Era un enorme campo de manzanos, formado por largas hileras de árboles, similares a soldados en fila marchando por la pradera. Sus hojas verdes llenas de vida hacían resaltar el rojo profundo de sus frutos, esto indicaba que ya era la época de cosecha, y la de este año parecía ser muy provechosa. Varios trabajadores se habían dispuesto a la tarea de cosechar los frutos bajo el sol del mediodía, sobre rudimentarias escaleras de madera y con canastas entretejidas en los brazos recogían cada uno de los dulces frutos.
– ¿Cuantas hileras has terminado ya? – pregunto una voz áspera pero amable desde abajo. Al descender su vista se encontró con un rostro lleno de arrugas, similar a una fruta dejada al sol, decorada con una barbilla blanca como el cuarzo y una sonrisa cual grieta en él. A aquella persona se le conocía simplemente como Bascus, podría decirse la persona más vieja de Reliq, y el mejor agricultor de la zona.
– Cuatro y media. – Respondió retornando la mirada a los frutos que depositaba mecánicamente en su canasta a un costado de su cintura, lanzando aquellos malos a otra debajo de la escalera. El viejo sonrió, sin esperar que su compañero hiciera lo mismo, pues era ya costumbre verle con esa expresión tranquila pero carente de calidez.
– Bien. Así me gusta, tendré que aprovechar que tu turno es aquí esta vez. Después de tantos años aun no puedo creer lo fácil que se te da seleccionarlas, yo no era tan bueno al empezar, ni si quiera ahora. –
El joven sonrió un poco, solo un poco, para demostrar que se sentía orgulloso de su progreso, o al menos eso le habían dicho que uno debía hacer, y lentamente descendió la escalerilla para depositar el canasto en el suelo, había terminado con este árbol. Sin perder tiempo llevo el canasto hacia las carretillas de debajo, y descargo el contenido del primer canasto, para luego tomar el otro con los frutos dañados y vaciarlo en la otra, donde las llevarían para alimentar a los animales.
– Lleva eso y tomate un descanso, has hecho un excelente trabajo. – lo despidió el anciano señalando con un movimiento de su cabeza la carretilla de manzanas de mejor aspecto.
Eidos asintió sin contemplaciones, como era costumbre, y dejo la canasta vacía en el suelo para tomar la carretilla y comenzar a andar a través de las hileras de manzanos. Aquella plantación era una de las tantas que rodeaban la fortaleza de Aureos, aunque a Eidos le parecía raro que estuvieran tan cerca de una construcción que decían era para la defensa, la locación de los cultivos era inapropiada si se quería desempeñar esa función, cuando lo pregunto le habían dicho que hacía mucho no había enemigos en estas tierras, que la guerra divina por la cual se había instaurado ese castillo había terminado hacia milenios. Dichas explicaciones a Eidos le parecían incomprensibles, la gente hablaba de relatos sobre las divinidades e insistían en que se hallaban sobre el continente ungido por estas, donde habían hecho su morada, alegando juramentos y servidumbre a estos seres que al parecer se habían desperdigado en ciudades de renombre en estas tierras, pero se le hacía difícil entender el significado de esa naturaleza divina y la realidad de esos eventos, que todos parecían diferir a la hora de explicarlos, como si las moldeasen a su antojo. Eidos tenía mucho interés en ello, sobretodo en la ciudad en la que los supuestos seres divinos se habían asentado, se suponía que era una ciudad muy diferente a todas las que había sobre la tierra, habitada únicamente por deidades y llamada por algunos La Piedra Angular del Mundo.
Una vez hubo dejado atrás el campo de manzanos, se dirigió al camino de roca que conectaba la fortaleza y el pueblo, este transcurría en un trecho las orillas del rio que surcaba a un lado de la antigua fortificación, aquel rio que parecía nacer de las montañas más al norte y se apodaba El Silencioso, debido a que no tenía cascadas ni rápidos a pesar de su larga extensión, parecía gustarle aquel nombre según entendió Eidos. Varios hombres del pueblo le saludaron al pasar, el había aprendido a responderles, y lo hacía usualmente, aunque como todo tipo de comunicación desde su llegada le había costado comprender los significados de los gestos utilizados.
