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Chapter 2 - Capitulo 1: Yo soy el mundo

Exhalo con fuerza, aferrándose al dolor que brotaba de sus pulmones al chochar contra sus costillas, dejando que aquel intrusivo aire polvoriento invadiese sus adentros para luego liberarlo en una tos quebrada; tras unas cuantas repeticiones empezó a acostumbrarse levemente a aquella singular sensación.

Su mente era como un charco, y el dolor que por primera vez experimentaba hacia amplias ondas que perturbaban su superficie y desbordaban su conciencia, su única resistencia ante aquel ataque sensorial era permanecer inmóvil, evitando que su ser sufriera más tortura de la necesaria.

Paso horas recostado en la tierra, simplemente respirando, con la vista sellada tras sus parpados; ni siquiera se había fijado aún en donde estaba por el solo hecho de ser consiente de en dónde no se encontraba, aquel hecho asfixiaba todos sus deseos de averiguarlo. Para alguien que en el pasado se hubiere dedicado una eternidad a la búsqueda de nuevas cosas sobre las cuales posar sus ojos, era un signo de derrota absoluta, la primera vez que la tristeza y el miedo abordaban su espíritu. Su único refugio ahora era aquel estado de inmovilidad en donde tanto su mente y cuerpo luchaban contra lo que les rodeaba reduciéndose a la nada, como si la acción rechazar aquel paisaje supusiera la vuelta de lo que ya no era.

Bien le habría dado igual dejar de existir en aquel momento, de no haber sido porque una vez más oscureció, y los alrededores se tornaron difusos, y pese a que sus ojos estaban cerrados y sus sentidos dormidos lo sintió, pues era un espíritu particularmente sensible. Eso despertó en el aquel miedo aún reciente, expulsado de su trance se incorporó esperando ser sumido una vez más en la interminable oscuridad de la nada, pero esta vez una luz brillaba en lo alto, bañándolo con su luz, y grata sorpresa era acompañada por muchas pequeñas hermanas, convirtiendo toda aquel manto de oscuridad en una estela plateada que surcaba el cielo nocturno. Permaneció Inmóvil con la mirada clavada en aquella luminiscencia y poco a poco, sin que este lo notase, sus ojos se abrieron más y más, su cuerpo perdió tensión y su pecho comenzó a arder, pero no podía apartar la mirada de aquel espectáculo mientras sentía como su garganta se cerraba y sus ojos y mejillas se humedecían, le dolía tanto observar aquel paisaje y aun así no podía parar de hacerlo, le dolía vivir pero quería hacerlo de todas maneras. En aquel entonces comenzó a entender el concepto de cuerpo.

El amanecer pronto lo tomo por sorpresa, aquellos cálidos rayos de luz le hicieron desviar la mirada hacia el mundo que se erguía por debajo. Vio verde, mucho verde, un ejército de árboles hasta donde alcanzaba la vista, pero no solo eso, había más: multitudes de seres habitaban aquel enorme paraje, podía sentirlos en la tierra, en el aire y en el mismo suelo y por debajo del mismo, era un cumulo de vida en constante movimiento y transición. Con fascinación poso las yemas de sus dedos en la corteza de un viejo fresno próximo, y al sentir su textura recordó como la interprete Pistis le había dado nombre a cada una de las cosas que interpretaba, de cada ser y cada formación natural, así supo que el ser de seis patas que subió sobre su mano era una hormiga y al tocarla comprendió su deseo de continuar su camino hasta las hojas del mismo árbol.

Al concentrarse podía sentir las cosas más allá de su visión, contemplo desde aves hasta las lombrices arrastrándose por debajo de la tierra, por alguna razón ese mundo le resultaba familiar, podía entender fácilmente el propósito de cada cosa en ese bosque, pero había algo que no estaba del todo bien y por más que lo intentaba no sabía distinguir que era aquella falla que nublaba su comprensión.

