No lo soportaba, y en su presencia apenas era capaz de disimularlo. Era alguien de fuera, que no entendía sus costumbres, ni practicaba su fe, cosa que de por sí ya era muy peculiar en las llanuras. Los casos así podrían contarse con los dedos debido a la presencia del velo divino que prevenía a cualquier mortal, sin la bendición del dios supremo, pisar las tierras de Aureos, y normalmente debería aceptar el juicio de la deidad sin más, de no ser por lo mucho que le perturbaba cuando lo veía enfocarse en las cosas, había algo, algo en la forma en que lo hacía que parecía trasvasar una barrera que no debería ser posible de cruzar para un simple par de ojos.
– ¿Cómo cuantos nuevos animales crees que necesitaremos intercambiar con Sigmos para un ganado saludable? – Pregunto serenamente Romulo haciendo acopio de sus fuerzas para lucir calmado, mientras irritado veía a un joven de cabellos blancos que se paseaba frente a las cocinas, llevando una carretilla de manzanas.
– Calculo unas veinticinco cabezas de ganado y tal vez unas cinco cabras. Las ovejas están bien con la cruza del último año. – dijo un hombre de mediana edad vestido con una camisa a rayas adornada con fuertes colores, el hombre tenía un fuerte aroma a lana, pero más que molestarle, por su expresión parecía regodearse de ello.
Romulo anoto velozmente con su pluma los números sobre la libreta, que luego pasaría en blanco en los registros una vez hubiera hecho los recaudos necesarios para enviar a un mensajero a Sigmos.
– Eso es todo Justas. – dijo Romulo guardando su pluma, y con disimulo para que Justas no lo notase, aspiro con un poco más de fuerza, sabiendo que un poco más de presión en sus pulmones haría que las palabras le salgan con más facilidad. – Escuche que pronto le quitaras el lazo a tu primer hijo, felicidades. – le felicito Romulo colocando su mano en el hombro de Justas, que se irguió en respuesta, orgulloso de que se mencionara el hecho.
– El Tejedor hace un año ya que ha recompensado el esfuerzo y diligencia de mí, y de mi esposa, con un niño. Era de esperarse que él le brindase su protección en su primer año de vida, más no se lo quitaremos hasta mañana, queremos celebrar su nombre el día de la victoria. – comento el pastor con una alegría contagiosa, propia de un padre emocionado por el nacimiento de su primogénito.
Romulo se esforzó por sonreír mientras le saludaba, y tras un apriete de manos se separó del pastor, quedándose solo por primera vez desde que iniciase el día. Había estado comprobando el total de las existencias de la temporada, yendo de vivienda en vivienda, de taller en taller. Estaba cansado, pero no podía permitirse mostrarlo, no con todos aun en plena jornada, y no podía evitar sentirse culpable por no compartir realmente la felicidad de Justas, no le gustaba el Ritual del Cordón, mas era parte de los caminos de la vida que su fe predicaba aceptar, fueren buenos o malos los resultados del mismo.
Mañana sería el festival para conmemorar el aniversario de la guerra divina, o como algunos más osados la llamaban El Quiebre, la liberación de Irios del dios loco Ankquinaan, en que su antepasado Aureos tuvo un papel muy relevante. Era por esa razón que Durmas le había "recomendado" que hiciera todo este papeleo, una mera excusa para que la gente fuera adaptándose a la idea de que algún día le tocaría ser el protector de estas tierras. No es que no le gustase la idea, la atesoraba, pero cada año que su padre ostentase el titulo era un año feliz, para él y Reliq, no quería reemplazarlo porque estaba orgulloso de él, además solo tenía unos diecinueve años, y en las llanuras de Aureos la gente solía vivir mucho más que en los continentes mundanos, especialmente su linaje aún más, así que le quedaban décadas para prepararse.
Finalizada su pequeña reflexión froto sus manos por sobre su negra cabellera y salió andando por el camino empedrado, dejando que su vista y pensamientos descansasen con el paisaje que discurría a su alrededor.