En esos siete años se la había pasado observando todo y a todos en Reliq, todos los días. Al principio le devolvían la mirada frunciendo sus rostros, evitándole, ignorándole y dirigiéndole palabras que consideraban ofensivas en su lenguaje, o eso le habían dicho algunos después. Aquel hombre llamado Vilius se había encargado de que le proporcionaran los cuidados necesarios y que acomodaran su imagen para gusto de los demás, el resultado fue una transformación en la actitud del poblado. Mientras más se vistiera como ellos, y hablara a su manera más estaban dispuestos a tener buen trato con él, pero no fue hasta que demostró su "utilidad" que el verdadero cambio sucedió, súbitamente le llamaban para preguntarle cómo sería el clima, o para que comprobara la integridad de algún metal o estructura con tan solo con un vistazo, que dijera la cantidad exacta de un material, que separara la comida mala de la buena, entre otros. Cuando le pidieron explicaciones sobre sus aptitudes, al tratar de hacerlo mencionándoles que los datos simplemente estaban ahí y él solo los percibía, y se los repetía sin más, estos se le quedaban viendo, haciéndole creer por un momento que habían comprendido, para luego utilizar ese popular gesto con la cabeza en que se la rota a los lados, a veces en su variación en que uno se lleva la palma al rostro. De nada servía decirles que las mismas cosas simplemente se le revelaban como eran y que ellos deberían poder escucharlas como el, todos asumían que era un don de nacimiento o alguna clase de bendición divina, lo cual, si supiesen lo que a él le provocaba, le sugerirían que imite aquel ya mencionado gesto que la gente invocaba en momentos de frustración.
El camino empedrado empezó a ensancharse poco a poco, volviéndose una calle. Viviendas compuestas de gruesos troncos y piedra maciza empezaron a aparecer a los lados, la gente y los olores se multiplicaron a su alrededor. Intercambiando saludos con leves movimientos de su cabeza siguió sin detenerse el olor a harina, y a humo proveniente de uno de los edificios periféricos.
– ¡Buenos días, chico! Ya estabas tardando con esas manzanas. – Le saludo a todo pulmón una mujer regordeta y de baja estatura desde un edifico cercano mientras le hacía señas con unos enormes brazos para que se acercara. La mujer tomo una de las frutas apenas tuvo una a su alcance, y le dio un generoso mordisco, la fruta soltó un crujido satisfactorio al verse arrancado un trozo de esta de una mordida. – ¡Ha! Como siempre tú traes las mejores, Bascus siempre trae las más viejas y resecas. Ve y llévaselas a Liri, te ha esperado toda la mañana en la cocina.
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Eidos volvió a tomar la carreta y se dispuso a entrar al edificio de donde salía aquel humo de olor tan agradable. Al atravesar el umbral noto que alguien le observaba fijamente, y sabia quien, era una de las pocas miradas que reconocía a la distancia y era la primera a la que le había prestado atención al llegar allí, aquella persona le temía tanto que podía sentirlo entre todo aquel tumulto humano, no le presento sus respetos como hacia el resto, solo siguió de espaldas y se aventuró dentro, había aprendido que del miedo no se debían esperar buenas cosas.
Dentro olía a pan y azúcar, así como algo de ceniza del gran horno que había al centro. Gente iba y venía llevando sacos de granos y otros ingredientes en sus hombros y manos, en aquel bullicio alguien se había incorporado rápidamente y comenzaba a sacudirse el delantal esparciendo harina a los lados, a paso apresurado esta e acercó al recién llegado Eidos, lo que extrañamente dio lugar a risas entre las demás mujeres que trabajan alrededor.
Se encontró de frente con un par de ojos marrones que se debatían constantemente entre observarlo, y precipitarse al suelo, de haber tenido sentido del humor le habría parecido entretenido. No dejaba de jugar con los pocos mechones rubios que escapaban del pañuelo blanco sobre su cabeza, él sabía bien que quería intentar comunicarle algo, mas no entendía la razón de la demora, lo más razonable para él era que se tratase de una especie de juego, tal vez querría que adivinase que había preparado hoy. Aquella chica había estado haciendo esa escena desde hacía unas semanas, sin llegar a decir nada y solo balbucear cuanto mucho. Eidos era consciente del hecho de que cada vez que entraba a aquel lugar ella le miraba continuamente, al principio pensó que sería curiosidad o talvez miedo, ya que apartaba su mirada apenas se dirigía a ella, pero no sentía ningún tipo de aversión de su parte, por ello solía esperar unos minutos como hacía con los niños y esperar a que se retirase.
– Buenos días Eidos. – pronuncio finalmente la chica con una voz aguda, a la vez que forzaba con determinación la vista hacia al frente. Incluso Eidos pudo comprender sus deseos de hablar.
– Buenos días, Liri. – Respondió mecánicamente. Nunca olvidaba un nombre, humano o no.