Los días pasaron, y descubrió cambios en sí mismo, ahora tenía necesidades para mantener sus funciones más básicas, debía ingerir cada cierto tiempo sustancias para no fatigarse, debía mantenerse en un estado de inconsciencia durante mucho tiempo todos los días y desechar lo ingerido. La mayoría de esos conceptos los desconocía y los que eran de su entender le parecían de lo más extraños una vez experimentados y aun así se adaptaba con rapidez, aquel mundo carecía de la maleabilidad del suyo supuso, no podía influir en él, pero descubrió que su mente era casi tan rápida como en el otro, observar su entorno le brindaba todas las herramientas necesarias para comprenderlo, sus colores, olores, sabores y a veces hasta sus voces. Aquí las cosas no "hablaban" tan fuerte como en Oneiros pero podía distinguir aquello que les complementaba de lo que no, sabía que el arroyo más cercano venía desde una montaña muy lejana paralela a la salida del sol, así como su cauce en cada trayecto hasta llegar a aquel bosque, pero su "voz" se volvía más confusa a medida que llegaba al valle contiguo, fuera del bosque. También sabía que el lugar donde se encontraba había existido desde mucho antes de su llegada y que antes había sido otra cosa, aunque la idea de cambio aún era fresca en su memoria para entenderla en complejidad. La cantidad de animales que habitaban aquel habitad era algo que si podía corroborar con facilidad, aquel mundo parecía ser fácil de percibir, pero parecía estar lleno de pequeñas incoherencias y lagunas de silencio que le dejaban perplejo.

Cuando cambio el clima comenzó a usar de refugio un gigantesco tronco hueco, caído hacía tiempo, casi tan antiguo como el bosque mismo según podía percibirlo, pero que pese al moho aún conservaba su forma y solidez, como si fuese de roca en vez de madera. Múltiples insectos y roedores se apiñaban dentro de aquel gigantesco cadáver donde hasta un hombre podía caminar de pie sin necesidad de agacharse. En aquel ambiente tan peculiar a Eidos se le percibía como una extensión más de aquel monstruoso árbol, para las demás criaturas su existencia parecía ser como la del aire, no le prestaban mucha atención, como si fuera un espectro, o un montón de rocas. Era allí donde descansaba hasta el atardecer para despertar en medio de la noche y observar las estrellas hasta que el sol se hacía presente, era así como la mayoría de sus días (o mejor dicho noches) transcurrían, aquella fascinación por los astros que le embelesaba rara vez era opacada por el paisaje diurno.

Dormir le suponía una molestia pues le privaba de su entretenimiento al tratar de experimentar más de aquel mundo extrañamente familiar, pero tal era el precio por adaptarse y fundirse con el mundo. En su mente Oneiros se iba convirtiendo cada vez más en un espejismo pasado que una experiencia, talvez si no pensare en aquel lugar no sería invadido por más sensaciones desconfortables. Las apariciones de cualquier rostro, canción, o emoción en su memoria referidas a aquel lugar le hacían revivir de nuevo el último día en que todo aquello conociese su final, no podría soportarlo dos veces, y lo sabía, por eso mismo había elegido fundirse con aquel mundo.

El tiempo transcurrió para el bosque y el muchacho, estaciones enteras y ciclos lunares dejaron su huella en aquel oasis verde pero no en su huésped, el cual continuaba contemplando inmutable día a día aquel cielo nocturno, ignorando que el mundo estaba cambiando más allá de aquel refugio natural. Aun así, en comparación a otros bosques aquel entorno rara vez presentaba cambios, como si una extraña fuerza mitigara la erosión de la edad sobre sus habitantes, como si aquel lugar del mundo inconscientemente fuere obligado, sin mucho éxito, a imitar una ciudad lejana que ya no era, esfuerzo inútil en el gran esquema de las cosas, puesto que era una verdad inmutable el que todas las cosas debían tener un final.

Así se repetían los días desde su llegada, sin ninguna interrupción en su rutina, sin que se diera cuenta de que hacia tanto había llegado allí, puesto que el tiempo le era irrelevante; aunque este último no sé quedaría de brazos bruzados, porque que si no podía llegar a él, se ocuparía de derribar su fortaleza inmutable tarde o temprano, pues en este mundo el cambio era rey, y no le gustaba la competencia.