Las tierras de Áureos estaban compuestas de vastas llanuras atravesadas por el rio Silencioso, unos de los hijos de Urumay, la gigantesca montaña que se elevaba al noroeste. Las llanuras eran una tierra rica en recursos, y poblada por aldeas o asentamientos que hacían de pequeñas comunidades usualmente representadas por un líder elegido, en el caso del señorío de Temirius, cada distrito se manejaba independientemente, pero era muy común el truque y asistencia entre los mismos .
A un lado de la aldea, estaba una edificación destacable por su altura y diseño arquitectónico, era la fortaleza a la que se dirigía ahora. Había sido erigida en tiempos de la guerra, hacía ya mil años, y entregada a su casa como bastión, pero esos tiempos habían terminado, ahora era más un gran alojamiento y un centro comunal que una fortaleza, donde se almacenaba el excedente de grano y alojaban herrerías y talleres. Era allí donde mayormente se distribuían los productos obtenidos por el trabajo comunal, si tuviera que hacer una comparación con otras culturas lo haría con una plaza de mercado de Myodos o uno de los famosos foros de Delitia, aunque eso era una exageración, y muy diferente, pues no se comerciaba en absoluto.
Al llegar a las puertas del castillo un par de guardias le saludaron, él les devolvió el saludo con un gesto de la mano y continuo su paso. Al cruzar se vio sorprendido por lo que había sospechado al emprender el camino al edificio, veía mucho más movimiento de gente de lo usual, al mismo tiempo era fácil constatarlo por lo lleno que ese encontraban los establos. Supuso que el despacho de su padre debería estar abarrotado de consultas por el festival de mañana, después de todo tenía que registrar los trueques necesarios para proveer a Reliq de lo necesario para la celebración, así como alojar a muchos familiares del pueblo que vendrían desde lejos y deberían hospedarse en el castillo. Frustrada su intención de hablar con su padre se dispuso a continuar su paseo, aunque fuera dentro de las murallas, por si alguien le necesitase.
A diferencia de cualquier construcción de la región en aquel fuerte no había ni un corte en la roca, pues el castillo había nacido de la mismísima tierra por designio de los dioses, su perfecta simetría y sin igual solidez soportaban indemnes el peso de las eras, era una lástima que la gente se olvidara de ello al vivir tanto tiempo cerca de él. A Romulo siempre le había fascinado la idea de estar conectado con aquella época de leyenda, donde la vida era turbulenta pero al mismo tiempo más significativa, puesto que había sido el momento en que la humanidad unió su destino al de los dioses, y al mismo tiempo dividió sus propios caminos. Tal vez fuere por esa razón que se esmerara en las practicas, no porque le gustase el combate, sino porque quería de alguna forma acercarse a aquel héroe que había sido su antepasado, creyendo ingenuamente que algo de su virtud y gloria se traspasaría a él solo por ser golpeado con palos era muy ingenuo, pero al menos era una sana forma de ejercitarse.
– Vas muy calmado, cualquiera diría que ya terminaste tus deberes. – le recrimino un hombre con una barba poco poblada desde la herrería.
Romulo emprendió el paso en su dirección, sonriendo ante el reclamo propiciado por el descarado guardián.
– Lo mismo digo Erem, se te daría bien ayudar a descargar un par de carromatos. – se defendió el joven imitando la sonrisa que hasta hacia unos segundos pertenecía al servidor público.
– Ya lo hicimos toda la mañana, puedes ver a mi padre quitándose la sed de una jornada de trabajo ahora mismo. – señalo este en dirección a la mesa de atrás donde dos hombres corpulentos bebían de amplios jarros.
– ¡Hola James, Arth! ¡¿Qué tan frías están esas cervezas?! – saludo Romulo energéticamente a los hombres que bebían en la herrería.
