorio humano y no debía de haber muchos elfos andando por ahí, tal vez ella era la única. Fue entonces que se le ocurrió llevarlo consigo y enseñarle.
Un huérfano que estaba destinado a pasar toda su vida en su pueblo natal sin conocer el mundo y sus maravillas convertido en aprendiz de hechicera. Para Lottie sería una especie de desafío, tanto para ella misma como para el destino.