Al comienzo fue casi imperceptible, otras veces había sentido como la serenidad del bosque se perturbaba en los bordes exteriores, pero esta vez los intrusos estaban avanzando impasiblemente en dirección al corazón mismo del bosque, era una sensación extraña cuya mera existencia contradecía aquel delicado equilibrio que reinaba a los arbóreos habitantes del lugar, amenazando con cada paso destruir la serenidad de aquel paisaje. Aquel súbito cambio provoco una oleada de emoción en el joven que creía olvidada; deseaba saber que era aquello, quería saberlo con todo su ser, salvo por un pequeño pedazo de él que le susurraba promesas de una perdida, una y otra vez.

Se paralizo allí mismo, de pie, con su cuerpo en dirección a la extraña fuerza aún lejana, con el sol a sus espaldas y los pies anclados en la tierra, el bosque parecía no querer separarse de él, de repente podía sentir sus pies muy pesados, pero aun así dio el primer paso impulsado por una erupción de curiosidad, y el otro pie le siguió, cada paso más sencillo que el anterior. No podía resistirse, hacerlo sería negarse a sí mismo, y ya estaba cansado, las viejas costumbres volvían a por él callando sus dudas, su miedo. Pronto su andar se convirtió en una carrera a toda velocidad, y cada raíz y pequeña roca que sobresalía del suelo se convirtió un punto de apoyo para que sus pies se elevasen varios metros del suelo, la velocidad y facilidad con que podía hacerlo no se correspondían con lo que a simple vista debería tener aquel ser, moviéndose de una forma que desafiaba las reglas del mundo y al mismo tiempo las asimilaba espontáneamente.

Su carrera descendió su ritmo al instante una vez que percibió la cercanía de la foránea existencia. Ahora en la cercanía podía verificar que realmente no se trataba de una sola criatura, sino de varios individuos pero compartían una esencia muy similar que los categorizaba en una misma especie. Quería observarlos sin que lo viesen primero. Había aprendido que en este mundo que ciertos tipos de criaturas tardaban en mostrarse más que otras y no quería dejar pasar la oportunidad de ver aquellos intrusos, sobretodo porque se había acostumbrado a aquel bosque y ya era poco lo que le causaba impresión en él. El saber que este mundo ocultaba cosas que no conocía reavivaba su espíritu y no podía evitar seguir ese impulso pues su espíritu le exigía mantener la emoción encendida.

Ágilmente se había posicionado en un risco ubicado en una elevación junto al sendero por el que los intrusos se adentraban en la espesura. Recostó su cuerpo contra la tierra y dejo que la hierba cubriera su rostro lo suficiente para aun permitirle la vista, imitando a los depredadores, su corazón palpitaba violentamente cuando los vio llegar al camino situado pocos metros debajo.

La primera impresión que tuvo al ver aquel grupo de seres montados sobre altos cuadrúpedos de fue una gran inquietud. Lo captado por sus ojos se asimilaba a una versión más nativa de sus hermanos, pero al comprobar el resto de sus sentidos podía notar las diferencias, más la decepción duro poco, pues era algo nuevo al fin y al cabo. Hablaban de una forma extraña, o eso creía el, no entendía si realmente se podía llamar a eso "hablar" solo emitían sonidos a través del aire, muy poco de su espíritu estaba involucrado en aquel acto; le parecía una gesticulación de mensajes burda pero sumamente interesante, ya que al parecer podía servirles para comunicarse después de todo.

Nublado su juicio por su inminente curiosidad, germino en él la decisión de abandonar cualquier precaución, se puso de pie para verlos mejor, abandonando su escondite sin pensarlo dos veces, y desde ese momento sus miradas se cruzaron, los intrusos se agitaron y empezaron a moverse nerviosamente mientras gritaban a vivo pulmón cosas que Eidos no entendía. Objetos puntiagudos y brillantes, "Metal" pensó, se volvieron en su dirección a la vez que una sucesión de palos largos y curvos eran tensados por medio de finas cuerdas. Todos sus ojos estaban clavados en él, algunos con sorpresa, otros con miedo, y un par con curiosidad; y respondió devolviéndoles el gesto uno a uno, sin cambiar su calmada expresión. Cada vistazo a uno de los nuevos rostros le otorgaba más de lo que creían: enormes cantidades de información, experiencias y emociones se filtraban de sus orbitas a las suyas; la excitación de descubrir semejante tipo de criatura provoco en él, tras siglos de duelo, el florecer de una débil sonrisa en sus labios. Era tal su deleite por aquel suceso que presto atención al hecho de que uno de esos sujetos, vestido con un fuerte color azul, se había bajado del caballo y estaba diciéndole algo a unos pasos debajo de él.