– ¡Mas heladas que beso de muerto! – contesto con notable ebriedad padre de Erem.
– ¿Nos acompañaras un par de rondas? – Pregunto alegre el herrero a su lado, de nombre Arth.
Romulo negó con la cabeza sin hacer amague de acercarse. – Necesito hablar con mi padre, solo quería saludar. –
Los dos hombres alzaron las copas y volvieron a su conversación, frente a él Erem se encogía de hombros con cara de quien debe soportar a un niño malcriado.
– Parece que no me librare de mi labor de niñero tan fácil. – se quejó Erem.
Romulo rio, divertido como siempre con las molestias que su presencia parecía ocasionarle al ya no tan joven guardia. – Te lo ganas por ser tan dedicado, tu única desventaja es no saber ocultarlo bien. –
– Si vamos con esas creo que preguntare al turno vigente si necesita limpiar algún establo extra, te vendría bien un poco de suciedad después de tantas horas de inventario, no vaya a ser que se te acalambre la muñeca de tanto tomar notas. –
– Ha venido mucha gente de fuera al festival este año, parece que los esfuerzos por mejorar la celebración los últimos años dieron sus frutos. – comento el joven ignorando las amenazas de su amigo.
Erem suspiro, como quien tiene que explicar las cosas de mala gana. – Bueno, Reliq siempre ha sido popular por ser uno de los primeros asentamientos, el lugar del descanso del héroe y todo eso, aunque admito que tu idea de dramatizar un poco la celebración con una obra le recordó a la gente porque este lugar figura en el mapa. –
– Te ha costado, pero gracias por el cumplido. – dijo Romulo satisfecho de que su principal critico reconociera el hecho.
– Hablando del festival…parece que tu padre ya se ha desocupado, será mejor que aproveches, no será que quiera tomar aire. – señalo Erem recuperando su sonrisa ladina mientras apuntaba con el mentón un grupo de gente que salía del interior de la fortaleza.
– Tan buen vigía como siempre. – se despidió Romulo de su amigo echando carrera a la entrada por donde los huéspedes acababan de pasar.
Se adentró en un amplio despacho iluminado por un par de ventanales que dejaban pasar la luz natural, al fondo se encontraba un escritorio ancho de roble rodeado de estanterías con libros, y unos pocos metros más adelante una colección de sillas y pequeñas mesas que convivían con sencillas alfombras de piel y otros adornos productos de la caza. Era un ambiente de estudio, espaciado y acogedor, con una chimenea por si hacia frio, bastante diferente de la abarrotada sala donde leía con Durmas. Era detrás del escritorio con media docena de pequeñas montañas de pergaminos donde se encontraba un hombre de cabello largo y espesa barba, enfrascado en una pequeña lucha con el texto de uno de los pergaminos que sostenía en sus manos. Al escuchar entrar a Romulo levanto la mirada, y su expresión de concentración se esfumo como la niebla mientras se alzaba con renovadas energías y plantaba su palma en el hombro de su hijo.
– ¿Qué tal te ha ido en la inspección? No paraba de verte corretear esta mañana. –comento Vilius claramente animado por un poco de conversación que no fuere estrictamente con alguien que buscase su permiso para algo relacionado a la festividad.
Romulo abrió su bolsa y saco el cuaderno para luego extenderlo hacia su padre.
– Todo en regla, solo falta que los revises. – exclamo Romulo con un fragmento orgullo en su tono de voz.
Vilius tomo el cuaderno, registrando sus hojas con rápidos y gráciles movimientos propios de alguien acostumbrado a tratar con documentos a diario, depositándolo suavemente una vez hubiere finalizado, sobre una de las montañas de documentos más estables del sobre exigido escritorio.
– En efecto, déjame redactar unos permisos y todo estará listo para mañana. – asintió satisfecho regresando a su escritorio y apartando una de las montañas para hacer lugar para el nuevo papel.