– Hoy recogiste una buena cantidad, Anankeios ha sido generoso con nosotros este año. – Comento enfocada en el carro de manzanas que él sostenía. – Nos vendrán muy bien para el festival. –
– ¿Te refieres a esa celebración por el destierro de una de sus deidades? – pregunto para luego meditarlo unos segundos. – Si. – afirmo con un brillo inusual en sus ojos.
El rostro de Liri se ilumino, encendido con una renovada esperanza, dando como resultado una sonrisa vivaz a pesar de las manchas de harina que aparecían en sus mejillas.
– ¿En ese caso, querrías acompañarme? Sé que normalmente ayudas, pero nunca te he visto disfrutar mucho de los eventos. –
– ¡Claro que lo hará! Estará dichoso de celebrar como uno de nosotros – Afirmo con una voz estridente, que luego murió en una risotada. La risueña mujer de la entrada puso su ancho brazo rodeando fraternalmente el cuello de Eidos, algunos dirían que con intenciones más macabras que un simple gesto de cariño, más en el rostro del joven no podía vislumbrarse ningún signo de sorpresa o incomodidad.
– ¿Acaso se me necesita de otra manera? – inquirió sin señal de molestias el siempre imperturbable Eidos.
– No tienes que ir si no quieres…sabemos que eres de fuera – musito Liri mientras su rostro comenzaba a tomar un color similar al de las manzanas de la carretilla. Sus ojos se lanzaron acusadores a la mujer. – Abuela Meda, no tienes porque… –
– Por supuesto que tengo porque ¡Tantos años trabajando a nuestro lado, y jamás ha celebrado con nosotros!…además podrías ayudar a mi nieta cuando termines, si, como lo haría un buen muchacho de tu edad…– se justificó ignorando las los puñales provenientes de los ojos de su nieta al tiempo que soltaba a Eidos y le daba una fuerte palmada por la espalda.
– Muy bien. – Respondió secamente Eidos como si no lo hubieran zarandeado hacia unos instantes, desconociendo de lo que realmente sugería aquella mujer.- Nos vemos allí entonces, Liri. – Exclamo dando por terminada la conversación, y dio media vuelta con intención de abandonar aquel lugar, dejando atrás a una joven confundida, y a la mujer mayor saboreando una victoria que solo podía provenir de un plan bien ejecutado.
Una vez que el muchacho se hubiera perdido en una esquina, dejando atrás varios de los talleres y cocinas, Meda se giró hacia su nieta.
– Escúchame Liri. – Hizo una pausa esperando que la niña espabilara, su voz tenía un tono más maternal y menos jocoso que hace unos instantes. – Entiendo que te guste ese chico, a todos nos interesa de vez en cuando probar cosas nuevas y poco usuales. Pero escucha, es bastante extraño, y no hablo de "extraño" como tu primo que canta mientras duerme…este es raro con mayúsculas, es difícil saber que piensa cuando le habla a uno, ni hablemos de esa cara inexpresiva que pone todo el tiempo ¿Estas segura de esto?
– ¿Y qué? – Objeto la muchacha con un tono desafiante que parecía impropio de ella, cualquiera que la viera ahora diría que no era la chica que había necesitado de su abuela para pedirle a un chico que le acompañase en el festival. – Todos sabemos que a pesar de ser un desconocido realiza las mismas tareas que nosotros desde las primeras semanas de su llegada, y no he visto quejas al respecto, en lo que a mí respecta es tan normal como el resto de nosotros. No, me retracto, es excepcional, pues nunca vi a nadie de Reliq poder distinguir tan bien el mejor suelo donde sembrar, o predecir cuantos frutos dará un árbol, o cuantas crías tendrá un animal, o la mejor calidad de ingredientes, o donde crece… –
– Ohhh, mira quien ha recuperado la compostura, después de todo si eres mi nieta. – Le interrumpió Meda retomando su usual jovialidad. – Bien, no se hable más, den unas cuantas vueltas agarrados del brazo y seguro que cambiara esa expresión de tonto que tiene. Ahora ve y usa esas buenas manzanas que ha traído tu "querido", tenemos mucho que hornear para mañana.
Liri abandono a su abuela, no sin antes expresar su descontento con un bufido. Partió tomando la carretilla repleta de manzanas, dejada por él desconcertado visitante, y la llevo a una habitación contigua que hacía de almacén. Si hubiera volteado un segundo hubiera visto que Meda ya no estaba sonriendo, la anciana parecía súbitamente consternada, el peso de los años visible en su rostro, su mente aun considerando si lo que había ayudado a lograr seria para bien o para mal.