– ¿Q**** ****? ¿*** ***** ****? – Pregunto serenamente el hombre que había abandonado su montura.

Eidos entonces dejo de observar al grupo y se centró en aquel hombre, vestía una prenda metálica llena de pliegues y ataduras, pero lo que más la distinguía eran los añadidos azules. Ese no había sacado un artilugio alargado como los demás, solo se erguía imponente pero calmado con la mirada fija en Eidos, como si esperara algo de él. Aquellas facciones duras pero elegantes que componían el rostro de ese sujeto le recordaron parcialmente a Thavan, como un fantasma deteriorado, mas no hubo confusión con su hermano, puesto que este individuo tenia esencia propia.

Una vez más las palabras se repitieron, esta vez con más impaciencia, el semblante del hombre estaba ahora tenso. Eidos imito la gesticulación concentrándose en imitar ese sonido, al parecer querían comunicarse con él, pero lo único que comprendía de aquel intento de charla era que se trataba de una pregunta, ignoraba el significado de lo demás, solo podía entenderla intención más básica del mensaje por la forma en que el aquel ser se proyectaba inconscientemente al momento de emitirla, aunque este al parecer, no se diera cuenta de que lo hacía. El hombre de vestiduras brillantes preparaba su garganta para gritarle a todo pulmón la pregunta una tercera vez, claramente irritado por su incomprensión, pero el muchacho se deslizo desde el pequeño risco antes de que terminara de aspirar, en respuesta arcos se tensaron y varios de los intrusos dieron un paso al frente, pero el hombre de porte firme los detuvo con un movimiento de la mano. Al ver esto, Eidos confirmo que era el líder de la manada.

Los hostiles seres vieron al joven acercarse unos pasos en su dirección, y aun así contuvieron su ataque, respetando la señal del que parecía su líder, el cual ahora se encontraba a pocos pasos del morador del bosque, expectante de lo que aquel ermitaño u aparición tenía que revelarle. Eidos dejo voluntariamente que aquel aire polvoriento invadiera su interior y con la vista fija en el hombre que tenía en frente, dijo su nombre, pero no fueron simples sonidos lo que escapo de sus labios. Las criaturas frente a él, el mismo bosque y sus habitantes nunca habían sentido a ese ser hablar, y cuando lo hicieron se estremecieron súbitamente, era como si esa simple palabra se insertaran íntimamente dentro de sus cuerpos e hiciera eco en sus almas, dejando su huella en la sustancia misma que los componía, el sonido se convertido sensación sin necesidad de intermediarios. Aquellas personas se mantuvieron de pie sin emitir sonido alguno, aun absortos ante aquella experiencia reciente, incluso el viento parecía haber dejado de soplar, los intrusos absortos por el dialogo que aun recorría sus almas. El eco pronto dejo de repetirse en ellos y al instante, como una burbuja al límite, estallo un grito desesperado, destruyendo el último fantasma de la sobrenatural expresión. Espabiladas, las mentes de estos reanudaran su función y observaron nuevamente al joven, con una mezcla de fascinación y terror, pero esta vez él no les devolvió la mirada, pues algo más merecía su atención.

Sintió como algo le perforaba el cuerpo, por un segundo ingenuamente creyó que era una respuesta a lo que les había dicho, pero eso no explicaría la falta de contenido del mensaje o aquella rama que le atravesaba el estómago. Algo comenzaba a brotarle desde dentro hacia afuera en el lugar donde aquel objeto había impactado, reconoció la sensación de dolor y aprovecho a frotar la sangre entre sus dedos, su interior palpitaba violentamente, empezaba a costarle mantenerse de pie, su cuerpo le indicaba que debía descansar. – <<¡Pero había tanto que aprender de ellos!>> – pensó mientras caía de espaldas y su conciencia le abandonaba. Lo último que llego a percibir fue un fuerte agarre en su brazo y retazos de un color azul similar al del cielo nativo.