Romulo se recostó sobre una de las sillas mientras escuchaba el sonido de la pluma de su padre rasquetear el papel. Se sentía muy a gusto allí, era el lugar que los dos compartían y estar en ese lugar, junto a su padre, le recordaba a los días lluviosos de su infancia en que en un principio se refugiaban allí para enseñarle a redactar documentos, y que con el tiempo se convirtieron en momentos relajantes que padre e hijo compartían, hablando apasionadamente de administración o de algún texto que Romulo hubiera leído de la biblioteca de su profesor. Pero su comodidad se vio invadida por un pensamiento furtivo que venía guardándose hacia un tiempo, y con su paciencia agotada por la espera protestaba por que le dejaran salir. El joven de cabellos negros, hacia instantes sereno, ahora tenía una expresión dubitativa mientras se reclinaba hacia delante. Reuniendo valor se irguió en su asiento y dirigió su mirada hacia su padre, que lo esperaba con la mirada en alto y la pluma a un lado.
Romulo ya no podía echarse atrás, así que se lanzó.
– Padre, me gustaría visitar Delitia. – exclamo Romulo haciendo uso de toda la decisión que podía poner en su voz.
Vilius lo miro con seriedad mas no con reproche, apoyando sus brazos en su asiento y con su espalda aferrada al respaldo, como si tratara un asunto oficial.
– ¿Por qué? ¿Qué esperabas ver allí? – pregunto su padre no sin dejar entrever un poco de su curiosidad en su expresión.
Él ya sabía cómo a su padre le gustaba que encarara las cosas, así que mantuvo su confianza, esta vez acompañándola con una deslumbrante sonrisa.
– Quiero conocer el mundo de primera mano. Quiero ver esas culturas de las que he leído todos estos años, y quiero hacerlo tanto como por placer propio, como para ser un buen representante de esta familia. No puedo entender a las personas solo quedándome en las llanuras. –
– ¿Alguna razón en particular para ir a la región de Venturia? ¿Por qué no Janicos? ¿O mejor a��n, visitar una de las civilizaciones exteriores? – dijo Vilius atento a los reacciones de su hijo.
Romulo se obligó a meditar unos instantes antes de responder, más preocupado por pulir sus respuestas que por las reacciones de su padre. Ya había ensayado el escenario en su cabeza muchas veces, era hora de ejecutarlo.
– Es más cerca, es nuestro vecino más amistoso y…–
– Divertido. – concluyo su padre divertido. – Si, lo admito, es un lugar muy tentador para la juventud. La ciudad cosmopolita de Delitia donde El Dios de Los Heroes hizo su reino. Yo mismo he sentido el llamado en mi juventud. – confeso Vilius rascándose su barba con la vista puesta en otras épocas.
– ¿Entonces es posible? – pregunto Romulo esperanzado.
– Tenía pensado hacer un peregrinaje a Agurus Kant después del festival, cuando vuelva lo veremos. – respondió este con una expresión que parecía asegurar un resultado positivo.
Pero Romulo pospuso su festejo, su expresión de júbilo ensombrecida, lo último lo había tomado por sorpresa más que la posibilidad de una respuesta afirmativa. – ¿Qué tienes que ir a hacer a la ciudad de los divinos? ¿El Rey de los dioses te ha convocado? – lo interrogo curioso del motivo de la travesía.
– Los demás representantes y yo, hemos concluido que sería lo mejor consultar con Él sobre la posibilidad de abrir un segundo asentamiento fuera del velo fronterizo al oeste, con el fin de comerciar con la gente de Myodos. – dijo Vilius alcanzándole un documento adornado con un lacre azul y una generosa cantidad de firmas.
El joven abrió los ojos sorprendido, no era común tales cambios radicales en la distribución de Aureos. Absorto, dejo que sus ojos surcaran tres veces por sobre el contenido del papel antes de emitir su opinión al respecto.
– Me encantaría acompañarte allí también. – respondió visiblemente entusiasmado.