Era la primera vez que Jacopo y Carola veían el mar. Permanecieron en el borde del risco con la vista en el horizonte por varios minutos.
—¿Ya tuvieron suficiente? Tenemos que irnos.
Lottie les dijo y los tres se pusieron en marcha.
Un par de horas más tarde llegaron a una pequeña villa de pescadores. Enseguida comenzaron a ofrecer sus servicios a los habitantes y como era de costumbre las orejas de Lottie atrajeron todas las miradas y rumores.
No tuvieron un recibimiento cálido, el pueblo contaba con un curandero local y rechazaban de forma áspera sus intentos por entablar comunicación. Pero una mujer mayor les dijo, tratando de no ser vista por sus vecinos, que había alguien que necesitaba ayuda. Después de indicarles a cuál vivienda acudir la mujer siguió su camino.
Los tres fueron recibidos por una mujer joven en la parte tardía del embarazo. Después de presentarse y explicar el motivo de su presencia ella les permitió entrar.
Su nombre era Elena y acababa de enviudar. Durante la última semana había estado sufriendo dolores fuertes que el curandero local era incapaz de aliviar. Mientras Lottie y Jacopo la examinaban Carola le echó un vistazo a la casa.
Se trataba de una simple choza con techo de paja. Era más pequeña que las demás casas, en un extremo había una chimenea y en el otro una cama además de una vieja mesa de madera redonda y un par de sillas. En una de las esquinas se encontraba una cuna sin terminar.
Lottie le pidió a Carola que pusiera agua a calentar para preparar una infusión. Después se la dio a Elena, quien estaba recostada en la cama.
—El dolor se va a calmar en un rato. Tu bebé se encuentra bien, solamente está en una posición difícil, pero te hacen falta nutrientes. ¿No has estado comiendo bien?
Lottie le preguntó mientras Carola y Jacopo se sentaban en el par de sillas.
—He… Tenido ciertas dificultades desde que mi esposo murió. El dolor no me deja trabajar y no tengo nadie que me ayude. Solamente he podido comer lo poco que tenía guardado y lo que mis vecinos me comparten de vez en cuando.
—¿No tienes familia que te pueda ayudar?
Carola le preguntó.
—Mis padres ya fallecieron y yo era su única hija. Paul, mi marido, no tenía familia.
—Entonces nos quedaremos hasta que el bebé nazca.
Lottie dijo.
—Agradezco su ayuda, pero no tengo con qué pagarles. Yo no quisiera…
—El hospedaje será nuestra paga.
Pasaron cuatro días hasta que Elena entró en labor de parto. Después de diez horas de intenso trabajo dio a luz en la madrugada a un niño al que llamó Paul en honor de su padre. A la mañana siguiente un par de vecinas hicieron una breve visita para felicitar a la nueva madre. Una de ellas era la mujer mayor por la cual habían llegado hasta Elena. Su nombre era Katja.
Antes de retirarse Katja expresó su gratitud a Lottie.
—Sería prudente que dejaran el pueblo en cuanto puedan. El viejo Luka los tiene en la mira.
Le dijo bajo el umbral de la puerta.
—¿Quién es este Luka?
—El curandero del pueblo. La gente ya se enteró de que fue incapaz de ayudar a la pobre Elena, eso está dañando su reputación.
—Le agradezco su preocupación, pero le aseguro que no va a pasar nada malo.
Al día siguiente un pueblerino tocó a la puerta de Elena. Tenía una dolencia en la boca y quería ayuda. Una vez que Jacopo lo atendió se retiró más que satisfecho, sobre todo porque no tuvo que pagar nada.
Pronto recibieron más y más visitas cada día hasta que una tarde se presentó un hombre de poco más de cincuenta años con dos soldados.
—¿Usted debe de ser el señor Luka?
Lottie le preguntó mientras lo examinaba de pies a cabeza. Trataba de tener la espalda tan derecha como era posible para aparentar ser más alto de lo que era.
—Así es. Usted es la hechicera elfa.
—Obviamente.
—Venimos a decirle que debe retirarse. Está practicando magia de manera ilegal.
—Así es.
Para practicar hechicería en aquel reino se necesitaba un permiso real. Lottie nunca había pedido tal permiso, no veía razón para hacerlo.
—Entonces tiene que marcharse.
—¿Qué pasa si me rehúso?
—Estos caballeros se verán obligados a sacarla por la fuerza.
Lottie observó a los soldados. Estaban un poco nerviosos.
—No lo creo.
—Caballeros, retiren a la extranjera.
—Por favor, salga de la casa.
—¿Qué pasa?
La voz de Jacopo preguntó detrás de Lottie.
—Nada de qué preocuparse —ella le respondió y después se dirigió a los soldados. —Si alguno de ustedes se atreve a tocarme perderán el brazo.
Su amenaza hizo que los soldados se detuvieran. Pero el viejo les gritó que hicieran su trabajo. Así que uno de ellos acercó su mano al hombro de Lottie y, justo en el momento en que la tocó, su brazo entero se convirtió en una rama de árbol.
El grito del pobre hombre pudo escucharse en todo el pueblo. El otro soldado salió corriendo despavorido seguido de Luka.
—¡Pagarás por esto! ¡Ya lo verás!
Gritó mientras huía a toda velocidad.